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Jim Lawrence, candidato a la vicepresidencia del Partido Socialista por la Igualdad, se dirige a la conferencia auspiciada por el PSI y el WSWS

"La clase obrera tiene que desarrollar una estrategia política para defender sus empleos y niveles de vida"

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Hoy publicamos el discurso de Jim Lawrence, candidato del PSI a la vicepresidencia, ante la conferencia auspiciada por el PSI y el WSWS del 13 al 14 de marzo para debatir el documento que forma las bases de la campaña electoral, "Las elecciones de Estados Unidos en 2004: la causa de la alternativa socialista".

El discurso apareció originalmente el 19 de marzo en nuestro sitio en inglés.

Nada muestra con tanto vigor la necesidad de la lucha contra el sistema de ganancias y sus dos partidos políticos que la continua destrucción de los empleos en Estados Unidos, que le niega a millones de trabajadores y a sus familias el derecho de un mejor nivel de vida.

Durante los tres últimos años, la política de Bush ha aumentado las fortunas de los grandes inversionistas de Wall Street y de los principales jefes ejecutivos de las empresas. Al mismo tiempo, más de 3 millones de empleos han desaparecido, incluyendo a 300,000 sólo en los estados de Michigan y Ohio. La juventud ahora gana salarios que no le permiten ni siquiera pensar en comprar una casa o en tener familias. Los trabajadores de mayor edad son forzados a trabajar jornadas cada vez más largas para poder mantener el nivel de vida ya alcanzado dos décadas atrás. Tratan a la vez de ayudar a sus hijos y a sus nietos a sobrevivir a los altísimos precios de la educación la atención médica y la vivienda. Al mismo tiempo, la destrucción de las pensiones y de los ahorros 401(k), así como también las amenazas de privatizar el seguro social, han creado una pesadilla jamás soñada desde la década del 30: que muchos trabajadores tendrán que trabajar hasta que mueran.

La destrucción de los empleos no es nada nuevo. Desde a mediados de la década del 70, las empresas de Estados Unidos han hecho desaparecer a diez de millones de empleos en las industrias de automóviles, de minas, de acero, de textiles y otras industrias básicas. Este fenómeno ha devastado a pueblos y a ciudades industriales, inclusive Dayton, Detroit, Flint, Pittsburgh y otras municipalidades de la llamada "Zona Oxidada" de Estados Unidos.

Durante los últimos 15 años, las reducciones de personal por las empresas se ha expandido de los trabajadores de la manufactura a millones de oficinistas y trabajadores profesionales a medida que las empresas transnacionales reducen sus gastos y buscan por todo el globo esquemas que les ofrezcan una mano de obra barata, tasas de impuestos menores y ganancias mayores. Se ha pronosticado que para el 2015, más de 3 millones de empleos en la tecnología de la información, en el campo de las finanzas y entre los oficinistas serán exportados a la India, China, las Filipinas y otros países, donde las empresas estadounidenses pagan un promedio de $6 la hora a programadores de computadoras por labor que en Estados Unidos se paga a $60 la hora.

Bush y Kerry ambos son totalmente serviles a los grandes comercios y a la rica clase dominante que gobierna a Estados Unidos. En vez de detener la destrucción de empleos y los niveles de vida, quien gane estas elecciones intensificará las agresiones contra el pueblo trabajador. Kerry dejó esto bastante claro cuando visitó [la ciudad de] Dayton el mes pasado y no ofreció ninguna solución a la crisis de los empleos. Más bien sugirió que el gobierno debería ofrecerle incentivos a las empresas de Estados Unidos para que mantengan su producción en el país en vez de enviarlos a países donde la mano de obra es barata. Esto sólo puede terminar en reducciones adicionales de las rentas internas y de las restricciones que rigen a las empresas, medidas cuyo financiamiento saldrá de los bolsillos de los trabajadores.

La clase obrera tiene que desarrollar una estrategia política para defender sus empleos y nivel de vida. Semejante estrategia, sin embargo, tiene que basarse en una comprensión de los cambios económicos objetivos de los últimos 25 años e incluir una crítica de la historia y de la política de todos aquellos que juran haber actuado a interés de la clase trabajadora.

Yo comenzé a trabajar para General Motors en 1966, cuando me emplearon en la fábrica de Delco Chassis en Dayton, Ohio, y me hice miembro del Sindicato de Trabajadores Automovilísticos Unidos [UAW]. Aunque pronto entré en conflicto con los dirigentes del sindicato, yo consideraba, como decenas de millones de otros trabajadores, que los sindicatos eran organizaciones por medio de las cuales la clase obrera podía luchar para mejorar su posición. Formé parte de la generación de trabajadores que fueron radicalizados por la Guerra de Vietnam, por las luchas por los derechos civiles y el deterioro de los niveles de vida debido a la crisis de la economía en Estados Unidos y en todo el mundo. En 1970, 350.000 trabajadores se fueron en huelga contra GM. La huelga duró dos meses.

La huelga movilizó el apoyo de otros trabajadores y pequeños negociantes en todo Dayton. Esa huelga representó un poderoso movimiento de la clase obrera, pero la UAW de hoy ni siquiera puede movilizar a sus propios miembros, para no decir a otros sectores de la clase trabajadora.

Esto fue parte de una enorme ola de huelgas militantes en que participaron camioneros [Teamsters], trabajadores de General Electric, estibadores, obreros de la industria telefónica y de la construcción, y otros. Estas luchas industriales tomaron lugar con una creciente repugnancia hacia el Partido Demócrata, que había instigado la guerra en Vietnam y colaborado con el gobierno de Nixon para exigir que la clase obrera pagar por la guerra y la crisis económica del país.

Mi ruptura con los Demócratas ocurrió en 1972, cuando el ex gobernador del [estado de] Alabama, George Wallace, se postuló como candidato del Partido Demócrata a la presidencia y obtuvo bastante apoyo, ganando las elecciones internas en [el estado de] Michigan. Todavía recuerdo el panfleto publicado por la Liga Obrera, precursora del Partido Socialista por la Igualdad, en esa época. Éste hacía la siguiente pregunta: ¿cómo puede un partido, que sostiene que representa a la clase obrera, tener en sus filas a Wallace, un segregacionista racista que evidentemente era adversario de la clase obrera?

Poco después, me hice militante de la Liga Obrera. Lo que me atrajo al partido fue su lucha para que los sindicatos formaran un partido laborista para derrotar a los dos partidos en existencia y llevara a la clase obrera al poder. Esta demanda contó con amplio apoyo; y hasta sectores de la burocracia de los sindicatos, bien conscientes del odio de la clase obrera hacia los Demócratas, expresaron su apoyo a la idea de un partido laborista, pero que no era el tiempo propicio para ello.

En realidad, los funcionarios del UAW y de la AFL-CIO se oponían a toda escisión con el Partido Demócrata. ¿Por qué? Porque los funcionarios de los sindicatos defendían el capitalismo y su alianza con el Partido Demócrata le impedía a la clase obrera establecer un programa que radicalmente reorganizaría la economía al interés de la clase obrera, no al de los pocos ricos.

Desde 1940, la hostilidad hacia el socialismo ha sido uno de los principios más importantes que ha guiado a los burócratas sindicalistas de Estados Unidos. Fue en ese entonces que los dirigentes de la AFL y del CIO llevaron a cabo sus persecuciones anti comunistas dentro de los sindicatos. Esto dejó mal preparado al movimiento obrero de los Estados Unidos, y en base del anti comunismo, la AFL-CIO apoyó la Guerra de Vietnam y colaboró con la CIA para subvertir a los sindicatos izquierdistas y a los movimientos de resistencia en Asia, el Oriente Medio, África, y América Latina. Esta política ha dejado un patrimonio que no se puede negar: la creación de paraísos de mano de obra barata a los cuales las empresas estadounidenses exportan los empleos.

La alianza con el Partido demócrata fue el medio principal por medio del cual la burocracia de los sindicatos estranguló las luchas de la clase obrera y las subordinó a las exigencias del capitalismo estadounidense. Durante la década de los 80—década de luchas violentas - la AFL-CIO intencionalmente traicionó una huelga tras otra para aplastar la resistencia de la clase obrera y asistir al empresariado a reducir el precio de la mano de obra.

La UAW y la AFL-CIO oficialmente adoptaron el corporatismo durante los 80 y rechazaron la idea que los intereses de los trabajadores son diferentes y aparte de los de los jefes patronales. Oficiales de los sindicatos se integraron a las juntas directivas de empresas tales como Chrysler. Muchísimas estructuras se formaron para facilitar la colaboración entre las gerencias y los sindicatos, permitiendo a las empresas usar a los funcionarios sindicalistas para imponer el aceleramiento de la mano de obra en el trabajo y otras medidas para reducir los gastos y mejorar la "competetitividad".

Mano a mano con las empresas, el UAW y otros sindicatos fomentaron el chauvinismo y el racismo nacionalista más venenoso, todo con el objetivo de convencer a los trabajadores de Estados Unidos que su enemigo no eran las grandes empresas sino los trabajadores japoneses y europeos que supuestamente estaban "robándose" los empleos norteamericanos.

¿Qué ha resultado de la promoción del economismo nacionalista? A principios de hacerme miembro del UAW, el sindicato contaba con 2.25 millones de militantes en la industria pesada. Hoy cuenta con 668.000 miembros. En todo Estados Unidos sólo el 8.2% de los trabajadores en las empresas privadas pertenecen a sindicatos; y solamente 2.2 millones de trabajadores en las fábricas, lo que representa una disminución en 60% desde veinte años atrás.

Este país está inundado de fábricas vacías. A pesar de su demagogia para "salvar los empleos norteamericanos", los funcionarios del UAW y de la AFL-CIO no han podido defender ni un solo empleo. No entablaron ni una lucha seria para parar el cierre de fábricas o la enorme pérdida de empleos. Tal como expresa nuestra declaración sobre las elecciones: "La integración mundial de la producción y la movilidad sin precedente del capital socavan la orientación de las antiguas organizaciones obreras, las cuales todavía abogan por la protección de las industrias nacionales y por un mercado basado en la mano de obra nacional. Estas maquinarias burocráticas, incluyendo a la AFL-CIO de Estados Unidos, han pasado de ponerle presión a los patronos y al gobierno para conceder beneficios a los trabajadores, a ponerle presión a los trabajadores para le den a las empresas todo tipo de concesiones con tal de atraer capital. Por lo tanto, estas organizaciones, tan vinculadas a un programa nacional, no pueden sino cumplir un papel reaccionario".

Los funcionarios sindicales y demás personas que fomentan el nacionalismo económico, principalmente figuras como Dennis Kucinich y Ralph Nader, critican solo un aspecto del capitalismo, pero lo defienden en general. Pero fundamental para el capitalismo es la explotación de la clase obrera. Ya para principios de la década de los 1950, las tres Grandes Empresas automovilísticas de Detroit comenzaron a trasladar sus operaciones de las zonas donde se concentran los obreros sindicalizados a los estados del Sur, donde los costes de la mano de obra era más barata. Pero las innovaciones en la tecnología y el transporte le permiten a las empresas extender la búsqueda por la mano de obra barata por todo el mundo.

Las razones por las cuales los empleos han desaparecido no se debe por sí ni a la exportación ni a la globalización. Se debe a un sistema que subordina las necesidades humanas a la acumulación privada de las fortunas. Un sistema que le permite a 587 personas a controlar $1.000.000.000.000.000 (un trillón) mientras la mitad de la población mundial apenas sobrevive con menos de dos dólares al día está históricamente destinada a desaparecer.

Querer detener el comercio mundial o poner en reversa la tendencia de la producción a romper las barreras impuestas por el estado nación es utópico y reaccionario. Además, fomenta la ilusión de que el problema de la exportación de empleos a países donde la mano de obra barata sin tomar en consideración el punto central: la incompatibilidad del sistema de ganancias con las necesidades sociales de las masas.

Los trabajadores deben cambiar su manera de pensar y verse a sí mismos como parte de una clase internacional. Igual que las empresas organizan sus actividades mundialmente, nosotros los trabajadores debemos organizar nuestras luchas a nivel internacional. El proteccionismo y el nacionalismo socavan esta lucha y obligan a los trabajadores a quedarse atrás y competir para decidir quien acepta los peores salarios y las peores condiciones de trabajo.

Si los obreros de Estados Unidos actuaran así, las luchas de los trabajadores en México, India, China y otros países por mejores salarios y condiciones de trabajo serían fortalecidas. Tenemos que rechazar esa mentalidad que las empresas y los burócratas de los sindicatos promueven—"nosotros contra ellos"—y coordinar las luchas de los trabajadores por empleos seguros y un buen nivel de vida en todas partes del mundo.

¿Qué podemos aprender de la historia de la clase obrera de Estados Unidos? No es posible lograr un sólo éxito sin establecer la unidad luchadora de la clase obrera a pesar de las diferencias religiosas, étnicas o raciales. Los trabajadores de mente socialista que organizaron las huelgas de brazos cruzados y las campañas organizacionales de la década de los 30 rechazaron todo esfuerzo por parte de las empresas para fomentar el racismo y dividir a la clase obrera. Lucharon para unir a los trabajadores blancos y negros, así como también a los trabajadores inmigrantes de Italia y Europa Oriental que hablaban idiomas diferentes.

Mis propios tíos fueron reclutados por la NAACP [Asociación Nacional para el Progreso de Personas de Color] y llevados a la fábrica Ford Rouge en Dearborn, Michigan, en 1941, como parte de un esfuerzo para romper la huelga de los trabajadores automovilísticos, quienes eran blancos en su mayoría. Pero una vez que averiguaron lo que sucedía, en vez de convertirse en esquiroles, se unieron a la lucha, y los trabajadores pudieron imponerle su voluntad a la Ford.

En el mismo sentido, hoy los trabajadores en Estados Unidos tienen que defender a los trabajadores de todo el mundo contra nuestro enemigo común: el sistema capitalista internacional.

La producción mundial debe organizarse en base de los intereses de la clase obrera; y los éxitos tecnológicos, científicos y culturales de la sociedad deben ser usados para elevar el nivel de vida y eliminar la desigualdad social en todos los países y entre los países pobres y ricos. Estas es la perspectiva del socialismo mundial tal por el cual nuestro partido lucha.

Las enormes dificultades a las cuales el pueblo trabajador se enfrenta exigen que replanteen su política y rechacen los antiguos prejuicios contra el socialismo que promueven los políticos de la patronal y los burócratas que rigen los sindicatos. ¿Es una coincidencia que el país donde el anti comunismo ha llegado al nivel de religión semi oficial la desigualdad social es la peor de todos los países avanzados?

La crisis del capitalismo, sin embargo, brinda la mejor lógica para establecer el socialismo. Luego de las elecciones, no importa quien gane la Casa Blancas—Bush o su contrincante—mayores sectores de los trabajadores y estudiantes serán empujados cada vez más hacia la lucha política. La campaña que Bill Van Auken y yo vamos a realizar tiene un objetivo: preparar el futuro con la presentación de la alternativa socialista a las barreras que el sistema capitalista ha creado para la humanidad.