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Perspectiva

El nacionalismo económico y el creciente peligro de guerra

Por todas las medidas, la situación política y económica mundial se parece cada vez más a la de los años 1930 —una década marcada por devastación social, conflictos económicos y crecientes tensiones geopolíticas que llevaron a la explosión de la guerra en 1939.

La economía mundial se está moviendo más hacia el “estancamiento secular,” una frase que apareció por primera vez en referencia a la gran depresión (1929-1939) para caracterizar una situación en la cual la demanda global está persistentemente por debajo de la producción, lo cual lleva a mercados superabundantes y a la “sobreproducción.”

Casi ocho años después de la erupción de la crisis económica mundial, la economía de la Eurozona sigue atrapada en un proceso de deflación y solo este año volvió a los niveles de producción alcanzados en el 2007. Estados Unidos atraviesa la “recuperación” más lenta desde el fin de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), mientras que se espera que la productividad de su economía disminuirá por primera vez en más de tres décadas.

Japón, la tercera economía más grande del mundo, sigue empantanada en el bajo crecimiento y la deflación. China, la segunda economía más grande del mundo, está experimentando una marcada desaceleración, junto con enormes pérdidas de empleo y la creciente preocupación por la acumulación de la deuda.

Una de las semejanzas más notables con las condiciones de los años 1930 es la evolución del nacionalismo económico y el aumento de las tensiones de guerra comercial donde cada un de las principales potencias busca empujar los efectos del retroceso global sobre sus rivales. La estrategia de empobrecer al vecino tuvo consecuencias devastadoras en aquella época; el comercio internacional se contrajo más de un 50 por ciento entre 1929 y 1932 y el mundo se dividió en bloques monetarios y comerciales que desembocaron en la Segunda Guerra Mundial.

La intensificación de la lucha por mercados trae consigo el retorno de la clase de las medidas que caracterizaron la gran depresión, de eso es evidencia la decisión de la Comisión de Comercio Internacional de Estados Unidos (US International Trade Commission, ITC), cumpliendo con los deseos de US Steel, de lanzar una investigación de 40 compañías chinas, con el fin de aumentar las tarifas a la importación.

Como dice el profesor Simon Everett, director de Global Trade Alert, una organización que vigila las medidas proteccionistas, el presente caso ante el ITC debería sonar “campanas de alarma” y es un movimiento hacia una “opción nuclear.” Sus palabras tienen más que un significado metafórico o retórico: en verdad, señalan la conexión inseparable entre el nacionalismo económico y el abierto conflicto militar.

No solo se están reviviendo las viejas formas de proteccionismo, otras nuevas aparecen. Habiendo prácticamente huido el año pasado de la Ronda de Doha de negociaciones comerciales multilaterales [para facilitar el comercio global] bajo la Organización Mundial de Comercio (World Trade Organization), Estados Unidos ahora impulsa su propio proyecto nacionalista; establece bloques comerciales exclusivistas bajo el Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (Trans Pacific Partnership, TPP) y la Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión (Transatlantic Trade and Investment Partnership, TTIV).

El TPP, a pesar de su nombre, excluye a China, la segunda economía más grande del mundo. Los objetivos de Washington fueron explicados detalladamente por el Presidente Barack Obama, cuando declaró que tiene por objeto garantizar que Estados Unidos sea el que establezca las reglas de comercio global durante el siglo veintiuno, y no China.

Más allá del gobierno actual, la estridente campaña de “América primero” del presunto candidato Republicano, Donald Trump, y su promesa de hacer “a América grande otra vez” expresan la creciente ola de nacionalismo económico estadounidense.

La campaña de Trump, sin embargo, es solo una manifestación, particularmente violenta y vulgar, de las tendencias profundamente arraigadas dentro de todo el sistema político, incluyendo la burocracia sindical. Notablemente, la declaración de US Steel, celebrando la decisión del ITC de investigar a las compañías chinas, señaló el apoyo para su caso de “sus hermanos y hermanas del sindicato”.

Sería un gran error pensar que estas tendencias sólo existen en Estados Unidos. El giro al nacionalismo económico es cada vez más visible en el sistema político de todas las potencias capitalistas.

En Gran Bretaña, ambos lados de la campaña oficial sobre el Brexit —el referéndum del junio 23 que decidirá si el Reino Unido se va o se queda en la Unión Europea— están avanzando sus posiciones en base a lo que más conviene a los intereses nacionales del país.

En el continente Europeo, el sistema político alemán exige la imposición de cada vez mayores medidas de austeridad sobre toda Europa, y se opone vehementemente a cualquier medida de estímulo. Teme que de lo contrario se debilitaría la posición de los bancos alemanes e intereses financieros ante la creciente competencia de sus rivales internacionales, en particular de las instituciones financieras estadounidenses. Al mismo tiempo insiste que Alemania no puede limitarse al entorno europeo, sino que debe desempeñar un creciente papel en la arena global, inclusive por medios militares.

Asimismo, el gobierno japonés de Shinzo Abe busca bajar el valor del yen con el fin de impulsar las exportaciones de esa nación en un mercado global en contracción. Al mismo tiempo ha prácticamente desechado la supuesta constitución política pacifista de después de la Segunda Guerra Mundial para que Japón desempeñe un incrementado papel militar en los asuntos mundiales.

La inseparable conexión en tándem entre el aumento del nacionalismo económico y de conflicto militar fue el objeto de un profundo análisis por revolucionario y teórico marxista León Trotsky sobre los conflictos objetivos, arraigados en la misma estructura del modo de producción capitalista, que llevaron al estallido de la Segunda Guerra Mundial.

Señalando a la desaceleración de la economía europea en 1913, Trotsky notó que las fuerzas productivas habían llegado a los límites forzados por la propiedad capitalista y las formas de apropiación capitalista.

“El mercado estaba dividido, la competencia llegaba a su punto más intenso; a partir de ese momento los países capitalistas sólo podrían buscar eliminarse del mercado con medios mecánicos” escribió Trotsky. “No fue la guerra que puso fin al desarrollo de las fuerzas productivas en Europa, sino que la misma guerra surgió de la imposibilidad de las fuerzas productivas de desarrollarse más en Europa bajo condiciones de gestión capitalista.”

Hoy en día no es solo una cuestión de la inhabilidad de las fuerzas productivas de desarrollarse más en Europa; por todo el mundo bajo el sistema de la propiedad privada y lucro privado en el contexto una infraestructura económica mundial desgarrada por las divisiones entre estados nacionales y grandes potencias.

El mismo fenómeno de “sobreproducción” es la expresión de estas contradicciones. No hay sobreproducción del acero, productos industriales y agrícolas —aunque todos esos enfrentan a mercados estancados— en relación a la necesidad humana. Todo lo que puede ser producido por la clase obrera internacional, ya sea en China, Japón, EE.UU., Europa y en otros sitios, podría ser productivamente usado en una economía global socialista racionalmente planificada.

Tal economía, sin embargo, requiere de la caída del sistema de ganancias y estados nacionales capitalistas, y de la toma del poder por la clase obrera. En eso basa su programa el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.

Esta estrategia es, por supuesto, algo que descartan todos los oportunistas de seudoizquierda y de poca visión de futuro. Para ellos no es nada “práctico”, es “irrealizable”, etcétera. ¿Pero que alternativa tienen que ofrecer? Nada más que el descenso a la guerra, potencialmente con consecuencias nucleares, que amenaza el mismo futuro de la civilización.

La fuerza material para la realización del socialismo global está emergiendo con la creciente ola de las luchas de la clase obrera internacional. La tarea crucial es construir un partido mundial de la revolución socialista, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional, para proveer el liderazgo necesario para estas luchas al imbuir a la clase obrera con la compresión consciente de la gran misión histórica que tiene por delante.

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