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Luego de declarar incumplimiento de deudas, la economía argentina sufre la peor recesión de su historia

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Un informe acerca de la situación económica argentina publicado a principios de mes plantea el impacto devastador de la crisis financiera y la catástrofe social que las medidas dictadas por el Fondo Monetario Internacional han infligido a la población.

Preparado por el Centro para la Investigación de la Economía y la Política, grupo intelectual basado en Washington, el informe nota que cuatro años de recesión han resultado en que el Producto Interior Bruto [PIB] del país haya disminuido 20%. Y todavía no hay indicios de cuando esta caída va a parar.

Las estadísticas de lo que ya se cataloga como la peor crisis económica en la historia del país se puede resumir como sigue:

“El PIB ha declinado en una tasa anual de 16.3% durante el primer trimestre de 2002, lo cual bate el récord. El desempleo se ha estancado en el 21.5% de la fuerza laboral, y los sueldos mensuales reales han bajado 18% durante el transcurso del año. Las tasas de la pobreza y de la indigencia han llegado a niveles nunca antes vistos: 53% de los argentinos ahora viven debajo del margen la pobreza según lo define oficialmente el gobierno y a un 25% se le considera indigente (necesidades no satisfechas). Desde octubre, 2001, 5.2 millones de argentinos han caído debajo del margen de la pobreza y hoy se considera que siete de cada diez niños son pobres”.

Si la contracción durante la primera mitad de año continuara igual durante el resto del año, la disminución total de la economía argentina, desde que alcanzara su último apogeo durante el ciclo comercial de 1998, sería 27%, lo cual es comparable a la disminución de la producción estadounidense en 33% durante la Gran Depresión.

El colapso de la economía argentina le apunta el dedo acusador a la política del Fondo Monetario Internacional, que ha dirigido el programa económico de gobiernos sucesivos durante la última década.

Pero el FMI insiste que no tiene la culpa de nada, y que el “los fracasos de la política financiera”—demasiados gastos gubernamentales—“son la causa fundamental de la crisis actual”. Esta organización continúa exigiendo que se imponga el método de la una austeridad económica y monetaria para resucitar la confianza de los inversionistas y así estimular la economía. Es decir, el mismo programa que durante los últimos cuatro años ha fracasado.

Los autores del informe—Alan B. Cibils, Marl Weisbrot y Bebayani Kar—analizan las acusaciones del FMI que los gastos del gobierno constituyen la raíz del problema e indican que el déficit del gobierno central nunca fue desproporcionado, ya que el PIB había alcanzado el máximo de 3.2% en 2001, con el acrecentamiento debido directa a los pagos de intereses. Durante el mismo año, el déficit de los gobiernos provinciales sólo había llegado al máximo de 1.9% del PIB.

El déficit combinado de Argentina de 5% del PIB—el cual se sostuvo durante una de las recesiones más profundas de la historia después de la Segunda Guerra Mundial—se compara al déficit del gobierno de los Estados Unidos, el cual llegó al 4.7% del PIB en 1992 y 6.1% en 1982.

Los autores insisten que el empeoramiento de la balanza económica del gobierno desde 1993 en adelante no fue consecuencia del acrecentamiento de los gastos, aparte de los pagos de intereses, pero siguió la disminución de los ingresos del gobierno que resultara de la recesión que comenzó durante el tercer trimestre de 1998.

“Más importante aún, Argentina se estancó en el remolino de deudas en el que tasas de interés mayores hicieron aumentar la deuda y la prima de riesgo del país, lo cual condujo a tasas de interés y un servicio de deudas aún más altos hasta que se declarara el incumplimiento de pagos en octubre, 2001. Los golpes administrados por las tasas de interés provinieron del exterior, comenzando en febrero, 1994, con la decisión del Banco de Reservas de los Estados Unidos de aumentar las tasas de corto plazo y atravesando por las crisis económicas de México, Asia, Rusia y Brasil (1995-199)”.

Una de las razones por las cuales estas crisis internacionales han tenido impacto tan severo en Argentina se debe a la política económica que se siguió durante la última década. La junta monetaria en particular, bajo cual la moneda argentina se vinculó directamente al dólar estadounidense, inmediatamente sufrió los cambios en la política económica de los Estados Unidos y en las fluctuaciones en el valor del dólar.

El acrecentamiento de las tasas de interés en los Estados Unidos, empezando en febrero, 1994—aumento de 3 al 6% durante doce meses—encontró su igual en Argentina, con un acrecentamiento adicional en la tan llamada prima de riesgo. La crisis mexicana hacia fines de 1994 precipitó la salida del capital argentino al exterior, conduciendo a una profunda recesión a medida que el PIB disminuía 7.6% del primer trimestre del 1994 al primero de 1996.

El aumento en el valor del dólar estadounidense luego de abril, 1995, significó que el peso argentino comenzó a valorizarse más de lo debido. Esto condujo al empeoramiento del déficit de caja actual, empeorando la inestabilidad económica creciente, lo cual, a su vez, condujo al acrecentamiento de las tasas de interés. Aparecieron uno detrás de otro la crisis asiática de 1997-98, el incumplimiento de Rusia, y la flotación del real brasileño en Febrero, 1999.

La salida del capital

El impacto de estos eventos causaron una enorme fuga de capital de la economía argentina, causando la recesión de la cual el país nunca se ha recuperado.

Pero para los economistas que dirigen el FMI, cuyo programa ha contribuido a la imposición del peor desastre económico en la historia del país, el problema no es que ahora existe demasiada pobreza, sino que no hay lo suficiente.

El ex jefe economista del FMI, Michael Mussa, ha insistido que si la Argentina habría tenido “mayor flexibilidad en su sistema económico, sobretodo en los mercados de mano de obra”, habría sobrevivido el remolino de los últimos años. Es decir, todo habría quedado saludable si sólo los salarios hubieran disminuido aún más y más rápido de lo que sucedió.

De acuerdo, el programa del FMI dicta que el gobierno central y los de las provincias se aprieten el cinturón más. Pero a pesar el primero tiene toda intención de obedecer las órdenes, el Fondo todavía rehusa poner más fondos de préstamo a disposición.

Según el informe, “Parece que los postes continuamente se mueven de tal modo que nuevas condiciones se añaden luego que el gobierno se ha puesto de acuerdo para satisfacer las previas”.

[El informe] señala que otro informe reciente, escrito por cuatro ex bancarios centrales de Europa y Canadá enviados a la Argentina por el FMI para hacer recomendaciones sobre como el país debería emprender la reforma de su sistema bancario, concluyó lo siguiente: “Se necesitarán sacrificios, probablemente muchos más de los que la sociedad ya ha aceptado”.

A la vez, el FMI usa su autoridad en los mercados financieros internacionales para asegurar que todas las fuentes de crédito le nieguen crédito a la Argentina hasta que ésta llegue a un acuerdo general con el Fondo. Hasta los préstamos dirigidos directamente a los programas sociales, como el crédito por $700 millones que el Banco Mundial ha concedido, han sido congelados. Puesto que no existe ningún acuerdo, los créditos para las exportaciones han sido difíciles de obtener.

Los autores del informe señalan que el acuerdo con el FMI no ofrece ninguna solución a la Argentina, porque si se cumplen las exigencias para reducir los gastos aún más, “habría una contracción en la economía, la cual casi cierto prolongaría y/o profundizaría la depresión actual”.

Pero la perspectiva alterna que ellos ofrecen tampoco presenta ninguna salida. Sostienen que aunque la crisis económica es la más grave en la historia del país, existe “ciertas razones para considerar que la economía se presta a una recuperación rápida que puede tomar lugar sin financiamiento externo. Debido al colapso de la demanda como consecuencia de la depresión y de la devaluación de la moneda, la Argentina ahora posee una gran cuenta corriente y un superávit de la balanza comercial.

De acuerdo, el gobierno debería utilizar sus recursos para “reactivar la economía directamente”, después de lo cual las inversiones privadas resumirían una vez que los inversionistas no teman que la situación va empeorar. Pero aún si la reactivación tomara lugar, la recuperación económica no duraría mucho. Esto se debe a que cualquier expansión económica significativa inmediatamente presentaría la necesidad de vínculos más ceñidos con la economía internacional y acceso al crédito internacional.

Pero si el FMI se da con que sus exigencias inaceptables, éste declararía, con el respaldo de la Tesorería de los Estados Unidos, que el país se encuentra en incumplimiento de sus deudas y le cancelaría toda fuente de crédito. Según los autores del informe, sin embargo, esta “opción nuclear” no es muy probable, puesto que sería “muy difícil, desde el punto de vista político, que el FMI y la Tesorería estadounidense declaren que la Argentina es una “nación paria” y que hagan cumplir el embargo al crédito”.

La economía internacional

Se llega a la conclusión que los autores son muy inocentes o que tanto se han comprometido a la promoción de una perspectiva nacional que conscientemente ocultan la verdadera manera en que la economía internacional funciona.

Además, las soluciones que ellos mismos llaman “criollas” se basan en negar los procesos económicos que han conducido a la Argentina al colapso. Como señala el informe, contrario al FMI, las raíces fundamentales de la crisis no se encuentran en la economía argentina como tal, o en los programas nacionales, sino en las violentas tormentas económicas internacionales de la última década, cuyos efectos actualmente se esparcen por toda Latinoamérica.

Como nota el informe: “La prima de riesgo sobre la deuda soberana de Brasil actualmente es peor que la de Nigeria, Uruguay ha perdido una tercera parte de sus reservas durante el mes pasado, y la entrada de capitales a la región ha disminuido severamente durante el último año y medio”.

Otras estadísticas ubican la crisis argentina en el contexto de la pobreza que se le ha infligido a los pueblos de América Latina como consecuencia de las reformas del tan llamado mercado libre durante las dos décadas anteriores.

Según un artículo publicado el 16 de julio en el Miami Herald , escrito por Max Castro, investigador asociado de antigüedad en la Universidad de Miami, el porcentaje de hogares en Latinoamérica que viven en la pobreza (definida como ingresos insuficientes para satisfacer las necesidades básicas) ha aumentado durante este período: del 34.7% al 35.3%. En 1999, hubo 211 millones de pobres en Latinoamérica; en 1980 hubo 136 millones.

La tasa de pobreza extrema (definida como insuficientes ingresos para satisfacer las necesidades alimenticias) disminuyó ligeramente de 18.6% a 18.5% durante el mismo período. Pero el aumento de la población significa que, aunque la tasa haya permanecido estacionaria, ahora hay mucho más gente hambrienta que veinte años atrás.

A principios de la década del 90, cuando a la Argentina se le elogiaba como modelo de la “reforma”, los campeones del “mercado libre” capitalista sostenían que su política y sus programas le traerían la prosperidad y la democracia a toda la región desde Alaska a la Tierra del Fuego.

Pero el sueño se ha convertido en pesadilla. Y no solamente en Latinoamérica. Los mismos procesos que han causado tanto daño por todo el continente también toman lugar en los Estados Unidos. Este es el significado del colapso de la burbuja económica y las revelaciones que el “mercado libre” ha resultado ser no más que una maquinaria para facilitarle a una pequeña minoría—a expensas de la mayoría preponderante—el robo sistemático de los recursos económicos.

Es el mismo universalismo de la crisis económica que indica el programa político sobre el cual la clase obrera argentina y de toda la región debe basar sus luchas.

Aunque las contradicciones y los vínculos de la economía capitalista mundial han quebrado las bases de todo programa económico nacional en la Argentina, en el resto de Latinoamérica y hasta en el propio Estados Unidos, han creado las condiciones objetivas para la unificación de la clase obrera en ambos continentes para luchar por un programa internacionalista y socialista. Esa es la perspectiva por la cual deben luchar los trabajadores, la juventud y los intelectuales que simpatizan con el socialismo.