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Crítica de cine

¿Por qué ha provocado tanto interés en Estados Unidos La Pasión del Cristo?

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Esta crítica de cine, escrita por David Walsh, apareció en el WSWS en su inglés original el 5 de marzo, 2004.

La cinta ha sido dirigida por Mel Gibson, co escritor del guión con Benedict Fitzgerald.

La Pasión del Cristo, dirigida por Mel Gibson, es una película repugnante en lo extremo pero, aún así, no deja de ser significativa. No ofrece ninguna revelación nueva acerca de la vida de Jesús o de sus enseñanzas, o acerca de la relación entre la religión y la vida moderna (aún desde el punto de vista de los creyentes), pero sí revela, hasta cierto punto, varias inquietudes—y cierta mentalidad—contemporáneas que dominan en Estados Unidos. En este sentido, la cinta no es una obra teológica y mucho menos de valor artístico. Más bien, es un grito de corazón muy revelador, lo que por obligación informa este análisis.

La cinta se estrenó en Estados Unidos la semana pasada con mucha bulla y oficio. Atrajo grandes públicos, sobretodo a los cristianos fundamentalistas. Por lo general, la prensa ha tratado con gran respeto. El periódico "amarillo" de Rupert Murdoch, el New York Post, le dedicó su primera página. El New York Daily News hizo lo mismo. Casi todos los periódicos principales del país la han puesto en primera plana, y la televisión le ha prestado más atención de la cuenta. Varios comentaristas, principalmente judíos y de tendencia liberal, la han criticado.

El público ya conoce bastante bien los hechos esenciales de la producción de La Pasión. Gibson, astro de la pantalla en varias películas dramáticas y de acción durante las dos últimas décadas, pertenece a una secta tradicionalista Católica que, entre otras cosas, rechaza las reformas del Segundo Consejo del Vaticano de 1962-1965. Su padre, Hutton Gibson, niega el Holocausto y por décadas ha criticado ferozmente a la jerarquía de la iglesia. Gibson padre considera que ese Consejo, que, entre varias cosas, oficialmente absolvió al pueblo judío de ser responsable de la muerte de Cristo, es "un complot masónico respaldado por los judíos".

El actor financió la cinta con fondos privados y la filmó en Italia en latín y arameo. James Cazievel (La línea roja), quien desempeña el papel de Jesús, es otro Católico devoto. A finales de febrero anunció en un programa evangélico de entrevistas (El club de los 700), "Creo que nací para hacer este papel". Gibson presentó la cinta por primera vez el año pasado, cuando todavía no estaba terminada. El público consistió de cristianos fundamentalistas y de otras figuras políticas y de la prensa cuya política es derechista. No se permitió que asistieran participantes potencialmente negativos.

La película trata las últimas doce horas de la vida de Jesús. Se basa en los cuatro Evangelios del Nuevo Testamento y en otros adornos escritos siglos después, sobretodo la versión de la Pasión de acuerdo a la monja agustina alemana, Anne Catherine Emmerich (1774-1824), mística y anti semita, cuya obra, La dolorosa pasión de nuestro Señor Jesucristo, añade varios detalles sádicos a los evangelios y hace muchas referencias a la "chusma judía", a la cual pinta de "cruel", "perversa" y "despiadada".

La crueldad y violencia de la cinta de Gibson repugnan. Puede que en este sentido se distinga de todas las películas anteriores. El castigo de Jesús dura dos horas sin cesar. Lo golpean, abofetean, escupen, azotan, flagelan, torturan y, por último, lo clavan en la cruz. Todos estos sangrientos y horripilantes detalles han sido filmados con placer. Las imágenes y la trama de La Pasión del Cristo son profundamente anti semitas. Y extrañamente, a pesar de toda su furia y violencia, en ningún momento nos conmueve

El director afirma que se limitó a las últimas doce horas de la existencia de Jesús para enfatizar la "grandeza de su sacrificio". Pero parece que otros motivos influyeron. Puesto que la trama es de visión tan limitada, es casi imposible debatir el mensaje religioso y social de Jesús. La película también le hace caso omiso a un hecho muy importante: Jesús gozaba de gran popularidad entre amplios sectores de la población judía de Jerusalén. Según los Evangelios, las masas de la ciudad lo habían recibido con gran regocijo pocos días antes de su crucifixión. Es con esta entrada triunfal que la mayoría de los narrativos acerca de la Pasión comienzan.

Pero la versión de Gibson comienza con el conflicto psicológico de Jesús durante la víspera de su crucifixión en el Jardín de Getsemaní. Jesús está muy consciente de lo que le espera; le pide a Dios un sucesor, pero termina diciéndole, "Hágase tu voluntad". Un siniestro y andrógeno Satanás lo tienta y se burla de él (él/ella aparece a través de la película).

Judas, antiguo discípulo, lo traiciona. Jesús es arrestado. ¿Por qué los soldados romanos, instigados por los sumos sacerdotes judíos, arrestan a Jesús de noche? Gibson nunca contesta esta pregunta, porque una respuesta seria tendría que tomar en consideración el temor de los romanos: que el encarcelamiento de un profeta carismático despertara al pueblo judío y éste se lanzara a las calles.

La extrema violencia comienza inmediatamente tras la captura de Jesús. Gibson dramatiza una de las invenciones de Emmerich: los soldados romanos cuelgan a Jesús, atado con cadenas, por la baranda de un puente hasta que casi lo matan.

Lo llevan ante el sumo sacerdote judío, Caifáss. Es condenado por hereje y blasfemo. Cuando las autoridades le preguntan si todavía cree que es hijo de Dios, afirma que lo es. Lo escupen y lo ultrajan de nuevo. Los ofendidos judíos gritan, "¡ A la muerte!"

Con razón León Wiseltier ha escrito en la revista, New Republic, lo siguiente: "El personaje de Caifás, desempeñado con deleite repugnante por el actor Mattia Sbragia, tienen sus orígenes en la obra teatral sobre la Pasión en Oberammergau [Alemania], que muestra a los judíos como asesinos del Cristo]. Igual que los otros sacerdotes compinches, lleva una barba gris al estilo rabino. Viste una manta con rayas del color del dinero. Se mueve con astucia, y se expresa con burla y desprecio. Sus acciones son tan friolentas como el hielo. Lo único que exige es la ejecución". Wieseltier observa que todas estas imágenes son "clásicamente anti semitas".

Poncio Pilato y otros funcionarios romanos vacilan y tratan de evitar que Jesús sea condenado a muerte, pero los líderes judíos son totalmente incapaces de la menor piedad. Su ira aumenta y piden más sangre. Gibson capta el espíritu delirante de Emmerich: "El sufrimiento de Jesús, en vez de ocasionar la compasión en esos judíos fríos e indiferentes, simplemente los llenó de repugnancia y los hizo más soberbios. Sus crueles senos no conocían la más mínima compasión".

Caifás y la "muchedumbre judía" exigen la muerte de Jesús, pero Pilato promete sólo "castigarlo". En una escena de media hora de duración, un grupo de soldados romanos bestiales felizmente lo azotan, flagelan y golpean. Es de los cuadros más repugnantes de toda la cinta. Primero los salvajes soldados flagelan a Jesús con tubos de metal. Luego lo azotan con un látigo de nueve ramales con punta de metal que primero usan contra una mesa para averiguar si es efectivo. Claro, las astillas saltan por todas partes. Cuando lo usan para flagelar la espalda de Jesús, pedazos de piel y carne saltan por el aire. La torture por fin termina—tortura que ningún ser humano podría sobrevivir—y el cuerpo de Jesús queda como masa de carne estriada y sangrienta. Le ponen la corona de espinas: otra excusa para más sufrimiento y ríos de sangre.

Pero la muchedumbre judía no queda satisfecha con este castigo y exige la muerte de Jesús, quien está casi inconsciente; le cuelgan los pellejos. Pilato teme que ocurra una rebelión popular y accede a las exigencias de la chusma. Ordena que lo crucifiquen. Jesús marcha al Calvario con una enorme cruz a cuestas. (En tres de los Evangelios, otra persona que la carga. Según la historia, sólo los criminales eran obligados a cargar la cruz.) Otra escena horripilante: cuando clavan las manos y los pies del profeta mientras soldados romanos borrachos le infligen dolores insoportables. Clavado en la cruz, Jesús pide perdón por aquellos que lo han perseguido y muere. Cuando uno de los centuriones clava una lanza en el costado, brota la sangre como un manantial. En el epílogo, Jesús se levanta entre los muertos y, excepto por las llagas en las palmas de las manos, no lleva el más leve rasguño.

El programa de Gibson

¿Qué podemos descifrar de todo esto?

Gibson es artista de talento. Como actor es obviamente muy capaz. Su Hamlet (dirigido por Franco Zefirelli) no fue brillante, pero tuvo sus momentos y de vez en cuando nos conmovió. Nació en Estados Unidos pero se crió en Australia. Apareció en varias películas de acción violenta—las series Mad Max y Lethal Weapon—pero no sin antes participar en varias cintas de la "Nueva Ola" australiana que ocurrió a principios de la década del 70 con directores tales como Peter Weir y Gillian Armstrong a la cabeza. Gibson dio actuaciones bastante directas en Tequila Sunrise y The River. Su personalidad (y es posible que parte de ella encuentre su expresión en esta cinta) muestra, en partes iguales, una mezcla de afabilidad, confusión e imprudencia que no le teme a la muerte.

Como director (The Man Without a Face y Braveheart) ha tenido sus momentos. La manera en que muestra a Poncio Pilato en La Pasión, quizás el único personaje con la libertad de expresar las complejidades humanas, revela cierta susceptibilidad. Gibson hace todo lo posible para comprender al personaje, pero aparentemente la ideología que lo domina no pudo evitar que tratara a los jefes judíos de la misma manera.

En general los personajes son caricaturas. El espectador eventualmente acepta el derrame de sangre con pasividad o, para no sufrir más, se siente obligado a cerrar los ojos . El resultado es una película tediosa, monótona, que carece valor artístico e intelectual. Muestra varios milagros, pero no hace nada para explorar los elementos sagrados, místicos y épicos de la religión o de la fe religiosa. La trama es totalmente banal y friolenta. Excepto por la extrema violencia, la película fácilmente se olvida.

El espectador presencia la destrucción de un cuerpo humano pasivo y casi inerte, lo cual es un espectáculo horrible que no necesariamente causa la compasión profunda. Para verdaderamente sentir el significado de la muerte de Jesús hay que comprender el significado de su vida. No importa cuantas veces Gibson haya hablado de lo profunda que es su fe, el Cristo que muestra en la pantalla es un don nadie sin alma. Su madre, María Magdalena y sus partidarios son reducidos a espectadores horrorizados. Los únicos que muestran ánimo son los torturadores y los opresores. Y esto es bastante curioso, pues es difícil comprender como esta película puede convencer al escéptico o al que duda la veracidad de las doctrinas de Jesús.

Tenemos que insistir de nuevo: la manera en que Gibson trata la persona de Jesús poco tiene que ver con la fe Católica o Cristiana tradicional, o con la iconografía histórica de sus diferentes ramas. La Pasión consiste de tres o cuatro capítulos en cada Evangelio (En Mateo, 26-28; En Marco, 14-16; en Lucas, 22-24; y en Juan, 18-21). Marco simplemente dice, "Y era la tercera hora, y así lo crucificaron". Los Evangelios le hacen hincapié a las enseñanzas de Jesús, no a su muerte tan horrible.

Un sacerdote Católico canadiense, Gérald Caron, ha escrito lo siguiente: "Hacer semejante espectáculo de la Pasión y muerte de Jesús totalmente desvinculadas del mensaje y de la misión de su vida es, desde el punto de vista teológico, un error. No fue la sangre que derramó, ni su sufrimiento, lo que nos redimió, sino su muerte, que fue, como nos dice Marco en 10:45, "la apoteosis de una vida de servicio". Fue el precio que tuvo que pagar, no a Dios, sino para mantener su fe en la misión de su vida. Fue su visión del reino de Dios que lo llevó a la cruz, no al revés".

No se puede imaginar el arte occidental, desde Giotto hacia finales del 1200 y a principios de 1300, hasta la magnífica era de los grandes pintores seculares holandeses del Siglo XVII, sin imágenes de Jesús y sobretodo de su Pasión. Casi todos los pintores más destacados pertenecen a la lista de artistas que rindieron el sufrimiento y muerte del Cristo: Bellini, Mantegna, El Greco, Bosch, Dürer, Caravaggio, Van Dyck, Piero della Francesca, Fra Angélico, Grünewald, Ticiano, Correggio, Rembrandt, Leonardo (La última cena), Miguel Ángel, Rafael, Tintoretto, Boticelli, Van Eyck, Cranach, Rubens, Velásquez y muchos más.

Puede que mucha de la gente que asiste a museos contemporáneos se sientan molestos con las imágenes religiosas, pero hay que admitir que éstas tuvieron una gran significado colectivo espiritual para los artistas y el público de ese entonces. Como dijo Trotsky, "el libro de cuentas" del cristianismo tenía "cifras dobles"; no hizo desaparecer los males de la tierra, pero los resolvió ficticiamente. La sociedad, a través de la Iglesia, le entregó a las masas oprimidas un pagaré que podían canjear en la otra vida. No obstante, la muerte y resurrección de Jesús fueron una consolación a los artistas y espectadores, pues era el Dios hecho carne; un ser de gran compasión hacia los afligidos que había muerto para salvarlos, cuyo retorno prometió el paraíso sobre la tierra.

La Pasión del Cristo de Mel Gibson es una obra sin ningún amor o compasión por la humanidad. Todo lo que tiene que ver con Jesucristo, en el mejor sentido de la palabra, ha dejado de existir en la película.

Las películas épicas filmadas después de la Segunda Guerra Mundial (Quo Vadis, La manta, Demetrio y los gladiadores, Rey de reyes, Barrabás, The Greatest Story Ever Told), a pesar de su torpeza y tonterías ocasionales, por lo menos trataban ciertos temas: la tolerancia, la redención, la oposición a la opresión oficial, la crueldad. Fue sobretodo después del Holocausto y la carnicería de dos guerras mundiales que los realizadores de películas sintieron que el mensaje universal de la hermandad y la resistencia atraería la atención del público.

Muchos recordamos la escena en Ben Hur (1959), del director William Wyler, en que Jesús le da agua a un esclavo sediento. La acción enoja a un soldado romano, quien amenaza a Jesús, quien simplemente se detiene—la apoteosis de la compasión—y se queda mirando al soldado, quien retrocede lleno de admiración.

En cierto sentido, cada generación crea a Jesús en su propia imagen. El Evangelio según San Mateo (1964), del director italiano, Pier Paolo Pasolini, pertenece más o menos a la era de radicalización que conocemos como la "teología de la liberación". Esta película de Pasolini, la cual no escapa nuestras sospechas que en parte es producto del oportunismo político (hasta cierto punto fue resultado del convenio entre el Partido Comunista Italiano y la Iglesia Católica a principios de la década del 60), a veces nos deja estupefactos. El Cristo de Pasolini violentamente arroja a los prestamistas del templo, ordena a sus discípulos a entregar sus bienes y a separarse de sus familias, y expresa su compasión por los pobres y los débiles.

Pero Gibson tiene otra cosa en mente. Es posible que este actor/director no abogue por un programa político específico, pero tampoco es un inocente. Sus acciones revelan cierta orientación general: el verano pasado presentó una versión incompleta de la película ante gente como Peggy Noonan, del Wall Street Journal; Kate O'Beirne, escritora cuyos artículos se publican simultáneamente en varias publicaciones del país; Linda Chávez, analista del canal de televisión, Fox News Channel; y David Kuo, director asistente del programa del gobierno de Bush cuyo objetivo es establecer una "iniciativa basada en la fe". Todos son bribones derechistas.

La rama tradicionalista Católica siempre se ha vinculado a la política de la derecha. Michael Cuneo, en su obra, El humo de Satanás, escribe que "lo más que le gustaría" a sus practicantes "es regresar a la Francia de Louis XIV o a la España de Franco, donde el Catolicismo reinó sin rivales sobre la vida cultural y las otras religiones existían sólo para su beneficio". En Veredicto sobre Vichy, Michael Curtis señala que el arzobispo francés, Marcel Lefebvre, uno de los fundadores del movimiento tradicionalista, y sus seguidores apoyaron una ideología de extrema derecha muy anti semita. Por muchos años le brindaron santuario a Paul Touveir, quien había torturado y asesinado a judíos mientras servía de policía en Vichy durante la Segunda Guerra Mundial.

¿Cómo es posible que Gibson, tan vinculado a semejantes ideas y ámbitos, le pueda hacer justicia al mensaje tan humano—y tan profundamente subversivo—de Jesús en los Evangelios?

El filósofo alemán Hegel cita el sermón de Jesús en el Monte: "Bienaventurados los de corazón puro, pues de ellos será el reino de los cielos". Según Hegel, es "un aforismo de la más simple nobleza". Este "corazón puro", nos dice Hegel citando de nuevo al sermón, expresa un gran amor por los que "buscan la paz", por aquellos que son "perseguidos sólo porque son rectos y buscan la justicia", por aquellos que luchan por la "perfección, aún cuando vuestro Padre de los cielos es perfecto". ¡Qué sentimientos tan extraordinarios!

Inevitablemente, comenta Hegel, esta doctrina tan exigente tiene que asumir una forma "polémica" (revolucionaria y práctica), y sigue con que "todo lo que pueda perturbar la pureza del alma ha de ser destruido". De nuevo cita a Jesús: "Si han de alcanzar la perfección, vayan y vendan todas sus posesiones y dádselas a los pobres, y así encontrarán vuestro tesoro en la gloria. Venid. Síganme". Hegel termina por añadir que si "obedeciéramos este precepto, una revolución social habría de ocurrir; los pobres se convertirían en los ricos".

Socialistas siempre se han notado el parecido que existe entre el cristianismo de los primeros años y el movimiento socialista de la clase obrera. Ambos comenzaron como movimientos de los oprimidos; el cristianismo como movimiento de los esclavos y esclavos liberados, de gente privada de todo derecho. Ambos movimientos abogan por—y predicen—un futuro libre de la esclavitud y la miseria. El Cristianismo cree que la salvación puede lograrse en el más allá; el socialismo lucha por transformar las condiciones aquí en la tierra. Ambos movimientos han sido víctimas de crueles persecuciones, en ciertos momentos de la historia declarados al margen de la ley y enemigos del orden social en existencia.

Este contenido subversivo y socialista, que por lo menos encuentra expresión, aunque a veces efímeras, en todas las películas épicas del pasado, no asoma la cabeza en la Pasión de Gibson. ¿Y cuál es el verdadero contenido afirmativo que lo reemplaza?

Una personalidad marginada

Críticos como Wieseltier y otros pueden apuntarse varios tantos a expensas de la película y hasta pueden mostrar cierta indignación. Richard Cohen del Washington Post indica el culto de la violencia en la obra de Gibson y la llama "medio fascista". Pero ninguno de estos críticos liberales—o liberales en otra época—ni siquiera menciona que La Pasión del Cristo nos puede enseñar algo acerca de la vida contemporánea estadounidense y de sus malcontentos.

Es evidente que Gibson es cierto tipo de derechista, pero la película simplemente no se puede reducir a esas dimensiones, aunque se podría afirmar que sin duda se ha convertido en elemento de la campaña de Bush y hasta en cierta sección de la plataforma política Republicana.

La película es testamento a un proceso socio psicológico mucho más general. Lo que muestra de la manera más enfática es la amargura, el resentimiento y hasta la auto compasión de ciertos capas sociales definidas.

En la representación tradicional de la Pasión, los soldados romanos y los circunstantes judíos nos representan a nosotros, es decir, a la humanidad, incluyendo al artista. La muerte de Jesús saca de nosotros nuestra capacidad para la maldad, la indiferencia, la nobleza. El objetivo es poner estas cualidades en relieve para que podamos examinarnos a nosotros mismos; para ver hasta que punto llega "la nobleza de nuestros corazones". Pero a Gibson estas cosas no le interesan. Trata estas consideraciones con indiferencia.

Más bien es el impulso semi autobiográfico lo que informa la obra de Gibson. Esto no significa que nos estamos refiriendo a su estado psicológico particular. El actor/director muy bien puede considerarse a sí mismo como ser perseguido, agraviado y (metafóricamente) azotado; y la verdad es que puede que varios demonios personales influyan en este proceso, pero la mezcla de agresión y pasividad en la mente de Gibson es secundaria.

Aquí nos referimos a cierto tipo social amargado y trastornado. La tendencia política (en el sentido más amplio) que Gibson representa, la cual tiene raíces relativamente profundas en Estados Unidos y se ha vuelto más pronunciada durante los últimos años, por lo regular es asociada con grandes resentimientos y paranoia.

Estos individuos y grupos de la derecha se han convencido totalmente que los estadounidenses—y los cristianos en particular—son una especie a punto de desaparecer y que se enfrenta a un mundo universalmente hostil. Para esta gente, el planeta está repleto de enemigos, y los eventos del 11 de septiembre confirmaron este hecho. Es la capa social para la cual el llamado de Bush para entablar la cruzada contra el "eje del mal" fue una reivindicación y un grito de guerra. Recordemos que el hijo apareció en una película titulada Conspiracy Theory en la cual su personaje dice lo siguiente: "Alguien tiene que levantar la postilla...la postilla supurante del Vaticano".

Claro, la película de Gibson atrae a los elementos más paranoicos, y sobretodo a capas enteras de cristianos fundamentalistas. ¿No significa este crecimiento del cristianismo evangélico (y su variante Católico) la expresión ideológica concentrada de la creciente confusión y desorientación de una gran cantidad de gente en Estados Unidos?

No es difícil comprender este fenómeno. Sólo hay que considerar los enormes cambios que han ocurrido en la sociedad estadounidense durante las últimas décadas. En primer lugar se encuentran las transformaciones económicas: la destrucción o la decadencia de industrias y regiones enteras; los cambios causados por la ‘globalización' y la computarización; la desaparición casi total no sólo de las regiones tradicionalmente agrícolas, sino de los pueblos pequeños. Y también ha de tomarse en cuenta los cambios demográficos en la estructura de la familia, en las lealtades religiosas y en la militancia de los sindicatos obreros. En general, todas las antiguas alianzas se han relajado o dejado de existir.

El gobierno toma decisiones completamente a escondidas de la población: irse en guerra o planear otras; eliminar los programas del bienestar social; cancelar los servicios esenciales o eliminar del todo los reglamentos que los rigen. Al mismo tiempo, la sociedad oficial anula el consenso liberal, se va cojeando hacia la derecha y promueve toda clase de ideas retrógrada, inclusive la superstición y la intolerancia religiosa.

¡Nada de esto se discute ni se debate! Para las masas, la vida política de Estados Unidos debe parecer un desierto: distante, extraño, hostil. El sistema de sólo dos partidos, que desde el punto de vista de la historia ya es un cadáver, aplasta a los vivos con su peso tan enorme y aparentemente inamovible.

¿Debería sorprendernos, pues, que grandes capas de la población se siente impotente, marginada, apabullada y hasta flagelada? Existen en Estados Unidos millones de almas angustiadas y atormentadas que se sienten abandonadas, traicionadas, a merced de sus perseguidores. Esta enorme desesperación, debido a que no ha podido relacionarse a un gran movimiento social progresista, actualmente encuentra su expresión en varias formas, muchas de las cuales son poco atractivas y hasta anti sociales. La diagnosis errónea de estos síntomas o hacerse uno el ciego ante esta realidad significa menospreciar lo profundo de la crisis que azota a Estados Unidos.

Tenemos la seguridad que La Pasión del Cristo no va a causar la misma reacción en Europa Occidental, y no porque el pueblo estadounidense sea intrínsecamente vulnerable a la locura religiosa, aunque existen dificultades ideológicas arraigadas en la historia de Estados Unidos. En ningún otro país del mundo industrializado han podido las clases dominantes lograr tanto éxito como en Estados Unidos (con la asistencia indispensable de las burocracias de los sindicatos obreros) para destruir los programas sociales, reducir los niveles de vida a favor de las ganancias empresariales y paralizar toda oposición y resistencia.

El multimillonario Gibson no se encuentra entre los oprimidos. El "suspiro de los oprimidos", como Marx una vez se refirió al impulso religioso, no existe en esta película. Pero ese mismo suspiro, aunque sólo parcialmente, lo expresa la reacción del pueblo a la cinta. La Pasión del Cristo es una cinta reaccionaria, pero no se debe llegar a la conclusión que la mayoría de los que la han visto—probable en su gran mayoría miembros de la clase obrera y la clase media baja—también es una capa reaccionaria. Esta no es una película de mensaje social obvio. Si Gibson, o aquellos con los que ahora él se asocia dentro y por los alrededores del gobierno de Bush, presentara un mensaje político derechista y misantrópico en su película, las masas la ignorarían.

Trotsky una vez señaló que un dirigente político "siempre es una relación entre seres humanos: el individuo que satisface la necesidad colectiva". Gibson no es líder político, pero se podría decir que todo fenómeno cultural importante, aún el más retrógrada, también significa "una relación entre seres humanos": la reacción a las exigencias de la sociedad. Pero esta exigencia, sin embargo, es muy difusa, confusa y compuesta de elementos distintos.

Los que ven La Pasión se engañan a sí mismos si creen ésta significa más de lo que muestra. Su popularidad, en una situación en que reina la confusión ideológica, se extiende a distintas capas sociales, aún a aquellas que son adversarias. Como hemos puntualizado más arriba, existen elementos ultra derechistas, para no decir medio fascistas, a quienes les fascina la violencia, la amargura y la paranoia de la película; quienes ven a Estados Unidos abatido y perseguido por los árabes y otros "terroristas", por los ingratos y vengativos alemanes y franceses, parecidos a los fariseos. Fuerzas reaccionarias que desean que el pueblo de Estados Unidos se acostumbre a hacer sus propios "sacrificios".

Pero la película también atrae a aquellos que verdaderamente son oprimidos, que valiente e inútilmente tratan en estos momentos de "abrazar la cruz" impuesta por la vida cotidiana. El sufrimiento de Jesús los consuela y los capacita a comprender el suyo. Este es un esfuerzo que no carece de nobleza. No obstante, esta misma reacción tiene otro efecto debilitante: expresa la doctrina de la pasividad y resignación ante el destino. Esta gente todavía no comprende, en gran parte, sus propios problemas y circunstancias.

La Pasión del Cristo es una película reprensible. Los que la alaban o disminuyen su carácter reaccionario, o que permanecen callados por temor a las represalias de la derecha cristiana fundamentalista, a fin de cuentas sirven como conductores de la reacción política.

Desde el punto de vista artístico e intelectual, la película es insignificante, pero ha provocado una reacción que va más allá de la película misma y de su director. No importa el destino que le espera, la película de Gibson pone en relieve, más que otra cosa, la creciente inestabilidad social y moral de la sociedad capitalista de Estados Unidos, la cual inexorablemente se dirige a su propia y curiosa Pasión.