English

¿Había estado los Estados Unidos prevenido del ataque del 11 de septiembre?

Tercera parte: Los Estados Unidos y el terrorismo del Medio Oriente

Utilice esta versión para imprimir | Envíe esta conexión por el email | Email el autor

Ver Primera parte: Advertencias; Segunda parte: Vigilando a los piratas aéreos; Tercera parte: Los Estados Unidos y el terrorismo del Medio Oriente; Cuarta parte: La negativa en investigar

Uno de los aspectos fundamentales de la versión oficial de los ataques contra el World Trade Center y el Pentágono—que sostiene que los ataques sorprendieron totalmente al gobierno de los Estados Unidos y a todo su sistema de espionaje—es que la CIA y otras agencias de espionaje llegaron a depender demasiado del espionaje electrónico y no de agentes que pudieran infiltrar las organizaciones terroristas.

Según el cuento, lo que sucedió fue que el FBI y la CIA, sin agentes infiltrados entre los fundamentalistas islámicos, fueron incapaces de descubrir los planes de Osama bin Laden y prevenir que se cumplieran.. Simplemente se asevera, sin ningún análisis de la evidencia, que los agentes estadounidenses se encontraban ausentes. Este razonamiento es circular: el mismo al éxito de los ataques del 11 de septiembre sirve para demostrar que los Estados Unidos no tenía agentes infiltrados entre los piratas.

Esto supone dos cosas: primero, que agentes estadounidenses no podían penetrar los ámbitos terroristas; y segundo, que esos mismos agentes habrían actuado para prevenir un ataque si lo hubieran sabido con anticipación. Ambas presunciones descansan sobre arena movediza.

La declaración oficial que no había “conocimiento humano” acerca de 11 de septiembre es, por supuesto, difícil de analizar o de refutar si uno se basa en pruebas forenses o empíricas. La índole de estas actividades es que toman lugar en secreto y por lo tanto el público las desconoce. Pero la credibilidad de esta afirmación se puede juzgar en términos de la historia de la relación que existe entre el imperialismo estadounidense y el fundamentalismo islámico.

Los Estados Unidos ha estado profundamente involucrado en el Medio Oriente por más de medio siglo, y en Afganistán por dos décadas. Las agencias de espionaje de los Estados Unidos han tenido largos e íntimos vínculos con los fundamentalistas islámicos, alentándoles a que participaran en actividades terroristas. Sin los Estados Unidos haber desempeñado este papel, Al Qaeda no habría existido, bin Laden se habría quedado en Arabia Saudita como magnate en la industria de la construcción y 11 de septiembre jamás habría ocurrido.

Los orígenes de los muyadejines

Los que llevaron a cabo los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 ni siquiera habían nacido cuando el gobierno estadounidense primero comenzó a auspiciar a los fundamentalistas islámicos y usarlos contra sus adversarios políticos en el Medio Oriente. Ya para la década de los 1950, los Estados Unidos y su principal agencia—Arabia Saudita—le habían prestado ayuda económica a grupos fundamentalistas, tales como la Hermandad Musulmana en Egipto. Los funcionarios estadounidenses respaldaron a éstos contra el nacionalismo pan-árabe del egipcio Gammal Abdel Nasser, así como también contra elementos socialistas en la clase obrera árabe, sobretodo la de los campos petroleros sauditas.

Un analista de este proceso escribe: “Fue durante el período 1958-60 que el Departamento de Estado de EE.UU. comenzó a exagerar la amenaza comunista en el Medio Oriente. Más bien la CIA de ARAMCO—y también la de Beirut y Cairo—comenzaron a brindarle apoyo a grupos fundamentalistas islámicos como contrapeso a Nasser. Hasta cierto punto, ésto fue una expansión del uso exitoso de elementos musulmanes (Fadayeen Islam) contra la izquierda de Irán. Política llevada a cabo por Kim Roosevelt. Se financió a la anti nasserista Hermandad Mulsulmana y a los clérigos dirigentes se les empujó para que criticaran a la Unión Soviética porque sus costumbres eran anti musulmanas. (Said K. Aburish , La grandeza, la corrupción y la decadencia de la Casa de Saud, Prensa San Martín, Nueva York, NY, 1996, p. 161)

Esta relación crecería cuantitativa y cualitativamente con la guerra civil en Afganistán. Aún antes que la Unión Soviética invadiera al país en diciembre de 1979, los Estados Unidos había decidido respaldar económica y militarmente a los partidos fundamentalistas islámicos que participaban en la guerrilla contra el gobierno en Kabul, que contaba con el apoyo soviético y había llegado al poder en 1978 por medio de un golpe de estado.

El asesor de seguridad nacional, Zbigniew Brzezinski, esperaba que una guerra total debilitara a a la URSS tanto como la de Vietnam había socavado a los Estados Unidos. El gobierno de Carter comenzó a tirarles armas y dinero, con favores especiales a los fundamentalistas islámicos más reaccionarios, quienes llegaron a ser los precursosres ideológicos del Talibán y Osama bin Laden.

Pero el hombre que mejor merece el título de “Padre Fundador” de Al Qaeda fue el director de la CIA bajo el presidente Reagan, William Casey. Casey originaría la campaña para reclutar a militantes islámicos de todos los rincones del mundo para que fueran a Afganistán para luchar por la causa anti soviética. Fundamentalistas islámicos procedentes de docenas de países—desde Marruecos hasta Indonesia, y hasta Musulmanes Negros de los Estados Unidos—viajaron a Afganistán bajo los auspicios de la CIA, la cual los capacitó para que aprendieran a manejar armas y explosivos, y entraron en combate con armas proporcionadas por los Estados Unidos.

El mismo Osama bin Laden fue producto de este proceso. Primero él fue a Afganistán a principios de la década de los 1980 como partidario de los muyajedines afganos y con su conocimientos de ingeniería ayudó a construir carreteras, bases y otras instalaciones, todos financiados con su propio dinero y contribuciones de los Estados Unidos. Fue en Afganistán donde entró en comunicación con los fundamentalistas islámicos de todos los rincones del mundo, lo cual luego facilitó los ataques terroristas contra blancos estadounidenses. Lo que el gobierno de Bush y la prensa estadounidense hoy consideran una confabulación mundial demoníaca de extremistas islámicos es, en realidad, un Frankenstein creado por el mismo gobierno estadounidense.

Los más conscientes estrategas del imperialismo estadounidense entienden esta historia muy bien. Hace varios años que Brzezinski cínicamente sugirió que la creación de Al Qaeda fue un precio razonable para poder adelantar los intereses de los Estados Unidos en el Medio Oriente y por todo el mundo. Le dijo a un periódico francés: “¿Qué es más importante para la historia mundial? El Talibán o el desplome del imperio soviético? ¿Unos pocos islamitas histéricos o la liberación de la Europa Central para ponerle fin a la Guerra Fría? (Entrevista con Vincent Javert en Le Nouvel Observateur [ El nuevo observador], 15-21 enero 1998)

Al Qaeda y la CIA

Según se ha reportado ampliamente, bin Laden se opuso a los Estados Unidos en 1991-92 luego que grandes cantidades de tropas estadounidenses se desplegaran en la Arabia Saudita durante la Guerra del Golfo Pérsico. La historia oficial es que esta ruptura marcó el fin de toda comunicación entre las agencias de espionaje estadounidenses y los fundamentalistas islámicos que proseguirían a formar Al Qaeda.

Desde este punto en adelante, nuestro análisis, por necesidad, llega a cierta esfera donde los hechos establecidos son escasos y fragmentados. Nos vemos obligados a depender de deducciones y probabilidades. ¿Se puede creer que la CIA, tras una década de vínculos íntimos con los mujayedines afganos, fue repentinamente despojada de toda comunicación y rendida incapaz de averiguar los que sus ex protegidos hacían?

La perpetuamente servil prensa estadounidense nunca ha contradicho al gobierno de Bush, o a los voceros del Pentágono o del FBI, y nadie debe quedarse esperando ninguno de esos tan bien pagados periodistas estadounidenses arriesge su puesto haciendo preguntas. Pero no existe ninguna probabilidad que la estrecha y antigua relación entre la CIA y los mujayedines afganos pueda apagar repentinamente todas las fuentes de que antes existían.

Es la responsabilidad de la CIA conocer a sus colaboradores íntimamente, lo cual dio resultados en relación a bin Laden y sus partidiarios y seguidores por aproximadamente doce años. Aún hoy día, luego de una década en la cual las hostilidades aumentaron, aquellos que el gobierno estadounidense ha identificado como asesores claves de bin Laden provienen, en su mayoría, de los fundamentalistas islámicos de la Arabia Saudita y Egipcio que se radicalizaron durante la guerra en Afganistán. La CIA conocía sus familias, sus debilidades, sus vicios; y nunca mostró ningún escrúpulo para usar semejante información con tal de comprometer sus reputaciones y así asegurar su cooperación para ciertos fines.

Ello no significa que no había conflictos reales entre bin Laden y el gobierno estadounidense, o que Al Qaeda era simplemente un frente. No es necesario recurrir a teorías de confabulaciones para rechazar la aseveración que los Estados Unidos no tenía ninguna idea de los planes que el grupo terrorista había puesto en marcha. Pero es la versión oficial lo que es improbable y ridícula: la insistencia en que la maquinaria de espionaje mayor y mejor financiada del mundo no pudo abrir la menor grieta en una organización cuyo personal, en gran parte, consistía de sus propios ex-empleados.

A pesar de la mistificación oficial actual, bin Laden y sus compinches eran mucho más accesibles que, por ejemplo, regímenes estalinistas como Vietnam del Norte o Corea del Norte. La CIA ha cultivado fuentes de información entre los fundamentalistas islámicos desde la década de los 1950. Además, las agencias de espionaje simpatizantes, inclusive las de Egipto, Arabia Saudita y Pakistán—para no mencionar a Israel—también habrían tenido sus fuentes de comunicación.

El papel de los espías provocadores

Es de suma importancia considerar el 11 de septiembre en el contexto de ataques terroristas anteriores contra blancos estadounidenses, sobretodo el bombardeo de las Torres Gemelas en 1993 y los bombardeos en 1998 de las embajadas estadounidenses en Kenya y Tanzanía. Se ha revelado que en ambos ataques espías plantados jugaron un papel central. Esto pone en duda las aseveraciones que el espionaje estadounidense fue incapaz de penetrar Al Qaeda. Y nos lleva a una pregunta: ¿tenían espías provocadores plantados algún vínculo con el 11 de septiembre?

Los que fueron imputados del ataque contra el World Trade Center en 1993 y luego de la conspiración para destruir otros objetivos de Nueva York fueron, en su mayor parte, ex guerrilleros en Afganistán que habían ingresado en los Estados Unidos con la asistencia secreta de las agencias de espionaje estadounidenses. Entre ellos se encontraba Emad Salem, espía egipcio y a la vez soplón del gobierno estadounidense, quien fue identificado como instigador principal de los planes para bombardear objetivos de la zona metropolitana de Nueva York.

Salem y el FBI sostuvieron que él había participado como espía en 1991-92 y de nuevo a partir de abril, 1993, pero no durante el período en que se organizó el bombardeo de marzo, 1993, que terminó matando a seis personas y destruyendo un sótano de las Torres Gemelas. Esto fue un esfuerzo bastante obvio para evitar que se hicieran indagaciones acerca de por qué el FBI, a quien este espía le había revelado información, no hizo nada para prevenir el ataque.

Durante los sucesos de 1998, se reveló que el gobierno estadounidense había recibido, con dos semanas de anticipación, advertencias acerca del bombardeo en Kenya. En el transcurso del juicio establecido contra los cuatro individuos acusados del bombardeo, los abogados defensores pudieron mostrar que los funcionarios del gobierno estadounidense no le habían comunicado al personal de las embajadas amenazadas la información debida, lo cual resultó en gran pérdida de vida para los civiles locales que se encontraban dentro o cerca de las instalaciones cuando reventó la bomba.

Igual que al menos una otra advertencia acerca del 11 de septiembre, esta información provino de Mossad, la agencia de espinaje israelita. Además, uno de los acusados de los bombardeos en Kenya y Tanzania había sido un ex sargento de los boinas verdes e instructor sobre las guerras especiales. Se llamaba Alí A. Mohamed, ex oficial del espionaje egipcio. A éste se le permitió ingresar a los Estados Unidos bajo un programa especial de la CIA que le ofrecía ciudadanía a espías importantes. Aunque presuntamente Mohamed se había virado contra los Estados Unidos debido a la Guerra del Golfo Pérsico en 1991, siguió como espía del gobierno hasta por lo menos el 1995.

No cabe duda que la mayoría de los que participaron en el bombardeo contra el World Trade Center en 1993 y las embajadas del país en Kenya y Tanzanía, además de otros ultrajes semejantes, eran fundamentalistas islámicos que creían que de alguna manera le habían dado un golpe mortífero a los Estados Unidos. Pero en el pantano de espías, contra espías y espías provocadores, puede que hayan sido usados para lograr los objetivos del imperialismo estadounidense, el cual ha utilizado los ataques terroristas—y sobretodo el 11 de septiembre—como pretextos para intervenir militarmente en el extranjero y agredir los derechos democráticos dentro de este país.

Los ataques terroristas contra civiles inocentes, sea cual fuera su razón o pretexto, son olíticamente reaccionarios. Además, puesto que el terrorismo trata de sustituir a la lucha por desarrollar la conciencia política de las masas con la lucha armada de una pequeña minoría, es mucho más fácil para los agentes imperialistas fingir estar de acuerdo [con su política]. De tal modo manipulan y se adentran en organizaciones de esta índole. Desde este punto de vista político, lo que los Estados Unidos afirma—que su maquinaria de espionaje no pudo infiltrar Al Qaeda—es increíble.

Ciertos vínculos extraños

Tal vez el aspecto más difícil acerca del 11 de septiembre es como acalarar la relación verdadera que existía entre bin Laden y el gobierno de los Estados Unidos. Él fue, claro, una ventaja para la CIA por más de una década. Es uno de varias docenas de hijos de un ingeniero multi millonario saudita cuya familia ha estado vinculada a los Estados Unidos por largo tiempo, principalmente con la familia de George W. Bush. (Los bin Ladens fueron inversores en el Grupo de Carlysle, empresa multi-millonaria que financia actividades de negocio arriesgadas pero rentables. El padre del Presidente, es decir, el ex presidente, es bien pagado como promovedor de los negocios de la empresa en el Medio Oriente. Los bin Ladens vendieron sus acciones en la empresa luego del 11 de septiembre.)

Para 1996, más de cuatro años después que Osama bin Laden anunciara su intención de sacar a los Estados Unidos de la Arabia Saudita, el gobierno estadounidense rehusó la oferta del Sudán para entregarlo por extradición. Funcionarios estadounidenses sugirieron que no existían suficientes pruebas para condenarlo por acciones terroristas en un tribunal de los Estados Unidos.

Aún después que los bombardeos contra las embajadas en 1998 lo hicieron famoso, la CIA tuvo dificultades sorprendentes encontrándolo en Afganistán.

El 31 de octubre pasado, el periódico francés, Le Figaro, que es de los más conservadores en el país, publicó un informe sensacional que en cierto momento de su estadía de casi dos semanas—del 4 al 14 de julio, 2001—en el hospital estadounidense en Dubai (Emiratos Unidos Árabes), donde recibiera tratamientos para una enfermedad de los riñones, bin Laden se había reunido con agentes de la CIA.

Voceros de los Estados Unidos y de EUA rotundamente negaron el informe. No existe manera de comprobarlo independientemente. Pero lo cierto es que el periódico tiene vínculos excelentes. Uno de sus inversionistas principales es el Grupo Carlysle, empresa de acciones con vínculos directos a la familia Bush y a la de bin Laden.

Existen otros indicios que las relaciones entre los Estados Unidos y los terroristas islámicos no son exactamente lo que la prensa estadounidense pretende.

Existe el caso de Nabil al-Marabh, quien en junio, 2001, fue detenido en Niagara Falls mientras cruzaba la frontera a Nueva York. Se le había encontrado viajando como polizón en un camión con remolque. Llevaba un pasaporte falso y las autoridades de inmigración estadounidenses lo hicieron regresar a Canadá. “Nueve meses antes se le había identificado a espías estadounidenses como uno de los espías de Osama bin Laden en los Estados Unidos. Agentes de la aduana de los Estados Unidos sabían que él había trasladado dinero a un socio de bin Laden en el Medio Oriente. La policía de Boston había emitido una orden para arrestarlo por incumplir con su libertad condicional, que se le había impuesto por apuñalar a un amigo”. Al-Marabh fue puesto en libertad bajo fianza en Canadá. Después de los ataques del 11 de septiembre, fue arrestado en las cercanías de Chicago. Mientras se encontraba encarcelado en Canadá, “hacía alardes ante sus compañeros de celda que el FBI lo consideraba ‘especial'”. ( New York Times, 5 octubre 2001)

El 24 de septiembre también apareció un artículo en la revista semanal, Newsweek. Éste nos informa que el 10 de septiembre, “un grupo de funcionarios de alto rango en el Pentágono de repente cancelaron sus planes para viajar al otro día, aparentemente por razones de seguridad”. Esto sugiere que ciertos niveles del estado estadounidense tenían conocimiento no sólo del ataque inminente, sino también de su hora exacta. Huelga decir que ninguna de las publicaciones principales de los Estados Unidos le ha seguido la pista a esta historia.

¿Y qué se puede decir del artículo que apareció el en la primera página del Washington Post, bajo titular de doble línea, el 23 de septiembre: “Investigadores identifican a 4 o 5 grupos vinculados a bin Laden que funcionan como espías en los Estados Unidos; Funcionarios alegan que no existe ninguna conexión entre los miembros de esta ‘célula' y los 19 piratas aéreos ?

El artículo informa que el FBI había identificado a varios grupos de Al Qaeda que habían funcionado “durante los últimos años” en los Estados Unidos pero a quienes no se les encontró ningún vínculo a los 19 piratas aéreos que desataron el ataque del 11 de septiembre. Esto es una admisión asombrosa dado que toda la campaña militar estadounidense contra Afganistán se había predicado en que que Osama bin Laden era el responsable por la piratería suicida. El artículo sigue:

“El FBI no ha arrestado a nadie porque los miembros del grupo ingresaron al país lícitamente durante los últimos años y no han participado en ninguna actividad delictiva desde su llegada, declaran los funcionarios.

“Los funcionarios del gobierno sostienen que no saben por qué las células se encuentran en el país, cual es su objetivo o si sus miembros planean ataques. Un funcionario llegó a describirlas ‘probablemente benignas', aunque otras personas las tachan de siniestras y aseguran que se han tomado precauciones para proteger al público”.

Ésto desatina la mente: en medio de una red barredera nacional, cuyo balancer actual es el arresto e interrogación de cientos de estadounidenses árabes y musulmanes solamente debido a su religión y origen nacional, el FBI le dice al periódico principal de la nación que no ha detenido a ninguno de los conocidos colaboradores de Osama bin Laden porque no han cometido ningún delito desde su llegada a los Estados Unidos. Puede que su presencia hasta sea “benigna”, adjetivo espeluznante cuando se toma en cuenta la matanza de casi 3000 personas.

El artículo del Post fue escrito conjuntamente por Bob Woodward y Walter Pincus, hecho que le da mayor significado. No es necesario presentar a Woodward a los versados en el escándalo de Watergate. Fue el corresponsal que logró obtener la información subrepticia más famosa en la historia de los Estados Unidos; información interna acerca de las acciones de Nixon durante las investigaciones sobre Watergate proveída por cierta fuente secreta a la cual Woodward le dio el pseudónimo de Deep Throat [“Garganta honda”].

La identidad de esta persona nunca llegó a establecerse, pero se cree que fue un funcionario importante de la maquinaria de seguridad nacional. Walter Pincus es corresponsal del Post y escribe sobre cuestiones de seguridad nacional, lo cual significa que cubre a la CIA y el Pentágono. Trabajó como espía para la CIA durante la década de los 1960, cuando era miembro de la Asociación Nacional de Estudiantes, hecho que salió a la luz dos décadas después.

Este artículo, dado su prominencia en la primera página del Washington Post y que fue escrito por estos dos individuos, debe interpretarse como una señal semi-oficial que la relación entre el espionaje estadounidense y Osama bin Laden es mucho más compleja que lo que indica la propaganda que actualmente rige los medios de prensa.

Continuará