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La relación entre el juicio de Libby por perjurio y la prensa convencional de Washington

Este artículo apareció en nuestro sitio web en su inglés original el 3 de febrero, 2007.

Un desfile de corresponsales famosos subieron a la estrada de los testigos durante el juicio de Lewis Libby, ex jefe del personal del Vicepresidente Cheney acusado de perjurio. El juicio ha enfocado el incesto que existe entre los niveles más altos de los medios de comunicación y los ámbitos más poderosos de los sectores, políticos, militares y de espionaje.

Corresponsales de la televisión, los periódicos y las revistas más importantes del cuerpo de prensa de Washington, cuyos salarios alcanzan cifras en los cientos de miles de dólares, se encuentran prestando testimonio en las diligencias.

A Libby se le ha imputado cargos de haber cometido perjurio y obstruir a la justicia cuando le mintió al gran jurado que investiga la divulgación subrepticia y sin autorización de la identidad de Valerie Plame Wilson, ex agente secreta de la CIA. Fue el gobierno de Bush que divulgó la información a la prensa en retaliación contra la crítica pública que Joseph Wilson, ex embajador y esposo de la Valerie, le hiciera a la Casa Blanca y a sus mentiras acerca de la guerra en Iraq.

Esta semana, el testimonio de periodistas y asistentes de la Casa Blanca confirmó que Karl Rove, jefe asistente del personal de la Casa Blanca y consejero político principal de Bush, había jugado un importante papel en la diseminación de la información acerca de la esposa del embajador.

El testimonio de otras personas ha fortificado el caso contra Libby, quien le declaró a varios agentes del FBI, así también como al gran jurado convocado por el fiscal especial, Patrick Fitzgerald, que él había sabido la identidad secreta de la Señora Wilson como agente de la CIA por medio de la prensa misma, y que él no había jugado ningún papel en diseminar la información. Ambas afirmaciones comprobaron ser completamente falsas. Más de una docena de testigos las han refutado.

Dos periodistas testificaron que Libby les había informado acerca del papel de Valerie Plame como agente de la CIA hacia fines de junio y a principios de julio, 2003: Matt Cooper, quien antiguamente había trabajado para las revistasTime y Newsweek; y Judith Miller, ex periodista del New York Times.

El momento en que estas conversaciones tomaron lugar es crítico, tanto desde el punto de vista jurídico como político. Desde el punto de vista de la jurisprudencia, Libby se enfrenta a cargos de perjurio porque repetidamente le dijo al FBI y al gran jurado que se había enterado que Plame era espía de la CIA durante una conversación con Tim Russert, de la cadena nacional de televisión, NBC, el 10 de julio, 2003. A Russert se le ha citado el lunes para comparecer como último testigo de cargo, pero éste ha negado haber tenido ninguna conversación con Libby en cuanto al caso

Miller testificó que, antes del intercambio entre Lobby y Russert el 10 de julio, había tenido dos conversaciones acerca de Valerie Plame durante el 23 de junio y el 8 de julio. Cooper testificó que se había percatado del papel de Plame en la CIA durante una conversación con Karl Rove el 11 de julio, y, además, que Libby había confirmado la información al otro día, el 12 de julio.

Las conversaciones con Miller son especialmente importantes porque revelan que la Casa Blanca y los medios de prensa en Washington ya hacían referencias a las acusaciones del Embajador Wilson mucho antes de éste publicarlas el 6 de julio en una columna de opinión en el New York Times. Las acusaciones de Wilson — que la Casa Blanca incluyó información falsa en el discurso sobre el estado de la nación de Bush en enero, 2003; información sobre las presuntas compras de uranio que el gobierno iraquí hizo en Níger — primero fueron diseminadas por Nicolas Kristof en una columna del Times en mayo 2003. El artículo apareció sin mencionar el nombre del autor.

La Casa Blanca inmediatamente identificó a Wilson como el funcionario que Kristof citó sin nombrar, y empezó la lucha para vilipendiar el ex embajador disidente y poner en duda su credibilidad. Había ciertas sospechas acerca del papel del Vicepresidente Cheney, pues en 2002 éste había exigido que la CIA investigara acusaciones acerca de una conexión Iraquí con los depósitos de uranio africanos, orden que finalmente condujo a la agencia a enviar a Wilson a Niger, donde éste no encontró ninguna evidencia de que Irak había intentado comprar uranio.

Miller testificó que cuando se reunió con Libby el 23 de junio, 2003, él “parecía agitado y frustrado,” y que especialmente se quejaba de que la CIA participaba en “una perversa guerra de divulgaciones subrepticias” en cuanto al viaje de Wilson a Niger. ¿Sabía ella — él le preguntó — que Wilson estaba casado con una agente de la CIA llamada Valerie Plame? Lobby relató las labores de la Sra. Plame con la agencia y sugirió que la influencia de ella había resultado en que su esposo fuera seleccionado para la misión.

La periodista del Times acababa de regresar a Washington de Irak, donde había pasado varios meses “encamada” en una unidad militar secreta de espionaje que recorría el país para encontrar evidencia de las “armas para la destrucción en masa”, campaña que fracasó totalmente. Miller había escrito cuantiosos artículos y un libro sobre el tema, todos apoyando la acusación que Saddam Hussein acumulaba enormes reservas de semejantes armas.

Libby había alabado esta obra de Miller y se convirtió en una fuente regular de los escritos de Miller, Para describir la relación entre los dos con más precisión, Miller se convirtió en la vocera favorita del gobierno de Bush por medio de la cual podía diseminar la propaganda pro bélica en el período antes y durante la conquista de Irak.

Fue en esta capacidad, como co conspiradora en la promoción de la guerra, que Miller se reunía con Libby. Esta es la única explicación para el próximo encuentro entre los dos el 8 de julio en el Hotel St. Regis en Washington. Éste ocurrió dos días después que la columna por invitación de Joseph Wilson apareciera en el New York Times. La columna desenmascaraba un aspecto clave del fraude de las “armas para la destrucción en masa” perpetrado por el gobierno.

Durante un desayuno de dos horas de duración - tiempo que sugiere más una colaboración de trabajo entre dos cómplices que una entrevista entre un funcionario del gobierno y una periodista presuntamente independiente — Libby le propuso a Miller que escribiera un artículo desenmascarando a Valerie Plame Wilson. También le propuso que atribuyera la información (que él mismo proveía) a “un ex miembro del personal del Congreso de Estados Unidos”. Esta descripción es, a primera vista, verídica desde el punto de vista técnico, pues Libby cierta vez había trabajado para el Congreso como miembro del personal Republicano. Pero la realidad es que Libby, con fines de hacerle daño a uno de sus críticos, intencionalmente plantaba una pista falsa.

Miller aseveró en su testimonio que Jill Abramson, directora del la cede del New York Times en Washington del Times, había vetado la propuesta, pero Abramson lo niega. De Todos modos, el artículo no apareció, y el Times no publicó nada acerca del tema hasta después de una columna, publicada el 14 de julio y escrita por el comentarista derechista, Robert Novak, que mencionaba a Plame como espía y describía su papel en la CIA.

Miller testificó como testigo de cargo para el fiscal especial Fitzgerald, quien ordenó su encarcelación por 85 días en 2005 para obligarla a contestar preguntas acerca de la identidad de la persona en el gobierno de Bush que había conversado con ella acerca del asunto Plame-Wilson. Sólo cesó de rehusar prestar testimonio después de una carta enigmática de Libby, librándola de toda promesa de confidencialidad, y sugiriendo — quizás en código — que los dos estaban “unidos hasta las raíces.”

El caso de Libby no representa el único proceso penal en el que Fitzgerald ha obligado a Miller a testificar. El noviembre pasado, ella subió a la estrada de testigos en el juicio de Muhammed Hamid Khalil Salah, tendero en una tienda de comestibles en los suburbios de Chicago, y de Abdelhaleem Ashqar, ex profesor universitario en los suburbios de Washington, DC. A éstos se les había acusado de organizar apoyo financiero para Hamas, grupo que constituye la dirigencia elegida de la Autoridad Palestina. El gobierno de Estados Unidos, sin embargo, clasifica a esta organización como terrorista. Casualmente, ese juicio terminó el jueves cuando el jurado absolvió a los dos hombres de todos los cargos de terrorismo. También los declaró culpables de infracciones menores, tales como mentirle a investigadores federales.

Este juicio, que intentó criminalizar retroactivamente el apoyo presuntamente brindado a Hamas a principios de la década del 90, merece su propio análisis. El significado del papel de Miller en dicho juicio es que a ella se le presentó como testigo para refutar y poner en tela de juicio las declaraciones de Salah, quien sostenía que había sido torturado por la agencia de espionaje israelí, Shin Bet, cuya evidencia formaba una mayor parte del caso presentado por el fiscal. Dos policías secretos israelíes, disfrazados y con voces falsas, testificaron durante el juicio.

Miller describió que había presenciado una interrogación de Salah por Shin Bet en 1993 mientras trabajaba como corresponsal del New Times en Israel. Aseveró que Salah no parecía “haber sido víctima de la tortura” y añadió que éste “se jactaba y se mostraba enfadado. No había razón de creer que había sido sujeto a ese tipo de tratamiento”.

Aparte del ambiguo valor de este testimonio — Salah fue interrogado durante semanas enteras, pero Miller lo vió por unos pocos minutos nada más — queda el hecho extraordinario que Miller fue invitada por el Primer Ministro en esa época, Yitzhak Rabin, y el director de Shin Bet, Yaakov Perry, a presenciar la investigación de un “terrorista” por Shin Bet. ¡Los agentes de Shin Bet hasta sugirieron que ella podía interrogarlos!

Durante el contrainterrogatorio, Miller declaró que un editor del New York Times había aprobado su visita al centro de interrogaciones de Shin Bet. Se le preguntó la identidad de este editor. “No recuerdo”, contestó. “Teníamos muchos editores”. Admitió que la interrogación había sido conducida en Árabe, que no habla, y que había dependido de un intérprete de Shin Bet. También afirmó que no podía recordar si había grabado parte de la sesión o no, pero en una entrevista por la radio en 1998 había descrito que sí había usado una grabadora. El abogado de Salah, Michael Deutsch, le preguntó directamente”: “¿Alguna vez ha colaborado usted con Mossad?” Miller respondió que no.

Miller había escrito acerca de la interrogación de Salah en un artículo para el New YorkTimes en 1993 sin divulgar que había estado presente durante la sesión. En un libro publicado en 1996, consagrado a informes sobre el Oriente Medio como corresponsal del Times, ella no obstante relata detalladamente el incidente, y hace notar la invitación a participar en la formulación de preguntas al sospechoso. También hace la pregunta que la pone en seria tela de juicio: “¿Dónde se encuentra la línea de demarcación entre el periodismo y la participación en una investigación oficial que yo supiera consistía de la tortura?”

El hecho es que, después de estas revelaciones, Miller trabajó como corresponsal del Times durante la próxima década, lo que muestra que la dirigencia principal del periódico estaba perfectamente dispuesta a emplear a una agente—no declarada, pero sí de hecho—de los servicios de espionaje israelíes y estadounidenses y hasta a promoverla como corresponsal investigadora que abre nuevos caminos a su profesión.