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Bush y el Estado de la Nación: amenazas, mentiras y engaños

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Este artículo fue publicado originalmente en inglés el 22 de enero, 2004

El jueves por la noche, George W. Bush pronunció su tercer discurso sobre el Estado de la Nación desde que fuera instalado como presidente del país. El discurso, completamente propicio para este año electoral, racionalizó la intensificación del militarismo mundial y el continuo saqueo de la economía para aumentar la riqueza de los super ricos. Fue una súplica al atraso social y a los prejuicios religiosos de la derecha.

El discurso no presentó ningún plan nuevo. Ni siquiera mostró la más mínima comprensión de la crisis política, económica y social que azota a la sociedad estadounidense.

Las mentiras obvias y las distorsiones intencionales sirvieron para ocultar lo que en realidad predomina hoy día: el auto engaño de una clase gobernante que nunca antes se había distanciado tanto de los problemas que la inmensa mayoría del pueblo de Estados Unidos actualmente sufre. Para esta clase, la realidad es simplemente una conveniencia para sus fines.

Se supone que este discurso anual sea una ocasión solemne por medio de la cual el gobierno le da al pueblo una rendición de cuentas, pero en realidad es un espectáculo que, sin ninguna intención, le brinda al público la oportunidad de percibir un sistema político que cada vez más se parece a un club de millonarios cuyos socios ricos se dan palmaditas de aprobación y frecuentemente se lanzan de pie para aplaudir tumultuosamente cada mentira.

En lugar de fingir una visión social o anunciar nuevas iniciativas políticas—usuales en discursos de esta índole—el mensage central de Bush fue el miedo. Durante casi una hora ante ambas cámaras del Congreso nacional y el público televidente, Bush pronunció las palabras "terror", "terrorista" y "terrorismo" no menos de 21 veces.

Declaró que "Ya han pasado 28 meses desde el 11 de septiembre, 2001—sin un mero ataque contra suelo estadounidense—y nos da por creer que el peligro ya ha pasado. Pero esa esperanza, aunque se pueda comprender y nos da alivio, es falsa".

Durante los 28 meses, el gobierno de Bush se ha valido de los ataques contra las torres gemelas del World Trade Center y el Pentágono para justificar casi toda su política: guerras contra Afganistán e Irak, enormes reducciones en las rentas internas de los ricos y la destrucción de todos los reglamentos que protegen al ambiente.

Aún así, lo que sucedió aquel día todavía es un misterio, principalmente porque el gobierno mismo ha empleado todo tipo de obstáculo para impedir el acceso a información del gobierno. Esta misma semana se dio a conocer que el gobierno y la dirigencia Republicana del Congreso rehusaron dar a la comisión independiente a cargo de la investigación de dichos ataques la prórroga necesaria para concluir sus exploraciones. El gobierno también trata de obstruir toda revelación de la comisión hasta después de las elecciones presidenciales en noviembre.

Hace sólo un año que Bush usó su discurso sobre el Estado de la Nación en 2003 para declarar una guerra no provocada contra Irak. Le mintió a los pueblos de Estados Unidos y del mundo con el pretexto que la invasión del asediado país del Oriente Medio se debía a que Baghdad guardaba un vasto arsenal de armas químicas y biológicas, y que estaba a punto de desarrollar armas nucleares para usarlas contra Estados Unidos o entregárselas a terroristas.

En su discurso del martes, Bush ni siquiera se molestó en explicar la obvia contradicción entre estas acusaciones y como los miles de peritos militares y civiles estadounidenses enviados a Irak para encontrar este presunto arsenal no han encontrado ni una sola arma.

Más bien Bush continuó con sus mentiras y lengua de culebra: "Ya el informe Kay ha identificado docenas de actividades relacionadas con un programa de armas para la destrucción en masa y cantidades significativas de equipo que Irak ocultó a la Organización de las Naciones Unidas". Pero la verdad es otra. La revelación central del informe de 1.200 páginas, publicado por el Grupo para la Inspección de Irak dirigido por David Kay, ardiente partidario del gobierno, es el fracaso rotundo: no se pudo encontrar ni una sola arma para la destrucción en masa. Se ha dado a conocer que el mismo Kay está a punto de renunciar su cargo, lo cual es el indicio más claro que no encontraron nada.

Bush empleó su discurso para amplificar la doctrina de "guerra preventiva" que anteriormente había justificado; es decir, guerras sin provocación contra naciones que considera amenazas potenciales a los intereses de Estados Unidos. Proclamó que la misión de Washington era divina: usar su poderío militar, que no tiene rivales, para imponerle al mundo la "paz democrática" y "dirigir la causa de la libertad".

"No tenemos ningún deseo de conquista, ninguna ambición imperialista", declaró Bush, contradiciendo lo que ya es evidente a los pueblos del Oriente Medio y del mundo entero, ya que Estados Unidos ha establecido bases militares en aproximadamente 130 países.

Bush pintó las dos guerras que ha lanzado durante sus tres años en el poder como "conquistas democráticas", a pesar de que la situación en ambos países se está descontrolando rápidamente y con poca probabilidad que Estados Unidos ponga fin a sus ocupaciones, las cuales han extendido la capacidad de sus fuerzas militares a su punto máximo.

Varios miembros del Consejo Gobernador de Irak, instalado por las autoridades estadounidenses que dirigen la ocupación del país, rodeaban a Laura Bush en el balcón de visitantes. Entre éstos se encontraba Ahmed Chalabi, ex estafador de bancos, dirigente del Congreso Nacional de Irak y fuente principal del falso espionaje acerca de las presuntas armas iraquíes para la destrucción en masa.

Miembros del Congreso, Republicanos igual que Demócratas, se lanzaron de pie para unirse a Bush en homenaje a estos títeres corruptos, quienes no cuentan con ningún apoyo popular en su propio país. Pero Washington los acepta como aliados claves en la campaña de Estados Unidos para dominar las enormes reservas petrolíferas de Irak.

El énfasis que Bush le dio al terrorismo—y a la misión de Estados Unidos que pretende llevar a cabo una cruzada para imponer "cambios de regímenes" donde quiera que le de la gana—es una dura advertencia: habrán varias sacudidas antes de las elecciones de noviembre. Es muy posible que elementos de su gobierno presencien otro ataque terrorista o declaren otra guerra como la manera más eficaz de descarrilar la oposición política y solidarizar la autoridad imponente del gobierno, hayan elecciones o no.

El discurso aludió al terrorismo para exigir que el Congreso renueve la Ley Patriota de Estados Unidos, cuyos varios artículos han de expirar el año entrante. Esta ley codifica enormes agresiones contra los derechos democráticos impuestas por un gobierno que insiste tiene el derecho, bajo órdenes del presidente, a encarcelar indefinidamente a ciudadanos estadounidenses sin someterlos a juicio o imputarle cargos.

En cuanto a la economía y las cuestiones sociales, el discurso de Bush amalgamó la fantasía con la reacción. Habló de acontecimientos recientes que revelan "la fortaleza fundamental de la economía de Estados Unidos", pero la verdadera situación es que Washington se ahoga en un déficit en la balanza del comercio exterior que ya sobrepasa US$500.000.000.000 ( US$500 billones) y requiere una infusión de capital extranjero de por US$2.000.000.000 (US$2 billones) todos los días hábiles sólo para cubrir ese déficit.

"Los empleos aumentan" declaró Bush, quien ha presidido sobre la destrucción de más de 2.5 millones de empleos durante cinco años y aparentemente será el primer presidente, desde Herbert Hoover durante la Gran Depresión de la década del 30, bajo cuyo gobierno la desaparición de empleos, durante un plazo presidencial de cuatro años, es neta.

Cuando Bush dijo que "las reducciones en las rentas internas que ustedes hicieron ley deberían ser permanentes", el público en la sala del Congreso respondió con el júbilo más festivo de la ocasión. El Vicepresidente Richard Cheney, quien se rumora haber ganado $116,000 anualmente debido a las reducciones de los impuestos, se lanzó de pie junto con otros tantos millonarios del Senado y la Cámara de Diputados. Para el 88% de la población estadounidense, estas mismas reducciones resultaron en ahorros de $100 o menos. Al hacer las reducciones de las rentas internas permanentes—y aquí hablamos de US$1.700.000.000.000.000.000 (US$1.7 trillones)—la eliminación de lo que queda para pagar los programas sociales que benefician a la mayoría de la población sería casi segura.

Bush no propuso ninguna iniciativa de importancia. Presentó un programa para la recapacitación de los trabajadores que apenas proveería US$120 millones—menos de US$15 para cada persona oficialmente declarada cesante.

El resto de sus propuestas fueron para sosegar a la derecha religiosa y destuir aún más la muralla que separa a la iglesia y el estado en Estados Unidos.

Pidió el doble de los fondos federales para programas que promueven la abstinencia sexual entre los adolescentes; fondos que indudablemente el gobierno tratará de desviar a los cofres de sus partidarios en las iglesias cristianas fundamentalistas. Igualmente exigió que el Congreso adopte una nueva ley que permita subvenciones federales para el financiamiento de servicios sociales a instituciones religiosas.

Por último, en lo que los acólitos de la Casa Blanca consideran lo más importante en cuanto a la movilización de la base derechista y fundamenalista del Partido Republicano, Bush declaró la "santidad del matrimonio" y expresó su oposición a la legalización de "uniones del mismo género", cuya legitimidad varios tribunales han sostenido como piedra angular de la igualdad ante la ley.

Pero lo que el presidente no se molestó en explicar es como este derecho de las parejas homosexuales amenaza con derribar lo que describió como "una de las instituciones más básicas y perdurables de nuestra civilización". Más bien se solidarizó con las propuestas de la extrema derecha para una enmienda constitucional que prohibiría el matrimonio entre homosexuales. Sería la primera vez en la historia de Estados Unidos que la Constitución se enmienda para negarle los derechos democráticos fundamentales a un sector de la población e imponer el dogma religiosa como ley de la nación.

La reacción de la prensa al discurso de Bush fue más lisonjera de lo que acostumbra. Típico fue el New York Times, que comentara: "El Sr. Bush se comportó con una gravedad solemne al pintarse como líder maduro y experimentado que había dirigido a la nación a través de las agresiones del 11 de septiembre, éxito que ningún Demócrata podría reclamar.

Hubo una excepción al servilismo de la prensa, la radio y las cadenas de televisión fue Tom Hales, crítico de televisión del Washington Post, quien escribiera más honestamente: "El discurso fue mediocre y la manera excesivamente oficiosa y agresiva en que Bush se expresó—con la jovialidad forzada típica de un maestro de ceremonias de concursos de televisión—careció de dignidad y no tuvo nada de gracia. Pero, de todo modo, a Bush nunca le han importado mucho esas cosas".

En cuanto a los Demócratas, la responsabilidad de responder a Bush cayó sobre los hombros de Nancy Pelosi, dirigente del partido en la Cámara de Diputados y del Senador Tom Daschle, dirigente Demócrata en el Senado. Ambos le concedieron casi todo al gobierno Republicano. Aceptaron de buena fe la "guerra contra el terrorismo" sus desacuerdos se limitaron a varios asuntos tácticos pertinentes a la política externa e interna.

La cartera de inversiones y los bienes raíces de Pelosi equivalen a US$92 millones. Daschle, quien ha movilizado a una cantidad bastante grande de senadores Demócratas para que se adopten casi todas las importantes iniciativas reaccionarias del gobierno de Bush. Ambos son dignos de representar un partido que esencialmente representa los intereses sociales de los Republicanos.

"Tenemos permanecer enfocados en la peor amenaza a la seguridad de Estados Unidos: el peligro del terrorismo, que es tan claro como el día y muy real", declaró Pelosi como si fuera un eco de la campaña del gobierno para diseminar el miedo. Los elogios al "noble servicio" de las fuerzas de ocupación estadounidenses en Afganistán e Irak le salieron por la boca a borbollones, pero en ningún momento se refirió a las devastadoras agresiones contra los derechos democráticos en el interior del país.

El objetivo de Pelosi es evidentemente igual al de Bush: contrarrestar el sentimiento popular creciente que la peor amenaza a la seguridad de las masas trabajadoras de Estados Unidos no es el terrorismo, sino el desempleo, la pobreza y el exhorbitante costo de la atención médica, de la educación universitaria y de otras necesidades esenciales.

Por su parte, Daschle hizo referencias vagas a la creación de una "sociedad que ofrezca oportunidades" sin presentar una sola propuesta para establecer nuevos programas o siquiera para poner en contramarcha las medidas sociales y las leyes pertinentes a las rentas internas que el gobierno de Bush ha introducido durante los últimos tres años.

Ni Pelosi ni Daschle—y, por cierto, ninguna destacada figura del Partido Demócrata capaz de decir la verdad acerca de Bush: que su gobierno ha arrastrado al pueblo estadounidense a una guerra de agresión basada en la mentira; que ha cometido crímenes de guerra al causar la muerte de decenas de miles de iraquíes y de más de 500 tropas estadounidenses, así como también daños físicos a miles más. Y es un gobierno que ha dirigido el saqueo de la economía del país y la destrucción de los empleos y las normas de vida para enriquecer a una pequeña capa de multimillonarios y billonarios.

Y claro, tampoco se atrevieron a criticar la manera en que Bush recurre a la derecha religiosa y a los conceptos sociales atrasados.

Aquellos que esperan que el Partido Demócrata provea una alternativa a la programática reaccionaria del gobierno de Bush sólo se engañan a sí mismos. Una política que verdaderamente se oponga a esta política sólo puede establecerse como parte de un movimiento desde abajo, basado en la clase trabajadora, que presenta una alternativa socialista al militarismo, a la desigualdad social y a la represión. El World Socialist Web Site y el Partido Socialista por la Igualdad se comprometen políticamente a facilitar el surgimiento de dicho movimiento.