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Perspectiva

El bombardeo de Siria y la guerra sin fin

Esta perspectiva apareció en inglés el 24 de septiembre del 2014—Traducido por Rafael Azul

Una vez más, la maquina de guerra estadounidense dispara cohetes y llueve bombas sobre un país indefenso del Medio Oriente. Esta vez el blanco es Siria. Al igual que con la brutal guerra relámpago aire y tierra ("shock and awe") contra Irak en 2003 y la guerra supuestamente humanitaria de cambio de régimen en Libia en 2011, el gobierno de Washington envuelve al pueblo estadounidense en una campaña agresiva en base a mentiras.

Lo rechocante de esta más reciente detonación del militarismo estadounidense es la manera absolutamente trivial con que el presidente de los Estados Unidos anunció que Washington había atacado a otro país.

Barack Obama habló por apenas tres minutos el martes antes de abordar un helicóptero en la Casa Blanca. Sus frases vacías (comenzando con elogios al "mejor ejército que el mundo haya conocido jamás") dejaron en claro que la clase gobernante de Estados Unidos ya no se siente obligada a explicar nada, incluso, ni siquiera a defender sus intervenciones militares. La expectativa es que el pueblo se adapte a esta nueva realidad como a una de esas cosas que tiene la vida.

Cuando todo esto pasaba, los congresistas se escabullían de la ciudad en unas vacaciones de cinco semanas antes de las elecciones, yéndose mucho antes que las bombas comenzaran a caer. En efecto han renunciado a su poder constitucional con respecto a la conducción de la guerra y hacen todo lo posible para que ese asunto tan vital no afecte el balotaje.

Se ha dejado de lado la ficción de control democrático popular o del apoyo del pueblo. Cada vez es más claro que la máquina militar y de espionaje (la corporación más poderosa del Estado estadounidense) decide todas las cosas de importancia. Es significativo que el primer anuncio público de la guerra contra Siria vino del Pentágono y no de la Casa Blanca.

Obama es meramente el testaferro de esa máquina asesina. Sus repetidas promesas de no desplegar tropas terrestres muy pronto serán descartadas por los generales que implementan la estrategia que más le convenga a ellos.

Se espeja en estos acontecimientos un sentimiento de que se ha hecho rutinaria la guerra contra otros países y que las guerras se han convertido en un fenómeno sin fin y continuo del panorama político de Estados Unidos. El militarismo sin barreras es un instrumento no sólo de los intereses globales del imperialismo estadounidense, sino también de la regulación de la inestabilidad social. Se proyectan hacia afuera las inmensas tensiones que se acumulan en el ámbito doméstico de Estados Unidos, el más socialmente polarizado de los países capitalistas avanzados.

En su breve comunicado del martes, Obama se declaró "orgulloso de estar hombro a hombro" con "nuestros amigos y socios: Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos, Jordania, Bahrein y Qatar", países que desempeñaron papeles secundarios en este bombardeo estadounidense contra Siria.

Por sus amigos les conoceréis.

Washington va a la guerra contra el "terrorismo" "hombro a hombro" con las monarquías parásitas y con los alcahuetes del Oriente Medio, los mismos gobiernos que hasta hace poco eran los principales financieros de los "terroristas" de hoy.

Los únicos regímenes cuyo apoyo Obama logró para a esta guerra de Estados Unidos son cuatro monarquías (en verdad sucursales de los grandes conglomerados de petróleo como Arabia Saudita, cuyas decapitaciones habituales inspiran al Estado Islámico de Irak y Siria [E.I.]) y Jordania, títere de Israel. Esta colaboración sórdida, aclamado por los medios de información como un "triunfo" para Obama, ilustra el carácter completamente corrupto e ilegal de la nueva guerra.

Pocos en los medios de comunicación, que las grandes empresas controlan, se molestan señalar que esta última intervención ocurre precisamente un año después que el gobierno de Obama se vio obligado posponer ataques aéreos previamente proyectados contra Siria, que iban a ocurrir con un pretexto totalmente diferente: la mentira (luego desenmascarada) que el régimen del presidente sirio Bashar al-Assad había empleado armas químicas contra su propio pueblo.

La oposición popular, un voto en el Parlamento británico que privó a Estados Unidos de supuesto apoyo internacional, y la negativa del Congreso de Estados Unidos a votar en favor de la guerra, obligaron a Obama a aceptar un acuerdo auspiciado por Moscú: Siria desechó sus armas químicas y se restablecieron conversaciones sobre el programa nuclear de Irán. Desde entonces, la Casa Blanca y el Pentágono han recalibrado sus planes de guerra. Ahora surge un nuevo pretexto. La prensa burguesa repite sin cesar otra sarta de mentiras sobre supuestas amenazas terroristas.

El único punto de partida válido para hacer una análisis serio de esta nueva guerra estadounidense es que nada es cierto de lo dicho al por la Casa Blanca, el Pentágono, el Departamento de Estado o de los medios de comunicación.

Habiendo declarado en repetidas ocasiones en las últimas semanas que el objetivo principal del azote aéreo estadounidenses (E.I.): no representaba ninguna amenaza inminente para los EE. UU., el gobierno anunció repentinamente la presencia en Siria de una célula terrorista del hasta ahora desconocido "Grupo de Jorasan," que aparentemente estaba por actualizar un proyecto (supuestamente en una "etapa final") de gran peligro. Los entruchones parlantes de la televisión y expertos en seguridad pagados han respondido al unísono, denunciando, a la manera de Orwell, el supuesto peligro de los Jorasan como si este fuera desde hace tiempo algo de conocimiento común e indiscutible.

La realidad es que la guerra es una de las consecuencias catastróficas de la sarta de anteriores intervenciones imperialistas de Estados Unidos en la región. Es lista incluye la devastación de la sociedad iraquí y la matanza de cientos de miles de personas en Irak durante más de ocho años de guerra y ocupación, y la semejante destrucción en Siria durante tres años de una guerra civil sectaria antirégimen fomentada y sostenida por Washington y sus aliados.

E.I, es el producto directo de la intervención de Estados Unidos en Siria, que como en Libia, se ha basado en gran medida en las milicias de sectas islamistas en la guerra contra el régimen de Assad. Las agencias de espionaje de Estados Unidos bien conocen los líderes de E.I. y han trabajado con ellos. Las huellas dactilares de las guerras sucias de la CIA marcan los crímenes y atrocidades de E.I.

Cuando las operaciones de los milicianos de E.I. se juntaron con la rebelión de la población sunita en Irak, desintegrando las fuerzas de seguridad iraquíes entrenadas por Estados Unidos y causando descontrol en gran parte del Irak, los propósitos de E.I. chocaron con los de Washington.

No obstante, el objetivo principal de la agresión de Estados Unidos sigue siendo lo que era hace un año, derrocar al gobierno de Assad e imponer un régimen títere de Estados Unidos, con el objetivo de reforzar la hegemonía de Estados Unidos sobre un Medio Oriente estratégicamente vital y rico en petróleo de y preparar guerras aún más catastróficas en contra de los principales aliados de Damasco (Irán y Rusia).

El mismo gobierno que bombardea a Siria simultáneamente inicia un proyecto de mil millones de dólares para modernizas sus armas nucleares y preparar la guerra contra Rusia y China.

Estos eventos son parte de un resurgimiento del militarismo imperialista en una escala no vista desde el inicio de las primeras y segundas guerras mundiales. La ampliación del actual conflicto tiene el potencial de arrastrar a la humanidad a una catastrófica tercera guerra mundial. La sangre llega al río.

Los acontecimientos que se desarrollan en Oriente Medio y en el mundo son una poderosa confirmación de las resoluciones del Comité Internacional de la Cuarta Internacional: "El socialismo y la lucha contra la guerra imperialista,” en español, y del Partido Socialista por la Igualdad de Estados Unidos: "La lucha contra la guerra y las tareas políticas del Partido Socialista por la Igualdad,” en inglés.

Les pedimos a nuestros lectores que estudien y aprehendan esos documentos y que se decidan a unirse al PSI y al CICI y a construirlos. Son las únicas organizaciones que luchan para movilizar a la clase obrera contra el capitalismo; sólo así se pueden combatir los amagues de guerra.

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