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Perspectiva

Doscientos cuarenta años desde la Declaración de Independencia de Estados Unidos

Hace doscientos cuarenta años el 4 de julio, los representantes de las trece colonias inglesas que formarían los Estados Unidos de América firmaron la Declaración de Independencia que proclamó su separación del imperio británico y de su monarquía. Esta acción fue, como el autor principal de la declaración, Thomas Jefferson, escribiría cincuenta años mas tarde, la "señal a que los hombres se despierten para romper sus cadenas ... La masa de la humanidad no nació con sillas de montar en sus espaldas, ni favoreció a algunos pocos con botas y espuelas, listos para montarla legítimamente, por la gracia de Dios.”

Antes de la Revolución Americana, la sociedad había sido basada, por casi 2.000 años, sobre los principios de “una cadena de los seres,” el gobierno por la aristocracia y el derecho divino de los reyes. La revolución creó una sociedad que prohibía los títulos hereditarios de la nobleza, declaraba ilegal a la monarquía y separaba a la iglesia del estado.

Explicando la transformación a la que la revolución le abrió el paso, el gran historiador Gordon Wood escribió:

“Una clase no derroco a otra; los pobres no suplantaron a los ricos. Pero las relaciones sociales —la forma por la cual la gente se conectaba— cambio de una manera decisiva. Para el comienzo del siglo diecinueve la revolución había creado una sociedad fundamentalmente diferente a la sociedad colonial del siglo dieciocho. De hecho fue una nueva sociedad, diferente a cualquiera que había existido hasta entonces en ninguna parte del mundo”.

Como enfatiza Wood, la Revolución fue “el evento más radical y transcendental en la historia estadounidense.” Esta “no solo cambio radicalmente las relaciones personales y sociales entre la gente, incluyendo la posición de las mujeres, sino que destruyó la aristocracia como había sido entendida en el mundo occidental durante al menos dos milenios.”

Es un logro asombroso el hecho de que en las colonias norteamericanas, un lugar atrasado, las concepciones de un carácter extremadamente radical y avanzado, arraigadas en la Ilustración, no solo fueron aceptadas sino que también fueron puestas en práctica por primera vez.

La Revolución estadounidense no cayó del cielo. Los revolucionarios se veían a si mismos como defensores de las conquistas sociales de la Revolución Inglesa del siglo diecisiete (1640-1660). Pero el impacto de la Revolución estadounidense fue mucho más allá de lo que se había logrado en el continente europeo.

La victoria de la Revolución Americana dio el impulso ideológico y político para la Revolución francesa y todos movimientos democráticos, igualitarios y socialistas que siguieron. Karl Marx elogió la Revolución Americana por haberle "... dado el primer impulso ... a la revolución europea del siglo dieciocho” y al desarrollo subsiguiente del movimiento obrero socialista.

Al igual que con todos los grandes acontecimientos de la historia, la Revolución estaba llena de contradicciones. Fue una revolución burguesa y los que la dirigieron no pudieron eludir las relaciones sociales que prevalecían en esa época. Entre las más grandes de estas contradicciones fue el hecho de que una parte sustancial de los delegados del Congreso Continental que firmaron la Declaración que proclamaba la igualdad de todos los hombres provenían de estados cuyas economías se basaban en la esclavitud. Muchos de los grandes líderes de la Revolución eran propietarios de esclavos y estaban muy conscientes del conflicto entre la institución de la esclavitud y los principios que profesaban. Sin embargo, como señala Wood:

“Enfocarse, como es propenso hacerlo hoy, en lo que la Revolución no logró —destacando y lamentando su fracaso de abolir la esclavitud y cambiar fundamentalmente el destino de las mujeres— es pasar por alto la gran importancia de lo que sí se logró con; en verdad la revolución hizo posible la lucha contra la esclavitud y el movimiento por los derechos de la mujer del siglo diecinueve y, de hecho, todo nuestro pensamiento actual igualitario”.

La grandeza de una revolución se expresa no sólo en los problemas de los que resuelve, sino también en las nuevas cuestiones que plantea. Cualquier persona que dude de las consecuencias progresistas y revolucionarios de 4 de julio, 1776 haría bien en prestar atención a las palabras de uno de sus defensores más elocuentes, el abolicionista Frederick Douglass, quien, como un esclavo escapado, no tenían escasez de experiencia personal con la opresión.

En un discurso pronunciado el 5 de julio de 1852 titulado "¿Qué es el Cuatro de Julio para el esclavo?” Douglass le dijo a su audiencia que "los firmantes de la Declaración de la Independencia eran hombres valientes. También eran grandes hombres —tan grandes como para darle fama a una gran época…El punto desde el que me siento obligado a verlos no es, sin duda, el más favorable; pero sin embargo no puedo contemplar sus grandes actos con nada menos que admiración."

Douglass añade, "Ahora, ¡lean la Constitución según está escrita! Desafío que encuentren tan solo una cláusula favorable a la esclavitud en ella. Por el contrario, encontrarán que contiene principios y propósitos que repudian enteramente la existencia de la esclavitud".

La esclavitud, dice Douglass, insultaba los principios enunciados en la Declaración de la Independencia y la aplicación real de estos principios demandaba la abolición de la esclavitud. Esa contradicción se resolvió a costo de unas 750.000 vidas en la guerra civil, la "Segunda Revolución Americana.”

El comentario penetrante de Douglass diciendo que el legado de la Revolución norteamericana "se destaca más cuando lo contrastamos con estos tiempos de degeneración" se aplica con igual fuerza al estado de la sociedad y política estadounidense contemporánea. Los principios que animaron a los revolucionarios de las colonias inglesas están en contradicción con el desarrollo social y político subsecuente de los Estados Unidos, que se ha convertido en la sociedad más desigual en el mundo desarrollado —en una aristocracia de todo menos de nombre.

Esta reacción ha ido acompañada por un creciente y cada vez más descarado asalto ideológico al legado de 1776. Ejemplifica esa nueva costumbre de denigrar a la Revolución –adoptada por aquellos cuya falta de experiencia en las luchas sociales genuinas está a la par de su indiferencia hacia evidencias históricas— un artículo publicado el viernes primero de julio por el columnista Dylan Matthews de Vox.com.

Matthews escribe: "Este julio 4, no hay que tener pelos en la lengua: La Independencia de Estados Unidos en 1776 fue un error monumental. Deberíamos de estar de luto porque dejamos al Reino Unido, en vez de celebrar". Declara que en comparación con la forma de gobierno que surgió de la Revolución, "La monarquía es, quizás paradójicamente, la opción más democrática”.

Presenta su apología de la monarquía desde el punto de vista de la política de identidad, con su insistencia obsesiva y falsa de que las divisiones raciales, no de la clases, son la categoría fundamental en la historia y la política, declarando, “para los colonos el beneficio principal de la revolución fue que le dio más poder político a la minoría de varones blancos en Estados Unidos.”

Matthews sostiene, tomando la línea de académicos como Simon Schama, que la monarquía británica era la verdadera defensora de los oprimidos, no los revolucionarios coloniales. En su Rough Crossings, Schama, un exponente de los esfuerzos de los historiadores reaccionarios de denigrar la Revolución estadounidense, declara que la revolución fue "ante todo movilizada para proteger la esclavitud."

Tanto Schama y Matthews alaban los esfuerzos del Imperio Británico para reclutar esclavos a su causa, como si esta táctica pudiera cambiar los objetivos contrarrevolucionarios de la monarquía británica. (Schama, cabe señalar, es autor de otro libro, un ataque venenoso contra la Revolución francesa.)

En su artículo en Vox.com, Matthews afirma que "la ira" por los esfuerzos británicos para movilizar a los esclavos contra la revolución "corría tan profundo que Thomas Jefferson lo incluyó como un agravio en un borrador de la Declaración de la Independencia." Este es un ejemplo de la falta de honradez intelectual que impregna estos argumentos. La cita que Matthews invoca, subsecuentemente eliminada por la insistencia de los elementos Pro esclavistas en el Congreso Continental, es parte de una mordaz denuncia de la esclavitud. Jefferson escribió que el rey Jorge:

“... Ha librado una guerra cruel contra la misma naturaleza humana, violando sus derechos más sagrados de la vida y la libertad de las personas de un pueblo que nunca lo ofendió, haciéndolas cautivas y llevándolas como esclavos a otro Hemisferio, o para incurrir una desgraciada muerte, en su en su viaje hacia allá ...”

“Ahora está emocionando a esas mismas personas para que se levantan en armas contra nosotros, y para comprar la libertad que se les ha privado, por medio de asesinar a las personas a quienes también osaba perturbar”.

La proclama reaccionaria de 1776 publicada en Vox fue, como era de esperar, endosada con argumentos prácticamente idénticos en un artículo de opinión publicado hoy en el New York Times, titulado “¿Impulsó el miedo a las revueltas de esclavos la independencia estadounidense?” Su autor, Robert F. Parkinson, un profesor auxiliar de historia en la Universidad de Binghamton, escribe:

“Desde hace más de dos siglos, hemos estado leyendo mal la Declaración de Independencia. Mejor dicho, hemos estado celebrando la Declaración como nos enseñaron a hacerlo las personas de los siglos XIX y XX, no como la escribieron Thomas Jefferson, Benjamin Franklin y John Adams. Para ellos, la separación de Gran Bretaña tenía mucho que ver con el temor a, y exclusión de, las razas no blancas, quizás más que con los derechos inalienables”.

Según Parkinson, un estado de ánimo de racismo demoníaco prevalecía entre los revolucionarios coloniales. Jefferson, Adams y Franklin hicieron todo lo posible para azuzar turbas antiindígenas y antinegras. El profesor auxiliar escribe:

“Nos gusta disculpar a los fundadores por eso, darles un permiso. Después de todo, en esto, el texto más importante de la historia y la identidad estadounidense está ese pedazo de que hemos sido ‘creados iguales’ ”. [Énfasis nuestro]

Para Parkinson, las palabras que componen lo que posiblemente sea la frase más famosa y políticamente significativa escrita jamás en el lenguaje inglés —“Sostenemos como evidentes estas verdades: que todos los hombres son creados iguales; que son dotados por su creador de ciertos derechos inalienables; que entre estos están la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad”— es simplemente “ese pedazo.”

Los esfuerzos para desacreditar y denigrar la primera revolución americana son, en esencia, las justificaciones ideológicas de cada vez mayor desigualdad social basada en la explotación de clase.

El movimiento socialista siempre ha hecho suya la Revolución Norteamericana y su declaración de la igualdad humana. Alterando lo que deber ser alterado, los principios que se elaboran en la Declaración de la Independencia, con su proclamación de los derechos del hombre, constituyen el fundamento ideológico, político y moral de las concepciones que animan al movimiento socialista.

Doscientos cuarenta años más tarde en Estados Unidos, una tierra inmensa y compleja de 320 millones de personas, los principios igualitarios de la Revolución estadounidense siguen resonando con fuerza en la conciencia de las grandes masas.

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