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Perspectiva

Obama en Cuba

La imagen más representativa del viaje de tres días de Barack Obama a Cuba fue la del presidente de Estados Unidos poniendo una corona de flores a los pies del monumento a José Martí, héroe y poeta de la independencia cubana, a la vez que una banda militar tocaba el himno estadounidense.

Los partidarios del castrismo se han esforzado en convertir a Martí un casi marxista. Sus enemigos la han convertido en un anticomunista empedernido. En realidad, Martí fue un hombre de su época, nacionalista burgués y romántico, gran admirador de Abraham Lincoln. Un hombre que elaboró cortantes conclusiones sobre el desarrollo de la sociedad capitalista de Estados Unidos, durante su exilio de quince años allí.

Ya en 1889 entendía que la naturaleza del gobierno norteamericano transformaba su realidad fundamenta, que, detrás de los rótulos demócrata y republicana, esa república americana se hacía más plutocrática y más imperialista.

Han pasado ciento veintisiete años desde ese entonces. El presidente Obama pisa el suelo cubano como representante de un gobierno en que la evolución que Martí notaba, no solo ha madurado, sino que se pudre.

Los medios de difusión pro grandes empresas emplean la palabra “histórica” para describir la visita de Obama a Cuba –la primera desde la de Calvin Coolidge hace ochenta y ocho años. Muy pocos, sin embargo, explican el significado de ese adjetivo en términos de la evolución histórica del capitalismo estadounidense y mundial, y del régimen que salió de la Revolución Cubana de 1959, que hoy traen al presidente yanqui a la Habana.

Obama el lunes pasado, acompañando al presidente cubano Raúl Castro, se hace pasar de paladín de la democracia y de la libertad. Dijo que esos no son sólo “valores estadounidenses”, sino que son “valores universales”. Disfrazó su intento de “normalizar” las relaciones con Cuba, como un proyecto de “reconciliación” en base al concepto profundo que “la gente es gente”.

Nadie sospecharía que ese gran humanista es el mismo presidente culpable de la muerte de cientos de miles en guerras organizadas por Estados Unidos que tienen el objeto de derrocar gobiernos en Libia y Siria –un hombre que personalmente dirige las matanzas por aviones drones que le han quitado la vida a miles de civiles inocentes, un individuo que está al frente del espionaje contra los habitantes de todo este planeta y que defiende a los intereses estadounidenses apoyando a clientes y aliados carniceros, desde la monarquía semifeudal de Arabia Saudita a los escuadrones de muerte hondureños.

El antifaz de “derechos humanos” de Obama cuenta con la colaboración tanto de los medios de difusión norteamericanos como de mismo gobierno de Castro, que ahora publica una biografía servil del presidente estadounidense que dizque representa los “valores” de las entrañas de América y que es guiado por el principio que una vida privilegiada debe ser vivida en servicio de los otros.

Lo que en realidad guía a Obama y a ese ejército virtual que lo acompaña, de gerentes y testaferros de empresas, es esa feroz lucha por mercados y lucro que es está detrás de la detonación militarista estadounidense.

A diferencia de los medios de difusión para las masas, la prensa financiera ha sido bien explícita sobre lo que trae a Obama a Cuba. Un artículo del Wall Street Journal admite que la táctica del gobierno de Obama para hacer crecer las relaciones con Cuba, “compite con un rival conocido: China”, cuyo comercio con Cuba creció 57 por ciento tan solo en los primeros nueve meses del 2015. El régimen de Washington apuesta que puede utilizar sus “lazos culturales y su proximidad” para ganarle a Beijing, “no sólo en influencia económica sino también en la batalla por el futuro político de esa nación”.

Según el Wall Street Journal Obama tiene el mismo propósito en su segunda escala latinoamericana, Argentina. Allí se reunirá con el nuevo presidente Mauricio Macri, claramente el mandatario más derechista del continente suramericano. A pesar que China representa el más grande mercado para las mercancías agrícolas y el tercer más grande inversor en ese país, Macri ya señala que va a alinear a esa nación con el imperialismo yanqui, un propósito que fue puesto en evidencia cuando la semana pasada un barco de la armada argentina hundió un barco pesquero chino.

El Pentágono sostiene que el pivote hacia Asia de Obama debe incluir medidas políticas, económicas y militares para resistir la creciente influencia china en América Latina. Esa perspectiva parece animar el viaje de Obama.

Es irónico que el gobierno cubano parezca no desear nada sino copiar a las formas estatales chinas, su estructura económica y sus relaciones con el imperialismo. Ya ha creado, en el puerto de Mariel, una zona económica especial, como anzuelo para inversores capitalistas extranjeros. Garantizaría una mano de obra mal pagada y disciplinada por el estado. El resultado inevitable será el enriquecimiento de una pequeña capa de burócratas e empresarios, codo a codo con la desigualdad social y la explosión de la lucha de clase.

Para las tendencias seudoizquierdistas latinoamericanas, el reencuentro entre Cuba y Estados Unidos es un golpe más contra la quebrada perspectiva política que ha sido diezmada por el declive del “giro a la izquierda” de capas, desde los peronistas argentinos que perdieron la presidencia, al gobierno en crisis de Maduro en Venezuela, pasando por Rouseff en Brasil y Morales en Bolivia.

Las ilusiones que la seudoizquierda quiso propagar en esos gobiernos son ecos de sus intentos en las décadas de los 1960 y 1970 de pintar a la Revolución Cubana, al castrismo y al foquismo pequeño burgués, de nuevo camino al socialismo. Éste ya no derivaría ni de la construcción de partidos marxistas revolucionarios ni la intervención revolucionaria independiente de la clase obrera.

La clase obrera latinoamericana pagó un tremendo precio al dejarse influenciar por esa teoría, que fue azuzada por la corriente revisionista pablista que surgió dentro de la Cuarta Internacional. El desvío de la juventud y de los obreros jóvenes al suicidio de luchas guerrilleras que resultaron en la pérdida de miles de vidas, desorientó al movimiento de los trabajadores y le preparó la camita a dictaduras militares y fascistas.

El Comité Internacional de la Cuarta Internacional combatió acérrimamente contra esa perspectiva. Insistió que el castrismo no era un camino al socialismo, sino una variante radical de los movimientos nacionalistas burgueses que había logrado el poder en muchas regiones salidas del colonialismo durante ese mismo periodo.

El Comité Internacional insistió, siguiendo la teoría trotskista de la Revolución Permanente, que la librar a Cuba y de otras naciones coloniales y semicoloniales de la opresión imperialista sólo era posible bajo la dirección de la clase obrera, movilizando tras de sí a los campesinos, en lucha por el poder estatal y por extender la revolución por todo el mundo.

La prolongada evolución del gobierno de Castro, que ahora culmina con el reencuentro con el imperialismo yanqui, simbolizado por la visita de Obama, reivindica esa perspectiva completamente. Lo que se actualiza ahora en América Latina y en el mundo es la detonación de la lucha de clases, cosa que plantea con gran urgencia la construcción de partidos revolucionarios de la clase obrera, secciones del movimiento trotskista mundial, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

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