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Perspectiva

Retrato de una ciudad americana: Flint, Michigan

El miércoles 13 de enero, un día después de haber movilizado la Guardia Nacional en Michigan por razón de la crisis del agua potable en Flint, el gobernador Rick Snyder tuvo que admitir que habían fallecido de Legionelosis ( enfermedad de los Legionarios) diez habitantes de esa ciudad, muy probablemente a causa del agua potable contaminada.

Se añaden esas muertes a los nueve mil niños cuya salud peligra como resultado del envenenamiento con plomo de la red de agua municipal. Aún pequeñas dosis de plomo pueden resultar en irreversibles bajas en inteligencia y en rendimiento escolar.

El desmoronamiento de la salud pública de Flint se debe a la decisión de Abril 2014 de utilizar como fuente de agua potable las aguas del Río Flint, separando a Flint del suministro de Detroit, luego que la compañía de aguas de Detroit aumentara sus precios –una de las consecuencias de la bancarrota de Detroit. El Río Flint había sido usado como depositario de químicos industriales desde hacía décadas. Bien se sabía que estaba contaminado. Sin embargo Darnell Earley, interventor financiero del estado, insistió que se justificaba el cambio; al fin se ahorrarían cinco millones de dólares en dos años, que se utilizarían para pagar las deudas a las casas financieras de Wall Street .

Los grupos políticos de Flint aprobaron con entusiasmo esa decisión. El interventor y las autoridades locales (miembros del Partido Demócrata) rechazaron la manifestaciones populares de protesta declarando que el agua era potable. En el transcurso del año 2015, las autoridades municipales falsificaron los resultados de exámenes del agua en los grifos caseros, para minimizar la presencia de plomo.

El martes pasado el diario Detroit News informó que la Agencia Estadounidense de Protección Ambiental sabía desde febrero 2015 de la contaminación del agua de Flint y no hizo nada para informar al público, mientras autoridades estatales y municipales seguían tranquilizando a la ciudadanía mintiendo que el agua era saludable.

La declaración de Snyder sobre el estallido de casos de Legionelosis ocurrió el día después del discurso del presidente Obama sobre el estado de la unión estadounidense ( State of the Union ). Como se acostumbra decir en esa ocasión anual, Obama declaró que “el estado de nuestra unión es fuerte”. Se jactó de que “la industria de automóviles acaba de tener su mejor año”, parte de un “auge manufacturero” que ha hecho que Estados Unidos se “recuperara del su peor crisis económica en muchas generaciones”.

Desde la perspectiva de Flint, cuna histórica de la General Motors, esa fábula es totalmente falsa. En 1978 había en esa ciudad ochenta mil obreros de la industria de automóviles. Hoy quedan sólo cinco mil. La tasa de pobreza de Flint es del 40,1 por ciento. Por lo tanto es la segunda ciudad más pobre de Estados Unidos, después de Youngstown, Ohio, otro gran símbolo de la industria estadounidense.

Un rechocante dos tercios de los niños viven en la pobreza, diez por ciento más que en Detroit, la ciudad grande más pobre de Estados Unidos. Aún más que en Detroit, gran parte de la población se ha ido y casi todos los edificios famosos o han sido destruidos o están vacíos.

Mientras las autoridades admitían la magnitud de la catástrofe de Flint, los maestros del sistema escolar de Detroit tomaban días de enfermedad en masa, repudiando su sindicato y cerrando 60 escuelas. Se trata de una protesta contra condiciones abominables: escuelas cubiertas de moho, con agujeros en los pisos, y sin calefacción.

Lo que ahora ocurre en Flint y Detroit devela la realidad que encubre el gobierno de Obama con su fraseología de “recuperación económica” en las ciudades industriales de Estados Unidas, y el reclamo triunfal que la bancarrota de Detroit –la vente de bienes municipales a especuladores, el destripamiento de las pensiones de obreros municipales y de jubilados— ha causado un resurgimiento económico.

En verdad la miseria de Flint y de Detroit son un ejemplo del desastre social que pesa sobre la clase obrera de Estados Unidos, producto de décadas de deindustrialización, enormes despidos, y ataques a los niveles de vida de los trabajadores.

El mismo Obama, mientras pintaba un cuadro absurdamente positivo de las relaciones sociales estadounidenses, se vio obligado a admitir que había crecido la pobreza y la desigualdad, cosas que atribuyó a inexorables cambios tecnológicos que hace que los obreros tengan menos palanca con que demandar aumentos de sueldo.

La realidad es que el horripilante aumento de pobreza y miseria social en ciudades como Flint resultan de la política de guerra de clase de la élite de poder, impuestas por los dos partidos políticos y aprobadas por los sindicatos y los políticos miembros del Partido Demócrata que gobiernan ciudades como Detroit, Flint, Baltimore y Chicago.

Los sindicatos dieron su visto bueno a cada medida que llevó a la destrucción de Flint, comenzando con la ola de cierres de fábricas de automóvil a comienzos de los 1980, que los sindicatos bendijeron porque aumentaban las ganancias de la patronal y, a la larga, dizque el futuro de los obreros de automóvil.

Treinta años después, avalando en abril del 2014 el proyecto de utilizar el agua del viciado Río Flint, Sam Muma, presidente del local 1600 del sindicato empleados públicos (AFSCME) dijo: “esto es algo muy bueno para nuestra comunidad. Nos dará empleos”, y hará que la ciudad sea “autosuficiente”. Howard Croft, director de Obras Públicas de Flint, miembro afroamericano del Partido Demócrata, dijo que el cambio “significa el comienzo de una nueva historia para la ciudad de Flint”; el alcalde Dayne Walling (Partido Demócrata) aplaudió la decisión. Es “un día importante para nosotros”, dijo.

Estos mercachifles de la élite financiera de Estados Unidos se ganan el pan traficando medidas que destruyen las vidas de millones de familias, matan a miles a temprana edad, y transforman a Estados Unidos en un país donde casi todos son tan pobres que no tienen quinientos dólares sueltos en caso de emergencia.

Las deliberadas medidas de deindustrialización comenzaron en los años 1970 y han destruido a ciudades por todo el país, con el propósito de extraer billones de dólares de los bolsillos de los obreros, macheteando sueldos, saqueando pensiones, y vendiendo propiedades. Esta política antisocial obedece a causas que van más allá del lucro. En Flint ocurrió la primera ocupación de fábrica en 1936-37. Es un símbolo del poder de la clase obrera independiente. Su destrucción es una especie de venganza de parte de la élite de poder.

Se cuenta que cuando los romanos saquearon a Cartago, además de destruirla, esparcieron sal para que nada más creciera para vengarse de las derrotas que habían sufrido a manos de su gran enemigo Ánibal.

No hay evidencia de que ese cuento, resumiendo los actos de uno de los más crueles pueblos en la historia, sea verdad. Sin embargo la clase de poder de Estados Unidos, hirviendo de rabia contra los trabajadores de Flint, no sólo destruyó sus edificios y fábricas, hundiendo en la pobreza a sus niños, sino que adrede envenenó sus aguas.

La catástrofe de Flint devela la abundancia de sociópatas y asesinos en la oligarquía financiera megamillonaria y entre sus testaferros y políticos. Para componer el efecto de tantos lustros de destrucción social a sus manos, y garantizar una vida decente para los trabajadores estadounidenses, es un requisito apoderarse de las riquezas ilícitas acumuladas por la oligarquía financiera y adueñarse de las principales empresas para así reorganizar la sociedad sobre cimientos socialistas.

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