English

Hacia una nueva apreciación del patrimonio de León Trotsky y su lugar en la historia del Siglo XX

Utilice esta versión para imprimir | Send this link by email | Email el autor

A continuación sigue el texto de una charla de David North presentada el 21 de enero, 2001, ante una escuela internacional organizada por el Partido Socialista por la Igualdad de Australia en Sydney. David North es presidente de la junta editorial del WSWS y secretario nacional del Partido Socialista por la Igualdad de Los Estados Unidos.

Introducción: El Comité Internacional de la Cuarta Internacional, 1991-2001

Me gustaría comenzar citándoles parte de un artículo que León Trotsky escribió en 1923:

“Los revolucionarios de nuestra época, quienes sólo pueden vincularse a la clase obrera, tienen sus propias características psicológicas especiales y cualidades intelectuales Si es necesario y posible, destrozarán a la fuerza todo impedimento histórico. Si ésto no es posible, tratan de encaminarse por otro lugar. Si este desvío es imposible, los revolucionarios paciente y persistentemente siguen escarbando y buscando atajos . Son revolucionarios porque no le temen a la destrucción de los obstáculos o usar su poder implacable. Conocen el valor histórico de estas cosas. Se empeñan constantemente en realizar todo el potencial de sus labores destructivas y creativas, lo cual significa deducir de toda situación histórica lo máximo posible parta avanzar el progreso de la clase revolucionaria.

“Sólo los obstáculos externos—no los internos—limitan las actividades de los revolucionarios. Es decir, éstos tienen que capacitarse a sí mismos para determinar la situación en que se encuentran—la realidad concreta y esencial de todos los aspectos afirmativos y negativos de su práctica—y formular correctamente la hoja de balance político”.

Me parece que esta cita tiene una pertinencia asombrosa si consideramos el período histórico por el que atravesamos durante la última década. El 2001 marca el final de una década que comenzó con la explosión de la Guerra del Golfo Persa en enero, 1991, año que terminara con la disolución de la Unión Soviética. Todos sabemos que estos acontecimientos abrieron para la clase obrera internacional uno de los capítulos más difíciles de su historia. No en el sentido en que los 1930 y 1940 fueron difíciles. Esos fueron años de la crisis capitalista más extrema y explosiva. Pero creo que tenemos razón al decir que, durante las décadas anteriores, la consciencia política de grandes sectores de la clase obrera sufrió un deterioro espeluznante. Esto fue consecuencia histórica de la distorsión política, la falsificación y el oportunismo implacable que, durante las décadas anteriores, caracterizaron la política de las viejas burocracias estalinistas y socialdemócratas, las cuales privaron a la clase obrera de perspectiva y orientación revolucionarias. La clase obrera quedó desprevenida a nivel internacional para lidear con los cambios bruscos en la situación política y con los cambios en la estructura de la economía mundial, los cuales desenmascararon la ruina total de los programas nacionalistas de las antiguas organizaciones que alegaban representar los intereses de la clase obrera.

Durante la última década hubo un deterioro general de las luchas sociales independientes de la clase obrera. Este proceso tuvo su paralelo por todo el mundo: la degeneración y desintegración de las viejas instituciones que sostenían defender y representar una orientación revolucionaria. Es casi imposible identificar un partido político de la izquierda que lograra, durante los últimos diez años, repeler el impacto corrosivo de este deterioro tan universal. Pero hubo una excepción: el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

No puedo negar que las condiciones de la última década no tuvieran, de varias complejas maneras, un gran impacto sobre nuestros cuadros. Nuestro movimiento no puede aislarse completamente de las presiones del ambiente político en el que funciona. Los camaradas que forman este movimiento añadieron diez años a sus vidas y tuvieron que solucionar todo tipo de problema que la acumulación de años le impone a individuos. Tuvimos que cambiar las formas de nuestras actividades cotidianas.

Puesto que no existe un movimiento de masas del cual nuestros partidos podían recibir apoyo y nutrirse, tuvimos que cambiar dramáticamente ciertas características formales de nuestra organización. En muchos casos, camaradas que por años habían trabajado en el campo político a tiempo completo tuvieron que buscar empleos y capacitarse a sí mismos para ganarse la vida en un ambiente económico mucho más difícil que el que había existido durante el apogeo de la prosperidad post Segunda Guerra Mundial. Cuando se llega a cierta edad, los cambios plantean muchos problemas.

Pero no creo que, cuando se escriba la historia de nuestro movimiento, esas experiencias serán las que definan nuestra tendencia durante este período. Lo que en realidad se verá es el hecho incontrovertible siguiente: la década de los 1990 representó un verdadero progreso del nivel político y teórico de nuestro movimiento. Fue durante esta década que el Comité Internacional surgió y se convirtió, de muchas maneras, en el reconocido líder del socialismo internacional.

Si aceptamos la premisa básica que la teoría revolucionaria le da ímpetu a la práctica revolucionaria, la época que acaba de acontecer presenció un genuino florecimiento de la teoría marxista dentro nuestro movimiento internacional; florecimiento que hizo posible la elaboración de una nueva perspectiva que se reflejó en la transformación de ligas en partidos. Basándose en el análisis de los cambios profundos que se han dado en la estructura del capitalismo mundial y en el desarrollo de su tecnología, esta perspectiva llegó a formar la base para la creación de una nueva forma de organización política, la cual se expresó con el lanzamiento de la World Socialist Web Site [Sitio de la Maya Mundial Socialista] en febrero, 1998.

No he visto las últimas cifras, pero la cantidad de lectores que tenemos ha aumentado exponencialmente durante los últimos dos años. Recibimos entre millón y medio y dos millones de visitas al mes, lo cual se traduce a mucho más de 100,000 lectores al mes. Esta cifra representa un aumento extraordinario del público internacional del movimiento trotskista mundial.

Si me permiten dirigirles la atención nuevamente a la cita de Trotsky, me gustaría enfatizar lo siguiente: aun durante lo que aparentemente fueron condiciones objetivas menos favorables, o condiciones objetivas imposibles para los estalinistas y las que organizaciones radicales y oportunistas, nos fue posible deducir el material político necesario para desarrollar el marxismo de manera genuina, y expandir la influencia política del Comité Internacional de la Cuarta Internacional. Si eso nos fue posible bajo condiciones en que crisis profundas estremecían el movimiento de la clase obrera, tenemos toda la razón para confiar en que una acrecencia súbita de la luchas de la clase obrera ha de reflejarse, de manera verdaderamente explosiva, en la expansión de nuestra tendencia política.

Un partido político se pone a prueba durante condiciones de infortunio político. Nuestro movimiento ha demostrado enorme creatividad e ingenuidad al identificar y utilizar las posibilidades inherentes en esta situación objetiva; posibilidades que ninguna otra organización que alega representar a la clase obrera ha detectado. Nos hemos valido de esas condiciones para realizar un adelanto enorme de significado histórico en la labor del movimiento marxista internacional.

¿En qué, a fin de cuentas, se basa este adelanto? Desde el punto de vista de la historia reciente del Comité Internacional, el factor más importante fue la lucha del CICI contra el oportunismo del Workers Revolutionary Party desde 1982 en adelante. Esa lucha fue fundamental en resuscitar los principios fundamentales del trotskismo dentro de nuestra organización.

Eso, claro, nos presenta un factor todavía más profundo. ¿Qué, en realidad, era lo que estábamos haciendo? Estábamos estableciendo, o reestableciendo, aquellos principios que Trotsky iniciara y desarrollara como base para la formación del movimiento revolucionario. Esto, claro, nos conduce al tema principal del informe de hoy: la reconsideración del patrimonio de Trotsky y su lugar en la historia de la Cuarta Internacional.

Sesenta años desde el asesinato de Trotsky

Hace más o menos sesenta años—el 21 de agosto, 1940—murió un hombre que indiscutiblemente siempre ocupará uno de los primeros lugares en la historia de la lucha de la humanidad por su emancipación propia. A medida que los historiadores, en los años y décadas venideros, estudien, analicen e interpreten el Siglo XX, la figura de León Trotsky adquirirá mayor importancia. Ninguna vida reflejó tan profundamente las luchas, aspiraciones y tragedias del siglo pasado como la de Trotsky. Si aceptamos de verídico la asombrosa observación de Thomas Mann que “en nuestros tiempos el destino del hombre se presenta a sí mismo en términos políticos”, entonces se puede decir, sin miedo a exagerar, que, durante los sesenta años que Trotsky vivió, ese destino encontró su más profunda realización. La biografía de León Trotsky expresa, de la manera más fundamental y concentrada, las vicisitudes de la revolución mundial socialista durante la primera mitad del Siglo XX.

Tres años antes de morir, durante cierta conversación con un periodista estadounidense hostil y escéptico, Trotsky explicó que su vida no había sido una serie de episodios confusos y finalmente trágicos, sino que representaba diferentes etapas en la trayectoria histórica del movimiento revolucionario. Su llegada al poder en 1917 fue consecuencia del levantamiento sin precedente de la clase obrera. Por seis años, su poder dependió de las relaciones sociales y políticas que ese levantamiento creara. El deterioro de la fortuna política personal de Trotsky surgió inexorablemente de la diminución de la ola revolucionaria. Trotsky perdió el poder no porque era un político menos capacitado que Stalin, sino porque la fuerza social que formaba la base de su poder—la clase obrera rusa e internacional—se encontraba en retaguardia política. El agotamiento de la clase obrera rusa luego de la guerra civil, el poder político creciente de la burocracia soviética y las derrotas sufridas por la clase obrera europea, sobretodo en Alemania, fueron, a fin de cuentas, los factores decisivos que causaron que Trotsky cayera del poder.

Todas las derrotas subsiguientes de la clase obrera internacional se vincularon al destino personal de Trotsky: la desmoralización política, resultado de la derrota de la Revolución China en 1927, le dio a Stalin el pretexto para expulsar a la Oposición Izquierdista de la Internacional Comunista y exiliar a Trotsky primero a Alma Ata y, no mucho después, fuera de la URSS misma. La victoria de Hitler en 1933—posible por la política irresponsablemente criminal del Partido Comunista Alemán bajo dirección estalinista—le dio ímpetu a una cadena de sucesos que terminó en los Juicios de Moscú, las catástrofes de los Frentes Populares estalinistas y la expulsión final de Trotsky fuera del continente europeo al lejano México.

Fue en Coyoacán, suburbio de la Ciudad de México, que un agente estalinista asesinó a Trotsky. Su muerte llegó cuando la orgía sangrienta de las contrarrevoluciones fascistas y estalinistas llegaba a su apogeo. Ya para esa época casi todos los camaradas de Trotsky habían sido liquidados en la Unión Soviética. Sus cuatro hijos ya habían muerto. Las dos hijas mayores murieron prematuramente a causa de las privaciones sostenidas durante la persecución de su padre. Los dos hijos, Sergei y Lev, fueron asesinados por el régimen estalinista. Cuando Lev Sedov murió en París en febrero de 1938, era la segunda figura de mayor importancia en la Cuarta Internacional. Otras personas excepcionales en el secretariado de la Cuarta Internacional—Edwin Wolf y Rudolf Klement—fueron asesinados en 1937 y 1938.

Ya para 1940 Trotsky sabía que su asesinato era inevitable. Esto no significa que se había resignado de alguna manera pesimista a su destino. Hizo todo lo que pudo para evadir y retardar el golpe mortal que preparaban Stalin y sus agentes en el aparato de la policía secreta. Pero él comprendía que la contrarrevolución era lo que formaba la base de las conspiraciones de Stalin. “Yo vivo”, escribió, “no de acuerdo a las regla, sino como excepción a ella”. Predijo que Stalin se valdría del estallido de la guerra en Europa Occidental durante la primavera de 1940 para dar su golpe. Trotsky tuvo la razón.

El primer atentado criminal de importancia tomó lugar durante la noche del 24 de mayo, 1940, mientras el mundo se concentraba en la desastrosa derrota del ejército francés a manos de Hitler. El segundo y exitoso atentado ocurrió durante la Batalla de Inglaterra a finales del verano del mismo año.

¿Por qué era Trotsky, exilado y aislado, tan temido? ¿Por qué fue necesaria su muerte? El mismo Trotsky ofreció una explicación política. En el otoño de 1939, varias semanas después de firmarse el Pacto Stalin-hitler (el cual, a propósito, había predicho) y el estallido de la Segunda Guerra Mundial, Trotsky se refirió a una conversación, publicada en un periódico de París, entre Hitler y el embajador francés Coulondre. Mientras Hitler se vanagloriaba de que el pacto con Stalin le daba mano libre para derrotar a los enemigos de Alemania en el occidente, Coulondre lo interrumpió con una advertencia: “El verdadero vencedor (en caso de guerra) será Trotsky. ¿Ha pensado bien esto?” Hitler expresó acuerdo con el análisis del embajador francés, pero culpó a sus adversarios de haberle obligado a revelar sus planes prematuramente. Citando este asombroso informe, Trotsky escribió: “A estos caballeros les gusta dar nombres personales al espectro de la revolución...Los dos—Coulondre y Hitler—representan el barbarismo que avanza sobre Europa. Al mismo tiempo, ninguno de los dos duda que la revolución socialista conquistará ese barbarismo”.

Si los imperialistas fascistas y democráticos le tenían miedo a Trotsky, la burocracia soviética le temía mucho más. Stalin no había olvidado que las derrotas sufridas por los ejércitos rusos durante la Primera Guerra Mundial habían desacreditado al régimen y puesto a las masas en marcha. Y si la guerra estallase de nuevo, ¿no existía el mismo peligro, a pesar del pacto con Hitler? Trotsky, siempre que permaneciera vivo, representaba la alternativa revolucionaria a la dictadura burócráta, la encarnación humana del programa, los ideales y el espíritu de Octubre de 1917. Por eso no se le podía permitir vivir.

Pero aun en muerte, el temor a Trotsky no disminuyó. Es difícil pensar en otra figura que, no sólo mientras estuviera vivo sino también décadas después de morir, haya mantenido la capacidad para asustar a los poderes en existencia. El patrimonio histórico de Trotsky resiste toda asimilación y apropiación. A los diez años de la muerte de Marx, los teóricos de la socialdemocracia alemana habían encontrado varias maneras de lograr que sus obras fueran aceptables a una perspectiva social reformista. El destino de Lenín fue todavía mucho peor: sus restos fueron embalsamados y su patrimonio teórico falsificado. Con la bendición de la burocracia, fue convertido en una religión estatal. Pero esto no pudo ser posible con Trotsky. Sus obras y acciones fueron demasiado concretas en sus implicaciones revolucionarias. Además, los problemas políticos que Trotsky analizó, las relaciones socio políticas que definió y hasta los partidos que tan precisa, apta y mordazmente criticó persistieron durante el resto del siglo.

En 1991, la Universidad de Duke publicó un estudio de 1,000 páginas sobre el movimiento internacional trotskista. El autor, Robert J. Alexander, considerado por los círculos académicos como especialista en esta materia, es fervorosamente anti marxista.

En su introducción, Alexander hace la siguiente observación asombrosa: “Para finales de los 1980, los trotskistas nunca habían llegado al poder en ningún país. Aunque el trotskismo internacional no goza del respaldo de un régimen bien establecido—como fue con los herederos del estalinismo—la persistencia del movimiento en una amplia variedad de naciones, junto con la inestabilidad de la vida política de la mayoría de los países del mundo, significa que no podemos descartar la posibilidad que un partido trotskista, en un futuro no muy lejano, pueda llegar al poder”.[1]

El “régimen bien establecido” desapareció no mucho después que se publicara el libro del Sr.Alexander. La burocracia soviética nunca rehabilitó a León Trotsky. La historia, como se ha notado con frecuencia, tiene un sentido irónico sin par. Durante décadas los estalinistas alegaban que Trotsky había tratado de destruir a la Unión Soviética; que había formado conspiraciones con los imperialistas para desmembrar a la URSS. Por eso el régimen soviético lo había sentenciado a pena de muerte en ausencia. Pero, a fin de cuentas, fue la burocracia misma, tal como Trotsky había advertido con tanta anticipación, que desmembró y liquidó a la URSS. Y en ningún momento lo hizo sin repudiar, abierta y honestamente, los cargos con los cuales Trotsky y su hijo habían sido imputados. Fue mucho más fácil para Gorbachev y Yeltsin firmar el decreto de muerte de la URSS que reconocer la falsedad absoluta de todas las acusaciones contra Trotsky.

Sin menospreciar de ninguna manera los cambios económicos y sociales tan enormes que han ocurrido durante los últimos 60 años, no existe mucha distancia entre nosotros y los problemas, las cuestiones y los temas que Trotsky trató. Aún después del colapso de la Unión Soviética, las obras de Trotsky han mantenido, a nivel extraordinario, su carácter contemporáneo. Para comprender la política del Siglo XX y, nada menos importante, para uno poder orientarse políticamente dentro del complejo mundo al que nos enfrentamos durante la primera década del Siglo XXI, es imprescindible estudiar las obras de Trotsky.

Si medimos la grandeza de una figura política por el alcance y pertinencia perdurable de su patrimonio, entonces Trotsky debe ir a la delantera de los líderes del Siglo XX. Consideremos por un momento las figuras políticas que dominaban el mundo en 1940. Es difícil mencionar los nombres de los dirigentes totalitarios de la época—Hitler, Mussolini, Stalin, Franco—sin decir obscenidades. Lo único que legaron fue la memoria de sus crímenes abominables. Y en cuanto a los “grandes” líderes de las democracias imperialistas—Roosevelt y Churchill—nadie puede negar que eran personalidades impresionantes con grandes talentos dentro de los límites de la política parlamentaria. Churchill, más brillante que el presidente estadounidense, era orador de talento y como escritor tenía cierta capacidad. Pero, ¿podemos en realidad hablar del patrimonio del uno o el otro? ¿Puede alguien sugerir en serio que en los discursos y libros de Churchill y Roosevelt (este último, por cierto, no escribió ningún libro) se pueden encontrar análisis y revelaciones que contribuyan a un comprendimiento de los problemas políticos a los que nos enfrentamos a comienzos del Siglo XXI?

Aun en sus días de gloria, Trotsky se elevaba como una una torre sobre sus contemporáneos. La influencia de todos los que he mencionado estaba directamente vinculada al—y dependía del—control que ejercían sobre los instrumentos del poder estatal. Si hubieran estado desligados de ese poder, casi no habrían merecido la atención del mundo. Separado del Kremlin y su máquina de terror, Stalin no hubiera sido más de lo que fue anterior a Octubre de 1917: “una mancha gris”.

Trotsky fue privado de todo poder oficial en 1927. No obstante, nunca quedó indefenso. Le gustaba citar esa oración famosa del Dr. Stockman, personaje en la obra teatral de Ibsen, Enemigo del pueblo: “El hombre más poderoso del mundo es el que lucha solo”. Esta perspicacia del gran dramaturgo noruego adquirió forma en la vida del más grande de los revolucionarios rusos. Trotsky mostró, de la manera más inspirante y eterna, el poder de las ideas y los ideales que corresponden a—y expresan claramente—los esfuerzos progresistas de la humanidad y que, por ende, llevan consigo la fuerza de la necesidad histórica.

Trotsky el escritor

Cuando hablamos de la vida de Trotsky, es difícil resistir la tentación de consagrarle todo el escaso tiempo que uno tiene a citar sus obras. Cierto que por lo menos lograríamos el éxito de brindarle al público una experiencia estética excepcional. Si podemos dejar a un lado por unos momentos nuestras simpatías políticas, a cualquier lector capaz de promulgar opiniones objetivas le sería difícil negar que Trotsky se encuentra entre los escritores más grandes del Siglo XX. Han pasado más o menos 30 años desde que leí un libro de Trotsky por primera vez: la monumental Historia de la Revolución Rusa, obra monumental. Estoy seguro que no soy la única persona que todavía recuerda el impacto emocional e intelectual de su primer encuentro con la prosa asombrosa de Trotsky. Cuando lo leí en traducción, me puse a pensar sobre la estatura como escritor que le acordarían los que podían leer su obra en el ruso original. Inesperadamente se me presentó una oportunidad para satisfacer mi curiosidad. Asistí a una charla de un perito de la literatura rusa que había huido de su tierra natal después de la Revolución de Octubre. Este no era un hombre de quien se podía espera la menor simpatía por Trotsky. Cuando concluyó su presentación, que había consistido de una visión panorámica de la literatura rusa del Siglo XX, le pedí su opinión de Trotsky el escritor. Recuerdo intensamente no sólo su respuesta, sino también el acento espeso con que la pronunció: “Trotsky”, dijo, “es el maestro más grande de la prosa rusa desde Tolstoy”. Muchos años después, su opinión encontró eco en la observación de un estudiante que conocí durante mi primera visita a la Unión Soviética en 1989: Confesó que leer a Trotsky había sido para él una experiencia difícil. ¿Pero por qué? “Porque cuando leo a Trotsky”, explicó, “me veo forzado a estar de acuerdo con él...¡Y no quiero hacerlo!”

La variedad de temas sobre los cuales Trotsky escribió—acerca del arte, la literatura y la cultura, los adelantos científicos, los problemas de la vida cotidiana y, claro, la política—casi nos deja boquiabiertos. Nosotros, los mortales menores, obligados a aceptar nuestros muy, muy modestos talentos, nos tambaleamos cuando tomamos en cuenta la inmensidad de la obra literaria de Trotsky. Nos preguntamos: ¿cómo le fue posible antes de la época de los procesadores de palabras y los programas de computadoras [ordenadoras] para corregir la ortografía? Quizás parte de la respuesta se encuentra en la asombrosa agilidad que Trotsky tenía para pronunciar discursos improvisadamente de manera casi tan hermosa y persuasiva que cuando escribía. Según los informes, sus dictados eran mejores que los borradores pulidos de los mejores escritores.

Figura mayor de la literatura del Siglo XX, Trotsky le debía bastante a los grandes maestros rusos del Siglo XIX, en particular a Turgenev, Tolstoy, Herzen y Belinsky. La misma persona que escribía proclamaciones en prosa de índole marcial inflexible y órdenes de batalla que conmovían a millones, también escribía prosa de belleza memorable. Tenemos el ejemplo cuando recordaba cierto momento durante su escape del exilio en la Siberia.

“El trineo se deslizaba suave y sigilosamente, como un barco sobre la superficie cristalina de un lago. En la oscuridad que se plegaba, la foresta parecía todavía más enorme que antes. Yo no podía ver la carretera y casi ni sentía el movimiento del trineo. Parecía que los árboles estuvieran hechizados y se dirigían corriendo hacia nosotros. Arbustos desaparecían. Viejos troncos cubiertos de nieve se esfumaban; todo parecía lleno de misterio. El único sonido era el chu-chu-chu-chu rápido y regular de la respiración de los ciervos. Miles de sonidos, olvidados hace ya tiempo, llenaban mi cerebro en medio del silencio. De repente escuché un silbido agudo que provenía de lo más negro de la foresta. Parecía misterioso e infinitamente remoto, pero era sólo nuestro Ostyak dándole órdenes a su ciervo. Entró de nuevo el silencio. Más silbidos lejanos. Más árboles que silenciosamente aparecían de la oscuridad para otra vez perderse en ella” [ 1905 (New York: Vintage, 1971), pp. 459-60].

No importaba que tema fuera, lo esencial e implícito de los escritos de Trotsky siempre era la revolución...una revolución que se expresa orgánicamente en todos los aspectos de la vida. A Trotsky le agradaba señalarle a sus lectores las formas inesperadas que la revolución tomaba. Al describir el juicio de los diputados del sóviet [consejo obrero gubernamental] luego de la revolución de 1905, Trotsky saborea el contraste entre la atmósfera oficial, severa y amenazante, del edificio del tribunal—lleno de “gendarmes con sus sables al descubierto- y la “cantidad infinita de flores” que los admiradores y partidarios de los acusados revolucionarios habían llevado a la sala de juicio:

“Había flores en los ojales de las solapas, flores en las manos y sobre las piernas, y flores que simplemente llenaban los bancos para sentarse. El presidente del tribunal no se atrevía a quitar del medio a estas fragrantes intrusas. Al final, hasta los gendarmes oficiales y funcionarios del tribunal, totalmente ‘desmoralizados’ por el ambiente dominante, le daban flores a los acusados” [ ibid., p. 356].

Creo que fue un escritor no menos que George Bernard Shaw el que una vez observó que cuando Trotsky usaba la pluma para cortarle la cabeza a un oponente, no podía resistir la oportunidad de levantarla y mostrarle a todos que no tenía sesos. Pero el poder de la polémica de Trotsky estaba en la manera brillante como desenmascaraba la contradicción entre los fines subjetivos de este o aquel político y la evolución objetiva de las contradicciones sociales de la época revolucionaria. Usando el despliegue indispensable del proceso histórico como vara de medir, la crítica mordaz de Trotsky no era cruel. Simplemente tenía la razón. Del dirigente principal del Gobierno Provisional burgués en 1917 escribió:

“Kerensky no era revolucionario; tan sólo le daba vueltas a la revolución...Como teórico no tenía ninguna preparación. Carecía de toda educación y calaña política. No tenía capacidad para pensar. En lugar de estas cualidades poseía una susceptibilidad ligera, un temperamento explosivo y ese tipo de elocuencia que no afecta a la mente o la voluntad, sino a los nervios [ Historia de la Revolución Rusa, (London: Pluto Press), p. 201].

Y del dirigente del Partido Social Revolucionario, Victor Chernov: “Hombre bien leído pero no bien preparado, de bastante conocimiento no integrado, Chernov siempre tenía a su disposición un sin número de citas que por mucho tiempo afectaron la imaginación de la juventud sin enseñarles mucho. Había sólo una pregunta que este locuaz dirigente no podía contestar: ¿A quién dirigía y hacia dónde? Las fórmulas eclécticas de Chernov, ornamentadas con moralejas y versos, por cierto tiempo unificaron a un público bien variado que en todo momento crítico jalaba en diferentes direcciones. No es de extrañarse, pues, que Chernov, satisfecho de sí mismo, contraponía sus métodos de crear un partido al ‘sectarismo’ de Lenín” [ Ibid., p. 247].

Y por último, del ex formidable teórico de la Socialdemocracia alemana: “Kautsky tiene un claro y solitario sendero hacia la salvación: la democracia. Lo único necesario es que todo el mundo lo reconozca y que se vincule a él. Los socialistas de derecha tienen que renunciar a la matanza sanguinaria con que han estado cumpliendo la voluntad de la burguesía. La burguesía misma debe abandonar la idea de utilizar sus Noskes y Lugarteniente Vogels para defender sus privilegios hasta el último suspiro. Por último, el proletariado tiene que renunciar una vez por todas la idea de derrocar a la burguesía por medios extra constitucionales. Si esta lista de condiciones se respeta, la revolución social se disolverá en la democracia sin ningún sufrimiento. Para lograr el éxito, lo creemos suficiente que nuestra tormentosa historia se cubra la cabeza con una gorra para dormir y aprenda un poco de la sabiduría que Kautsky tiene en su caja de rapé” [ Terrorismo y comunismo, (Ann Arbor: University of Michigan Press, 1969) p. 28].

Uno podría pasarse el día entero sin ninguna dificultad citando trozos que expresan el genio literario de Trotsky. Pero su genio no era simplemente, o principalmente, asunto de estilo. Existe un elemento, mucho más profundo, que convierte a la obra literaria total de Trotsky en uno de los éxitos intelectuales mayores del Siglo XX. Hasta el punto en que la historia encuentra su expresión consciente a medida que se despliega, ese proceso se manifiesta en las obras de León Trotsky. Por lo general, no existe nada más efímero que el comentario político. La vida media de las columnas periodísticas mejor escritas por lo regular no duran más que lo toma beber una tasa de café. Éstas van directamente de la mesa de desayuno al basurero.

Pero este no es el caso con las obras de Trotsky. Y no me refiero a sus obras principales, ni a los comentarios que escribió para los diarios. Las obras de Trotsky—y hay que añadir sus discursos—a veces parecen que representan el primer experimento de la historia para explicar, lo mejor que se pueda, lo que está haciendo o tratando de lograr. El objetivo fundamental de las obras políticas principales de Trotsky—ubicar los acontecimientos más recientes de la trayectoria mundial histórica de la revolución socialista—se reflejaba en los títulos que escogía para sus obras: ¿Por cuál etapa atravesamos hoy?; ¿Hacia dónde se dirige Inglaterra?; ¿Adónde va Francia?; ¿Hacia el capitalismo o al socialismo?. Lunacharsky una vez dijo que Trotsky siempre estaba consciente de su lugar en la historia. Esta era su punto fuerte, la fuente de su resistencia política contra el oportunismo y todas las presiones. Trotsky concebía al marxismo como “ciencia de la perspectiva”.

Aquí tenemos que aclarar un punto en cuanto a esto se refiere: una de las consecuencias de la destrucción de los cuadros revolucionarios a manos del estalinismo y de la subsiguiente erosión del marxismo como arma teórica de la lucha emancipadora de la clase obrera ha sido aplaudir como grandes marxistas a todo tipo de gente sin ningún vínculo a esta lucha: economistas marxistas, filósofos marxistas, estéticos marxistas, etc. No obstante, cuando éstos trataron de aplicar su presunto dominio de la dialéctica al análisis político de los sucesos por los cuales atravesaban, probaron ser unos incompetentes. Trotsky fue el último gran representante de cierta escuela de pensamiento marxista—llamémosla la escuela clásica—cuyo dominio de la dialéctica se reveló ante todo en su capacidad para medir cualquier situación política, proponer una prognosis política y elaborar una orientación estratégica.

Reevaluando a Trotsky

Quizás la misión más crítica de la Cuarta Internacional a través de toda su historia haya sido la defensa del papel histórico de Trotsky contra las calumnias de los estalinistas. Este deber no sólo tenía que ver con la defensa de un individuo, sino, a nivel mucho más fundamental, de todo el patrimonio programático del marxismo internacional y de la Revolución de Octubre. Al defender a Trotsky, la Cuarta internacional apoyaba la verdad histórica contra las falsificaciones monstruosas y la traición de los principios sobre los cuales la Revolución Bolchevique se había basado.

Aún así, no obstante su defensa intransigente de León Trotsky, ¿fue la Cuarta Internacional completamente leal al patrimonio político e histórico del “Viejo”? Tenemos buenas razones para creer, ahora que el siglo en que Trotsky vivió ha quedado atrás, que una apreciación más profunda y completa de su patrimonio político y estatura histórica es ahora posible. Comencemos sometiendo a otro análisis crítico un famoso trozo en que Trotsky valora su contribución al éxito de la Revolución de Octubre de 1917.

El 25 de marzo de 1935, Trotsky anotó en su diario: “Si yo no hubiera estado presente en Petesburgo en 1917, la Revolución de Octubre todavía habría ocurrido—con la condición que Lenín hubiera estado presente y al mando. Si Lenín o yo no se hubiera encontrado en Petesburgo, la Revolución de Octubre no habría ocurrido: los dirigentes del Partido Bolchevique la hubieran prevenido. ¡De eso no me cabe la menor duda! Si Lenín no hubiera estado en Petesburgo, dudo que yo hubiera podido vencer la resistencia de los dirigentes bolcheviques. La lucha contra el ‘trotskismo’ (es decir, la revolución proletaria), habría empezado en mayo de 1917, y el destino de la revolución hubiera quedado en duda. Pero—y vuelvo a repetir—dada la presencia de Lenín, la Revolución de Octubre de todos modos habría triunfado. Lo mismo en general también podría decirse de la Guerra Civil, aunque durante su primera etapa, sobretodo cuando cayeron Simbirsk y Kazan, Lenín vaci1ó y entró en dudas. Pero eso fue sin duda un momento efímero que nunca se lo admitió a nadie excepto a mí...Por lo tanto, no puedo hablar de la indispensabilidad de mis esfuerzos, aun cuando nos referimos al período entre 1917 y 1921” [ Diaro en exilio (New York: Athenem), p. 46-47].

¿Es esta crítica válida? En este párrafo, Trotsky se refiere principalmente a la lucha política dentro del Partido Bolchevique. Correctamente toma como punto de partida el significado crucial que tuvo la nueva orientación del Partido Bolchevique en abril de 1917. El mayor éxito de Lenín en 1917, sobre el cual el éxito de la Revolución dependió, fue la de sobreponerse a la resistencia de los dirigentes ‘Bolcheviques Viejos’—Kamanev y Stalin en particular—en cuanto al cambio estratégico en la orientación política del Partido Bolchevique.

Aun así, la importancia crucial de esta lucha dentro del Partido Bolchevique pone en relieve las implicaciones profundas de las disputas anteriores, sobre la perspectiva política, que habían ocurrido dentro del Partido Laborista Socialdemócrata Ruso. Aun si aceptáramos que Lenín desempeñó un papel crítico en vencer la resistencia de aquellos dentro del Partido Bolchevique que se oponían a la toma del poder y al establecimiento de la dictadura del proletariado, él luchaba contra aquellos que se adherían a la línea política que hasta ese entonces él mismo había defendido en oposición a la perspectiva de León Trotsky.

Cuando Lenín regresó a Rusia en abril, 1917, y repudió la perspectiva de la “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”, se entendió ampliamente que adoptaba -aun cuando no lo admitió abiertamente—la línea política asociada con Trotsky por más de una década: la Revolución Permanente.

Trotsky y la anticipación teórica de octubre: la teoría de la Revolución Permanente

Haré un breve repaso de los temas fundamentales a los que se enfrentaba el movimiento revolucionario ruso durante las últimas décadas del régimen zarista. Durante los primeros pasos para orientar la trayectoria estratégica de la evolución socio política rusa, los teóricos rusos propusieron tres variantes contradictorias y posibles. Plekhanov, padre del marxismo ruso, concebía el desarrollo social ruso en términos de una evolución lógica y formal en la que el nivel económico dado determinaba las etapas históricas de desarrollo. El capitalismo, a medida que reemplazaba al feudalismo, a su vez le cedería el paso al socialismo una vez que todos los requisitos económicos se cumplieran. El modelo teórico de Plekhanov presumió que el desarrollo ruso seguiría la misma ruta histórica de la revolución burguesa democrática de la Europa occidental. No existía ninguna posibilidad que Rusia tomaría una dirección socialista antes que los países al oeste, pues éstos estaban mucho más adelantados. Al comenzar el Siglo XX, Plekhanov insistía, Rusia todavía tenía que llevar a cabo su revolución burguesa democrática, por lo cual significaba el derrocamiento del régimen zarista y la formación de las condiciones políticas y económicas para una revolución social en el futuro distante. En toda probabilidad, Rusia tenía ante sí muchas décadas de evolución parlamentaria burguesa antes de su estructura político-económica poder sostener una transformación socialista. Durante los primeros años del Siglo XX, este concepto orgánico del desarrollo ruso era aceptado como sabiduría por capas bastante amplias del movimiento socialdemócrata ruso.

Los acontecimientos de 1905—es decir, la explosión de la primera Revolución Rusa—creó serias dudas acerca de la viabilidad del modelo teórico plekhanoviano. El factor más significante de esta revolución rusa fue el papel dominante que jugara el proletariado en la lucha contra el zarismo. Contra el fondo de huelgas generales e insurrección, las maniobras de los dirigentes políticos de la burguesía rusa parecían traicioneras y mezquinas. La burguesía no contaba con un Robespierre o un Dantón. El Partido Cadete (Demócratas Constitucionales) no tenía el menor parecido a los Jacobinos.

El análisis de Lenín era más profundo y de mayor alcance que el de Plekhanov. Lenín aceptaba que la Revolución Rusa era de carácter burgués democrático. Pero esta definición formal no resolvía adecuadamente el problema de las relaciones de clase y del balance del poder en la revolución. Lenín insistía que la misión de la clase obrera era la de luchar, a través de su organización y esfuerzos independientes, por el desarrollo más amplio y radical de la revolución democrática burguesa; es decir, por una lucha totalmente intransigente que destruyera todos los vestigios económicos, sociales y políticos del feudalismo zarista y, como consecuencia, creara las condiciones más favorables para el establecimiento de un verdadero constitucional progresista que permitiera el florecimiento del movimiento obrero ruso. Para Lenín, lo más central de esta revolución democrática era la resolución de la “cuestión agraria’, por lo cual significaba la destrucción de todos los vestigios económicos y jurídicos del feudalismo. Las inmensas tenencias de tierra de la nobleza constituían una enorme barrera a la democratización de la vida rusa y al desarrollo de la economía capitalista moderna.

El concepto que lenín tenía de la revolución burguesa—contrario al de Plekhanov—no se limitaba a prejuicios políticos formales. Desde cierto punto enfocaba la revolución demócrata burguesa desde adentro. En lugar de comenzar con un esquema político formal—la necesidad absoluta de una democracia parlamentaria como consecuencia inevitable de la revolución burguesa—Lenín trató de deducir la forma política del contenido social interno y esencial de la revolución.

Al reconocer las enormes responsabilidades sociales implícitas en la revolución democrática rusa inminente, Lenín, en oposición a Plekhanov, insistió que el éxito no se podía lograr bajo el mando político de la burguesía. El triunfo de la revolución democrática burguesa en Rusia se podía garantizar sólo si la clase obrera luchaba por la democracia independiente de, y en oposición a, la burguesía. Pero debido a su inferioridad cuantitativa, la clase obrera, por sí sola, no podía formar la base mayoritaria de la revolución democrática. El proletariado ruso, al abogar por un programa intransigente que resolviera radicalmente las cuestiones agrarias, podía movilizar bajo su dirigencia al campesinado ruso, que contaba con millones y millones de gente.

¿Qué forma, pues, tomaría el estado al basarse en un régimen que surgiera de la alianza revolucionaria de estas dos grandes clases populares? Lenín propuso que el nuevo régimen sería una “dictadura democrática del proletariado y el campesinado”. En efecto, las dos clases compartirían el poder estatal y conjuntamente presidirían sobre la realización más completa de la revolución democrática. Lenín no ofreció ningún particular en cuanto al carácter preciso de los acuerdos para compartir el poder que predominarían dicho régimen. Ni tampoco definió o describió las formas de estado a través de las cuales se pondría en práctica esta dictadura basada en dos clases.

No obstante el radicalismo político extremo de la dictadura democrática, Lenín insistió que su fin no era la nueva organización económica socialísta de la sociedad. Más bien, la revolución, por necesidad, sería capitalista en términos de su programa económico. Y tan es así que cuando abogaba por una resolución radical de las cuestiones agrarias, Lenín le hacía hincapié a que la nacionalización de las tierras, dirigida contra los latifundios rusos, era una medida burguesa democrática, no una medida éocialista.

En sus polémicas, Lenín nunca cedió paso referente a este tema tan crucial. En 1905 escribió: “Los marxistas están absolutamente convencidos que el carácter de la revolución rusa es burgués. ¿Qué significa ésto? Significa, pues, que las transformaciones democráticas...que se han hecho indispensables para Rusia, no significa que, por sí solas, van a socavar al capitalismo o al dominio burgués. Al contrario; por primera vez y de manera genuina le abren paso al desarrollo amplio y rápido del capitalismo en dirección europea y no asiática. Por primera vez permiten que la burguesía gobierne como clase” [Trotsky, Escritos 1939-40, p. 57].

El concepto de Trotsky difería profundamente con el de los Mencheviques y el de Lenín. No obstante sus conclusiones diferentes, Plekhanov y Lenín basaban sus perspectivas sobre un cálculo aproximado del nivel de desarrollo económico ruso y de las relaciones de fuerzas sociales en existencia dentro del país. Pero el verdadero punto de partida para Trotsky no era el nivel económico de Rusia o sus relaciones de fuerzas clasistas internas. Más bien era el contexto mundial histórico dentro del cual la atrasada revolución democrática rusa estaba destinada a desplegarse.

Trotsky analizó la trayectoria histórica de la revolución burguesa, desde su manifestación clásica en el Siglo XVIII, a través de sus vicisitudes en el XIX y, por fin, en el contexto moderno de 1905. Explicó la manera en que los cambios profundos de las condiciones históricas—especialmente la evolución de la economía mundial y la entrada de la clase obrera internacional—habían alterado fundamentalmente la dinámica social y política de la revolución democrática burguesa. Las ecuaciones políticas tradicionales, basadas en las condiciones que prevalecían a mediados del Siglo XIX, ya no servían de mucho para lidear con la nueva realidad.

Trotsky detectó las restricciones políticas de la formula de Lenín. No era políticamente realista: no resolvía la cuestión del poder estatal, sino que lo evadía. Trotsky no aceptó que el proletariado tendría que limitarse a medidas formales de carácter democrático. La realidad de las relaciones de clase obligarían a la clase obrera a ejercer su dictadura política en contra de los intereses económicos de la burguesía. Es decir, la lucha de la clase obrera por necesidad asumiría un carácter socialista. Pero, ¿cómo iba a ser esto posible dado el atraso de Rusia—el cual, considerando los límites de su propio desarrollo económico—claramente no estaba preparada para el socialismo?

Desde el interior de la Revolución Rusa, este problema parecía que no tenía solución. Pero al verlo desde afuera—es decir, viendo a la Revolución Rusa desde el punto de vista de la historia mundial y del desarrollo internacional de la economía capitalista— apareció una solución inesperada . Por ende, ya para junio de 1905, a medida que la Revolución Rusa progresaba, Trotsky notó que el “capitalismo ha convertido al mundo entero en un organismo económico y político único”. Trotsky comprendió las implicaciones de este profundo cambio en la estructura de la economía mundial:

“Inmediatamente los eventos que ahora se depliegan adquieren un carácter internacional y el horizonte se extiende enormemente . La emancipación política de Rusia, dirigida por la clase obrera, levantará a esa misma clase a un nivel desconocido por la historia, le transferirá poderes y recursos colosales y la convertirá en la iniciadora de la liquidación del capitalismo mundial, para lo cual la historia ha creado todas las condiciones objetivas” [ La revolución permanente, New Park, p. 240].

El planteamiento de Trotsky fue un adelanto teórico asombroso. Así como la teoría de la relatividad de Einstein—otro obsequio del 1905 a la humanidad—fundamental e irrevocablemente alteró los límites conceptuales con que la humanidad había comprendido al universo y creó los medios para abordar problemas que no habían podido resolverse a través de la física clásica de Newton, la teoría de Trotsky de la Revolución Permanente fundamentalmente cambió la perspectiva analítica con que los procesos revolucionarios se analizaban. Anterior a 1905, al proceso revolucionario se le consideraba como una sucesión de acontecimientos nacionales cuyos resultados eran determinados por la lógica de sus estructuras y relaciones socioeconómicas internas.

Trotsky propuso otro enfoque: comprender que las revoluciones modernas eran un proceso, esencialmente histórico y mundial, de la transición de una sociedad clasista—arraigada políticamente en los estados-naciones—a una sociedad sin clases desarollada sobre una económica mundialmente integrada y una humanidad unida a nivel internacional.

No creo que la analogía de Einstein sea tan extrema. Desde cierto punto de vista intelectual, los problemas a los cuales los teóricos revolucionarios se enfrentaban al comenzar el Siglo XX eran similares a los que se enfrentaban los físicos. Ya se había acumulado a través de Europa datos experimentales que no podían reconciliarse con las fórmulas establecidas por la física clásica newtoniana. La materia, por lo menos al nivel de partículas sub-atómicas, rehusaba comportarse tal como el Sr. Newton había dicho. La teoría de la relatividad de Einstein estableció la metodología conceptual para la comprensión del universo material.

De manera similar, el movimiento socialista se enfrentaba a una inundación de datos socioeconómicos y políticos que no podían explicarse dentro de la metodología teórica que existía. La complejidad de la economía mundial moderna no aceptaba explicaciones simplistas. Todas las economías nacionales sentían, a nivel sin precedente, el impacto del desarrollo económico mundial. Hasta las economías en desarrollo manifestaban, como consecuencia de las inversiones extranjeras, ciertas características bastante avanzadas. Existían regímenes feudales o semi feudales, cuyas estructuras políticas estaban arraigadas en los vestigios de la Edad Media, que presidían sobre una economía capitalista en que la industria pesada tenía una gran influencia. Y en los países capitalistas subdesarrollados, tampoco era raro toparse con una burguesía que tenía menos interés en su “propia” revolución democrática que la clase obrera indígena. Estas contradicciones no podían reconciliarse con preceptos estratégicos formales cuyo razonamiento presumía la existencia de condiciones sociales no tan plagadas de contradicciones internas.

El gran éxito de Trotsky consistió en elaborar una nueva estructura teórica al mismo nivel de las nuevas complejidades sociales, económicas y políticas. La propuesta de Trotsky no era nada utópica. Más bien significaba una profunda comprensión del impacto que la economía mundial tenía sobre la vida política y social. El enfoque realista hacia la política y la elaboración de una estrategia revolucionaria eficaz sólo era posible si los partidos socialistas aceptaban, como punto de partida objetivo, el dominio de lo internacional sobre lo nacional. Esto no significaba simplemente el fomento de la solidaridad proletaria internacional. Si el internacionalismo proletario no llegaba a entender que sus bases fundamentales objetivas se arraigaban en la economía mundial y que su teoría estratégica tenía que basarse en la realidad objetiva de la economía mundial, entonces estaba destinado a quedarse en ideal utópico, esencialmente sin relación alguna al programa y a la práctica de los partidos socialistas nacionales.

Al proceder de la realidad del capitalismo mundial, y reconociendo que los acontecimientos rusos dependían objetivamente del ambiente económico y político internacional, Trotsky predijo la inevitabilidad del desarrollo socialista de la revolución en Rusia. La clase obrera rusa se vería obligada a apoderarse del poder y adoptar, de alguna manera u otra, medidas de carácter socialista. Pero, al proceder sobre una trayectoria socialista, la clase obrera de Rusia inevitablemente chocaría con los límites impuestos por las fronteras nacionales. ¿Cómo se podía resolver este dilema? Vinculando su destino a la revolución europea y mundial, de la cual, a fin de cuentas, su propia lucha era una manifestación.

Este fue el descubrimiento de un hombre que, igual que Einstein, acababa de cumplir los veintiséis años. La teoría de la Revolución Permanente de Trotsky hizo que el concepto de la revolución mundial fuera realista. La época de revoluciones nacionales había llegado a su fin; o para ponerlo de manera más precisa, las revoluciones nacionales sólo podían comprenderse dentro del armazón de la revolución socialista internacional.

Trotsky y los bolcheviques

Si consideramos las profundas implicaciones del adelanto de Trotsky, entonces podemos apreciar mejor a los Bolcheviques y a los Mencheviques. No es mi intención menospreciar de ninguna manera el significado de la gran proeza de Lenín, que fue comprender, más profundamente que nadie, el significado político de la lucha contra el oportunismo político dentro del movimiento revolucionario y expandir de esa lucha a todos los niveles administrativos y de trabajo del partido. Pero, a pesar de cuestiones tan cruciales e importantes como la organización revolucionaria, la experiencia del Siglo XX le ha enseñado—o debería enseñarle—a la clase obrera que hasta la organización más firme y sólida, a menos que se guíe de una perspectiva revolucionaria correcta, a fin de cuentas puede llegar a convertirse en obstáculo a la revolución.

La actitud de Trotsky hacia las tendencias del movimiento socialdemócrata laborista ruso la determinaban sus perspectivas y programa. ¿Hasta que punto estaba basado su programa político en un análisis correcto de las fuerzas mundiales que determinarían la evolución y el destino de la Revolución Rusa? Desde este punto de vista, Trotsky estaba justificado en criticar el programa y la orientación del Partido Bolchevique. Permítanme leerles de un artículo que escribió en 1909, en el que hace un análisis general de las líneas diferentes que seguían las varias facciones dentro del Partido Socialdemócrata Laborista Ruso.

Escribió: “Lenín cree que las contradicciones entre los intereses clasistas del proletariado y las condiciones objetivas se resolverán cuando el proletariado se imponga a sí mismo restricciones políticas y que esta restricción propia provendrá de la consciencia teórica del proletariado cuando se de cuenta que la revolución en que juega el principal es burguesa. Lenín traslada la contradicción objetiva a la consciencia del proletariado y la resuelve por medio de un ascetismo clasista arraigado no en la fe espiritual, sino en las tan llamadas fórmulas científicas. Sólo basta examinar claramente esta interpretación intelectual para darse uno cuenta de su idealismo desesperado.

“La dificultad es que los bolcheviques se imaginan la lucha de clases del proletariado solamente hasta el momento de la revolución triunfante, luego de la cual [la lucha de clases] se desvanecerá temporalmente en la coalición democrática, para luego aparecer de nuevo en forma pura, esta vez como lucha directa por el socialismo sólo después de haber establecido un sistema republicano bien definido. Por cuanto los mencheviques, quienes parten de la noción abstracta que la revolución es burguesa y deducen que el proletariado tiene que subordinar todas sus tácticas a las de la burguesía liberal para asegurarle a ésta el poder estatal, los bolcheviques también proceden de una noción igualmente abstracta—que la dictadura ha de ser democrática, no socialista—y deducen que el proletariado, una vez en el poder, va a imponerse a sí mismo restricciones de carácter burgués-democráticos. Es cierto que la diferencia entre ambos en cuanto al asunto es considerable. Mientras que los aspectos anti-revolucionarios del menchevismo ya son aparentes, los de los bolcheviques sólo serán una amenaza en caso de la victoria” [ nuestras diferencias].

Esto fue asombrosamente presciente de lo que en realidad ocurrió en la Revolución Rusa.

Una vez que el régimen zarista fue derrocado, las limitaciones de la perspectiva de Lenín, en cuanto a la dictadura democrática, inmediatamente se manifestaron con claridad. Trotsky continuó [su polémica]: la clase obrera rusa se vería forzada a tomar el poder y “se verá cara a cara con los problemas objetivos del socialismo, pero, en cierta etapa, el atraso económico del país prevendrá la solución de estos problemas. No hay salida de esta contradicción dentro de los límites de una revolución nacional”. Así, pues, Trotsky claramente identificó que los límites de la perspectiva de Lenín no se debían solamente a su visión política, sino que esa visión procedía de una apreciación nacional, no internacional, del marco en que la Revolución Rusa se desplegaba.

En 1909 escribió: “El gobierno obrero se enfrentará al problema de unir sus fuerzas con las del proletariado socialista de la Europa Occidental. Solamente de esta manera podrá su hegemonía revolucionaria temporál convertirse en prólogo a la dictadura socialista. Para el proletariado ruso, la revolución permanente será asunto de autopreservarse a sí misma como clase. Si un partido obrero no demuestra suficiente iniciativa para ejercer tácticas revolucionarias agresivas, si se auto limita a una dieta frugal de dictadura puramente nacional y democrática, las fuerzas reaccionarias unidas de Europa no perderán tiempo en hacerle bien claro a la clase obrera—si es que está en el poder—que ésta tiene que consagrar todas sus fuerzas a la lucha por la revolución socialista”.

Esta fue en realidad la cuestión central. El análisis político de la forma de poder estatal surgía, a fin de cuentas, de las diferentes apreciaciones del significado de lo internacional como factor determinante del resultado político del movimiento revolucionario. Tenemos que hacer el siguiente punto al poner en tela de juicio al Partido Bolchevique. Todo programa, en último instante, refleja la influencia e intereses de fuerzas sociales. En los países con desarrollo capitalista subdesarrollado, en que la burguesía es incapaz de defender consistentemente la misión nacional y democrática de la revolución, sabemos que parte de esa misión se le plantea a la clase obrera, que se ve obligada a adoptar y asumir esas exigencias democráticas y nacionales que retienen un significado progresista. Han habido muchas ocasiones durante el curso del Siglo XX en que el movimiento socialista se ha visto obligado a asumir esas responsabilidades democráticas y nacionales y a atraer a sus propias filas elementos para quienes esa misión tiene significado fundamental; para quienes las aspiraciones socialistas e internacionales de la clase obrera no tienen tanta importancia. Creo que se puede decir que semejante proceso tuvo gran influencia sobre la evolución del Partido Bolchevique. Cierto que Lenín representaba, dentro de la realidad interna del Partido Bolchevique, la oposición más firme contra semejantes prejuicios nacionalistas, pequeño burgueses y democráticos.

Me gustaría leerles un artículo escrito en diciembre de 1914, luego que estallara la Primera Guerra Mundial.

“¿Es el sentido de orgullo nacional ajeno a nosotros, los proletarios Gran Rusos que tenemos consciencia de clase? ¡Claro qué no! Amamos nuestro idioma y nuestra patria, y estamos tratando lo mejor posible para que a sus masas trabajadoras (nueve décimos de la población) adquieran consciencia socialista y democrática. Para nosotros es extremadamente doloroso ver y sentir los atropellos, la opresión y las humillaciones que nuestro digno país sufre a manos de los carniceros zaristas, los nobles y los capitalistas. Nos enorgullecemos de la resistencia a estos ultrajes que sale de nuestro ambiente, de los Gran Rusos. De ese ambiente han surgido Radischev, los Diciembristas y los comuneros de los setenta; la clase obrera Gran Rusa que en 1905 formó un poderoso partido revolucionario de las masas; y el campesinado de la Gran Rusia, que comenzara a adoptar la democracia y a derrocar al clero y a los dueños de tierra...

“...Tenemos gran orgullo nacional porque la nación Gran Rusa también ha creado una clase revolucionaria; porque también se ha mostrado capaz de darle a la humanidad grandes modelos para la lucha por la libertad y el socialismo, y no sólo modelos para las persecuciones, la hileras de andamios para la horca, los calabozos, el hambre y la escasez y el temible servilismo a los curas, los zares, los latifundistas y los capitalistas”.[2]

El autor de estas líneas fue Lenín. Sería injusto leer el artículo como si hubiera sido una concesión política de Lenín al chauvinismo de la Gran Rusia. Toda la biografía de Lenín muestra su oposición inflexible al nacionalismo Gran Ruso. No obstante, este artículo, con el que Lenín trató de ejercer cierta influencia revolucionaria sobre estos sentimientos nacionalistas tan profundamente arraigados en las masas trabajadoras y utilizar estos mismos sentimientos para propósitos revolucionarios, refleja la susceptibilidad que [Lenín] tenía no sólo hacia los fuertes sentimientos nacionalistas en la clase obrera, sino también en varias secciones de su propio partido. No existe una correspondencia exacta entre el mensaje que un autor desea comunicar y la manera en que ese mensaje se interpreta, pues éste sufre cierta degradación a medida que su público se va ampliando. Lo más probable es que varios de los sectores menos avanzados de los trabajadores del partido hayan interpretado la apreciación de Lenín por las tradiciones revolucionarias de la gran clase obrera rusa como exaltación de la capacidad revolucionaria de los Gran Rusos. No obstante su formulación izquierdista, éste también representa cierto chauvinismo con insinuaciones políticas peligrosas, como señaló Trotsky en 1915.

Escribió [Trotsky]: “Analizar las posibilidades de una revolución social dentro de fronteras nacionales significa caer víctima a la estrechez nacionalista de la esencia del patriotismo social. Por lo general no se debería olvidar que en el patriotismo social existe, al ladito del reformismo más vulgar, un mesianismo nacionalista revolucionario que considera que su propio estado nación—sea a causa de su nivel industrial o de su estructura democrática y conquistas revolucionarias—ha sido llamado para conducir a la humanidad hacia el socialismo o hacia la democracia. Si la revolución triunfante realmente se pudiera concebir dentro de las fronteras de una nación única y más adelantada, este mesianismo, en conjunto con un programa de defensa nacional, tendría cierta justificación histórica relativa. Pero de hecho esto es inconcebible. La lucha por proteger la base nacionalista de una revolución con semejantes métodos termina por socavar a la revolución misma, la cual puede comenzar sobre suelo nacional, pero no puede completarse sobre esa base bajo la dependencia económica, militar y política actual que los estados europeos tienen entre sí. Esto nunca se nos fue revelado con tanta fuerza como lo ha sido durante la guerra actual”.

Valdría la pena considerar las condiciones bajo las cuales el mismo Lenín juzgó su perspectiva política. No cabe duda que su análisis de la economía mundial bajo el impacto de la Primera Guerra Mundial le facilitó un conocimiento más profundo de la dinámica de la Revolución Rusa y, en esencia, lo llevó a adoptar la perspectiva que por tantos años había sido asociada con Trotsky.

Cuando Lenín pronunció sus Tesis de Abril, todos los que estaban en la sala inmediatamente comprendieron que su argumento era muy parecido al de Trotsky. Inmediatamente fue acusado de “trotskismo”. Este hecho nos ayuda a comprender la inmensidad de la contribución intelectual de Trotsky al éxito de la revolución ese mismo año. Ya Trotsky había contribuido el marco intelectual y político dentro del cual el debate en el Partido Bolchevique podía avanzar. No cayó como relámpago inesperado. Si la personalidad de Lenín y su estatura indisputable dentro del Partido Bolchevique hicieron posible que la victoria de la nueva perspectiva fuera rápida, también es el caso que estos conceptos, de los cuales Trotsky había sido pionero, facilitaron la lucha que Lenín entabló, especialmente bajo condiciones en que las masas rusas del 1917 se dirigían a la izquierda.

En cierto sentido, lo que ocurrió en la primavera, el verano y el otoño de 1917 fue una expresión mucho más profunda de los sucesos políticos que habían ocurrido doce años atrás. Me gustaría leerles un trozo interesante del libro titulado Los orígenes del bolchevismo, del menchevique Teodoro Dan. Hace la siguiente observación acerca del 1905:

“Las experiencias de los Días de Libertad [el climax de la Revolución de 1905] fueron tales que ambos—los mencheviques y los bolcheviques— fueron casi empujados hacia el trotskismo. Durante un breve período, el trotskismo, el cual, para ser justo, todavía no tenía apelación, por primera y última vez en la historia de la socialdemocracia rusa se convirtió en su elemento conciliatorio”

Es decir, bajo condiciones del movimiento más explosivo de la clase obrera rusa hacia la izquierda, la perspectiva de Trotsky adquirió estatura y prestigio inmensos. Esto ya había ocurrido en 1905, y se repitió de manera más explosiva, poderosa e histórica en 1917. El triunfo de 1917 fue, en gran parte, el triunfo de la perspectiva trotskista de la Revolución Permanente. Lo que ocurrió en 1922 y 1923—es decir, el principio de la reacción política contra la Revolución de Octubre y el resurgimiento del nacionalismo ruso dentro del Partido Bolchevique—creó las mejores condiciones para la reaparición de las antiguas tendencias anti-trotskistas dentro del mismo partido. Es imposible analizar las tendencias de esa época como si no tuvieran ninguna relación a las divisiones políticas que habían existido dentro del partido. Ello no significa que éstas eran precisamente iguales.

Las tendencias sociales que comenzaron a dominar en 1922-23 eran muy diferentes a las que el bolchevismo usó como base para su expansión en 1917. El desarrollo del bolchevismo durante el año revolucionario se basó en la radicalización explosiva de la clase obrera en los centros urbanos principales. Las fuerzas sociales que le dieron ímpetu a la expansión del partido en 1922 y 1923, y que llenaron de preocupación a Lenín, no fueron, en su mayoría, elementos proletarios. Provinieron específicamente de las clases medias bajas—para no decir de los vestigios de la antigua burocracia zarista—en las zonas urbanas para quienes la revolución había abierto grandes oportunidades carreristas. Estos elementos consideraban que la Revolución Rusa había sido, más o menos, un acontecimiento nacional, no internacional. Ya para principios del 1922 Lenín comenzaba a hacer sus advertencias acerca de este fenómeno: el surgimiento de este bolchevismo nacionalista. Sus admoniciones acerca del desarrollo de estas tendencias chauvinistas se tornaron más y más estridentes. Como ya sabemos, esas advertencias, para finales del 1922 y principios del 1923, tenían su blanco: Stalin, a quien Lenín se refirió en sus últimos artículos como el individuo que representaba el resurgimiento del gran abusador Gran Ruso.

La lucha contra el trotskismo fue básicamente el resurgimiento de la oposición política a la teoría de la Revolución Permanente dentro del partido. ¿Qué le previno a Trotsky de declarar esto públicamente? Pienso que la respuesta ha de encontrarse en las circunstancias extraordinariamente difíciles que la última enfermedad y muerte de Lenín crearon. Sospecho que a Trotsky le fue casi imposible expresarse objetivamente, como habría preferido, acerca de las diferencias que anteriormente lo habían separado de Lenín. El único lugar donde esa diferencia encontró una expresión objetiva y completamente honesta fue en la famosa carta final de Joffe, donde éste le mencionó a Trosky que a menudo había escuchado a Lenín decir que, referente a cuestiones fundamentales de perspectiva, había sido Trotsky—y no él—quien había tenido la razón, inclusive en cuanto a la cuestión de la Revolución Permanente.

Durante 1923 y 1924, trotsky había tratado de inculcarle a los cuadros del partido Bolchevique una actitud más crítica hacia el ambiente nacional, el cual consideraba como enemigo principal de la elaboración de una perspectiva verdaderamente socialista. Existen muchos trozos en Problemas de la vida cotidiana —artículos brillantes—en los que reveló la relación entre el atraso del ambiente nacional ruso y los grandes problemas a los cuales la clase obrera rusa se enfrentaba al elaborar los programas políticos socialistas y al iniciar la socialización de la vida económica rusa. Sólo mucho después, hacia el fin de su vida, Trotsky explícitamente declaró que la lucha contra el trotskismo en la Unión Soviética tenía sus raíces en las diferencias dentro del Partido Bolchevique antes del 1917. En 1939 escribió: “Se puede decir que en su totalidad, el estalinismo, elevado a nivel teórico, surgió de las críticas de la Revolución Permanente tal como se había formulado en 1905 ( Escritos 1939-1940, p. 55].

¿Cómo se recordará a Trotsky? ¿Cuál es su significado en la historia del socialismo? Creo que trotsky será recordado—y seguirá ocupando un lugar enorme en la consciencia del movimiento revolucionario—como el arquitecto teórico de la revolución mundial. Por supuesto, vivió más que Lenín y se enfrentó a nuevos problemas. Pero existe una continuidad básica en todas las obras de Trotsky desde 1905 hasta su muerte en 1940. La lucha por la perspectiva de la revolución mundial es el tema decisivo y esencial de toda su obra. A Lenín lo contiene totalmente la revolución Rusa, pero para Trotsky ésta fue un episodio de su vida. Claro, fue un episodio de importancia primordial, pero fue solamente un episodio en la trama mayor de la revolución socialista mundial.

Trotsky y el marxismo clásico

Un repaso de la obra de Trotsky luego que cayera del poder tiene mayor alcance de lo que es posible abarcar en una sola charla. Pero al concluir esta presentación, quiero darle hincapié a un elemento crítico del patrimonio teórico de Trotsky: su papel como último y mayor representante del marxismo clásico.

Al referirnos al marxismo clásico, tenemos en mente dos conceptos fundamentales: primero, que la fuerza revolucionaria esencial de la sociedad es la clase obrera; y segundo, que la misión esencial de los marxistas es trabajar infatigable, teórica y prácticamente para establecer su independencia política [de la clase obrera]. La revolución socialista es el objetivo final de esta sostenida e intransigente labor. La independencia política de la clase obrera no se logra por medio de tácticas astutas, sino, de la manera más fundamental, a través de la preparación, en primer y último lugar, de su vanguardia política. No existen atajos. Cómo Trotsky frecuentemente advirtiera, el peor enemigo de la estrategia revolucionaria es la impaciencia.

El Siglo XX ha sido testigo a las más grandes victorias y las más trágicas derrotas de la clase obrera. Hay que asimilar las lecciones de los últimos 100 años. Nuestro movimiento es el único que ha emprendido esa misión. En la historia nada se desperdicia ni se olvida. El próximo resurgimiento de la clase obrera internacional—y el alcance internacional de ese resurgimiento lo ha garantizado la integración mundial de la producción capitalista—tendrá que verse con el renacimiento intelectual del trotskismo; es decir, el marxismo clásico.

Notas:

1. El trotskismo internacional, p. 322, Tomo 21, pp. 103-04

2. Tomo 21, pp.103-04