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¿Qué ha logrado la escalada militar estadounidense en Iraq?

Este artículo apareció por primera vez en nuestro sitio, en su inglés original, el 24 de diciembre, 2007.

El descenso de la cantidad de bajas militares estadounidenses y de víctimas civiles iraquíes en los últimos seis meses ha llevado a quienes apoyan la ocupación de Iraq a afirmar que el aumento de tropas a más de 160.000 este año - lo que se ha llamado “oleada” - ha sido un éxito total.

Por ejemplo, el senador John McCain ha covertido su estridente defensa del envío de más tropas a Iraq la piedra angular de su intento para convertirse en el candidato presidencial Republicano en 2008. Un nuevo anuncio publicitario para promover su campaña hace constar: “Un hombre [McCain] nos advirtió que estábamos fracasando en Iraq y nos dijo que podíamos dar un nuevo rumbo a las cosas con más tropas y una estrategia diferente. Fue criticado severamente, pero se atuvo a lo que él sabía que era lo correcto. Hoy esta estrategia está dando resultados”. El 17 de diciembre su campaña recibió el apoyo del Demócrata Joe Lieberman, quién se presentó junto a él en el estado de New Hampshire y afirmara con entusiasmo que, debido al aumento de tropas, Estados Unidos estaba al fin ganando la guerra en Iraq.

Los medios de comunicación estadounidenses han hecho una valoración similar al citar diferentes estadísticas como prueba del éxito. Las 38 víctimas mortales estadounidenses de octubre y las 37 muertes de noviembre son las cifras mensuales más bajas desde la invasión de marzo, 2003. La cifra mensual pertinente a los ataques llevados a cabo por la resistencia contra las fuerzas estadounidenses e iraquíes ha disminuído de 5.000 a principios de año a 2.000.

Se han calmado las luchas sectarias chiíes-sunníes y las matanzas que se encarnizaron tras la destrucción de la mezquita chií de Al-Askariya de Samarra en febrero de 2006, con unos 560 civiles muertos documentados por las agencias de noticias en noviembre frente a la cifra de entre 1.500 y 3.000 al mes en los años 2006 y 2007. En el frente económico, la producción de petróleo y de electricidad ha aumentado moderadamente.

Basándose en estas cifras, el Pentágono ha declarado que estaba programado a reducir para mediados de 2008 la cantidad de soldados estadounidenses en Iraq al nivel anterior a la “oleada”:130.000 soldados. El acuerdo firmado el mes pasado entre Estados Unidos y el Primer Ministro iraquí, Nouri al-Maliki, prevé que para finales de 2009 la presencia estadounidense se reducirá a aproximadamente 50.000 tropas que no realizarán ningún papel en mantener el orden cotidiano o de combate.

Pero en las auto felicitaciones efusivas en Washington no cabe ninguna inquietud, por lo que la invasión y ocupación estadounidense durante los últimos cuatro años y medio le ha causado al pueblo iraquí. El país ha quedado convertido en una tierra baldía de ciudades devastadas e infraestructuras destrozadas. Ha muerto más de un millón de personas y millones más han quedado mutiladas o traumatizadas. Más de dos millones de iraquíes han huido completamente del país, mientras que otros dos millones se han convertido en refugiados internos. La economía se ha venido abajo con una tasa de desempleo superior al 40%. La enfermedad y la desnutrición se han extendido por todas partes.

A pesar de todo el optimismo en Washington en relación a las últimas cifras, un análisis más considerado revela que la “oleada”, lejos de acabar con el atolladero que Iraq supone para el imperialismo estadounidense, ha empeorado cualitativamente la crisis. El gobierno de Bush ha fracasado en lograr su objetivo declarado de crear un gobierno iraquí pro-estadounidenses que sea aceptado como legítimo por la mayoría de la población iraquí. En vez de ello, la política estadounidense a lo largo de este año ha minado al ya disfuncional gobierno títere de Bagdad y ha exacerbado dramáticamente las divisiones étnicas y sectarias dentro del país.

El despliegue de 30.000 soldados adicionales en Bagdad y en la provincia occidental de Anbar iba dirigido a crear un momento de descanso para los esfuerzos políticos cuyo fin es acabar con los ataques guerrilleros constantes contra las fuerzas estadounidenses y la asesina guerra civil entre las milicias vinculadas a los partidos chiíes que dominan el gobierno iraquí respaldado por Estados Unidos y las organizaciones de resistencia contra la ocupación, quienes en su mayoría son sunníes.

El gobierno de Bush exigió que el gobierno del Primer Ministro Nouri al-Maliki ofreciera una serie de incentivos al estrato dirigente predominantemente sunní, que bajo el regimen baathista anterior ejercía el poder, para que se uniera a un gobierno de “unidad nacional” y utilizara su influencia para que cesara la resistencia.

Las principales exigencias o “parámetros” estadounidenses eran acabar con la política de des-baathificación que impedía al los ex-baathistas de antigüedad ejercer cargos políticos o militares; una ley sobre el petróleo que especificara el reparto de los ingresos del petróleo entre las provincias iraquíes y garantizara el flujo de riqueza hacia las zonas de mayoría sunní de pobres recursos; y elecciones provinciales para fines de año que permitieran a los partidos sunníes, que habían boicoteado las primeras elecciones, tomar el control de las provincias sunníes.

No se ha logrado ninguno de estos parámetros. Maliki no fue capaz de superar la oposición dentro de los partidos chiíes a las medidas dictadas por Estados Unidos para aumentar las concesiones a sus enemigos baathistas. De hecho, los intentos de hacerlo causaron una ruptura en la coalición chií con la salida del gobierno de la facción leal al clérigo Moqtada al-Sadr.

Lejos de la “unidad nacional”, el año 2007 ha presenciado la intensificación de la carnicería sectaria por parte de los elementos más extremos de los chiíes y los sunníes, quienes en gran parte lograron establecer su programa de forjar bases homogéneas de poder en diferentes partes del país. Analistas serios han llegado a la conclusión de que la principal razón de la disminución de la violencia interna iraquí se debe a la finalización de esta limpieza sectaria y no al despliegue de miles de tropas estadounidenses adcionales.

El 17 de diciembre, el comentarista de la Institución Brookings, Ivo Daalder, escribió: “La violencia sectaria ha conseguido holgadamente obligar a los sunníes a salir de las zonas chiíes y a éstos de las sunníes. Una mirada a un mapa de los sectores étnicos de Bagdad lo refleja: lo que antes eran barrios mixtos ahora son mayoritariamente sunníes o chiíes. La violencia ha causado un movimiento de personas a gran escala. Uno de cada seis iraquíes o bien ha abandonado por completo el país o bien es desplazado interno. Gran parte de este movimiento ha hecho secciones del país más homogéneas étnicamente y, por consiguiente, ha contenido una fuente principal de la violencia”.

El ejército estadounidense no hizo nada para impedir que se produjera la limpieza étnica. En vez de ello, ha ayudado a la segregación al levantar muros de hormigón de 12 pies de altura alrededor de los suburbios sunníes de Bagdad que han transformado a la ciudad en una serie de ghettos aislados. A principios de diciembre un residente del distrito de Ghazaliya le dijo al Christian Science Monitor: “Iraq es una prisión y yo ahora vivo en mi propia pequeña prisión”.

Por todas partes en la capital, así como por todo el país, el ejército estadounidense ha dejado de aparentar que ha tratado de desarrollar la autoridad del gobierno iraquí. En vez de ello, siguió la política de hacer convenios asombrosos con suburbios o distritos dominados por cualquier fuerza de milicias o formación política.

En el barrio pobre de Sadr City, densamente poblado por trabajadores chiíes, se han llegado a acuerdos con representantes de la milicia del ejército de Mahdi de Moqtada al-Sadr, a la que se culpa de la mayor parte de la violencia contra los sunníes. A cambio de la promesa de entregar a elementos recalcitrantes que atacan al ejército estadounidense, se ha permitido a la milicia de Sadr gobernar abiertamente gran parte de la capital, inclusive las zonas que ellos ha purgado de los habitantes sunníes.

En los enclaves sunníes aislados por un muro, el ejército estadounidense ha ido más lejos y de hecho ha reclutado a resistentes y milicias sunníes dentro de “grupos de ciudadanos locales”. A sus integrantes se les paga 300 dólares al mes por no atacar a los soldados estadounidenses, mientras que se le permite a sus dirigentes gobernar como modernos vasallos feudales.

El pago por parte del ejército estadounidense a las milicias se extiende por todo el denominado Triángulo Sunní en el centro de Iraq. Se calcula que a lo largo del año pasado tribus sunníes y “grupos de ciudadanos locales” han formado 192 grupos armados diferentes con más de 77.000 combatientes. Las milicias sunníes también han ayudado al ejército estadounidense a dar caza a las organizaciones fundamentalistas islámicas, tales como “Al Qaeda en Iraq”, que continúan con la resistencia. Para los dirigentes sunníes esto es una oportunidad para asegurar mayor influencia política bajo la ocupación estadounidense.

Estados Unidos tiene varios motivos para reclutar su ayuda. Esta política empezó en la provincia de Anbar como un intento pragmático y un tanto desesperado de contener la cantidad de víctimas estadounidenses y permitirle al gobierno de Bush afirmar que se estaba progresando. A medida que procede, Washington ha reconocido que las milicias sunníes son un útil contrapeso al gobierno de Maliki en un momento en que Estados Unidos está preparando el ataque militar al país vecino chií, Irán. Puede que en caso de guerra, las milicias sunnís anti-chiís y anti-Irán sean utilizadas para contrarrestar la oposición de los chiíes iraquíes.

El resultado absoluto ha sido una continua marginación del gobierno central de Iraq. En vez de crear un régimen de “unidad nacional”, Estados Unidos ha patrocinado la creación de una miríada de feudos sectarios en los que los señores de la guerra que gobiernan las milicias se imponen por medio de una combinación de terror, criminalidad y la oferta de alguna protección a una población desesperada y golpeada por la pobreza. En la mayoría de las zonas, la policía generalmente está controlada por la milicia local dominante, como lo está el gobierno en la medida en que existe.

La fragmentación se extiende desde Bagdad hasta el último rincón del país. Aunque la táctica de dividir y conquistar puede haber ocasionado una disminución en la cantidad de ataques a las fuerzas estadounidenses, a fin de cuentas dificulta cada aspecto de la actividad social y económica. Los servicios básicos no están a disposición de todo el mundo simplemente porque están localizados en una zona sectaria rival o suministrados por ésta. La ocupación estadounidense no sólo ha destruido la economía, sino que ha creado unos enormes obstáculos políticos para cualquier reconstrucción lógica.

Iraq es actualmente el tercer país más corrupto del mundo. Por ejemplo, se calcula que desde 2004 se ha robado $18.000 millones de fondos al gobierno iraquí. Más de una tercera parte de todos los fondos estadounidenses para la “reconstrucción” iraquí simplemente ha sido robada y ha terminado en los bolsillos de los diferentes agentes en el poder.

La mayoría preponderante del pueblo iraquí se opone firmemente a todo tipo de presencia estadounidense en el país. Según una encuesta reciente llevada a cabo por ABC/BBC, el 98% de los sunníes y el 84% de los chiíes desean que el ejército estadounidense se vaya de su país. Los ataques a los soldados estadounidenses han disminuido bastante, pero todavía continúan a un ritmo de más de 60 al día y, según la encuesta, los apoya el 93% de los sunníes y el 50% de los chiíes.

Lejos de “estabilizar” a Iraq, el ejército estadounidense ahora se enfrenta a una situación extremadamente inestable con tropas estacionadas en bases de vanguardia al descubierto que mantienen a los barrios étnicamente limpios y a los distritos separados. Aunque la mayoría de las diferentes milicias se odian unas a otras, siguen oponiéndose implacablemente a la ocupación estadounidense. En las tácticas estadounidenses no hay nada nuevo o novedoso, ya que suponen una vuelta a la política colonial clásica del “divide y vencerás”. Cualquiera de los factores puede causar que este precario castillo de naipes se derrumbe en un santiamén.

Toda noción de que en unos pocos años Iraq se convertirá en un acomodaticio Estado cliente de Estados Unidos es una quimera. Sólo por medio de la ocupación permanente del país, de la represión de la oposición iraquí y de un constante flujo de soldados muertos y heridos que vuelven a Estados Unidos se puede seguir adelante con la ambición imperialista de dominar los recursos petrolíferos de Iraq y de utilizarlo como una plaza fuerte en Oriente Próximo.