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Blair y Bush planean mayores crímenes en Oriente Medio

Declaración del Partido Socialista por la Igualdad de Gran Bretaña

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Este artículo apareció originalmente en inglés en nuestro sitio el 22 de abril, 2004.

La visita del Primer Ministro Tony Blair a Washington el viernes, 16 de abril, revela la realidad política detrás de sus “relaciones especiales” con el Presidente George W. Bush. Hace meses que Blair ha estado haciéndose pasar como la encarnación del, como la fuerza que sirve de equilibrio a los impulsos militaristas de Estados Unidos, y como el puente entre ese país y Europa. Pero a decir verdad, no es tal cosa.

A pesar de ser alabado como “un tipo con el que se puede contar”, el primer ministro en realidad quedó humillado y empequeñecido.

Blair repetidamente ha sostenido que el apoyo que Estados Unidos a un pacto justo entre los palestinos y los israelitas es el beneficio más concreto que él había conseguido a cambio de su apoyo a la guerra contra Irak. Más bien, a Blair, quien evidentemente se mostraba incómodo, se le convocó para que apoyara la siguiente aserción de Bush: que el intento del Primer Ministro israelí, Ariel Sharon, en apoderarse de más de media Transjordania a cambio de mudar a varios miles de colonizadores en la Franja de Gaza, era “parte de un proceso para ponernos de nuevo en el rumbo adecuado”. Durante el resto de la conferencia de prensa, Blair expresó su unanimidad absoluta con Washington en cuanto a Irak y se ofreció como hombre de primera fila que podía llegar a un convenio con la Organización de las Naciones Unidas para facilitar tropas adicionales, provenientes de Europa y de África, para vigilar la ocupación.

Se suponía que todo iba a salir muy diferente. Antes de Blair llegar, la prensa británica había especulado ampliamente acerca de como él iba a dejar bien claro su oposición al apoyo que Bush le había brindado al plan de Sharon—“la separación unilateral”—y a su [de Sharon] infracción del derecho internacional cuando le negó a los refugiados palestinos el derecho de regreso.

Hubo informes que el alto comando británico en Irak no estaba a gusto con la bestial y desproporcionada reacción de las tropas estadounidenses a la insurgencia actual. Y se presumió que un gobierno Republicano agobiado por todos lados, ante el retiro inminente de las tropas españolas, sería más sensible a la presión británica para establecer, luego de terminar las hostilidades, un gobierno multilateral en Irak más favorable a la ONU.

Pero fue Bush el que dio las órdenes en el Jardín de las Rosas, y Blair fielmente obedeció a su amo. En vez de Blair aprovecharse de las dificultades de Bush para afirmar siquiera la más mínima independencia, éstas produjeron el efecto contrario. Blair adoptó los problemas de Bush como si fueran los suyos y que tiene que resolverlos a todo costo.

El veredicto de la prensa británica sobre el comportamiento de Blair fue bastante uniforme. La mayoría de los comentaristas expresaron su desilusión, pues se había desperdiciado una buena oportunidad. Concluyeron que la experiencia había dejado a Blair debilitado. Pero varios ofrecieron una explicación que no paraba con las flaquezas personales del primer ministro.

Los destinos se vinculan

Cuando Blair defiende a Bush, se defiende a sí mismo, no importan un bledo las consecuencias. La historia cuenta con pocos momentos en que los destinos personales de dos dirigentes políticos se cruzan de manera tan íntima. Blair tiene cierta razón en creer que las humillaciones de Bush en Irak o en la política interna de Estados Unidos también le caerán encima con la misma fuerza. Cuando Blair apoyó a Washington en su guerra ilegal y no provocada contra Irak—ello a pesar de que la mayoría del pueblo se opone—arriesgó su reputación. Si la rebelión del pueblo iraquí no se aplasta, Washington y Londres serán expulsados de ahí a pesar de seguir sosteniendo que sus acciones han resultado en un cambio popular y democrático de régimen. Sus acusaciones serán reveladas como mentiras, justamente lo que le pasó a los alegatos que Irak representaba una amenaza para la paz mundial.

Blair bien sabe como las masas españolas expresaron sus sentimientos contra la guerra: destronaron al Primer Ministro, José Aznar. Este acontecimiento causó que la revista Economist expresara en uno de sus titulares: “Uno fuera; quedan dos”.

Y puesto que Blair ha adoptado íntegramente la política social y económica de Bush —libertad sin restricciones a los grandes negocios; política muy vinculada al “modelo estadounidense”—le incumbe proteger a la presidencia de Bush.

Blair un tipo que todos los días debe despertarse avergonzado de dirigir un partido que todavía se auto denomina “laborista” [de la clase trabajadora]. Pero este Nuevo Laborismo no tiene remotamente nada que ver con la socialdemocracia. Es un instrumento de la derecha cuya política es un eco de Bush, del Primer Ministro de Italia, Silvio Berlusconi, y de Aznar, a quien casi nadie añora. Blair teme que si Bush cae, su propia política será puesta a prueba, no porque los Demócratas ofrezcan una verdadera alternativa, sino porque el pueblo estadounidense la habría dado un tremendo golpazo al mito de la omnipotencia de la derecha.

No hay precedentes a que un dirigente laborista no apoye al candidato presidencial de los Demócratas en Estados Unidos. Es obvio que Blair no sólo ha fracasado intencionalmente en reunirse con el Senador John Kerry; ni siquiera ha hecho declaraciones de apoyo o brindado ayuda en nombre del Partido Laborista.

Pero no basta con puntualizar estas consideraciones de Blair, pues ello no explica por qué su orientación hacia Washington expresa la política dominante de la clase gobernante británica.

Blair representa una estrategia de política exterior muy bien definida. El imperialismo británico cedió su papel como primera potencia mundial a Estados Unidos a principios del Siglo XX. Pero no fue hasta después de la Segunda Guerra Mundial que el significado del eclipse del imperio británico a manos de su rival trasatlántico se hizo evidente. Estados Unidos se convirtió en la primera potencia occidental, y ninguna otra potencia europea, o combinación de potencias europeas, estaba en buena posición para desafiarlo, sobretodo en el contexto de la Guerra Fría. La última vez que Gran Bretaña trató de ejercer su autoridad fue durante la crisis del Canal de Suez en 1965, la cual terminó en una humillación espantosa.

Según cierta “sabiduría” que corre por los pasillos de loas ámbitos de la clase gobernante, era imperante que Gran Bretaña mantuviera una alianza estratégica con Estados Unidos y ésta se ofreció la amiga más fiel de ese país en Europa. Así se fortaleció contra sus competidores europeos más importantes: Alemania y Francia.

Blair llegó al poder en circunstancias objetivas—el colapso de la Unión Soviética—que determinaron su capacidad para balancearse delicadamente entre Europa y Estados Unidos. Hasta ese entonces, la existencia de la Unión Soviética, como segunda potencia mundial y posible alternativa sociopolítica al capitalismo occidental, había prevenido que Estados Unidos ejerciera su hegemonía de manera agresiva. Por consiguiente, Gran Bretaña se mostró dispuesta a llegar a un convenio con Europa y Japón para formar un frente único dentro de los límites de la OTAN.

Durante la década de los 90, la tendencia de Estados Unidos a ejercer su papel como potencia mundial dominante en un mundo unipolar comenzó a hacerse evidente. Este proceso ya era obvio cuando Blair subió al poder en 1997. Su reacción fue inmediata: trató de establecer las relaciones más íntimas con el gobierno de Clinton. Al mismo tiempo podía seguir su orientación hacia Europa, sobretodo en una situación en la que el gobierno de Clinton todavía tenía fe en que podía seguir dominando las instituciones multilaterales, tales como la ONU, en vez de ignorarlas por completo.

Cuando Bush se robó las elecciones del 2001 y asumió las riendas del poder, el imperialismo británico se vio en medio de una marea. El gobierno de Bush representaba el ala de extrema derecha de los capitalistas estadounidenses, quienes concluyeron que había llegado la hora de ejercer el poderío de Estados Unidos directamente en contra de Europa y Japón, y que no estaban preparados para maniobrar dentro de los límites establecidos después de la Segunda Guerra Mundial.

Blair llegó a las conclusiones debidas. De todos los líderes mundiales fue el que más se doblegó ante la amenaza que Bush lanzó antes de comenzar la guerra contra Irak: “Están con nosotros o están en contra”. Aunque no abandonó la orientación económica formal hacia Europa, Blair insistió que las buenas relaciones con Washington dominaban todas las otras consideraciones.

La voz política de la oligarquía

Esta intriga política elemental fue disfrazada con todo tipo de excusas y retórica bombástica. Se usó como razón fundamental para la lucha contra el peligro del terrorismo y de las “naciones fracasadas” en un mundo interdependiente. Estados Unidos, a pesar de sus flaquezas, era todavía “la democracia más poderosa del mundo” y podía funcionar como fuerza del bien. A Blair, pues, se le consideró como aliado leal y por eso adquirió la reputación necesaria para desempeñar su papel como la voz del raciocinio y de la reconciliación; como voz a la que Washington, por obligación, tenía que hacerle caso. Él podía debatir con los unilateralistas acérrimos del Pentágono y de la Casa Blanca y fortalecer a los multilateralistas, los cuales el Ministro de Relaciones Exteriores, Colin Powell, tipificaba.

La razón nos dice que Blair en realidad creía toda esta hipérbole y que otros en los círculos gobernantes de Gran Bretaña y de Europa también esperaban que todo fuera verdad.

Pero, aparte de estas fantasías, Blair de todo modo podía basarse en nuevos y poderosos elementos de la burguesía cuyas consideraciones eran mucho más pragmáticas: fuerzas a quienes no les importaba (como si fueran un grupo unido con un único interés nacional) si la alianza con Washington servía o no servía los intereses de Gran Bretaña. Para ellos lo importante era que la alianza sirviera sus intereses.

Típico de esta capa es Rupert Murdoch, cuyo International News es partidario principal de Blair en Gran Bretaña y de los principales partidarios de Bush en Estados Unidos. Murdoch habla por los intereses de una oligarquía riquísima que ha adquirido prominencia durante las dos últimas décadas y dicta la política de gobiernos en todos los rincones del mundo, pero en ningún lugar más directamente que en Estados Unidos y Gran Bretaña.

Blair y sus compinches han silenciado a las viejas voces de los pasillos del poder, no porque tengan una visión superior, sino porque están mejor preparados para transformar las exigencias de la oligarquía en la acción política del gobierno. Es con este fin que Blair se ha mostrado dispuesto a ignorar el ramo civil de la administración pública y reemplazarlo con sus propios asesores. Ha ignorado a su propio partido y hasta a su propio gabinete y reclutado a capitalistas para que sirvan directamente en el estado.

Más importante todavía es que, durante el período justamente antes de la guerra, Blair se mostró totalmente indiferente a la opinión pública y declaró que su política era dictada por correctas consideraciones morales. Este vanaglorioso alarde de infalibilidad sólo tapa el punto hasta el cual Blair no depende de la oligarquía.

Es sólo comprendiendo la base de apoyo al gobierno de Blair que podemos entender su disposición favorable a todas las órdenes que emanan de la Casa Blanca. El gobierno de Blair, como el de Bush, funciona como conspiración en contra de los intereses de las amplias masas trabajadoras en el exterior y el interior del país. Su política se origina exclusivamente en los planes casi criminales de la clase capitalista para apoderarse de las materias primas del mundo y agrandar sus fortunas, que ya son fabulosas.

Fue una coincidencia muy interesante que el Sunday Times, solamente dos días después de Blair visitar a Washington, publicara la lista anual de las personas más ricas del Reino Unido. El oligarca ruso, Román Abramovich, con £7.500.000.000.000 billones, quedó en primer lugar. Varios otros cayeron en dos categorías: capitalistas extranjeros o gente que había acumulado sus fortunas aprovechándose de la destrucción de los programas del bienestar social y de la privatización emprendida por los gobiernos sucesivos del Partido Laborista y de los Conservadores. Sus fortunas colectivas aumentaron un 30% durante los últimos 12 meses, cuando la gran mayoría de la clase trabajadora actualmente sufre mayores privaciones y deudas.

Estas capas dependen de Blair para asegurar que la participación británica en la ocupación de Irak continúe; para apoyar cualquier aventura militarista que Washington emprenda; y para cuidar sus fortunas a través de un régimen que destruya el bienestar social y mantenga bajas las rentas internas de las empresas. Tienen el respaldo de varios elementos parasitarios de las capas más altas de la clase media, cuya avaricia y desprecio por las masas no tienen límites. Estas son las fuerzas que forman el personal del gobierno de Blair. Por eso el silencio estrepitoso de los diputados Laboristas de menor prestigio e influencia en cuanto a la represión de Irak a manos de Estados Unidos y a la carta blanca que Washington le ha dado a Sharon.

Ningún sector de la clase gobernante fuera de los ámbitos del Partido Laborista puede ofrecer alguna alternativa a la política de Blair. Y en los ámbitos políticos oficiales no hay nadie que ofrezca una oposición principista al programa pro guerra y a los planes anti sociales de Blair para el interior del país. Es esta falta de oposición—y no ninguna fuerza intrínseca o amplio apoyo político—lo que permite que Blair permanezca en el poder.

El obsceno espectáculo que tuvo lugar sobre el césped de la Casa Blanca le evidenció a la clase trabajadora los peligros que esta situación plantea. Blair ya ha derramado la sangre de miles de hombres, mujeres y niños inocentes en Irak y transformado a Gran Bretaña en un jardín de diversiones para los ricos. Ha dejado bien claro que apoyará los planes de Bush para suprimir sangrientamente a las masas iraquíes y emprender todo tipo de aventura imperialista, sea en los Territorios Ocupados o en cualquier otro lugar del Oriente Medio.

Esta es la llamada para que la clase trabajadora despierte; una alerta para que comprenda la necesidad de establecer una dirigencia política que se oponga al gobierno de Blair y emprenda una lucha exitosa contra el militarismo y las guerras.