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Zar de la Campaña Contra las Drogas Vinculado a Atrocidades Durante la Guerra del Golfo Persa

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La revista New Yorker recientemente publicó un artículo del periodista Seymour H. Hersch que revela lo siguiente: hacia fines de la Guerra del Golfo de Persia en 1991, luego de haberse firmado una tregua, Los EE.UU. desató una masacre contra soldados iraquíes indefensos que trataban de escapar y contra prisioneros de guerra, civiles y niños. Esta campaña la dirigió Barry McCaffrey, director de la Secretaría para la Planificación del Control de las Drogas, la cual funciona bajo los auspicios de la Casa Blanca. McCaffrey es partidario principal de la intervención militar en Colombia.

El artículo de Hersch se basa en cientos de horas de entrevistas con miembros activos y retirados de las fuerzas armadas estadounidenses que fueron testigos oculares a la masacre. En particular, Hersch desenmascara de manera devastadora los crímenes que McCaffrey perpetró como jefe, y en general expone el papel que los EE.UU. jugara en el Golfo de Persia.

Hersch adquirió su reputación como periodista cuando reveló la famosa masacre de My Lai [Vietnam] en 1967, en la cual las tropas estadounidenses mataron casi 600 mujeres, niños y ancianos en una trinchera. Este último artículo, titulado Fuerza abrumadora: lo que ocurrió durante los últimos días de la Guerra del Golfo, socava las declaraciones que el gobierno, los militares y la prensa hicieron hace casi una década: que el ataque de los EE.UU. contra Iraq le había puesto fin al “síndrome vietnamita”. Según la lógica, la Guerra del Golfo había demostrado que Washington, con apoyo internacional, era capaz de cumplir una guerra “limpia” y relativamente libre de bajas.

La investigación de Hersch demuestra que las atrocidades en el Golfo de Persia, a diferencia de las de Vietnam, se cometieron desde una distancia discreta. La matanza se llevó a cabo por medio de “bombas inteligentes” como las que arrasaron con cientos de mujeres y niños que se hospedaban en un refugio contra bombardeos llamado Al Amariya; o, como ya se ha reportado en el caso de McCaffrey, por medio de helicópteros capaces de lanzar cohetes teledirigidos que incineraban a las tropas iraquíes desde cierta distancia protectora.

La lección principal de la Guerra de Vietnam que los jefes militares estadounidenses implementaron en el Golfo de Persia fue la “Doctrina de Powell”, llamada así en honor de Colin Powell, ex presidente de los Jefes del Estado Mayor. El objetivo de esta doctrina era usar la fuerza abrumadora para obliterar al enemigo y prevenir las bajas estadounidenses para contener la oposición política lo más posible. Resultado? El bombardeo aéreo más salvaje de toda la historia. Redujo la infraestructura iraquí a escombros y durante los últimos diez años causó que el hambre y varias enfermedades, en conjunto con las sanciones impuestas con el respaldo de los EE.UU., llevaran a la muerte a cientos de miles más, en su mayoría niños.

En Kuwait, millones de toneladas de material explosivo fueron descargadas en las trincheras y barracas de los soldados iraquíes, matando a tantos miles y dejando a los sobrevivientes atolondrados y sin ninguna voluntad para luchar.

La tan llamada “guerra sobre el terreno” que la invasión estadounidense inició duró solo cuatro días.

La gran mayoría de las pocas bajas estadounidenses fueron víctimas de “fuego amistoso”, cuando pelotones de los EE.UU. se vieron atrapados en medio del poderío desatado contra los iraquíes.

El público obtuvo una idea de la masacre con las imágenes televisadas de “la carretera de la muerte”, que iba desde Kuwait hasta Basra en el sur de Iraq. El bombardeo que los EE.UU. desató contra los soldados iraquíes que trataban de escapar llenos de pánico era tipo “alfombra”. Dejó una carretera de seis carriles llena de armazones de camiones, automóviles, vehículos militares carbonizados, y de los cadáveres ennegrecidos de los soldados y civiles iraquíes.

El 28 de febrero de 1991, el gobierno de Bush declaró un paro a las hostilidades y dictó un fin negociable a la guerra. A Washington le interesaba ocupar permanentemente a Iraq; temía que la destrucción total de las fuerzas militares de Saddam Hussein crearía las condiciones para rebeliones revolucionarias y una situación de inestabilidad crónica en un país de gran importancia estratégica.

Cuando la tregua entró en efecto, la División 24 de la Infantería de McCaffrey, unidad mecanizada compuesta de 18,000 tropas con tanques de batalla y artillería pesada, había penetrado en Iraq por medio de una maniobra lateral que le cortaba el paso a las columnas iraquíes que escapaban de Kuwait y se dirigían a Basra. Según el informe de Hersch, mientras otras divisiones estadounidenses habían cesado sus hostilidades y permanecían en su lugar luego de declararse la tregua, la división de McCaffrey continuó su persecución hasta llegar a una distancia muy conveniente para el bombardeo de la carretera que servía como ruta principal para los soldados iraquíes que escapaban de Kuwait. A los iraquíes se les había prometido que podían seguir sin arriesgar sus vidas, pero, según Hersch, el despliegue ofensivo de la División 24 rindió esto imposible.

En la madrugada del 2 de mayo, un pelotón patrullero en un extremo de la división reportó que los iraquíes le habían abierto fuego. De acuerdo a la versión oficial, este fue el incidente que condujo a la “Batalla de Rumaila”, nombrada así por el campo de petróleo que la carretera cruzaba. Las tropas de la unidad llegaron a conocer a esta batalla como “caza de pájaros muertos”.

Los oficiales y soldados que Hersch entrevistó pusieron en duda que los iraquíes habían disparado. Varios de los entrevistados en el artículo habían participado con las unidades más cercanas a la carretera y no habían presenciado ninguna acción bélica por parte de los iraquíes que se iban de retaguardia. Una de las explicaciones del ataque contra los iraquíes es que “a alguien le dio pánico y creyó que vio algo que no sucedió”.

No obstante, los comandantes estadounidenses se valieron del “incidente” para lanzar un asalto asesino que, conforme a la declaración de McCaffrey, había sido para “la protección de mis soldados”. Pero cuando el ataque comenzó, ya la gran mayoría de la columna iraquí había procedido rumbo al norte mucho más allá de la División 24. Los tanques iraquíes, con sus cañones virados hacia atrás tal como se había acordado durante las negociaciones de tregua, yacían inútiles en camiones de transportación.

Hersch sostiene que McCaffrey optó por desplegar un poderío enorme. Ordenó que, mientras la artillera cerraba el paso en el extremo sur, los helicópteros bombarderos destruyeran todo vehículo que cruzara el puente sobre la zona del pantano, efectivamente bloqueando la carretera. La muchedumbre de camiones, automóviles y vehículos blindados quedó atrapada en un infierno, con los iraquíes abandonando sus vehículos y, llenos de pánico, guareciéndose en las trincheras a los costados de la carretera. Helicópteros tipo apache los bombardeaban con cohetes teledirigidos y los tanques estadounidenses los pulverizaban a cañonazos: una columna derrotada que no ofrecía ninguna resistencia.

“Atravesamos la carretera volándole la mierda a todo”, le dijo a Hersch un soldado de tanques. “Fue como atravesar por una carretera de los Estados Unidos, la gente toda mezclada en autos y camiones. La gente se salía de sus vehículos y empezaba a correr. Les disparábamos a matar. Se me había ordenado disparar si estaban armados o corrían. A los iraquíes se les estaba masacrando”.

Según McCaffrey, el ataque destruyó más de 400 camiones y 187 tanques y vehículos blindados. La cantidad de iraquíes que fueron muertos jamás se ha calculado, sea en la batalla de Rumaila o en toda la guerra.

Uno de los vehículos destruidos por los cohetes teledirigidos tipo Hellfire [Fuego infernal] fue un autobús que llevaba niños iraquíes. El mismo soldado de tanques dijo que cierto sargento le había dicho a él y a otros miembros de su compañía que se prepararan para un cumplir un deber tétrico. “Dijo, ‘Hemos volado un autobús lleno de niños' y nos advirtió que se nos iba a pedir que los enterráramos “. No obstante, los soldados estadounidenses nunca llegaron a enterrar los cadáveres infantiles. Lo más probable es que se hayan tirado en fosas junto con los demás cadáveres iraquíes y los tractores los hayan cubierto con la arena del desierto.

Otras acciones que caen en la categoría de crímenes de guerra también se reportaron en conexión con las operaciones de la División 24. Una de éstas tuvo que ver con un pelotón patrullero enviado a obstruir el tráfico sobre la misma carretera antes que la tregua entrara en efecto. Los soldados estadounidenses fueron abrumados por los soldados iraquíes, quienes, desesperados por rendirse, estaban “asustados y lloraban”. Entre ellos se encontraban soldados heridos y vendados; abordaban un autobús de hospital. La cantidad de prisioneros alcanzaba los 382.

De acuerdo al artículo del New Yorker, una unidad patrullera estadounidense los desarmó y los metió como ganado en una zona cerrada por tres lados con el autobús del hospital y dos camiones. Se les dio de comer y beber y se les aseguró que no corrían peligro. Su estado y ubicación fueron comunicados por radio al cuartel general. Cuando la unidad recibió sus instrucciones por radio para que marcharan, los soldados estadounidenses le dieron a cada iraquí volantes de propaganda en árabe. Estos prometían que a todo soldado que se rindiera se le permitiría regresar a su casa.

A medida que se alejaban, los miembros del pelotón patrullero presuntamente vieron una columna de vehículos blindados modelo Bradley acercarse a los prisioneros y a ametrallarlos. Varios trataron de correr para escapar. “Yo les había dado de comer a esos hombres y logrado que confiaran en mí”, dijo el Sargento James Testerman, miembro del pelotón patrullero. Recuerda a un iraquí que había rehusado tocar la comida que le habían dado. Para probarle que no estaba envenenada, el sargento la probó primero. “Ese hombre tan fuerte se echó a llorar”, recuerda el sargento. “Solo puedo imaginarme lo que pensó” cuando los vehículos blindados “comenzaron a disparar: que los habíamos preparado para una masacre. Hay que pensarlo. ¡Toda esa gente!”

En otro incidente, un pelotón, buscando armas en una aldea, aparentemente abrió fuego ametrallador contra un grupo de aldeanos que caminaban detrás de una persona llevando la bandera blanca. Soldados que fueron testigos oculares reportan que 20 civiles perdieron la vida.

Cuando la División 24 preparaba su retorno al país, McCaffrey alabó a sus tropas por la victoria tan desequilibrada. La guerra en el Golfo, les dijo, “es el evento más unificador que ha sucedido en Los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial...El resultado será que, tal como Vietnam por años tuviera trágicas consecuencias para nuestro país, esta [victoria] nos ha proporcionado una nueva manera de vernos a nosotros mismos”.

Los soldados de McCaffrey que vieron el conflicto de diferente manera, que se sintieron avergonzados y asqueados, no fueron pocos. El Comandante David Pierson, quien fuera capitán del servicio de espionaje de la División 24, indicó que muchos sentían complejo de culpabilidad: “culpables de llevar cuentas...Eran como niños escapándose ante nosotros, sin organización, temerosos, deseando que el fin llegara. Nosotros seguíamos aplastándolos”.

A los pocos meses de la División regresar al Fuerte Stewart, estado de Georgia, una carta anónima llegó al Pentágono detallando la masacre de los prisioneros iraquíes y acusando a McCaffrey de haber iniciado la batalla del 2 de marzo sin ninguna provocación iraquí. La carta, que contenía información detallada, solo pudo haber venido del personal de mando del general, se refería a las acciones como “crímenes de guerra”.

Otros soldados que habían sido asignados a la División tomaron la iniciativa y le divulgaron a investigadores militares lo que habían visto. En cada caso, el ejército condujo investigaciones secretas y superficiales. Suprimió las acusaciones, forzando a muchos de los imputadores a abandonar el servicio militar. Entre los oficiales de McCaffrey, pocos fueron los que se atrevieron a imputar la versión oficial, pues sus carreras quedarían destruidas.

Que los informes acerca de estas atrocidades sólo han salido al aire nueve años después que ocurrieron es testamento al papel tan servil que la prensa estadounidense jugara durante toda la Guerra del Golfo. Luego de habérsele oficialmente prohibido por primera vez que no cubriera las operaciones estadounidenses al frente de la batalla, la prensa se contentó con ser el vocero propagandista del esfuerzo estadounidense, alabando de héroes a figuras como McCaffrey y el General Norman Schwarzkopf.

Al aceptar la censura militar defacto, las cadenas televisoras y las organizaciones de prensa principales repitieron todos los pretextos de Washington en llevar a cabo su acción militar. Al mismo tiempo, permanecían mudos ante el impacto devastador que la maquinaria bélica de los estados Unidos tenía sobre el pueblo iraquí.

El silencio continúa. La acusación bien fundada de Hersch - que Los Estados Unidos es culpable de haber cometido crímenes de guerra—ha recibido poca atención en las cadenas de televisión y en los periódicos.

Aunque estas atrocidades se llevaron a cabo bajo el gobierno de Bush, el gobierno de Clinton se ha movido sigilosamente para defender a McCaffrey. Primero desató una campaña gubernamental extraordinaria para suprimir el artículo de Hersch y luego trató de difamar a su autor. Se trató de presionar a ex funcionarios militares para que alteraran sus relatos y se hicieron esfuerzos para que grupos defensores de los derechos humanos emitieran declaraciones a favor de McCaffrey y censuraran la pieza antes de publicarse.

A la Casa Blanca y al Pentágono les concierne muy seriamente que al general jubilado se le acuse de haber cometido crímenes de guerra. Como “Zar de la Campaña Contra las Drogas” bajo el gobierno de Clinton, McCaffrey ha jugado un papel estelar en la campaña para que el congreso nacional pase cierto proyecto de ley. Este proyecto le proporcionaría a Colombia ayuda militar en valor de $1700 millones y substancialmente

aumentaría la participación estadounidense en la prolongada guerra civil de ese país. McCaffrey también ha girado por Latinoamérica, tratando de convencer a los gobiernos de la región que apoyen la intensificación de los esfuerzos de Washington.