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Perspectiva

El gobierno de Obama y el proletariado estadounidense

Esta perspectiva política se publicó en inglés el 3 de septiembre del 2014

Hubo my poco que celebrar el Día Laboral que se marcó en Estados Unidos el primer lunes de septiembre. Han pasado seis años desde el crac de Wall Street. Los obreros encaran enorme desempleo, sueldos en caída, más pobreza y peores condiciones de vida.

El sistema capitalista está en una profunda crisis. La ciudad de Detroit, otrora un centro industrial estadounidense, está en bancarrota. El dos de septiembre el tribunal federal de bancarrota volvió a discutir el “plan de ajuste” que protege los intereses de las grandes empresas. La semana pasada novecientos hogares perdieron su servicio de agua, una necesidad vital. La erupción de manifestaciones en Ferguson, Missouri (reprimidas con una la ley marcial de facto ) demuestra como crecen las tensiones sociales.

Informes sobre condiciones sociales dejan ver un desastre para la mayoría del pueblo. El diario neoyorquino The New York Times publicó el 31 de agosto que el tipo de robo fraudulento de sueldo que existía antes que aparecieran sindicatos industriales otra vez levanta cabeza en importantes empresas estadounidenses. Ayer la encuestadora Gallup informó que el trabajador promedio de tiempo completo, ahora trabaja 46.7 horas semanales, casi un día más por semana que la semana habitual de cuarenta horas (es una reliquia).

El país esta desgarrado por divisiones de clase. El gobierno actúa como herramienta de bancos y empresas. Una quebrada infranqueable existe entre lo que experiencia la clase obrera y los grupos de poder, cosa que manifestaron los discursos del presidente Barack Obama en Milwaukee, Wisconsin y el vicepresidente Joseph Biden en Detroit, Michigan.

Ya hace largo que los rituales del Día Laboral se convirtieron en acontecimientos apolíticos que no significan nada para la gran mayoría del pueblo. Los organizan los sindicatos cuya misión es mantener a la clase obrera encajonada en el sistema de los dos partidos burgueses. Las observaciones del lunes primero de septiembre tuvieron el particular propósito especial de acorralar votos para el Partido Demócrata en elecciones venideras.

El discurso de Obama fue condescendiente e indiferente a la situación popular. El presidente se jactó de una supuesta recuperación económica e hizo hincapié en las plusmarcas de la bolsa financiera y en las ganancias de las empresas. “Es una cosa buena que las ganancias sean altas,” dijo, “yo quiero que tengan éxito las compañías de Estados Unidos. Es una cosa buena que la bolsa esté en auge.”

Que el presidente aplauda el parasitismo de Wall Street, en un día que supuestamente es de los obreros, dice mucho de la situación política en Estados Unidos. Con sus palabras tranquilizaba a Wall Street, asegurando que continuarían los ataques contra empleos, y programas sociales, que el Fondo de Reserva Federal (banco central estadounidense) seguiría sus medidas de dinero gratis para la banca y que no cambiaría la política que le ha dado inmunidad a los criminales que hicieron quebrar la economía en el 2008.

En Detroit, Biden hizo una representación complementaria, con un lenguaje seudopopulista (sin ningún significado real) para fomentar la ilusión que de alguna manera el gobierno de Obama y el Partido Demócrata son partidarios de lo “la clase media” (no se cansan de usar esa frase).

El discurso de Biden consistió de una confusa y contradictoria lista con fingida indignación a las situación que enfrenta al pueblo trabajador, pretendiendo que nada tenía que ver el gobierno.

“¿Cómo es posible que las empresas antes pagaban treinta y tres por ciento de los impuestos, pero ahora sólo pagan el diez por ciento?” preguntó Biden, que ahora apoya el proyecto de reducir las tasas marginales máximas a las empresas del treinta y cinco al veinticinco por ciento de sus ganancias.

¿Cómo es que los gerentes de empresas ganan trescientas treinta tres veces más dinero que un trabajador de ensamblaje, si cuando Reagan era presidente sólo ganaba veinticinco veces más?,”preguntó (dejando de lado que su gobierno ha impedido todo control sobre los sueldos de los ejecutivos de bancos y empresas rescatadas por el gobierno).

“¿Cómo es posible que la productividad de las empresas ha subido ocho veces más rápido que los sueldos de Uds.?,” preguntó (sin mencionar que el gobierno de Obama impuso enormes recortes de sueldo para reestructurar la industria automotriz).

Biden se refirió al renacimiento industrial de Estados Unidos, especialmente de la industria automotriz, escondiendo el hecho que sólo se restauró una pequeña proporción de todos los empleos destrozados, y que la restauración fue en base a sueldos más bajos y a la explotación más acelerada del trabajador. Estas medida han achicado la diferencia que separaba el costo de la mano de obra en Estados Unidos de similares costos en Asia y América Latina.

A poca distancia de donde habló Biden solían operar plantas automotrices que empleaban a decenas de miles de obreros. Nada dijo Biden de eso. Ni siquiera mencionó la bancarrota de Detroit, o el cierre de agua a miles de sus habitantes. Tanto él como el gobierno de Obama, están totalmente de acuerdo con ese proceso de quiebra, como ejemplo a seguir para todo el país.

Sí se refirió Biden al impacto de la desigualdad social, que sigue creciendo: “La clase media es la razón por la que Estados Unidos, a diferencia do todas las otras naciones… ha sido tan estable, económica, política y socialmente.” Así dijo; “siempre y cuando uno creyera que siguiendo las reglas del juego uno podría triunfar (esa es el pegamento de todo).”

La clase de poder bien sabe que la inquina social va en aumento; le aterran sus consecuencias revolucionarias. Se ha evaporado ese “pegamento de todo.” La oligarquía financiera y empresarial no reacciona con reformas sociales (no está en condiciones de ofrecer ninguna) sino con violencia policial y militar. Le represión de Ferguson en agosto, siguiendo la ocupación de Boston el año pasado, es una señal de los métodos que la clase gobernante usará contra la oposición social del proletariado.

La clase trabajadora debe llegar a sus propias conclusiones. La embestida económica y política burguesa, para ser vencida, requiere establecer un movimiento de masas independiente que luche por el socialismo.

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