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La tragedia de El Salvador: presentada no explicada

Esta crítica de cine apareció en nuestro sitio por primera vez en inglés el 15 de septiembre, 2005.

La nueva película del director mexicano, Luis Mandoki, Voces inocentes, acerca de la guerra civil en El Salvador durante la década del 70, comienza en silencio. Cae una lluvia a cántaros sobre calles de lodo. Vemos, en close-up, las botas de soldados pisando los charcos. Salpica el agua por todas partes. Vemos zapatos más pequeños entre las botas más grandes. Siluetas se mueven en cámara lenta hacia la cámara. A medida que se acercan, se vuelven más claras; son soldados armados.

Entre los soldados caminan cuatro figuritas: niños de no más de doce años. Llevan los brazos levantados y las manos cruzadas sobre las nucas. Los soldados los empujan. La lluvia cae sobre sus caritas sucias, que permanecen inmóviles, como paralizadas por una resignación inexplicable. Continúan marchando en cámara lenta. De repente escuchamos la voz de uno de los niños : "Tengo sed...Me duelen los pies...tengo piedras en los zapatos...estoy seguro que nos van a matar...¿Por qué nos quieren matar si no hemos hecho nada?" Y por fin nos percatamos del horrible destino que espera a los chicos. El suspenso es insoportable.

La pantalla se desvanece y la historia comienza retrospectivamente.

¿Quién pudo imaginarse que Luis Mandoki, director de tonterías hollywoodenses como Angel Eyes, Amazing Grace, Message in a Bottle y When a Man Loves a Woman, algún día podría producir una película tan dolorosamente honesta que logra, a pesar de sus flaquezas, conmovernos y aterrarnos de manera igual? Quizás fueron las experiencias de Oscar Orlando Torres, quien escribió el guión junto con él y sobre cuya vida se basa la cinta, para obtener lo mejor a Mandoki y revelar esa parte de su talento que merece nuestra atención.

Voces inocentes no es una película profunda. Nunca trata de comprender las causas de las guerra civil de El Salvador que duró 12 años y comenzara a principios de los 1980, pero es una película sincera que se desenlaza casi por completo a través de los ojos de un niño inocente de once años de edad. A veces el film cae en un sentimentalismo al borde del melodrama, pero lo esquiva, y nunca deja de intersarnos. Ha sido filmada apasionadamente, con gran compasión y ternura hacia sus personajes sin ningún aire de superioridad. Tal vez sea ésta la cualidad que le ha dado cierta categoría. El público de Los Ángeles la ha recibido con entusiasmo. Ha sido nominada para siete Arieles mexicanos/ Ganó el premio Stanley Kramer como película de conciencia social. También fue garlardonada como Mejor Película por el Festival de Cine de Seattle en el 2005.

Casi toda la película se desarrolla desde el punto de vista de Chava, un susceptible niño de once años de edad a punto de cumplir los doce, peligrosa edad en El Salvador de los 1980. La trama se desenvuelve a medida que su familia—madre y hermana y hermano menores—tratan de sobrevir en las afueras del pobre pueblito de Cuscatazingo, donde las casas están construidas de hojalata y techos de cartón. Fue de los últimos lugares donde tomó lugar el conflicto entre los guerrilleros del Frente de Liberación Nacional Farabundo Martí (FLNFM) y las fuerzas del gobierno entrenadas y equipadas por los militares de Estados Unidos y la CIA. El padre de la familia se ha ido a Estados Unidos por razones que nunca llegamos a saber. Chava y sus amigos observan los horrorres que los soldados del gobierno cometen mientras destruyen los campos y las villas, matando, saqueando, y violando a las mujeres impunemente.

El anochecer es especialmente horrible para los niños; tiroteos revientan en las calles del pueblito entre las tropas del gobierno y los guerrilleros. Varios de estos encuentros toman lugar en la misma puerta de la casa. A veces es difícil distinguir quien es quien en las sombras de la noche. Vecinos y amigos mueren y los niños, que ha veces quedan solos porque la madre se ha ido a trabajar, quedan aterrados.

La amenaza principal ante la cual Chava se ve continuamente es la política central del gobierno en ese momento: los soldados secuestran a los niños que ya han cumplido los doce años y los reclutan forzadamente al ejército para entrenarlos a formar parte de la lucha contra los guerrilleros. En un escena escalofriante, los soldados invaden una escuela, obligan a los estudiantes a pararse en fila en el gimnasio en postura de atención, y obligan al director a leer en voz alta, a punta de pistola, una lista de los nombres de los muchachos que van a ser reclutados. A medida que los nombres son leídos, la mezcla de angustia, odio y desespero en las caras de los muchachos—y del resto de sus amigos y maestros—es difícil de mirar. Fue en este punto de la película que varios miembros del público salieron del cine, algunos llorando.

Una escena es paradigma de las consecuencias de la conscripción forzada. Varios meses después del ejército secuestrar a los compañeros de Chava en la escuela, él y los amigos que quedan se van a jugar al río. Uno de los amigos que fue reclutado, ahora con los trece cumplidos, se aparece uniformado. Orgullosamente porta un fusil automático. Apenas meses antes, mientras estaba parado en línea en la escuela, se había orinado los pantalones del miedo cuando el director leyó su nombre; ahora trata de actuar el súper macho arrogante. Pero, extrañamente, todavía se le ve la inocencia: un joven jugando a ser hombre entrenado a matar. Deja saber que usaría su fusil contra sus viejos amigos si lo cree necesario. Por su boca salen oprobios contra los guerrilleros. Se ha convertido en un monstruo, precisamente porque todavía puede reconocérsele como ser humano, como un inocente capaz de hacer cualquier cosa. Esta transformación aterra y fascina a Chava y sus amigos.

En cierto momento, los muchachos se informan que los soldados van a llegar al vecindario a la mañana siguiente para secuestrarlos. Se montan en los techos de las casas del vecindario y se acuestan, a veces de dos en dos, o de tres en tres, apretaditos. El silencio es total. Llegan los soldados. Comienzan a tocar las puertas. La camera comienza a subir y vemos a todos los niños acostados en techo tras techo, en silencio total, por cuadras eneteras, mientras el horror de los soldados continúa en las calles abajo. En esta secuencia, Mandoki ha logrado combinar la poesía y el suspenso de manera extraordinaria. Mete al espectador, de manera muy directa y palpable, en los dilemmas de los personajes, cosa que logra a través de gran parte de la cinta. Nos importa lo que les pueda suceder, y esto se debe en gran parte a las buenas actuaciones de la película.

Chava, el joven héroe de la película, observa todo y sufre muchas indigidades. Al terminar su historia, no cabe duda que bando apoya: los guerrilleros. Pero los apoya no porque comprende su causa, sino porque ha sufrido, en carne viva, la maldad y la destrucción enloquecida que los soldados del gobierno han causado, evidentemente en nombre de una dictadura que permanence indefinida y nebulosa. Chava puede haberse quitado la venda de los ojos, pero todavía no ve muy lejos. Al final de la película, todavía es un inocente. Pero por lo menos no se convierte en cínico, ni tampoco queda hastiado de la vida. Después de todo, todavía es un niño de apenas de doce años y no puede comprenderlo todo.

Pero este punto de vista no necesariamente debería ser el de los realizadores de la cinta (o el nuestro). Desafortunadamente, es exactamente los que sucede en la película. El contenido de Voces Inocentes obligatoriamente la hace una película política. Aunque parta desde el punto de vista de un niño, trata una historia acerca de una guerra civil con insinuaciones geopolíticas significativas que costó la vida de 75,000 seres humanos. Es una enorme tragedia humana, y si los artistas la usan como base para su arte, entonces deben honrarla y tratar de alcanzar la altura de sus circunstancias.

Al limitar el punto de vista del espectador acerca de la lucha y el horror a lo que solo este chico ve, el director y el guionista se absuelven de tener que explicar todas las complejidades sociopolíticas. Quizás ésta no haya sido su intención, pero al producto artístico final carece de algo, como si le faltara algo en su propio centro. La película nunca examina las raíces fundamentales de la lucha, de la opressión, o de los allanamientos enloquecidos de las fuerzas armadas. Nunca hace la menor referencia al papel directo o indirecto de las clases gobernantes en la guerra civil. El resultado es que, a fin de cuentas, luego de toda la destrucción, las matanzas y las muertes, cuando la película termina, no sabemos más acerca de El Salvador de que lo que sabíamos cuando empezó.

¿Pero qué era lo que este monstruoso ejército defendía? ¿Qué intereses sociales estaban envueltos en esta cruel guerra contra el pueblo? ¿Cuál fue el papel de Estados Unidos, al cual se alude en una pequeña escena?

La dictadura salvadoreña, con el respaldo de los "consejeros" estadounidenses y los escuadrones de la muerte patrocinados por la CIA, fueron un horror espantoso para el pueblo salvadoreño, pero la película no nos da siquiera una remota idea—ni una—por qué los campesinos se han rebelado, por qué los guerrilleros son tan santos, por qué el gobierno los persigue. La película tiene por lo menos dos personajes que son guerrilleros, pero ninguno de los dos dice la menor palabra sobre su causa o la índole del gobierno que tiene el poder.

Los realizadores de la cinta pudieron haber mantenido la inocencia de Chava (y su ignorancia de los temas principales) y al mismo tiempo haber iluminado al público. Después de todo, uno de los propósitos del arte es conocer y sacarle mejor sentido al mundo. Hasta una conversación entre la madre de Chava y su tío (por cierto, un líder guerrillero) podría haber ayudado. Chava pudo haber escuchado sin entender ni papa. Si el director y Torres solo se interesan en observaciones empíricas y no en la historia, entonces hay un problema. Si comprometieron su visión artística para mejorar las posibilidades comerciales de la película, el problema es peor todavía. Nadie les pide que resuelvan el problema de El Salvador, pero sí se les pide que cuestionen, que la trama y el diálogo planteen preguntas, por más elementales que sean.

En este sentido, la película es simplista: los soldados son malos, los guerrilleros buenos. Quizás el director presume que el público—y creemos que presume que éste va a ser hispano en su mayoría—ya sabe de antemano las razones por qué la lucha toma lugar. Este es el tipo de suposición que casi hunde a otro esfuerzo honorable, Los diarios de motocicleta, cinta que presume que todo el mundo sabe como la vida del Che Guevara terminó y por lo tanto no había gran necesidad de explicar ciertos eventos.

Claro, hasta cierto punto el público ya sabe la historia; los pueblos latinoamericanos ha vivido en carne y hueso estas horribles condiciones y luchado en grandes batallas clasistas, pero ellos también no han podido comprender su esencia debido al fracaso de sus dirigencias y las traiciones de tantos que se autodenominan "comunistas" y "socialistas". Basándose en la justificación de estas dificultades políticas y tragedias, todo un sector de artistas e intelectuales enfocan al arte, a la cultura y a las cuestiones sociales desde un punto de vista anti histórico, cosa que han llegado a convertir en principio innegable. Han llegado a tal punto que no pueden hacer ni pie ni cabeza de los grandes acontecimientos, inclusive de la tragedia de la guerra civil en El Salvador. Y tampoco sienten la gran urgencia de hacerlo.

(Una exhibición de fotografías de la guerra civil del Salvador acabad de abrir en Nueva York. Para una crítica, ir a ).

La historia de amor entre adolescentes en la película—Chava se enamora de una jovencita más o menos de su edad; se besan una o dos veces—es demasiado sencilla, elemental y convencional. Parece como si le hubiera añadido a la trama para satisfacer alguna exigencia de los guiones formularios de Hollywood. No importa que se base en las experiencias de la vida real de Torres. En medio de todo el caos y sufrimiento, parece trivial, banal y demasiado sentimental. Le falta peso dramático. Distrae de lo que importa.

El elenco es uniformemente excelente., pero casi todos los personajes—la madre, el tío guerrillero, la abuela, y el Chava mismo—son tan elegantes y hermosos que a veces distraen. Carlos Padilla, en el papel de Chava, es fenomenal, pero parece haber salido de una pintura de Murillo. Daniel Jiménez Cacho desempeña estupendamente su papel como cura de teología de liberación.

No podemos negar que la película nos conmueve y en su representación de la oppresión y el terror nos destroza emocionalmente. Es una de las pocas películas que detalla, sin reservas, lo que es luchar para vivir bajo condiciones de extrema violencia y como los oprimidos logran sobrevivir. Y logra mostrarnos, indirectamente, las condiciones que crean la posibilidad de la revolución social.

Uno de los pasos falsos de la película son los acentos, y lo más probable es que la mayoría del público estadounidense no se de cuenta de ello. Los actores, con pocas excepciones, son casi todos mexicanos. No detecté un solo acento salvadoreño. La película, después de todo, fue filmada en Veracruz, México. Pero a fin de cuentas, ésta no es una falla mortífera, porque la película es tan sincera y tan honesta, y tiene una gran capacidad para involucrar al público en las vidas y luchas de sus personajes.

A pesar de sus muchas flaquezas—obvias porque la película es tan buena—Voces Inocentes es mejor que el 98% de las tonterías hollywoodenses que llenan nuestras pantallas. Vale la pena y el esfuerzo verla.