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El Talibán, Los Estados Unidos y los recursos del Asia Central

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El blanco de la más reciente agresión militar estadounidense en Afganistán es el Talibán. Pero por más que leamos la gran cantidad de artículos de prensa acerca de la “guerra contra el terrorismo” y por más que busquemos una explicación coherente de los orígenes, la base social e ideológica de esta organización islámica extremista y de la manera en que ésta llegó al poder, no vamos a lograrlo. Esta omisión no es nada inocente. Cualquier análisis serio del Talibán revela la culpabilidad que Washington tiene en el establecimiento de este régimen teocrático en Kabul.

El gobierno de Bush se queja a gritos del Talibán porque éste le ha dado asilo al extremista Osama bin Laden y a su organización, Al Qaeda. Pero a través de la década de los 1980, con tal de socavar a la Unión Soviética, gobiernos estadounidenses sucesivos gastaron billones de dólares financiando la guerra santa de los guerreros mujahiddin contra el régimen en Kabul que los sovietas respaldaban. Además, hasta finales de la década de los 1990, Los Estados Unidos se hizo ciego ante el fundamentalismo islámico y la política reaccionaria del Talibán, que gozaba del apoyo y dinero de dos de los aliados mas acérrimos de Washington: Arabia Saudita y Pakistán.

El factor más importante que ha determinado los zigzags del enfoque de Washington hacia Afganistán no ha sido la amenaza que el extremismo islámico presenta, sino la manera de como explotar las nuevas oportunidades que aparecieron en el Asia Central luego del colapso de la Unión Soviética en 1991. Durante toda la última década, Los Estados Unidos ha estado compitiendo con Rusia, Japón y otros poderes europeos para establecer su influencia política en esta región estratégica clave y apoderarse del derecho a explotar las reservas de petróleo y de gas natural mayores del mundo, las cuales se encuentran en las nuevas repúblicas del Asia Central: Turkmenistán, Kazajstán, Uzbekistán, Tadzhikisdtán y Kirguizistán.

La clave a la posibilidad de enormes ganancias en Asia Central era la distribución: como transportar el petróleo y el gas de esta región aislada, subdesarrollada y sin salida al mar a los principales mercados de energía del mundo. Los únicos oleoconductos en existencia pertenecían a la antigua cadena soviética de distribución por toda Rusia. A medida que la carrera confusa por los recursos de la región se intensificaba, los objetivos de Los Estados Unidos se hicieron bien claros. Éste quería socavar el monopolio económico ruso y a la misma vez asegurar que sus rivales no se unieran a la carrera. Por lo tanto, el oleoconducto tenía que atravesar por países sobre los cuales Los Estados Unidos podía ejercer bastante influencia política, lo cual excluía a China y a Irán.

Las repúblicas del Asia Central habían formado anteriormente parte de la Unión Soviética y tenían largas fronteras con China e Irán. Por consiguiente, un oleoconducto que excluía a Rusia, China e Irán presentaba dos alternativas. La primera era la complicada ruta bajo el Mar Caspio a través de las Montañas del Cáucaso vía Azerbaiján y Georgia y luego a través de Turquía. La segunda, a través de Afganistán y Pakistán, era más corta, pero inmediatamente plantaba cuestiones políticas bien difíciles. ¿Con quién se iba a negociar en Afganistán? ¿Con quién se podía negociar en Afganistán y cómo se podía garantizar la estabilidad política necesaria para construir y cuidar los oleoconductos?

Después del colapso del régimen de Mohammad Najibulah en 1992—éste había gozado el respaldo de la Unión Soviética—Kabul se convirtió en campo de batalla para las milicias mujahiddin que competían entre sí. El dirigente nominal del gobierno era el Profesor Burhanuddin Rabbani, quien presidía sobre una coalición bastante inestable y maleable principalmente basada en los Tajiks y los Uzbeks, grupos étnicos en el norte de Afganistán. La milicia rival, Hizb-e-Islami, cuyos miembros provenían principalmente del grupo mayoritario Pashtun en el sur, también había echado raíces en los suburbios de Kabul. Con Gulbuddin Hikmetyar a la cabeza, ésta avasallaba las posiciones del gobierno con un asalto de cohetes teledirigibles.

Otras milicias, que reflejaban las innúmeras divisiones étnicas y religiosas, también eran contrincantes en el conflicto que reducía a la capital en añicos y producía ola tras ola de refugiados. Las rivalidades reflejaban no solo las enemistades locales, sino también los intereses de las varias naciones auspiciadoras, cada una de las cuales buscaba cementar su dominio. Pakistán apoyaba a Hikmetyar, Irán a los Hazaras shiítas, y Arabia Saudita financiaba a varios grupos, sobretodo a los que simpatizaban con su Islámismo, que era el Wahabismo. Las repúblicas del Asia Central tenían vínculos con los grupos étnicos en el norte de Afganistán. Detrás de las cortinas se encontraban India, Rusia y Los Estados Unidos. Todos buscaban como meter las manos en los asuntos políticos afganos.

La situación en Kabul era un microcosmo de todo el país. El gobierno de Rabbani no ejercía ninguna autoridad, por lo menos en las zonas más allá de su control militar. El país estaba dividido entre las milicias rivales, la economía estaba en ruinas y la fábrica social era un trapo. Durante la década de los 1980, más de un millón de personas habían muerto en la guerra contra el régimen respaldado por los soviéticos. Muchos más habían quedado refugiados. Ya para mediados de los 1990, el promedio de vida sólo llegaba a los 43-44 años de edad y una cuarta parte de todos los niños morían antes de llegar a los cinco. Sólo 25% del pueblo podía recibir atención médica y sólo el 12% consumía agua potable.

Las zonas Pashtun en el sur, de donde surgió el Talibán en 1994, eran de las más caóticas. Kandahar, la segunda ciudad mayor del país, fue dividida entre tres caciques guerreros rivales. Las zonas de los alrededores eran sujetas a la tiranía arbitraria y déspota de docenas de comandantes que pertenecían a las milicias. La región—cuya economía era de las menos desarrolladas y más conservadoras del país—tradicionalmente había proporcionado los vástagos reales. Los resentimientos locales hacia los nuevos dirigentes, que pertenecían a los grupos étnicos Tajik y Uzbek, provenían de la desesperación que las condiciones económicas y sociales tan intolerables producían.

El sur de Afganistán era, sin embargo, la ruta preferida para cierta cantidad de oleoconductos que iban a correr de Turkmenistán a Pakistán. Una corporación argentina, Bridas, fue la primera que entró a la carrera. La compañía obtuvo los derechos de Turkmenistán en 1992 y 1993 para explorar y explotar los campos de gas natural y, en 1994, comenzó negociaciones con los gobiernos de estos dos países para la construcción de un conducto para el gas. Esta movida llevaría a un pacto firmado cuyas provisiones dictaban que en 1995 se haría un estudio de las posibilidades. Inicialmente, Bridas trató de lograr que la gigante compañía energética estadounidense, Unocal, participara en el proyecto. Unocal tenía sus propios planes y luego ese mismo año firmó un acuerdo por separado sobre el oleoconducto, ocasionando una acérrima competencia y batalla jurídica entre las dos corporaciones.

Todos los planes acerca del oleoconducto presumieron que se podía encontrar una solución política a las condiciones caóticas que existían en la vía por donde el oleoconducto iba a atravesar. A otros intereses comerciales menos importantes también les interesaba muchísimo barrer con los caciques y las pequeñas milicias que carecían de importancia. La carretera de Quetta en Pakistán, a través de Kandahar y Herat al Turkemenistán, ofrecía la única ruta de transporte alterna a la carretera norteña que se dirigía al Asia Central a través de la embatallada capital de Kabul. Las compañías de transporte y los dueños de los camiones que participaban en el beneficioso comercio del Asia Central, en el fraude organizado y el contrabando fueron obligados a pagar altos impuestos al comandante de cada milicia a medida que sus camiones atravesaban por su terreno. Era una situación que querían parar.

Los orígenes del Talibán

En medio de todos estos debates, el movimiento del Talibán parecía ser una posible solución. Eso no quiere decir que el Talibán—estudiantes o “talibs” reclutados de las escuelas islámicas o “madrasas—era únicamente la creación de gobiernos e intereses comerciales. El surgimiento repentino de este nuevo movimiento en 1994 y la rapidez de su expansión y éxito se debió a dos factores: primero, el pantano socio-político que produjo un abastecimiento de reclutas ya listos; y, segundo, la ayuda del exterior, consistiendo de fondos, armas y consejeros, por parte de Pakistán, Arabia Saudita y, en toda probabilidad, Los Estados Unidos.

Aunque varios dirigentes del Talibán habían luchado en la guerra santa auspiciada por Los Estados Unidos contra la Unión Soviética, el movimiento en sí no fue consecuencia de una ruptura con otras facciones de los mujahiddin o siquiera de una amalgamación entre ellas. En gran parte se basaba en una nueva generación que no había participado directamente en las luchas de la década de los 1980. Eran hostiles hacia lo que consideraban el gobierno corrupto de los pequeños déspotas muyajedines, quienes no habían hecho otra cosa más que causar la miseria en las vidas de los afganos ordinarios luego de la caída de los muyajedines. Sus propias vidas habían sido desgarradas por la guerra. Muchos habían crecido en campamentos de refugiados en Pakistán y recibido su capacitación rudimentaria en las escuelas bajo el control de varios partidos extremistas islámicos de Pakistán.

Un autor ha dado la siguiente descripción: “Estos jóvenes eran un mundo aparte de los muyajedines que llegué a conocer durante la década de los 1980. Éstos eran hombres que podían relatar el linaje de sus tribus y clanes en la historia afgana. Estos jóvenes pertenecían a una generación que nunca habían conocido la paz en su propio país—a un Afganistán sin guerras contra invasores y contra sí mismo.... Eran literalmente huérfanos de la guerra, desarraigados, desasosegados, sin trabajo, económicamente privados y con poco conocimiento de su propia existencia...

“Su simple creencia en una religión islámica mesiánica y puritánica que los mulahs de las aldeas le habían metido en la cabeza era lo único que les ofrecía apoyo y les daba significado a sus vidas. Sin capacitación para nada, aún para los oficios de sus antepasados, tales como el cultivo, el pastoreo de ganado o la artesanía, eran lo que Karl Marx habría llamado el lumpen proletariado” ( El Talibán: la religión islámica, el petróleo y el gran juego nuevo en Asia central de Ahmed Rashid, I.B. Tauris, 2000, p. 32).

La ideología del Talibán era un revoltillo de ideas que había evolucionado para atraer a estas capas sociales. El movimiento, profundamente reaccionario desde sus principios, dirigía la vista hacia el pasado para resolver sus problemas sociales, hacia un pasado mítico en el que los preceptos del profeta Mahoma tenían que ser obedecidos rigurosamente. Estaba saturado de un anticomunismo virulento, consecuencia de la bestialidad y represión impuestas por los regímenes sucesivos en Kabul, respaldados por la Unión Soviética, que habían gobernado falsamente bajo la insignia del socialismo.

Como los Khmer Rouge en Camboya, el Talibán reflejaba la desconfianza y hostilidad de las capas rurales oprimidas hacia la vida urbana, la erudición, la cultura y la tecnología. Sus dirigentes eran mulahs de pueblo semi analfabetos alfabetos, no sabios islámicos que conocían las sagradas escrituras y los escritos religiosos. Eran hostiles hacia otras sectas islámicas, en particular los Shias y los grupos étnicos no pashtunis. El código social tan reaccionario del Talibán era tan informado de las leyes tribales pashtunis—o el pashtunwali—como de cualquier tradición islámica. Si su ideología tenía base, ésta era el Deobandismo—movimiento reformista del Siglo XIX de influencia—pero con todo el contenido progresista evicerado.

El Talibán surgió de un Afganistán destrozado por la guerra con cierto tipo de clérigo fascista. Reflejaba la desesperación y la desesperanza de los sectores de la pequeña-burguesía rural que habían perdido sus raíces y que no se afianzaban a ninguna clase social. Eran los hijos de los mulahs, de los pequeños funcionarios, de los comerciantes y granjeros que no veían ninguna alternativa a los tantos males sociales de Afganistán si no era a través de la imposición de un régimen islámico dictatorial.

La manera en que los miembros del Talibán se consideran a sí mismos nos da cierta idea por qué se hizo popular. En julio de 1994, el dirigente principal de la organización, Mohamad Omar, en ese entonces mulah de una aldea, respondió a las súplicas por asistencia para librar a dos chicas que habían sido raptadas y violadas sexualmente por el comandante de una de las milicias locales. Omar, quien había luchado como miembro de una de las organizaciones muyajedines, juntó a varios de sus partidarios entre los estudiantes de las escuelas locales. Armados con un puñado de rifles, el grupo liberó a las jóvenes, capturó al comandante, y lo colgaron del cañón de su tanque.

Sea o no sea veraz este relato, el Talibán se presentaba a sí mismo como policía de la religión, intento en rectificar los males que habían sido infligidos contra el pueblo común. Sus dirigentes insistían que el movimiento era diferente a las organizaciones muyajedines, que no era partido político y que no quería formar ningún gobierno. Sostenía que sólo le estaba abriendo el paso a un verdadero gobierno islámico y a base de ello exigían enormes sacrificios de sus reclutas, a quienes no se le pagaba sueldo, pero se les remuneraba con armas y comida.

La asistencia paquistani

Pero siempre existió un abismo entre la imagen y la realidad. Si el Talibán había de convertirse en algo más que un grupo de fanáticos religiosos practicantes del guerrillerismo, el movimiento requería grandes cantidades de dinero, armas, municiones y tenía que adquirir bastante pericia técnica y militar, cosas que sus empobrecidos reclutas no podían proveerle.

Desde el principio, el defensor más prominente del Talibán fue Pakistán. La poderosa organización de espionaje de Pakistán, la Inteligencia entre los Servicios (ISI), que había servido como conducto principal del dinero, las armas y la pericia estadounidense a los grupos muyajedines a través de la década de los 1980, estaba profundamente ligada en la política afgana. Para 1994, el gobierno de Benazir Bhutto había llevado a cabo negociaciones con la compañía argentina Bridas, pero todavía no lograba crear la ruta a través del sur del país. El primer aliado de Pakistán, Hikmetyar, se encontraba apabullado por la lucha en Kabul y no era probable que ofreciera solución.

A Naseerulah Babar, Ministro del Interior del gobierno de Bhutto, se le ocurrió la idea de usar al Talibán. En septiembre de 1994, organizó un equipo de inspectores y funcionarios de ISI para llevar a cabo una investigación sobre la carretera a través de Kandahar y Herat hacia Turkmenistán. El mes siguiente, Bhutto voló a Turkmenistán, donde aseguró el respaldo de los caciques guerreros de importancia: Rashid Dostum, quien controlaba zonas de afganos cerca de la frontera con Turkmenistán; e Ismael Khan, quien gobernaba a Herat. En un esfuerzo para conseguir apoyo económico internacional, Pakistán le prestó ayuda aérea a ciertos diplómatas basados en Islamabad para que viajaran a Kandahar y Herat.

Luego de conseguir apoyo para su plan, el Ministro del Interior, el Sr. Babar, organizó un experimento con un convoy de treinta camiones, manejados por ex choferes del ejército bajo el mando de un oficial del ISI. De rango ya avanzado por sus muchos años de servicio, éste iba bajo la protección de los guerreros del Talibán. Los camiones emprendieron su viaje el 29 de octubre y, cuando encontraron el paso cerrado, el Talibán se hizo cargo de la milicia que había sido responsable del bloqueo. Para el 5 de noviembre, el Talibán no sólo había librado la carretera, sino que, con casi sin lucha armada, se había apoderado de Kandahar.

Durante los próximos tres meses, el Talibán tomó control de 12 de las 31 provincias de Afganistán. Por lo menos varias de sus “victorias” fueron consecuencias de haber sobornado a los comandantes locales de las milicias. Luego de sufrir varias reversas militares a mediados del 1995, el Talibán se reorganizó y armó de nuevo con la ayuda de Pakistán. En septiembre de 1995, entró en Herat, efectivamente abriéndole paso a la carretera que iba desde Pakistán al Asia Central. Al mes siguiente, Unocal había firmado su pacto con Turkmenistaán en cuanto al oleoconducto para el petróleo.

Pakistán siempre se había mostrado resbaladizo en admitir que le daba ayuda directa al Talibán, pero los vínculos siempre han sido bastante obvios. El Talibán tiene relaciones bastante íntimas con el Jamia-e-Ulema Islám (JUI), partido extremista islámico con base en Pakistán que controlara sus propias madrasas en las zonas cerca de las fronteras con Pakistán. El JUI le ha proporcionado al Talibán grandes cantidades de reclutas provenientes de esas madrasas, así como también medios de comunicación directos a las capas más altas de los militares paquistanis y del ISI.

La prueba más obvia de la participación de poderes extranjeros fueron los éxitos militares del Talibán. En poco más de un año, había crecido de un puñado de estudiantes a una milicia bien organizada que podía contar con 20,000 guerreros—respaldados por tanques, artillería y apoyo aéreo—y controlar grandes regiones de Afganistán en el sur y el oeste.

Como observara un escritor: “En inconcebible que una fuerza compuesta, en gran parte, por ex guerrilleros y estudiantes amateur, pudiera haber funcionado con la capacidad y organización que el Talibán demostrara desde el comienzo de sus actividades. No hay duda que ex miembros de las fuerzas armadas de Afganistán pertenecían a la organización, pero la rapidez y sofisticación con que condujeron sus ofensivas, además de la calidad de sus medios de comunicación, apoyo aéreo y bombardeos de artillería, conducen a la conclusión ineludible que tienen que haberle debido mucho a la presencia militar pakistán, o por lo menos a algún tipo de asistencia profesional .” [ Afganistán: una nueva historia, Martin Ewers, Curzon, 2001, p. 182-83].

Pakistán no fue la única fuente de ayuda. Arabia Saudita también brindó bastante ayuda material y económica. Poco después del Talibán apoderarse de Kandahar, el jefe de JUI, Maulana Fazlur Rehman, comenzó a organizar “viajes de caza” a beneficio de las familias reales sauditas y de otros estados del Golfo. Para mediados de 1996, Arabia Saudita ya enviaba fondos, vehículos y combustible para asistir a la campaña del Talibán contra Kabul. La razón por ésto era doble: en el plano político, la ideología fundamentalista del Talibán se parecía bastante a la de los sauditas, el Wahabbismo. Era hostil a la secta Shiíta y, por lo tanto, también hostil al rival principal de la región: Irán. A un nivel más prosáico, Petróleo Delta, la compañía saudita de petróleo, era socia de Unocal en la construcción del oleoconducto y ponía sus esperanzas en la victoria del Talibán para comenzar el proyecto.

Los Estados Unidos y el Talibán

Igual que Pakistán y Arabia Saudita, Los Estados Unidos repetidamente ha negado que alguna vez le brindara alguna asistencia al Talibán. Pero dada la íntima colaboración entre la CIA y Pakistán con la ISI durante toda la década de los 1980, sin embargo, casi no tiene razón que Washington no supiera los planes que el gobierno de Bhutto tenía para el Talibán y que no les diera su apoyo tácito. El apoyo de Pakistán al Talibán era secreto abierto; sin embargo, no fue hasta fines de los 1990 que Los EstadosUnidos comenzá a ponerle presión a Islamabad acerca de sus relaciones con el régimen.

Pruebas indirectas adicionales de las relaciones que existían entre EE.UU. y el Talibán provienen de Dana Rohrabacher, miembro de la Cámara de Diputados del Congreso nacional. Como miembro del Comité sobre las Relaciones Exteriores de dicha cámara, esta señora había tratado de obtener acceso a documentos federales oficiales relacionados con Afganistán desde que se formara el Talibán. Rohrabacher, partidiaria del rey afgano, tenía suficiente motivo para querer arreglárselas con el gobierno de Clinton. Pero la reacción a sus exigencias fue bastante significativa. Después de dos años de presión constante, el Departamento de Estado por fin le entregó casi más de mil expedientes que cubrían el período después de 1996, pero testarudamente le negó todo documento que tuviera que ver con el período anterior..

Aunque detalles de las primeras comunicaciones que Los Estados Unidos tuvo con el Táliban o sus interlocutores paquistanis no se saben, la actitud de Washington era bien clara. El autor Ahmed Rashid comenta: “El gobierno de Clinton era evidentemente simpatizante del Talibán, pues este seguía la línea anti persa de Washington y era muy importante que cualquier oleoducto en la zona del sur (que proviniera de Asia Central) esquivara a Irán. El Congreso estadounidense había autorizado un presupuesto de $20 millones para que la CIA desestabilizara a Irán. Por su parte, Irán había acusado a Washington de canalizar parte de estos fondos al Talibán, acusación que Washington siempre negó” ( El Talibán: la religión islámica, el petróleo y el gran juego nuevo en Asia Central, p. 46).

De hecho, el período entre 1994 y 1997 coincidió con un crecimiento de la actividad diplomática estadounidense, cuyo objetivo era asegurar apoyo al oleoducto Unocal. En marzo de 1996, el prominente senador estadounidense Hank Brown, promotor del projecto Unocal, visitó Kabul y otras ciudades afganas. Se reunió con el Talibán y lo invitó a que enviaran delegados a la conferencia sobre Afganistán celebrada en los EE.UU. auspiciada por Unocal. Ese mismo mes, EE.UU. también ejerció presión sobre el gobierno paquistani para que violara sus acuerdos con Bridas y apoyara en su lugar a la compañía estadounidense.

El próximo mes, Robin Raphael asistente del Secretario de Estado de EE.UU. en el Sur de Asia, visitó Afganistán, Pakistán y Asia Central para recomendar una solución política al conflicto. “A nosotros también nos preocupa perder las oportunidades económicas si no se restaura la estabilidad política”, declaró ante la prensa. Raphael no habló con los líderes del Talibán, ni ofreció ninguna seña de apoyo official. Pero tampoco EE.UU. criticó la postura del Talibán sobre los derechos de las mujeres, las drogas y el terrorismo, que luego formarían, a fines de la década de los 1990, la base del ultimatum al régimen.. La evidencia que existía acerca de estos tres puntos era abundante, al menos que uno eligiera ignorarla.

* Desde la toma de Kandahar, quedó de manifiesto que el Talibán no tenía ninguna intención de respetar ni los derechos democráticos más básicos. A las niñas se les prohibió asistir a la escuela y a las mujeres a trabajar; medidas que creaban enormes privaciones. Se le impuso un código estricto y absurdo de vestimenta a los hombres y a las mujeres, y se prohibió también casi toda formade diversión, desde videocintass y televisión hasta volar cometas. La policía religiosa se encargaba de imponer el código social, usando arbitrariamente la justicia callejera contra los que violaban el código. Ejecuciones públicas se llevaron a cabo por toda una serie de delitos, incluyendo el adulterio y la homosexualidad. El propósito de todo el sistema de represión era aterrar a la población para que aceptara la dictadura autocrática del Talibán en la cual nadie, excepto sus mulahs, podía decir nada.. Aún las decisions de éstos estaban sujetas al veto del Mulah Omar en Kandahar.

* En cuanto a la enorme industria de la heroina afgani, EE.UU. jugó un papel principal en expandirla.. Durante toda la década de los 1980, los grupos mujadines y sus compinches paquistanis explotaron las líneas secretas de abastecimientos, que habían sido puestas en acción con la ayuda de la CIA con tal de hacer llegar armas a Afganistán, y así exportar grandes contrabandos de opio fuera del pais. La CIA ignoró el tráfico de drogas a cambio de conducir la guerra contra el ejército soviético. A principios de la década de los 1990, Afganistán era rival de Burma como el mayor productor de opio. EE.UU. adoptó la misma actitud hacia el Talibán, el cual inicialmente había prometido prohibir el cultivo de opio. No obstante, éste rápidamente cambió de parecer cuando se dio cuenta que no habían muchas alternativas de ingresos económicos en Afganistán y que tal decisión podría llevar al país a la ruina. Después que el Talibán se apoderara de Kandahar, la producción de opio en las provincias aledañas aumentó 50%. Conforme sus fuerzas se movían hacia el norte, se ha calculado que la producción de opio en el país aumentó a 2,800 toneladas en 1997; o sea, un aumento de por lo menos 25% desde 1995. Nada de esto provocó a Washington a hacer censuras públicas.

* La actitud de Los Estados Unidos frente a la amenaza del extremismo islámico era igualmente hipócrita. Durante la década de los 1980, EE.UU. no sólo apoyó a los mujahiddin en general, sino que en 1986 también aprobó un plan específico paquistani para reclutar a combatientes a nivel internacional y así mostrar que todo el mundo musulmán apoyaba la guerra anti soviética. Bajo este plan, se calcula que 35,000 militantes islámicos del Medio Oriente, Asia Central, Africa y las Filipinas fueron adiestrados y armados para luchar en Afganistán. Prominente entre los árabes afganos, como se les llegó a llamar, se encontraba Osama bin Laden, hijo de un rico magnate en el comercio de la construcción y nativo de Yemén, que desde 1980 había estado en Pakistán construyendo carreteras y bases para los mujadines. Bin Laden colaboró con la CIA en 1986 para construir el enorme sistema los túneles Khost como centro de adiestramiento y almacenamiento de armas. Luego pasó a construir su propio campo de adiestramiento. En 1989 formó Al Qaeda (La base) para árabes afganos.

La caída de Kabul

A mediados de los 1990, la actitud de EE.UU. hacia el Talibán no había sido determinada por bin Laden, las drogas o los derechos democráticos. Si el funcionario estadounidense Robin Raphael se mostraba ambivalente en cuanto a aceptar al Talibán en 1996, fue porque Washington no tenía la seguridad que los luchadores Talibán eran capaces de derrotar a sus enemigos y de crear un clima político estable para el proyecto Unocal.

Después de la captura de Herat en 1995, el Talibán decidió cambiar el enfoque de su ataque con mira hacia Kabul. Todos los contrincantes comenzaron a armar a sus aliados en Afganistán para el asalto final que se anticipaba. Pakistán y Arabia Saudita asistían al Talibán, con ayuda material, reconstruyeron el aeropuerto de Kandahar, y construyeron una nueva cadena telefónica y de radio. Rusia e Irán le proporcionaron armas, municiones y petróleo al régimen de Rabbani y a sus aliados por medio de la base aérea de Bagram, al norte de Kabul. India ayudó indirectamente a Rabbini, refortaleciendo la línea nacional aérea afgana y proporcionándole dinero.

Los intentos de la ONU, EE.UU. y otros países para mediar un acuerdo entre Rabbani y el Talibán fracasaron. En agosto de 1996, las tropas del Talibán ocuparon Jalabad en la frontera con Pakistán y al próximo mes finalmente lograron que las fuerzas de la oposición se fueran de retaguardia y salieran de Kabul. Entre los primeros actos que cometieron fue la tortura y el asesinato bestiales de Najibullah y su hermano, quienes desde 1992 habían vivido bajo la protección de inmunidad diplomática en cuartel de la ONU en la capital. Sus cuerpos mutilados fueron colgados en la calle. La reacción de Washington fue descrita de la siguiente manera:

“A las pocas horas de la captura de Kabul por el Talibán, el Departamento de Estado de EE.UU. anunció que establecería relaciones diplomáticas con el Talibán al enviar un representante a Kabul; anuncio que retractó rápidamente. El vocero del Departamento de Estado, Glyn Davies, dijo que EE.UU. no había encontrado ‘nada impugnable' en los pasos que el Talibán había tomado para imponer la ley islámica. Dijo que el Talibán era antimodernista, no anti Occidente. Los congresistas estadounidenses anunciaron su apoyo al Talibán. ‘Lo bueno que ha ocurrido es que por lo menos una de las facciones parece capaz de desarrollar un gobierno en Afganistán,' dijo el senador Hank Brown, simpatizante del proyecto Unocal” (p.166).

La respuesta de Unocal fue casi idéntica. Chris Taggert, vocero de la compañía, le extendió la bienvenida a la victoria del Talibán y explicó que ahora sería más fácil completar el proyecto del oleoducto, pero rápidamente retractó la declaración. El significado era obvio. EE.UU. vio en el Talibán la mejor manera de asegurar la estabilidad que el proyecto Unocal requería, pero no estaba preparado a darle su apoyo hasta que el Talibán controlara al país.

Hablando en una sesión a puertas cerradas ante la ONU en noviembre de 1996, Raphael explicó: “El Talibán controla mas de dos tercios del país, es afgano, oriundo, y ha demostrado que son capaces de mantener el poder. La verdadera fuente de su éxito ha sido el deseo de muchos afganos, particularmente Pashtuns, de cambiar la lucha sin fin y el caos por medidas de paz y seguridad, aun cuando el precio de las restricciones sociales sea alto. Ni a los afganos ni a nosotros nos interesa que el Talibán quede aislado.”

Por su parte, Unocal, con el apoyo de Washington, continuó alabando a los líderes del Talibán que, en un esfuerzo para obtener el contrato más lucrativo, estaban jugando a contraponer la compañía estadounidense a su competidor Bridas. Unocal proporcionó casi $1 millón para instalar el Centro de Estudios Afganos en la Universidad de Omaha, como frente para ayudar a Kandahar bajo el control del Talibán. El resultado principal de la “ayuda” de la compañía fue la escuela para capacitar a los electricistas, carpinteros y plomeros que se necesitarían para la construcción del oleoducto. En noviembre de 1997, una delegación del Talibán fue agasajada por Unocal en Houston, Texas, y se reunieron con funcionarios del Departamento de Estado.

El cambio político de Washington

Pero los vientos políticos ya estaban cambiando. El momento clave de cambio llegó en mayo de 1997, cuando el Talibán capturó la ciudad principal del norte, Mazar-e-Sharif, e intentó imponerle sus restricciones religiosas y sociales a las poblaciones hostiles de Uzbeks, Tajiks y los Hazaras Shiítas. Sus acciones provocaron una revuelta en que quedaron muertos aproximadamente 600 combatientes del Talibán en feroces luchas en la ciudad. Por lo menos mil más fueron capturados y supuestamente masacrados mientras intentaban escapar.. Durante los próximos dos meses, el Talibán fue forzado a irse de retaguardia en todos los frentes del norte, lo cual fue su peor derrota militar. En 10 semanas de combate, sufrieron más de 3,000 muertos y heridos, y más de 3,600 combatientes fueron tomados prisioneros.

Mazar-e-Sharif no fue un simple revés militar. El Talibán se reagrupó y retomó la ciudad en agosto de 1998, masacrando a miles de hazaras shiítas—hombres, mujeres y niños—y casi provoca una guerra con Irán por haber asesinado a 11 funcionarios iranís y a un periodista. Sin embargo, los sucesos de mayo de 1997 revelaron el profundo rencor de la población de origen no-pashtun hacia el Talibán. Este rencor significaba que la guerra civil sería inevitablemente prolongada y, aun cuando el Talibán lograra tomar las fortalezas de la oposición en el norte, lo más probable era que rebeliones y una inestabilidad política mayor ocurrieran.

Inmediatamente luego de la debacle de Mazar-e-Sharif, Washington tomó varias decisiones cruciales. En Julio de 1997, en un brusco cambio de política, el gobierno de Clinton concluyó su oposición a que el oleoducto de Turkmenistán-Turquía pasara por Irán. Al mes siguiente, una asociación de compañías europeas, incluyendo la Royal Dutch Shell, anunció los planes para este proyecto. Un acuerdo por separado de la compañía australiana BHP Petroleum propuso otro oleoducto que correría de Irán a Pakistán y eventualmente a la India.

En el mismo período, Turquía y los EE.UU. conjuntamente auspiciaron la idea de un “corredor de transporte”, que contemplaba un oleoducto importantísimo desde Baku en Azerbaiján a través de Georgia, hasta llegar al Puerto turco de Ceyhan en el Mediterráneo. Washington empezó a presionar a Turkmenistán y Kazajstán para que participaran en el plan para construir el oleoducto de petróleo y gas natural, respectivamente, bajo el Mar Caspio, y luego a lo largo del corredor.

Los planes de Unocal para construir el oleoducto desde Turjmenistán ahora se enfrentaban a la competencia. Además, las propuestas rivales cruzaban rutas que prometían ser, por lo menos a corto plazo, más estables desde el punto de vista político. Tanto Bridas como Unocal prosiguieron con sus planes en el sur de Afganistán, pero las posibilidades se hacían cada vez más distantes. A fines de 1997, el vicepresidente de Unocal, Marty Millar, comentó: “Es incierto cuando va a empezar este proyecto. Depende de la paz en Afganistán y de un gobierno con el que podamos colaborar. Puede que esto suceda a fines de año, el año próximo o dentro de tres años, o puede que esto resulte en hueco seco si la lucha sigue.”

En ese momento también empezó a darse un cambio paralelo en la retórica política de Washington. En noviembre de 1977, la Secretaria de Estado de los EE.UU., Madeleine Albright, dio la nueva pauta durante su visita a Pakistán. Se aprovechó de la oportunidad para atacar la política del Talibán hacia las mujeres, llamándola “odiable”, y para advertirle escarpadamente a Pakistán que éste corría el riesgo de ser aislado internacionalmente.

Washington empezó a ejercer presión en Pakistán sobre la participación del Talibán en el comercio de la heroína y los riesgos del “terrorismo islámico”.

El cambio en la política estadounidense quedó completo cuando, luego del bombardeo contra las embajadas estadounidenses en Kenya y Tanzania en agosto de 1998, el gobierno de Clinton atacó con cohetes teledirigidos los campos de adiestramiento de Osama bin Laden en Khost, Afganistán. Bin Laden había retornado a Afganistán en mayo de 1996 después de una ausencia de seis años. Durante ese tiempo se había desilusionado con el papel que EE.UU. había jugado en el Golfo Persa y el Medio Oriente. Empezó a emitir llamados públicos por una “jihad” [guerra santa] contra EE.UU. en agosto de 1996. Pero fue sólo después de los bombardeos en Africa que Washington empezó a exigir, sin presentar ninguna prueba, que el Talibán lo entregara

Unocal suspendió el proyecto del oleoducto y sacó a todo su personal de Kandahar e Islamabad. El último clavo se le martilló al ataúd a fines de 1998, cuando los precios del petróleo fueron reducidos a la mitad: de $25 a $13 por barril, lo cual destruyó la viabilidad económica del proyecto Unocal, por lo menos a corto plazo. Al mismo tiempo, las exigencias del gobierno de Clinton para que entregaran a bin Laden, y también para que se tomara acción contra las drogas y a favor de los derechos humanos, se convirtió en la base para que la ONU impusiera toda una serie de sanciones punitivas contra el Talibán en 1999.

A pesar de la fuerte presión ejercida sobre el Talibán—y Pakistán también—ninguna de las exigencias del gobierno estadounidense quedó satisfecha. En 1998 y 1999, el Talibán lanzó una nueva ofensiva militar y extendió su control, obligando a sus oponentes a refugiarse en pequeñas regiones del nordeste. Pero la guerra civil estaba lejos de terminar, con Rusia e Irán siguiendo abasteciendo a los oponentes del Talibán con armas. Las sanciones de la ONU tuvieron el efecto de prevenir a que todo rival de Washington sacara ventaja en Afganistán, pero tampoco logró que los EE.UU. fortaleciera una posición firme en la región.

Ahora, el gobierno federal estadounidense se ha valido de la oportunidad que el ataque del 11 de septiembre en Nueva York y Washington para proseguir con sus planes de largo plazo en Asia Central. Sin presentar pruebas, Bush inmediatamente responsabilizó a bin Laden por el desastre en los EE.UU. y emitió varios ultimátum contra el régimen Talibán, que tenía que entregar a bin Laden, el desmantelar las instalaciones de Al Qaeda y permitirle entrada a EE.UU. en los “campamentos para la capacitación de terroristas”. Cuando el Talibán rechazó estas exigencias sin restricciones, Bush le dio la señal a sus generales para que lanzaran miles de bombas y cohetes teledirigidos a Afganistán, con el objetivo de derrocar al gobierno.

Si al gobierno de Bush y a la prensa internacional se les creyera, el único propósito de esta costosa y prolongada guerra contra uno de los países más subdesarrollados del mundo es apresar a bin Laden y destruir la red Al Qaeda. Pero como este análisis histórico muestra, el temor al terrorismo o las cuestiones de los derechos humanos no determinan los objetivos de Washington en Afganistán. Por primera vez, EE.UU. ha establecido una presencia militar en las repúblicas del Asia Central con tropas en Uzbekistán, y su campaña militar asegura que dictará los términos para cualquier régimen que siga al Talibán. Aun si bin Laden mañana fuera muerto y su organización fuera destruida, Washington no tiene la menor intención de ponerle paro a estos primeros pasos para dominar esta región estratégica, clave y de vastos recursos energéticos.

Referencias:
1. Taliban: El islamismo, el petróleo y el gran juego nuevo en el Asia Central, Ahmed Rashid, I.B Tauris, 2000
2. Afghanistan: Una historia nueva, Martin Ewers, Curzon, 2001
3. La cosecha del remolino: El movimiento del Talibán en Afganistán, Michael Griffin, Pluto Press, 2001