English

Kissinger y la Argentina: como Estados Unidos apoya el terrorismo del estado

Utilice esta versión para imprimir | Envíe esta conexión por el email | Email el autor

Cuando Saddam Hussein fue capturado, el gobierno y la prensa estadounidense no tardaron un segundo en desatar su maquinaria propagandista. Pero a los pocos días, el Ministerio de Relaciones Exteriores de la nación se vio obligado a sacar a la luz del día varios documentos que habían permanecido secretos por 27 años; documentos que revelan la verdadera actitud de sucesivos gobiernos estadounidenses hacia las dictaduras y el terror.

Los documentos son acerca de las reuniones secretas en octubre, 1976, entre Henry Kissinger, en esa época Ministro de Relaciones de Exteriores, y su contraparte en la dictadura militar argentina, el Admirante César Augusto Guzetti. Los documentos fueron revelados por el Archivo de la Seguridad nacional [http://www.gwu.edu/~narchiv/NSAEBB/NSAEBB104/index.htm], institución de investigaciones sin ninguna relación al gobierno que se especializa en obtener documentos secretos del gobierno de Estados Unidos bajo la Ley de la Libertad de Información y dárselos a conocer al público.

El expediente principal consiste de un “memorándum de conversación”—que el Ministerio de Relaciones Exteriores llama, con su propia jerga, “memcon”—que contiene lo que hasta ahora habían sido reuniones secretas entre Kissinger y Guzetti en el Hotel Waldorf Astoria en la ciudad de Nueva York, donde el ministro estadounidense participaba en un debate sobre el Oriente Medio ante la Organización de las Naciones Unidas.

Guzetti informó a Kissinger acerca del progreso de la “guerra sucia” que el régimen militar argentino había desatado contra los trabajadores, estudiantes e intelectuales:

“Nuestra lucha ha tenido muy buenos resultados durante los últimos cuatro meses”, dijo Guzetti. “Las organizaciones terroristas han sido desmanteladas. Si continuamos en esa dirección, ya para fines de año el peligro habrá desaparecido”. [Traducido del inglés]

Pero el hecho es que la bestial ola de represión que la dictadura había lanzado sólo llegaba a su apogeo. Las masacres, las “desapariciones” y la tortura continuaron sin cesar por varios años más, causando la muerte de más de 30.000 argentinos.

El gobierno de Estados Unidos estaba bien consciente de los horrores perpetrados contra el pueblo argentino y lo que el “terrorismo” significaba para ese país. Una semana justamente antes del encuentro entre Kissinger y Guzetti, el Ministerio de Relaciones Exteriores emitió un informe que valora los primeros seis meses de la dictadura argentina. Concluyó lo siguiente:

“El aspecto más espectacular de la campaña anti terrorista han sido los asesinatos cometidos por los escuadrones derechistas de matones pagados que funcionan fuera de la ley. Operan sin temor a castigo y por lo regular se hacen pasar de funcionarios que vigilan la seguridad. Los derechistas son responsables de secuestrar y/o asesinar a cientos de “izquierdistas que representan un riesgo a la seguridad” [del país]. Entre éstos se encuentran exilados de países vecinos, extranjeros, políticos, estudiantes, periodistas y curas. Lo más probable es que varios terroristas verdaderos hayan caído presas a la venganza derechista, pero la gran mayoría de las víctimas no han sido guerrilleros. No cabe duda que la mayoría de los terroristas derechistas—para no decir todos—son policías o militares que actúan con el consentimiento de funcionarios del gobierno que gozan de cargos importantes en la protección de la seguridad”.

Kissinger recibió otros informes, entre ellos testimonio de ciudadanos estadounidenses apresados por la junta, acusados de cometer crímenes políticos y torturados horriblemente. Uno de esos documentos se refiere al caso de Gwenda Loken López, ciudadana de Estados Unidos, a quien las fuerzas de seguridad sacaron y arrastraron de un autobús en abril, 1976, luego de dejar en el banco de un parque volantes que abogaban por la liberación de los presos políticos. Después de regresar a Estados Unidos, la señora relató la manera en que sus captores de la SIDE (policía secreta de la junta) la habían tratado:

“Me vendaron los ojos, me ataron las manos, y me pusieron contra una pared. Un dispositivo eléctrico tocó mis manos. De repente estaba en el piso...Me pegaban. Me desgarraron la ropa. Creo que entonces estaba sobre una mesa con cinco tipos que me aguantaban. Comenzaron a usar una picana [punzón eléctrico]. Me amarraron y me tiraron agua. Me interrogaron, pero más que otra cosa era, ‘Dale más. Ahí. Y ahí. Y ahí'. Es decir, en los genitales. Dijeron que me iban a arreglar para que no pudiera tener hijos”.

La Sra., Loken López también testificó que a otra joven mujer, que estaba presente en el mismo lugar, la colgaron de los pies, la desnudaron, y repetidamente la electrocutaron con la picana. Los verdugos le quemaron varias partes del cuerpo con cigarrillos y le jalaron el pelo de la región pubiana. La mujer no era militante de ningún partido político, pero por coincidencia había estado en una residencia en que la policía había hecho una redada.

El caso de Loken López fue inusual por dos razones: era ciudadana de Estados Unidos y sobrevivió. Durante este mismo período, la junta detenía y torturaba a miles en centros de detención clandestinos, los endrogaba, y luego los tiraba a alta mar desde aviones militares.

Kissinger explícitamente la dio “luz verde” al régimen militar para que éste siguiera su reino de terror. Los informes “memcon” del Ministerio de Relaciones Exteriores dejan bien claro lo que le dijo al admirante argentino:

“Mire, nuestra actitud básica es que nos gustaría que [uds.] tengan éxito. Me atengo a un punto de vista antiguo: que los amigos tienen que ser apoyados. Lo que no entienden en Estados Unidos es que ustedes están en una guerra civil. Leemos acerca de los derechos humanos, pero no acerca de su contexto. Mientras más rápido el éxito, mejor...El problema de los derechos humanos se agranda. El embajador de ustedes se lo puede informar. Queremos una situación estable. No les vamos a causar a ustedes dificultades innecesarias. Sería mejor si pudieran acabar [con esto] antes que el Congreso regrese. Y sería beneficioso si pudieran restaurar las libertades que puedan”.

Kissinger dejó claro que una de las inquietudes principales del gobierno era que el Congreso podía adoptar sanciones contra Argentina debido a los crímenes de la dictadura contra la humanidad, lo cual habría prohibido a instituciones financieras de Estados Unidos que extendieran créditos adicionales al régimen.

Instó que la junta se activara inmediatamente para lograr préstamos del Banco de Exportaciones-Importaciones de Estados Unidos, asegurándole al militar argentino que “Nos gustaría que vuestro programa de economía tenga éxito y haremos todo lo posible por ustedes”.

Los préstamos llegaron a cántaros a pesar de las sanciones impuestas por el gobierno de Carter que luego el de Reagan anuló. Resultado: la deuda externa de Argentina durante los siete años de dictadura aumentó 600% y llevó al país a la bancarrota.

Justamente el día antes del encuentro en el Waldorf, Guzetti había recibido el mismo mensaje de Charles Robinson, ministro asistente del Ministerio de Relaciones Exteriores en Washington. Un memorándum de la conversación indica que Robinson dijo lo siguiente:

“Argentina actualmente se enfrenta a una guerra civil subversiva. Durante el período inicial puede que la situación exija medidas que a largo plazo no son aceptables...es posible llegar a comprender que al principio hay que ser duro, pero es importante comenzar a adoptar una postura más moderada que esperamos sea permanente...El problema es que Estados Unidos es un país idealista y moral y para sus ciudadanos es demasiado difícil comprender los problemas de la Argentina de hoy”.

Robinson dijo entonces algo verdaderamente extraordinario en apoyo de los escuadrones de la muerte de la derecha. El memorándum sigue:

“Robinson dijo que en 1850, cuando California luchaba para convertirse en estado, las fuerzas oficiales de la ley y el orden eran inadecuadas. Por lo tanto, la gente organizó a grupos de vigilantes, pero Estados Unidos se ha olvidado de esta historia y también se olvida que una situación muy semejante existe hoy día en otros lugares”.

La actitud de Robinson hacia los escuadrones de la muerte refleja la del mismo Guzetti, quien lo dijo de manera más escalofriante en una declaración pública justamente apenas dos meses antes de su viaje a Estados Unidos. Puntualizó el ministro de relaciones exteriores de Argentina en ese entonces que “Según mi concepto, la subversión se refiere a las organizaciones terroristas de la izquierda. La subversión y el terrorismo de la derecha no son la misma cosa. Cuando el cuerpo de una sociedad se contamina con una enfermedad que devora sus entrañas, forma anticuerpos. Y a estos anticuerpos no se les puede considerar como si fueran microbios”.

Otro funcionario del Ministerio de Relaciones Exteriores que estaba presente durante la reunión con Robinson ofreció una idea para ayudar con los casos de los curas y monjas que habían sufrido la represión de la dictadura: “Es esencial que no ‘desaparezcan', sino que sean arrestados y enjuiciados”.

El significado implícito era que las miles de desaparecidos—trabajadores, estudiantes y otros militantes—era perfectamente aceptable.

No cabe duda que varios apologistas de la política de Washington van a pintar a esta prueba irrefutable—es decir, de como Estados Unidos auspició las masacres y el terror estatal de una de las dictaduras más bestiales del mundo—como las acciones de un gobierno de antaño que nadie recuerda.

Pero esa coartada simplemente es inútil, ya que existe una continuidad asombrosa en el personal del 1976 y el gobierno actual. Hay que recordar que Kissinger fue el primer elegido de George W. Bush para dirigir el comité independiente que actualmente investiga los ataques terroristas del 11 de septiembre, 2001. Todavía sirve de asesor de antigüedad en los ámbitos gubernamentales de la clase dominante. También fue consejero político del Vicepresidente Richard Cheney y del Ministro de Defensa, Donald Rumsfeld. Estas dos destacadas figuras del gobierno de Bush ahora en el poder también funcionaron, durante períodos diferentes, como jefes del personal de la Casa Blanca cuando el gobierno de Estados Unidos promovía las matanzas en Argentina, Chile y en otros países de Latinoamérica.

El padre de Bush fue director de la CIA cuando Guzatti y Kissinger se reunían y es posible que tenga un conocimiento más íntimo de la maquinaria militar asesina de Argentina.

Los documentos que el Archivo Sobre la Seguridad Nacional ha descubierto, además de su valor intrínseco, tienen dos significados: prueban la complicidad explícita de Kissinger y del gobierno de Estados Unidos en la matanza de decenas de miles de civiles argentinos, y ponen en relieve otra controversia histórica que amenaza con convertir a la captura de Saddam Hussein en una grave crisis para el gobierno de Bush.

A finales del 1983 y a principios del 1984, Donald Rumsfeld viajó dos veces a Bagdad, donde se reunió con Saddam Hussein y su ministro de relaciones exteriores, Tariq Azziz, para formar vínculos más íntimos entre los dos países. Este fue el período cuando Irak usaba el gas venenoso en su guerra contra Irán, acción que provocó manifestaciones internacionales. En marzo de 1984, Washington condenó en público el uso de armas químicas, a la misma vez que seguía ofreciéndole al régimen de Saddam Hussein apoyo estratégico y culpaba a Irán del haber causado el conflicto.

Cuando Rumsfeld regresó a Bagdad ese mismo mes, el Ministerio de Relaciones Exteriores le advirtió que “las relaciones bilaterales habían sufrido un retroceso debido nuestra condena de Irak por usar armas químicas”. No obstante, a éste se le instó que defendiera los intereses económicos de Estados Unidos y tratara de conseguirle un contrato a la Westinghouse y convencer al régimen iraquí que aceptara préstamos de Estados Unidos, en particular del Banco de Exportaciones-Importaciones, para la construcción de un nuevo oleoducto petrolífero.

Se han publicado notas muy detalladas de las primeras reuniones de Rumsfeld con Saddam Hussein, y no mencionan para nada los ataques con armas químicas que Irak instigara. Hasta ahora el tipo de “memorándum de conversación” que se publicó pertinente a la reunión entre Kissinger y Guzetti no ha surgido en cuanto a la segunda vuelta de reuniones con el gobierno iraquí, ni siquiera después que Washington formalmente condenara a éste por usar gas venenoso en sus guerras.

Pero no cabe duda que en Irak, Rumsfeld empleó los mismos métodos que Kissinger usó en relación a la dictadura argentina. Es decir, le dijo al régimen iraquí que la condena de Estados Unidos eran estrictamente para el consumo del público y que Bagdad podía seguir contando con el apoyo de Washington.

En Argentina e Irak, Estados Unidos escondió sus intereses estratégicos y sus fines mercenarios fingiendo que le consternaban los derechos humanos, la dictadura y el terror. Y ambos países las masas trabajadoras han sufrido enormes tragedias.

A medida que el debate continúa acerca del posible enjuiciamiento de Saddam Hussein por crímenes contra la humanidad, parece que existe más evidencia de la necesaria para también juzgar a varios destacados funcionarios de Estados Unidos, antiguos y actuales, incluyendo a Henry Kissinger, Donald Rumsfeld, Richard Cheney y a los dos Bush, padre e hijo.