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Perspectiva

Estados Unidos: Balotaje sin legitimidad

Han pasado casi dos semanas desde las elecciones legislativas del cuatro de noviembre. Estadísticas más completas han aparecido comparando el peso relativo entre los que sí acudieron a las mesas electorales y los que no lo hicieron (pero que sí estaban habilitados). Los números demuestran un enorme despecho popular con el gobierno de Obama, con los grupos de poder y con los dos partidos de las grandes empresas, y también sentimientos de gran repudio.

Según el grupo Proyecto Electoral de Estados Unidos (United States Elections Project), solo el 36.6 por ciento de los posibles votantes acudió a las mesas de voto el cuatro de noviembre. Esta fue la proporción de votantes más baja desde las legislativas de1942 (durante la Segunda Guerra Mundial). Yendo más atrás, las únicas elecciones con menor proporción de electores (las estadísticas comienzan en los primeros años del siglo XIX) fue en el 1930, un año después del crac de Wall Street que detonó la Gran Depresión.

Durante la mayor parte del siglo XX las legislativas (elecciones donde no se vota por presidente) han atraído menos del cincuenta por ciento de los que podrían haber votado. Sin embargo en las legislativas de este año acudieron mucho menos, tanto en números relativos como en números absolutos. En términos relativos, el promedio de los más recientes cuarenta años fue cuarenta por ciento (en el 2010 votaron 40.9 por ciento). En términos absolutos votaron 6.6 millones menos que en el 2010, a pesar de un aumento de diez millones en el número de electores habilitados.

En algunos estados la tasa se desmoronó de los que votaron. El porcentaje de votantes cayó más de diez por ciento en Missouri (del 44.5 por ciento al 32.3 por ciento), el estado de Washington (del 53.1 por ciento al 38.6 por ciento), Delaware (del 47.5 por ciento al 34.5 por ciento) y California (del 44 por ciento al 31.8 por ciento).

En trece estados votó menos de un tercio de los votantes habilitados. Entre éstos están los tres estados más populosos del país: California (31.8 por ciento), Texas (28.5 por ciento) y Nueva York (28.8 por ciento). Los otros son: Indiana, Utah, Tennessee, Misisipi, Oklahoma, Washington D.C. (la capital federal), Nueva Jersey, West Virginia, Nevada y Missouri.

La proporción de votantes en California fue cuatro por ciento menos que en las legislativas del 2002 (el previo mínimo de 36.1 por ciento). Sólo en ese estado en números absolutos 2.8 millones menos votaron entre el 2010 y ahora. La proporción de votantes en Nueva Jersey (30.4 por ciento) fue de casi ocho por ciento menos que su mínimo previo (38.1 por ciento en el 2002).

Todavía no contamos con las estadísticas que comparan ingresos y abstencionismo en estas más recientes legislativas, aunque por lo general sí existe una correlación alta entre las dos categorías. Entre los ricos vota una mayor proporción de los que están habilitados. A groso modo: (dados los datos de la encuesta de la semana pasada) diez de los trece estados donde votó menos del 30 por ciento están entre 25 los estados con relativamente más pobreza.

La alienación fue más marcada entre los jóvenes. Solo el 21.3 por ciento de los votantes entre 18 y 29 años de edad se presentaron (más o menos la misma proporción que en el 2010).

El bajo número de votantes significa que muchos (la mayoría, quizás) obtuvieron los votos de menos de una quinta parte de los que estaban habilitados. Andrew Cuomo (Partido Demócrata) fue reelegido con el cincuenta y cuatro por ciento de los que acudieron a votar. Pero ese porcentaje es sólo el 15 por ciento de todos los que podrían haber votado (uno de cada siete), de no haber sido por el muy bajo número votantes en ese estado.

El diecisiete por ciento de los que podían votar eligieron al nuevo gobernador de Texas, Greg Abbot (Partido Republicano). El senador de Nueva Jersey Cory Booker (Partido Demócrata), recibió el apoyo de un porcentaje similar.

Una estadística más pone el dedo en el renglón del desmoronamiento de la democracia de Estados Unidos. A pesar de tener el Congreso la confianza de sólo el trece por ciento, fue reelegido el noventa y cinco por ciento de los legisladores que actualmente ejercen y que se postularon de nuevo. Esto es evidencia que, a pesar del rechazo casi universal de estos supuestos representantes del pueblo, no hay forma de deshacerse de ellos.

Lo que esa estadística revela son estructuras políticas en crisis: la gente pone un interrogante sobre la legitimidad de los que gobiernan. Tienen todos los símbolos de poder los ocupantes de la Casa Blanca, del Congreso, de las mansiones de gobernadores estatales y de sus legislaturas. Lo que se ha erosionados es el apoyo popular.

No se trata de apatía o desinterés sino de un repudio deliberado y odio hacia todo el sistema político burgués. En la actualidad esa hostilidad se manifiesta en la abstención. Esa opción es transitoria. La saña popular debe, por ley, encontrar alguna otra salida.

Los medios de difusión reaccionan con alarma (particularmente los que están vinculados al Partido Demócrata [con su papel acostumbrado de controlar y limitar la inquina social]). Un comentario editorial del diario neoyorquino New York Times, llamado “El peor número de votantes en setenta y dos años”, escribe que el “abismal número de votantes” fue “malo para el Partido Demócrata y peor para la democracia”.

El Times explica esta gran abstención en forma arrogante y simplista. Se quejan sus editores que la campaña del Partido Republicano tuvo el solo tema de “pura oposición al presidente Obama”. En cambio, “los del Partido Demócrata temían una ‘respuesta negativa’ de atreverse a proponer proyectos para revivir la economía o señalar sus importantes logros durante estos últimos seis años”.

Si fuera verdad que los mandamás del Partido Demócrata temían una “respuesta negativa” de haber puesto en juego un atrevido programa económico, o pregonado sus propios logros, salta la siguiente pregunta: ¿De quién la respuesta negativa si no de los mismos votantes?

Aunque el Times conozca muy bien la respuesta, decide no ponerle el dedo a los intereses de sociedades anónimas financieras (y de las agencias militares y de espionaje). Si lo hiciera estaría denunciando a los que realmente toman las decisiones detrás de la fachada de la democracia estadounidense. En verdad, como lo sugiere sin querer el Times, su control sobre el gobierno es tan completo que implanta parámetros políticos bien limitados de desempeño.

Es fraudulenta de pies a cabeza la proclamación (que repiten constantemente los medios de difusión hinchas del Partido Demócrata) que existen “grandes logros” de los que se pueden vanagloriar políticos de ese partido.

Obama fue empacado por los medios de difusión, los sindicatos y los partidarios seudoizquierdistas del Partido Demócrata como ejecutor del “cambio”, como un candidato “transformador”. El mismo Obama hizo una sarta de promesas que sugerían una gran distancia entre el programa de él y el de George W. Bush, quien acabó su mandato siendo el presidente más odiado de la historia estadounidense.

Está por demás decir que ninguna de esas promesas se cumplió. Nunca existió el menor deseo de cumplirlas. La suya fue una campaña de mentiras, una expresión de la arrogancia de la clase de poder estadounidense (que cree que puede engañar al pueblo combinando sus embustes con mañosos mercadeos).

Desde entonces el presidente Obama supervisa:

  • el ensanchamiento más rápido de la desigualdad social en la historia de Estados Unidos;
  • una embestida contra empleos, salarios, y programas de previsión social;
  • un sin fin de guerras
  • y el fortalecimiento de la máquina de un estado policial de espionaje y represión.

El editorial del Times termina diciendo “la mejor manera de contrarrestar la desmedida influencia de los intereses adinerados que dominan la política como nunca antes, es acudir e a votar”. No se molesta el periódico en explicar como es que votando cada dos o cuatro años por uno u otro de los dos partido (ambos bajo el control de gigantescas sociedades anónimas) puede eliminar la influencia “desmedida” de los intereses adinerados.

Millones de personas en los Estados Unidos ya están convencidas que las elecciones son una mentira y que la participación de ellas para nada puede contra el agarre que la aristocracia financiera tiene sobre el gobierno.

El andamiaje político estadounidense refleja las relaciones entre las clases. La agonía del Estado y de los que lo representan es por sobre todo el resultado de la enorme amplificación de la desigualdad social. En la cima de la sociedad existe una oligarquía predadora que no piensa en más que lanzar nuevas guerras y saquear la economía doméstica.

Se ha llegado a un cambio cualitativo. Sin poder encontrar ninguna solución dentro del sistema, millones de obreros y jóvenes buscarán otras formas de defender sus intereses (huelgas, manifestaciones, y otras formas de lucha social). De hecho ya lo están haciendo.

Es el deber de los socialistas intervenir, en anticipación de esas luchas (y en medio de ellas) para desarrollar en el proletariado una comprensión de la conexión inquebrantable entre la política estadounidense y la naturaleza del capitalismo. La inquina y rabia que van en aumento los Estados Unidos hacia las medidas domésticas y externas deben, no se pueden quedar así. Deben adquirir una orientación cada vez más conciente: anticapitalista, antiimperialista, internacionalista, socialista y revolucionaria. Esa es la misión del Partido Socialista por la Igualdad.

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