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La perspectiva socialista sobre la globalización

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Nick Beams, miembro de la junta editorial internacional del World Socialist Web Site (WSWS) y Secretario Nacional del Partido Socialista por la Igualdad de Australia, recientemente completó una exitosa gira por seis ciudades australianas donde presentó la conferencia cuyo texto sigue. Estudiantes, académicos, trabajadores y gente profesional en Sydney, Melbourne, Newcastle y Canberra asistieron a las conferencias de Beams, tituladas La perspectiva socialista sobre la globalización.

El comienzo del Siglo XXI, naturalmente, ha ocasionado el análisis retrospectivo de los últimos 100 años. Ha proporcionado el ímpetu para que se investigue y se cuestione el futuro del desarrollo de la civilización. Virar las páginas del calendario no es el único factor que ha ocasionado esta indagación. También ha influido el sentimiento que la sociedad actualmente atraviesa por una inmensa transformación que sentará las bases de los sucesos que influirán a generaciones enteras.

El último período ha visto la asombrante evolución del conocimiento científico y de las técnicas productivas. Entre ellas, para mencionar sólo unas pocas, se encuentran la computerización, la tecnología de la genética y sistemas de comunicación que sólo eran sueño hace pocos años. Pero este increíble desarrollo del conocimiento científico y tecnológico y de las fuerzas productivas de la humanidad ofrece un gran contraste a la otra característica de la época: la sensación abrumadora que, desde el punto de vista social, nada se puede lograr y que la sociedad marcha hacia atrás.

Durante las últimas dos décadas, los cambios inmensos en los procesos de producción relacionada a la globalización de todos los aspectos de la vida económica—cambios que se van acelerando más y más—han barrido con todas las viejas certidumbres políticas y económicas. Los pueblos del mundo se encuentran atrapados en un torbellino, y fuerzas que no controlan, y que nadie parece controlar, los hamaquean de un lado a otro.

Cada día trae consigo una nueva catástrofe: el hambre, el estallido de guerras civiles y los conflictos étnicos, el cierre de fábricas, incontables despidos del personal de corporaciones y la reducción de los servicios sociales.

Y la amenaza de crisis económica, cuyos signos de advertencia ya se han mostrado en las tormentas financieras que han tambaleado a la economía capitalista mundial durante la última década, se siente en todo el globo terráqueo.

En los tiempos de antaño, los hombres consultaban a las estrellas para guiar sus acciones, o buscaban signos en el mundo natural para averiguar si los dioses les sonreían. El hombre moderno desdeña estas prácticas, pero cada día millones de gente en todos los rincones del mundo se guían por las bolsas de valores, tales como el Dow Jones, NASDAQ y tantas otras, para averiguar lo que el futuro les guarda. ¡Cómo si una que otra cifra pudiera determinar el desarrollo socioeconómico!

Aunque esta incertidumbre ha evolucionado enormemente, no es nada nueva. Es más; la situación actual es el resultado de procesos inherentes en el desarrollo del sistema internacional capitalista desde su comienzo. Hace más de cien años que Marx escribió en El manifiesto comunista: “La burguesía no puede existir sin revolucionar constantemente los instrumentos de producción y, por consiguiente, las relaciones de producción y, lógicamente, todas las relaciones de la sociedad...La revolución constante de la producción, la disolución sin cesar de todas las condiciones sociales, la incertidumbre y la agitación perennes distinguen a la época burguesa de todas las otras anteriores. Todas las relaciones fijas o que se han formado rápido, con su cortejos de prejuicios y opiniones venerables y antiguas, se barren a un lado. Las nuevas quedan anticuadas antes de poder osificarse. Todo lo sólido se disuelve en el aire, todo lo que es sagrado se profana y los hombres una vez por todas se ven obligados a enfrentarse con sobriedad a sus verdaderas condiciones de vida y a las relaciones con sus semejantes”.

Esta es la misión que trataremos de emprender con estas charlas: enfrentarnos con sobriedad a las verdaderas condiciones de vida y así desarrollar una perspectiva del futuro.

No obstante, algunos piensan que este análisis no es necesario. El 23 de mayo la revista Australian Financial Review publicó en sus páginas editoriales un artículo titulado “A decir verdad, nunca nos ha ido tan bien” (con el subtítulo de “Démosle gracias al libre mercado capitalista por nuestra prosperidad sin precedente”). Este artículo empieza con que “Las poblaciones de los países avanzados son hoy los pueblos más ricos y de mayor libertad que el mundo ha conocido. Gozamos de salud, longevidad, movilidad, seguridad, educación intelectual y comodidades a niveles que nunca se habían visto. Podemos decir con toda confianza que los problemas de prosperidad y libertad, que han sido tan centrales a la humanidad desde sus comienzos hasta el Siglo XX, han sido esencialmente resueltos.”

El artículo sostiene que el capitalismo probó su superioridad al socialismo precisamente en aquello que el socialismo se suponía superior: el mejoramiento de las condiciones de vida de los humildes. “Si todos ahora somos capitalistas es porque nosotros los modernos—de la derecha, de la izquierda y del centro—somos profundamente igualitarios y el capitalismo se está revelando como el más igualitarios de todos los regímenes”.

Por supuesto, estas declaraciones son asombrosamente estúpidas. Pero esencialmente no se difieren de las aseveraciones que aireaban a principios de la década, cuando se alababa el colapso de los regímenes estalinistas en la Unión Soviética y la Europa Oriental como “la muerte del socialismo” y “la victoria del mercado”.

Desde los banquillos parlamentarios hasta los salones de cátedra universitaria, en artículos de prensa y revistas académicas, el mismo tema se repitió sin cesar: la gran batalla ideológica y política del Siglo XX se había acabado. Desde ahora en adelante el mercado, basado en la propiedad privada de los medios de producción y de los recursos económicos, con su implacable lucha competitiva por la acumulación de la riqueza a favor del capital, reinaría sin ningún desafío. Algunos hasta llegaron a proclamar “el fin de la historia”.

Nunca se consideró el hecho que los regímenes estalinistas, cuyo desplomo formaba las bases de estas declaraciones, de ninguna manera representaban a un socialismo genuino. Esto a pesar que esos países eran gobernados por una maquinaria burocrática y despótica que había llegado al poder por medio de la represión brutal de la clase obrera y el asesinato de su dirigencia revolucionaria. No se toleró que ningún análisis de los hechos verídicos contradijera la aserción que el mercado capitalista se había mostrado la única forma viable de organización social.

Estas declaraciones se hicieron a la vez que cambios legislativos y políticos radicales durante el período siguiente—dirigido por los regímenes de Reagan y Thatcher en la década de los 1980—barrían al globo. Los partidos socialdemócratas, que por décadas habían proclamado la posibilidad de reformar al capitalismo a favor de la mayoría de la población, cancelaron su política reformista. Los dirigentes de los sindicatos se apresuraron en convertirse socios del capital para asegurar las ganancias y la “competencia internacional” en el mercado global. A la misma vez, los dirigentes de los gobiernos nacionalistas en los llamados países subdesarrollados abandonaron sus programas de desarrollo económico nacional; declararon 1) sus intenciones de brindarle al capital internacional oportunidades para las inversiones; y 2) su adherencia a los “principios del mercado libre”.

Durante los últimos 25 años, y sobretodo durante el ritmo de desarrollo enloquecido de la última década, la organización económica del mundo entero ha caído bajo el dominio del mercado capitalista mundial. En ningún otro período de la historia humana ha ejercido éste tanto poder. Esto nos ubica en un lugar verdaderamente único para juzgar las aserciones de sus partidarios y analizarlas en términos de la experiencia histórica.

Durante el período reciente, se ha publicado una avalancha de información que demuestra un asombroso aumento de la polarización social a nivel mundial. Por ejemplo, la riqueza de los 475 billonarios del mundo ahora equivale al ingreso combinado de más del 50% de la población mundial, la cual llega a los 3 mil millones. Esta acumulación de riqueza procede de manera acelerante. La cantidad de billonarios de solo Los Estados Unidos aumentó de 13 en 1982 a 149 en 1996 y sigue aumentando.

Según el Informe Sobre el Desarrollo Mundial de las Naciones Unidas de 1998, las tres personas más ricas del mundo poseen bienes que exceden el Producto Interior bruto de los 48 países menos desarrollados, los bienes de lo 15 más ricos tienen mayor valor que el PDB de la región sub-sahara de África, y los 32 más ricos poseen bienes de mayor valor que el PDB del sudeste de Asia. La riqueza de los 84 individuos más ricos excede el PDB de la China, la cual cuenta con una población de 1.2 billones.

¿Y qué de la mayoría de la población mundial?

De los 4.4 billones de habitantes en los llamados países en desarrollo, casi 60% carece de higiene pública básica, el 33% todavía no goza de agua potable y un 25% no tiene vivienda adecuada. El 20% sufre malnutrición y la misma cantidad no tiene acceso a servicios de salud adecuados.

Entre 1960 y 1994, la brecha entre el ingreso per capita del 20% más rico de la población mundial y el 20% más pobre se duplicó, aumentando de 30:1 a 78:1. Ya para 1995, la proporción había aumentado a 82:1.

En 1997, el 25% más rico de la población en todo el mundo recibió 86% del ingreso mundial mientras que el 25% más pobre recibió solo el 1.3%. Más de 1.3 billones de habitantes son forzados a subsistir con $1 al día; es decir, viven bajo amenaza a su existencia. De acuerdo a las Naciones Unidas, de los 147 países definidos como “en desarrollo”, unos 100 habían sufrido "grave deterioro económico” durante los últimos 30 años.

No son los “desastres naturales” lo que ha causado el empobrecimiento de poblaciones enteras en gran parte del mundo. Esta es efecto directo de la manera en que los mercados financieros funcionan y de los programas implementados por el Fondo Monetario Internacional para lograr “ajustes estructurales” en nombre de los bancos y las instituciones financieras internacionales principales con el fin de crear condiciones para que el capital mundial mantenga su dominio.

A pesar de enormes pagos reintegrables, extraídos a gran precio social, el nivel de insolvencia continúa aumentando. En 1990, la deuda total de los países en desarrollo fue $1.4 trillones; para 1997 había subido a $2.17 trillones. En África, la deuda total fue $370 por cada habitante del continente. La deuda total de varios países fue cuatro veces más que su Producto Interior bruto. En 1998, países del Tercer Mundo pagaron $717 millones diarios de deudas a los bancos e instituciones financieras.

Y en ningún otro lugar ha sido la devastación mayor que en la ex Unión Soviética, territorio donde los portavoces del capitalismo mantenían que el mercado produciría “magia”.

Desde 1989, se ha calculado que la economía rusa ha decaído un 50%. En términos económicos actuales, su tamaño es igual al de Holanda, con una pérdida de producción mayor que la que se le infligió en 1942, cuando los invasores nazis ocupaban gran parte del país.

La tasa de natalidad también ha disminuido 50% desde 1985; la excede una tasa de mortalidad de 1.6. Si esta tendencia continúa, la población rusa declinará 20% durante la próxima década. A principios del Siglo XX, la longevidad de los varones rusos de 16 años de edad era mayor que la actual. Es decir, a pesar de dos guerras mundiales, la guerra civil, el hambre, las persecuciones políticas y los campos de concentración, un joven de 16 años tenía 2% mejor oportunidad de llegar a los 60 en 1900 que en el 2000.

Aún si un espíritu malévolo hubiera decidido hacerle un chiste cruel a la humanidad, seguro que no pudo haberse imaginado la situación que ahora se despliega. A medida que el nuevo siglo procede, el “triunfo del mercado” más y más se parece a un desastre.

En todos los rincones del mundo, las condiciones sociales se caracterizan por una pobreza que va profundizándose y una desigualdad acelerante, resultando en una erupción continua de catástrofes humanas. Y en medio de estas calamidades sociales, el “Nuevo Orden Mundial” del mercado capitalista ha quedado desenmascarado con el lanzamiento de guerras brutales por parte de los grandes poderes imperialistas, quienes otra vez se disputan el dominio del globo.

La conexión entre el dominio del “mercado libre” y el uso del poder militar encontró su expresión concisa en un artículo de Thomas Friedman, redactor de noticias del extranjero del New York Times, que se publicó hace poco más de un año cuando comenzaba el asalto de la OTAN contra Yugoslavia.

“La mano escondida del mercado”, escribió Friedman, “nunca podrá obrar sin esconder el puño. MacDonald's no puede florecer sin McDonnell Douglas, fabricante del F-15. Y el puño escondido que mantiene al mundo salvo y seguro para las tecnologías del Valle Silicón se llama el ejército, la fuerza aérea, la marina y la infantería de marina de los EE.UU...Sin Los Estados Unidos de guardia no habría America on Line”.

El capitalismo siempre ha creado miseria para masas de los pueblos del mundo, pero durante los últimos cincuenta años sus partidarios han sostenido que por lo menos en los países más ricos éste ha aumentado el nivel de vida para la mayoría de la población trabajadora. Pero ése ya no es el caso. La expansión económica de los últimos 25 años no solamente ha producido una polarización de la riqueza que se amplifica más y más, sino también un verdadero deterioro en el ingreso real de la mayoría de los asalariados. En ningún lugar del mundo es esta tendencia más aparente que en Los Estados Unidos, el cual se considera modelo non plus ultra de la economía del “mercado libre”.

Se estima que las tasas de salarios en Los Estados Unidos están por debajo de lo que eran en 1973. Ni siquiera durante los más de 25 años que se extendieron por la Gran depresión de los 1930 se contrajeron las tasas de salarios reales por tan prolongado período.

El deterioro de ingresos reales para la mayoría de los trabajadores es el resultado de una redistribución “hacia arriba” de la riqueza. En 1960, el 90% de la población menos rica recibía 69% de los ingresos. Para 1992, esta cifra había bajado al 59%. Es decir, durante este período, 10% del ingreso se distribuyó de nuevo hacia arriba; la mayor parte de éste terminó en las manos del 1% más rico. En términos absolutos, esto significó $700 billones al año.

La riqueza de los 400 estadounidenses más ricos según la revista Forbes aumentó un promedio de $940 millones cada año de 1997 a 1999. Durante los doce años del 1983 al 1995, sin embargo, el valor neto del 40% de los hogares más pobres declinó 80%. Eso que los partidarios del mercado libre tanto aman—es decir, que la riqueza llega a todas las capas—es pura fantasía. Lo que en realidad tenemos es una succión que jala para arriba.

El valor combinado neto de las 400 compañías nombradas por Forbes como la más ricas fue $1 trillón en septiembre, 1999. Esto representa un aumento de $738 billones desde el año anterior. Solamente una quinta parte de ese aumento, aproximadamente $48 billones, hubiera sido lo suficiente para levantar a todos los estadounidenses que oficialmente viven en la pobreza (15% de la población y 25% de todos los niños) justamente a la demarcación que define la pobreza.

Se pueden citar cifras similares en todos los países capitalistas mayores. Por ejemplo, de acuerdo a un estudio reciente en Australia: “En 1994, el 20% de los hogares más ricos recibieron 40% del ingreso disponible; el 20% más pobre recibió menos del 6%. Comparado con el 1984, el ingreso de las tres quintas partes más pobres fue reducido, el del 20% que le sigue se mantuvo al mismo nivel, y el del 20% más rico aumentó. Los ingresos disponibles reales fueron más bajos para todos excepto los del 20% más rico, a pesar del aumento en hogares que dependían de dos ingresos”. [1] En otras palabras, no solo está la gran mayoría de la población peor en términos relativos. También lo está en términos absolutos. Los ingresos reales han declinado.

El estallido de la crisis económica asiática de 1997-1998 azotó a los partidarios del “mercado libre”. Después de todo, en 1993 el Banco Mundial se había referido al desarrollo de esta región como el “milagro económico asiático”, lo cual, suponemos, fue testimonio a la capacidad que el mercado capitalista tiene para acabar con la pobreza.

La obvia contradicción entre lo que sostenían y lo que la experiencia mostró no convenció a los principales representantes del capitalismo internacional. Prosiguieron a entablar una defensa todavía más estridente en defensa del “mercado libre”.

En un importante discurso en abril, 1998, cuando la crisis asiática se hallaba en pleno, el presidente del Banco de Reservas de los Estados Unidos, Alan Greenspan, proclamó que la crisis representaba “un paso importante en lo que evidentemente ha sido la tendencia significante e inexorable hacia el mercado capitalista”. Según Greenspan, el “mercado surge de algo profundamente arraigado en la naturaleza humana” y “la historia está llena de ejemplos de sistemas económicos y sociales que han tratado de contarrestar, o alterar, la naturaleza humana y han fracasado”.

Parece que los defensores ideológicos del capitalismo no han progresado para nada desde que el filósofo conservador británico, Edmund Burke, proclamara en el Siglo XVIIX que la sociedad capitalista era natural y sagrada. “Las leyes del comercio”, escribió hace más de 200 años, “son las leyes de la naturaleza y, por consiguiente, son las leyes de Dios”.

O como dijo Greenspan, “la lección que de todo esto es que sólo los sistemas basados en el mercado libre muestran la flexibilidad y la robustez para acomodar la naturaleza humana, aprovecharse de una tecnología que se desarrolla rápido, y así adelantar los niveles de vida de manera consistente”.

Nuestra misión, sin embargo, no solamente consiste en presentar como hecho verídico la obvia contradicción entre la situación verdadera a la cual se enfrenta la mayoría de la población mundial y las proclamaciones de los partidiarios del capitalismo sobre las maravillas del mercado libre y las virtudes del sistema de beneficios/ganancias.

No es necesario revelar por qué la polarización social profundizante, en la que, para citar las palabras de Marx, “la acumulación de la riqueza en un extremo...resulta a la vez en la miseria, la agonía del sudor, la ignorancia, la barabaridad, degradación mental en el otro extremo”, está incrustrada en la lógica intrínseca del sistema de beneficios. Además, debemos establecer como el mismo desarrollo del capitalismo internacional no sólo hace posible que se necesite un sistema social nuevo y superior basado en la realización de las necesidades humanas, sino que más bien echa las bases para ello.

La acumulación de la riqueza

Para conducir este estudio, nos incumbe aclarar ciertos puntos. El capitalismo, como sistema social de producción, no se dirige a la producción de la riqueza como tal. Contrario a la retórica de los que abogan por el “mercado libre”, tampoco es un sistema de producción cuyo objetivo es la satisfacción de los deseos y necesidades del consumidor.

El ímpetu del modo de producción capitalista es la acumulación de los beneficios—la expansión infinita del valor—cuya fuente es la fuerza de trabajo de la clase obrera.

Todo sistema basado en división de clases se basa, a fin de cuentas, en la extracción de plusvalía de la clase de productores directos para beneficio de los dueños de los medios de producción. Pero las sociedades clasistas tienen diferencias fundamentales en sus estructuras, diferencias que se determinan a al fin y al cabo por los mecanismos sociales a través de los cuales se extrae la plusvalía. Bajo las estructuras anteriores de las sociedades clasistas, tales como la esclavitud y el feudalismo, la extracción de la plusvalía ocurría por medio de la aplicación de la fuerza política. Bajo el capitalismo, ésta toma lugar a través de un sistema de relaciones sociales basadas en el mercado libre, el cual alcanza su etapa superior en el sistema de salarios.

Bajo el capitalismo, la mano de obra sobrante asume la forma de plusvalía, cuya fuente es la diferencia entre el valor de la mercancía que el trabajador le vende al capitalista en el contrato de salarios—es decir, su fuerza de trabajo o capacidad para trabajar—y el valor que el uso de esta fuerza de trabajo crea durante el proceso de producción. El valor de la fuerza de trabajo y el valor que el obrero le añade durante el proceso de producción durante la jornada laboral son dos magnitudes totalmente diferentes. Esta diferencia es la fuente de la plusvalía, la cual aparece en la superficie de la sociedad como beneficios, interés y renta.

Pero una profunda contradicción que impulsa el desarrollo de las fuerzas productivas dentro de la economía capitalista distingue la extracción de la plusvalía.

La única fuente de los beneficios es la plusvalía que se le extrae a la mano de obra activa de la clase obrera. Pero la tasa de ganancias—la velocidad a que el capital se expande—se calcula según la suma total del capital que se utiliza durante el proceso de producción. Este capital se divide en dos partes: en capital variable para comprar la fuerza de trabajo, la cual es la fuente de la plusvalía; y en capital constante, con el cual se compran las materias primas y la maquinaria, que sólo conservan su valor durante el proceso de producción.

Puesto que la acumulación del capital se define por la tendencia que el capital constante tiene a aumentar en relación al capital variable—lo cual expresa la productividad creciente de la mano de obra—la tasa de beneficios tiene la tendencia a declinar. Por lo tanto, la tasa de beneficios, es decir, la proporción de la plusvalía relativa a la suma total del capital, tiende a declinar.

Marx consideró la tendencia que la tasa de beneficios tiene a declinar como la ley de mayor importancia de la economía política, sobretodo desde el punto de vista histórico. Esto no se debe, como erróneamente se ha asegurado, a que esta ley indica que el sistema capitalista un día simplemente se va a congelar a medida que la tasa de beneficios se acerque a cero. Al contrario, demuestra como los cambios revolucionarios continuos de las fuerzas productivas brotan de las contradicciones intrínsecas de la economía capitalista misma.

El capital busca como vencer la tendencia de la tasa de beneficios a caer desarrollando nuevos métodos de producción basados en la tecnología nueva que le facilitan extraerle mayor plusvalía a la clase obrera. El desarrollo de métodos iguales puede crear condiciones en que la tasa de beneficios permanece estacionaria o aún puede expanderse, pero, inevitablemente, la misma acumulación del propio capital induce una caída en la tasa de beneficios, lo cual de nuevo obliga al capital a revolucionar las fuerzas productivas para tratar de contrarrestar este efecto.

Fin de la expansión post Segunda Guerra Mundial

Basándonos en estas consideraciones teóricas, analicemos ahora la última fase del desarrollo capitalista relacionado con la globalización de la producción.

Esta tiene sus orígenes en el resurgimiento de la caída de las tasas de ganancias a principios de los 1970. Por 25 años luego de la Segunda Guerra Mundial, el sistema capitalista gozó un período de expansión sin precedente. Muchos factores contribuyeron a ello: los pactos políticos y económicos después de la guerra que Los EE.UU. iniciara bajo el Plan Marshall; la adopción de una política basada en las teorías de Keynes, quien abogaba para que los gobiernos capitalistas intervinieran directamente en la estimulación de la economía; y medidas para darle concesiones de bienestar social a la clase obrera, concedidas por el terror que un retorno a las condiciones de los 1930 provocaría grandes levantamientos sociales y luchas revolucionarias en los países capitalistas principales.

Pero, a fin de cuentas, el período post bélico se basó en la expansión de la acumulación de la plusvalía por toda la economía capitalista, lo cual había sido posible cuando se desarrolló y popularizó la cadena de montaje en el resto de los países capitalistas avanzados. Este método de producción se había iniciado en los EE.UU. durante los 1920 y 1930.

La acumulación de capital que estos métodos de producción facilitaron inevitablemente condujo a la caída de la tasa promedio de beneficios a causa que la masa de la plusvalía eventualmente no había sido lo suficiente para seguir expandiendo al capital a la misma velocidad de antes.

Las estadísticas acerca de las ganancias para la economía estadounidense muestran este proceso muy claramente. En 1946, la tasa de beneficios en Los EE.UU. era aproximadamente 22%. En 1966 todavía era 21%, pero de ahí en adelante declinó bruscamente. Para el 1974 había bajado al 12%. En 1980 era 10%. Es decir, de 1966 a 1974, la tasa de beneficios declinó más o menos 45% después de haber permanecido relativamente constante por casi dos décadas. Estadísticas sobre las ganancias en las otras economías capitalistas principales muestran un proceso similar.

La caída en la tasa promedio de beneficios anunció su llegada con la recesión internacional de 1974-75, que fue la baja económica más severa desde la Gran Depresión cuarenta años antes. Pero lo que más anunció la llegada de una nueva época fue el hecho que, luego de acabarse la recesión, las condiciones económicas no retornaron a al nivel anterior de los 1950 y los 1960. El fracaso de la tasa promedio de beneficios en regresar a sus niveles previos se reflejó en las estadísticas que mostraron poco crecimiento y la tan llamada “estagflación”: la combinación de tasas de desempleo persistentemente altas con altos niveles de inflación.

Los 1970 fueron una década de remolinos económicos y políticos, desde los eventos de mayo-junio, 1968, en Francia, a la expulsión del gobierno Tory en la Gran Bretaña a causa de la huelga de los mineros, y a los levantamientos revolucionarios en Portugal durante 1974 y 1975. No obstante, gracias a la colaboración de los partidos estalinistas y socialdemócratas, la burguesía pudo controlar la situación.

Luego de estabilizar su situación ésta emprendió una ofensiva contra la clase obrera. Esta contrarrevolución en seguida se se puede asociar con los gobiernos de Thatcher y de Reagan. Desde el punto de vista económico, el evento más significante fue la toma del poder de Paul Volcker como presidente del Banco de Reservas de Los Estados Unidos en 1979 y el establecimiento del programa de altas tasas de interés durante los 1980. Esto no fue más que un dictamen del capital financiero que nuevas medidas tenían que adoptarse para aumentar la extracción de la plusvalía producida por la case obrera. Bajo la recesión que el régimen de Volcker, basado en tasas de interés altas, indujo, industrias enteras cerraron sus puertas y el capital industrial fue forzado a comenzar una vasta reorganización de la producción.

Este es el origen de la producción “globalizada” y el desarrollo de una serie continua de transformaciones en la producción basadas en la tecnología de computadoras [ordenadoras]. Enfrentándose a tasas de ganancias decrecientes, el capital ha reaccionado con afán indetenible para aumentar la productividad de la mano de obra y expander la apropriación de la plusvalía que la clase obrera produce. A la misma vez, ha luchado por introducir tecnologías que reducen los gastos y, para sacarle ventaja a la mano de obra barata en otras regiones del mundo, ha desunificado procesos de producción que previamente funcionaban en conjunto.

Dos tendencias identificadas por Marx

En su análisis de la tendencia que la tasa de beneficios tiene a declinar, Marx señaló dos virtientes principales.

“Por una parte, si la tasa de beneficios decrece”, escribió, “el capital ejerce presión para que los capitalistas particulares, a través del perfeccionamiento de sus métodos, etc., depriman el precio de sus mercancías particulares por debajo del valor social corriente y así, al venderlas al precio prevalente del mercado, realizen beneficios adicionales. Por otra parte, surge la estafa y el fomento general de ésta cuando se recurre a especulaciones frenéticas con nuevos métodos de producción, nuevas inversiones de capital, nuevas aventuras—todo para asegurar ese pequeño beneficio adicional que es independiente de la avería general y le sobrepasa”.[2]

El desarrollo de la producción internacionalizada y la introducción de tecnologías basadas en la ciencia de computadoras (ordenadoras), que ha revolucionado los procesos de producción durante las últimas dos décadas, significa que el capital trata de seguir el primer rumbo indicado por Marx. Cada sector particular del capitalismo trata de incrementar su porción de la plusvalía disponible que se le extrae a la clase obrera. Lo hace desarrollando nuevos métodos de producción que reducen sus costes por debajo de la avería social.

Pero los acrecentaciones que han resultado en la productividad de la mano de obra han fracasado en establecer las bases para una nueva era de expansión a nivel de los 1950 y 1960. En Los Estados Unidos, por ejemplo, a pesar de la reducción general de los salarios reales y los trastornos que han sucedido en todos los sectores de la industria, la tasa de beneficios sólo ha podido recuperar un tercio de su baja previa y todavía sigue 35% a 45% por debajo de su apogeo luego de la Segunda Guerra Mundial.

El problema que aparece es el siguiente: ¿Es posible, si es que las innovaciones tecnológicas proceden lo suficiente, que el capitalismo establezca un nuevo período de beneficios, empleos y salarios expansivos? ¿O existen contradicciones inherentes en el proceso de la acumulación de la plusvalía que significa que los niveles de vida declinantes no son una aberración temporaria, sino una característica permanente de la economía capitalista al comenzar el Siglo XXI?

Para contestar estas preguntas necesitamos penetrar el proceso de la acumulación de la plusvalía aún más.

Cuando la productividad de la mano de obra aumenta, aumenta la riqueza que se produce. Pero para el capitalismo, el significado de la tecnología está en el impacto que ésta tiene sobre la extracción de la plusvalía.

Hemos visto que la plusvalía se origina en la diferencia que existe entre el valor de la fuerza de trabajo que el obrero le vende al capital en el contrato salarial y el valor que esta fuerza de trabajo añade durante la jornada diaria.

De acuerdo, la jornada diaria también se divide en dos: entre el tiempo que le toma al trabajador reproducir el valor de su fuerza de trabajo y el tiempo en que le rinde al capitalista la mano de obra sobrante. El impacto de la tecnología sobre la acumulación de la mano de obra sobrante depende, a fin de cuentas, de como ésta [la tecnología] afecta la división de la jornada diaria entre la mano de obra necesaria y la sobrante.

Suppongamos que en una jornada diaria de ocho horas el obrero reproduce el valor de su fuerza de trabajo en cuatro horas y le rinde las cuatro horas que sobran al capitalista. Ahora supongamos que, como resultado de la innovación tecnológica (en la sociedad en general), el tiempo que le toma al obrero reproducir el valor de su fuerza de trabajo se reduce de cuatro a dos horas. Por consiguiente, en una jornada de ocho horas ahora hay seis horas de mano de obra sobrante, lo cual representa un aumento de 50%.

Supongamos que la productividad de la mano de obra se vuelve a duplicar para que la mano de obra necesaria se reduzca de dos a una hora. La mano de obra sobrante aumentará de seis a siete horas. Pero comparado al aumento previo de 50%, éste es solo de 16?%. Se puede ver que por cada vez que la productividad de la mano de obra se duplica, hay un aumento proporcionalmente menor en la plusvalía que se extrae.

Es otras palabras, mientras más la tecnología desarrolle la productividad de la mano de obra, es decir, mientras más se reduzca la mano de obra necesaria (lo cual toma lugar a lo largo de toda la historia del capitalismo), más difícil se le hace a las nuevas tecnologías, no importa lo productivas que sean, aumentar la tasa de plusvalía lo suficiente para restaurar la tasa general de beneficios y asegurar la expansión general del capital.

Bajo la presión de la competencia, cada compañía capitalista, claro, puede—se ve obligada a—tratar de mantener o aumentar sus beneficios particulares por medio de la introducción de tecnologías que reduzcan sus costes. ¿Pero cuál es el efecto de este proceso sobre la acumulación de la masa general de la plusvalía?

Nuevos métodos de producción reducen los costes por medio de la eliminación de sectores enteros de la mano de obra. Pero la mano de obra es la única fuente de la plusvalía y, a fin de cuentas, de los mismos beneficios. Como consecuencia, el desarrollo de estos métodos tiende a reducir la masa de la plusvalía en la economía capitalista general. Por otra parte, a esta tendencia le contrarresta, hasta cierto punto, el aumento de la plusvalía que se le extrae a la mano de obra que queda empleada. Pero, a razón que la mano de obra necesaria ya ha quedado reducida a una pequeña fracción de la jornada diaria—resultado de todo desarrollo tecnológico anterior—no puede aumentar lo suficiente para asegurar la expansión general de la masa de la plusvalía.

Esa es la razón por la cual las tecnologías nuevas ya no producen la expansión de la masa de la plusvalía como lo hacían en el pasado. Producen el estanco y aun la caída, lo cual conduce a la competencia, reducciones de costes y la eliminación de la mano de obra aún más feroces, disminuyendo la acumulación de la plusvalía general todavía más.

Al desenmascarar estas contradicciones en el proceso de acumulación de la plusvalía, podemos ver por qué el capital ha escogido el segundo rumbo indicado por Marx: el esfuerzo por contrarrestar la caída en la tasa de beneficios por medio de operaciones financieras que progresivamente se van divorciando del propio proceso de producción.

Las estadísticas que comprueban este desarrollo son increibles. Por ejemplo, el volumen de comercio hacia finales de los 1990 (en gran parte consagrado al esfuerzo por adquirir beneficios a través de cambios en la valorización de las monedas) fue aproximadamente $1.5 trillones diarios, lo cual representa un aumento de 800% desde 1986. Por contraste, el volumen internacional de las exportaciones para 1997 (constando de servicios y mercancías) fue $6.6 trillones, o sea, $25 billones diarios. Para mediados de los 1990, la cantidad de capital en Los EE.UU. que asumió la forma de fondos mutuos, fondos de pensiones y otros tantos llegó a $30 trillones. O sea, 10 veces las cifras de 1980. Esto de verdad que ha sido un proceso internacional. Las transacciones de bonos y títulos que han cruzado las fronteras internacionales entre 1970 y 1996, cuando se miden como porcentaje del Producto Interior Bruto, aumentaron por un factor de 54 para Los Estados Unidos, de 55 para Japón y de 60 para Alemania.

Y una de las expresiones más dramáticas de este proceso—el esfuerzo para expander el capital a través de manipulaciones y transacciones puramente monetarias—ha sido el surgimiento de las bolsas de valores internacionales.

El escritor estadounidense Robert Schiller, en su libro más reciente, La exuberancia irracional, detalla de la siguiente manera como el mercado estadounidense se ha intensificado:

“La Avería Industrial de Dow Jones estaba por los 3600 a principios de 1994. Para 1999, había sobrepasado los 11,000, triplicándose en cinco años, lo cual significó un aumento total de más de 200% en los precios de la bolsa de valores. A comienzos del 2000, la Dow había pasado los 11,700. Sin embargo, durante el mismo período, los índices económicos básicos ni siquiera se acercaron a triplicarse. El ingreso personal y el Producto Interno Bruto de Los Estados Unidos aumentaron menos de 30%; casi el 50% de este aumento resultó de la inflación. Los beneficios de las corporaciones aumentaron menos de 60%, lo cual provino de una base que había sido temporariamente deprimida por la recesión”.[3]

¿Qué pueden explicar estos desarrollos tan extraordinarios? ¿Qué insinúan para el futuro desarrolllo del capitalismo internacional?

A menudo se piensa que la función del mercado de dividendos en acciones es suministrar capital nuevo para invertir en la producción. Esto es parte de su función, sí, pero no es la principal. Entre 1981 y 1987 en Los Estados Unidos, por ejemplo, las corporaciones no financieras en la actualidad retiraron acciones por un valor de $813 billones más del que habían emitido como resultado de absorciones y operaciones de rescate.

El mercado de acciones en la bolsa de valores tiene poco que ver con recaudar capital nuevo. Lo que se comercia son los títulos de propiedad , o sea, las reclamaciones sobre los ingresos y beneficios del futuro. Es decir, las acciones y los bonos son capital ficticio; es decir, no son capital productivo directamente se relacionan a la extracción de la plusvalía la clase obrera produce. Son títulos de ingreso y propiedad,, reclamaciones sobre la plusvalía producida en otros sectores capitalistas.

Al desarrollo del sistema de crédito y al surgimiento del capital basado en el mercado de acciones a menudo se le considera como si fuera una excrescencia innecesaria y parasítica que crece sobre el cuerpo sano del sistema capitalista. El hecho es que el surgimineto de varias formas de capital ficticio se arraiga en el proceso de la acumulación de la plusvalía y ha resultado del desarrollo histórico del propio sistema capitalista.

El capital, como Marx nunca se cansaba de repetir, no es una cosa; es una relación social. Es valor que se expande a si mismo y en sus varias etapas adquiere la forma de dinero, de los medios de producción, de mercancías, y otra vez de dinero para resumir el ciclo de la expansión del valor.

En este proceso eterno de acumulación, el capitalismo se ve obligado a vencer todo obstáculo. Durante la infancia de su historia, chocó contra las barreras que la riqueza y los ingresos personales le imponían a la acumulación. . Para romper las restricciones de las empresas familiares o de las sociedades en comandita, el capitalismo requería acceso a los recursos de la sociedad en general. El desarrollo del crédito y de las compañías por acciones fue el medio a través del cual logró este objetivo.

Además, a medida que la producción capitalista se expandía, el capital productivo adquirió mayor concentración. Las inversiones en el capital fijo—las fábricas, los edificios, la maquinaria grande, los vastos procesos químicos y de refinamiento—sólo pueden desempeñar sus funciones como medios de producción que extraen la plusvalía de la clase obrera por un largo período. Es decir, el proceso de producción misma requiere capital para permanecer de esta forma durante un largo período. A la misma vez, sin embargo, el capital también necesitaba la capacidad para moverse libremente de una zona de la economía a otra para poder aprovecharse de las oportunidades que se presentaban en la lucha eterna por la apropiación de la plusvalía.

Esta contradicción—entre los requisitos de la producción capitalista para inversiones a largo plazo por una parte, y por otra la necesidad del capital para moverse rápido—se resolvió con el desarrollo de las acciones. El capital se abastece a través de la emisión de acciones que entran en el proceso de producción. La existencia de la mercadería de acciones facilita que los accionistas, inclusive aquellos que pueden haber contribuido el capital inicial, mover su capital a otra zona cuando venden sus acciones—que son títulos de ingresos—sin realmente liquidar el capital productivo mismo. Es decir, el desarrollo de la compañía por acciones y de kla mercadería de acciones fueron los medios históricos a través de los cuales el capital resolvió la contradicción entre la necesidad de tener a mano grandes cantidades de capital fijo y la necesidad de moverlo.

El capital ficticio, por lo tanto, surge como medio para resolver la contradicción que emerge durante el proceso de la acumulación de la plusvalía. Pero éste en sí se convierte en fuente de una nueva contradicción. La aparición de un mercado que consiste en títulos de propiedad, los cuales son reclamaciones sobre la plusvalía, hace posible que el capital expanda su valor a través del comercio en este mercado.

Y ese prospecto se vuelve más y más atractivo—para no decir necesario —cuando el capital productivo le impone restricciones a la acumulación de la plusvalía. Es decir, bajo condiciones de tasas de beneficios que declinan o se estancan, el capital, para poder expanderse, llega a depender más y más de especulaciones aventureras.

He ahí el origen del fantástico aumento en los valores del mercado de acciones que se ha visto desde el principio de los 1980, proceso que ha acelerado durante los últimos cinco años, y del enorme aumento en el mercado de acciones relativo a la economía en general.

En la religión cristiana, según los clérigos, el alma abandona el cuerpo y asciende al cielo. Los sumos sacerdotes del mercado predican una doctrina similar. Sostienen que el dinero puede separarse a si mismo del proceso de producción e ingresar en una gloria celestial financiera donde el dinero eternamente engendra dinero.

¿Es posible que el capital indefinidamente pueda realizar su sueño de convertir al dinero en más dinero? ¿O es que este proceso tiene restricciones inherentes?

Aunque los valores de las acciones pueden seguir aumentando mucho más que el capital productivo hasta empequeñecerlo, el capital ficticio no puede escapar sus orígenes. En cierto punto tiene que enfrentarse con el hecho que es un reclamo sobre la plusvalía y que esta plusvalía en realidad todavía tiene que extraérsele a la clase obrera. Según los defensores de la “nueva economía”, los valores del mercado de acciones no son “irracionales”, sino una mera anticipación del aumento en la productividad y beneficios ocasionados por las nuevas tecnologías, sobretodo aquéllas relacionadas con el Internet.

No cabe duda que las tecnologías nuevas están produciendo—y producirán en el futuro—grandes incrementos en la productividad de la mano de obra. Pero, como ya hemos visto, esos incrementos no proveerán ninguna salida.

Como consecuencia, la estructura del capital internacional adquiere la forma de pirámide invertida a medida que la masa del capital ficticio que reclama su porción de plusvalía crece a pasos agigantados en relación al capital productivo que, a fin y al cabo, tiene que satisfacer.

Permítanme citarles varias estadísticas que ilustran este fenómeno. A principios de 1999, el valor del mercado capitalizado de American Online, con 10,000 empleados, era de $66.4 billones. Sin embargo, el valor de mercado de General Motors, con más de 600,000 trabajadores, era de $52.4 billones. Ambos sectores del capital reclamaban una porción de la plusvalía de acuerdo a su valor de mercado capitalizado. Pero está muy claro que la contribución de America Online, con 10,000 trabajadores, a la acumulación general de la plusvalía disponible (al capital en general) es mucho menor que la de General Motors, con 600,000 trabajadores. Aun si todos los trabajadores de American Online fueran empleados 24 horas al día y no se les pagara nada, no podrían contribuir la misma cantidad de plusvalía que se les extrae a los obreros de General Motors.

En el caso de Yahoo! Esta contradicción—entre las reclamaciones que el capital le hace a la plusvalía por una parte y su verdadera extracción por otra—es aún más lúgubre. Yahoo!, con solo 673 empleados, tenía un valor de mercado capitalizado de $33.9 billones.

Esta estructura tipo pirámide del capital internacional es la fuente de su extrema inestabilidad. Cientos de billones de dólares de capital, buscando su tasa de rendimiento, corren por los mercados mundiales en búsqueda de beneficios.

Cuando los precios de títulos de propiedad—acciones, bonos, bienes raíces, etc,—aumentan, el capital “llueve”, pues busca sacar beneficios comprando barato y vendiendo caro. Todos se salen con la suya. Pero cuando el mercado se tambalea y es aparente que los valores del capital han sido inflados enormemente, corren de estampida y destruyen los valores del capital de la noche a la mañana—no solo del capital ficticio, sino también del productivo.

Luego de la crisis económica asiática de 1997-1998, se trató de sugerir que ésta había resultado de las condiciones peculiares a la región. Pero la verdad es que el colapso oriental, en que se perdieron millones de empleos y los bancos y las corporaciones de repente se vieron con billones de dólares que de ninguna manera podían pagar, no expresó las “condiciones asiáticas” . Más bien representó como el mercado capitalista funciona en general.

Asia y otros mercados vertieron enormes cantidades de capital sobre Los Estados Unidos, intensificando los valores del mercado de acciones y creando las condiciones para un desastre aún mayor: los fondos para pensiones, las cuentas de ahorro y las inversiones de millones de gente se corren el peligro de evaporarse de la noche a la mañana a medida que los valores inflados del mercado caen.

Cierto escritor recientemente notó que la pesadilla de los escritores de ciencia-ficción—de una humanidad controlada por robots y máquinas—se está convirtiendo en realidad, pero no como el dominio de las máquinas sino como el del sistema de capital financiero. Los mercados financieros han asumido la forma de capitalista colectivo, de capital generalizado: autómata que domina a los seres humanos en todos los rincones del mundo, cuyo afán sin paro por acumular la última gota de plusvalía subordina todas las condiciones de vida. Las raíces de este dominio no es la tecnología, sino el sistema de relaciones sociales basadas en la auto expansión del valor.

La crisis a la cual la humanidad se enfrenta es que la misma tecnología y las mismas fuerzas productivas que proveen las bases materiales necesarias para la emancipación humana—la cual, por primera vez en la historia de la humanidad, hace que la posibilidad de una verdadera libertad humana deje de ser un sueño utópico y se convierta en realidad—están subordinadas a un sistema de producción cuya lógica objetiva requiere la pauperización de las masas que producen la riqueza.

Hace más de cien años, en una anticipación brillante de la situación a la cual se enfrentan ahora las masas de todo el mundo, Marx escribió: “Hasta ahora en la historia es hecho verídico que muchos individuos, al ampliar sus actividades en actividad histórico-mundial, se han esclavizado más y más a un poder muy enajenado de ellos ... poder que se ha vuelto enorme y que, a fin de cuentas, termina por ser el mercado mundial”.[4]

Consideremos por un momento el carácter de este mercado mundial, de este enorme movimiento de finanzas que dicta el cierre de una fábrica aquí y allá, la gran destrucción de empleos por allí; que decreta que, en medio de los adelantos productivos mayores de la historia de la humanidad, no hay suficiente dinero para la salud y la educación; que exige que se reduzcan los servicios sociales en este o aquel país y se hagan “ajustes estructurales” en otro. A pesar de lo que sus representantes digan, éste no es producto de Dios, ni un regalo de la naturaleza. Es la expresión enajenada de los poderes productivos sociales de la humanidad.

La perspectiva socialista

¿Cómo vamos despojarnos de esta enajenación? Marx insistió que esto requeriría la realización de dos premisas prácticas.

“Para que ésta [enajenación] se vuelva intolerable, es decir, en una fuerza contra la cual los hombres se rebelan, tiene que haber dejado a la gran masa de la humanidad sin ninguna propiedad. A la misma vez también tiene que haber producido, en contradicción, un mundo de riqueza y cultura. Ambas condiciones presuponen un aumento de la capacidad productiva, un alto grado de desarrollo”.

No existe duda que estas condiciones ya se han cumplido. La globalización de la producción ha resultado en el crecimiento de la clase obrera por cientos de millones en regiones del mundo donde la industria apenas existía varias décadas atrás. En los países capitalistas avanzados, sectores enteros de la población, que anteriormente se consideraban clase media, han sido efectivamente convertidos en proletarios. Y las luchas de los trabajadores por todo el mundo, aunque asuman formas diferentes, han sido objetivamente unificadas por el hecho que emanan de las operaciones de un mercado mundial que domina todas las economías nacionales, y de las exigencias de los mismos bancos y corporaciones transnacionales.

La cuestión candente del día tiene que ver con el programa y la perspectiva que tienen que organizarse y llevar a cabo en la lucha contra el capitalismo mundial. Durante los últimos meses hemos visto una serie de protestas y manifestaciones, primero contra la Organización del Comercio Mundial (OCM), y el mes pasado contra el Fondo Monetario Internacional (FMI) y el Banco Mundial.

Con la aparición de esta oposición, los círculos gobernantes han oído la campana del peligro. No obstante el aumento en los valores de las acciones y el triunfalismo arrogante del mercado hace sólo varios años, éstos reconocen que amplias masas del mundo no sólo están profundamente insatisfechas con el orden social dominante, sino que también son hostiles hacia él.

Pocas semanas después de aparecer estos movimientos, sin embargo, las cuestiones de programa y perspectiva han adquirido importancia primordial; cuestiones que analizáramos en nuestras declaraciones sobre las manifestaciones contra el OCM y el FMI y en el reciente debate con el profesor Michel Chossudovsky en la World Socialist Web Site.

La perspectiva implícita de los elementos que dominan a estos movimientos de protesta, no importa cuanto difieran entre si respecto a las tácticas (por ejemplo, el FMI u otras instituciones del capitalismo mundial deberían ser “reformadas” o “clausuradas”), es que, dado el dominio del sistema económico mundial, es necesario restaurar la soberanía nacional.

El Profesor Chossudovsky señala, absoluta y correctamente, que la “única promesa del ‘mercado libre'" es la devastación económica de los pueblos. Pero, al elaborar su perspectiva, declara: “Debemos restaurar la verdad, debemos restablecer la soberanía a nuestros países y a los pueblos de nuestros países”.

He aquí la diferencia fundamental entre la oposición socialista al capitalismo mundial, que lucha por la unificación de la clase obrera internacional a través de fronteras nacionales, y la oposición pequeño-burguesa nacionalista a la globalización, la cual exige que se restaure el poder del estado-nación.

Esta perspectiva es esencialmente reaccionaria en el sentido histórico más profundo de la palabra. Durante cada etapa del desarrollo del capitalismo han aparecido movimientos cuya reacción al cataclismo social causado por la transformación revolucionaria de las fuerzas productivas es exigir que se regrese al pasado.

Durante la primera etapa del desarrollo del capitalismo industrial, hubieron aquellos que condenaron la destrucción de la economía campesina y de la producción artesana pequeño-burguesa. Durante la era de los monopolios y de la formación de carteles capitalistas gigantes hacia fines del siglo pasado, surgieron movimientos que exigían la restauración de la producción a una escala menor típica de cierta época anterior. Ahora, como reacción a esta última etapa del desarrollo del capitalismo, vemos que se exige un retorno al capitalismo regulado por cada nación. Esto se basa en el programa keynesiano de la estimulación inmediata, que se instalara después de la Segunda Guerra Mundial.

En nuestra declaración del 30 de noviembre, 1999, titulada Primeros principios políticos para un movimiento contra el capitalismo mundial, hicimos hincapié a una confusión fundamental: la identificación de la “globalización” con el “capitalismo internacional.

Insistimos que “Es necesario distinguir entre el carácter más y más internacionalizado de la producción y el comercio de mercancías—el cual, por si solo, es un desarrollo progresista al que los adelantos de la ciencia de computadoras, las telecomunicaciones y la transportación han impulsado—y las consecuencias socialmente destructivas que surgen, no de la globalización como tal, sino de la continua subordinación de la vida económica a un sistema propulsado a la búsqueda anárquica de los beneficios y unido a una forma de organización política nacional pasada de moda.

“La cuestión de gran importancia para hoy día no es como hacer retroceder el desarrollo hacia una época casi mística de vida económica nacional aislada. Más bien es: ¿quién va a controlar la economía internacional? ¿Los intereses de quién han de determinar como se utilizan estas capacidades técnicas y culturales tan inmensas?”

Coloquemos este llamado a la restauración de la soberanía nacional dentro de su contexto histórico. El estado-nación fue creado por la burguesía a medida que luchaba por desarrollar las fuerzas de producción y darle forma nueva al mundo para satisfacer las necesidades del nuevo orden social que engendraba. Pero el sistema de naciones-estados ya hoy ha sido totalmente rendido reaccionario por el desarrollo internacional de las fuerzas productivas. Por lo tanto, basar una perspectiva política en la demanda que se restaure la soberanía nacional es lo mismo que insistir, tal como hicieron varios movimientos opuestos al capitalismo, que se mantuviera el orden feudal.

La oposición socialista al capitalismo internacional se orienta hacia el futuro, no al pasado, como hacen los movimientos de protesta pequeño-burgueses. O, más precisamente, basa su perspectiva sobre los procesos objetivos dentro de la economía capitalista actual, los cuales preparan el camino para un orden social superior y el adelanto de la civilización.

La burguesía siempre y por todas partes impulsa el desarrollo de la producción capitalista para la acumulación de los beneficios y la intensificación de la explotación clasista. No obstante, es este mismo desarrollo de las fuerzas productivas que socava el dominio de la burguesía y prepara las condiciones para su derrocamiento. Tal como Marx explicara en El manifiesto comunista, la burguesía es como el brujo que “ya no puede controlar los poderes del otro mundo que ha conjurado con sus hechizos”.

La globalización de la producción y de las finanzas no sólo ha creado a la clase obrera como sepultera del capitalismo mundial; ha preparado las bases objetivas para una economía socialista mundial planificada.

¿Qué más puede ser la corporación transnacional moderna, con su sistema de planificación compleja y mecanismos de información y control, sino la precursora de las formas de planificación y producción socialistas que se desarrollan dentro del capitalismo mismo? Si hoy es posible organizar la producción y distribución de las mercancías y los servicios a través de países y continentes enteros, entonces es eminentemente posible llevar a cabo la planificación socialista a nivel mundial. Esta se basaría en la satisfacción de las necesidades humanas, en que las fuerzas productivas se librarían de la lógica inexorable de la acumulación de la plusvalía y se obligarían a servir a la humanidad en vez de usarse como instrumento de opresión.

Si es posible, a través del desarrollo de los mercados financieros internacionales y sus sistemas de comunicación, proveer información del último momento acerca de la actividad económica en cualquier rincón del mundo, entonces es perfectamente posible desarrollar los medios de información y de comunicación para que, por primera vez en la historia, las masas participen en la planificación, la organización y el control de la vida económica.

Este es el objetivo por el cual el movimiento socialista lucha; objetivo que no proviene de esquemas de este o aquel otro reformista universal, sino de los procesos que se presentan ante nuestra propia vista.

La Revolución Rusa

La construcción de un movimiento político para lograr esta perspectiva requiere la asimilación de las lecciones políticas del Siglo XX, sobretodo de su mayor suceso, la Revolución Rusa de 1917.

El fracaso de la revolución en expandirse, la consecuente degeneración del primer estado obrero en el régimen totalitario estalinista, y la siguiente restauración capitalista han producido una gran confusión y desorientación política.

Pero el desarrollo del capitalismo mundial mismo está creando las condiciones objetivas para la clarificación de las capas más avanzadas de la clase obrera y de los intelectuales y, a través de ellos, de las masas amplias.

La Revolución Rusa no surgió de un cielo azul y despejado. Surgió, tal como la había activamente preparado y anticipado el movimiento marxista, de la primera etapa de la globalización capitalista a finales del Siglo XIX.

El primer experimento para vencer el barbarismo al cual el capitalismo mundial había lanzado a la humanidad fracasó. La burguesía logró mantenerse en el poder y la revolución se desfiguró.

Pero coloquemos a este primer experimento en un contexto histórico más amplio. Todas las condiciones que lo produjeron de nuevo maduran. La historia, claro, no ha de repetirse, pero ninguna de las contradicciones que causaron la Revolución Rusa se han resuelto. Si el capitalismo hubiera logrado, durante los últimos cien años, asegurar el desarrollo armónico de las fuerzas productivas para asegurar el adelanto social, cultural y económico de las masas del mundo, entonces tendríamos que decir que la posibilidad del socialismo internacional todavía permanece como un sueño utópico imposible de realizar.

Pero éste claramente no es el caso. Todas las contradicciones del capitalismo que engendraron las luchas revolucionarias de la primera parte del siglo han asumido forma todavía más explosiva. La perspectiva histórica sobre la cual la Revolución Rusa se llevó a cabo—es decir, la reorganización del mundo por medio de la revolución socialista internacional—es la única salida viable del callejón sin salida al cual el capitalismo mundial ha lanzado a la humanidad. El establecimiento de una dirigencia internacional basada sobre esta perspectiva es la misión urgente del día. Es ésta la meta del Partido Socialista por la Igualdad y del Comité Internacional de la Cuarta Internacional.