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Trotsky en Nueva York, 1917: Un radical en la víspera de la Revolución, por Kenneth D. Ackerman

El libro recientemente publicado en inglés, T rotsky in New York, 1917: A Radical on the Eve of Revolution (Trotsky en Nueva York 1917: Un radical en la víspera de la Revolución), tiene dos personajes principales: uno “viejo,” la ciudad de Nueva York en la antesala de la entrada de Estados Unidos en la Primera Guerra Mundial, y León Trotsky el otro; Trotsky pasó un extraordinario periodo de diez semanas en esa ciudad antes que la Revolución de Febrero lo obligó a regresar a Rusia. Una vez en ese país, Trotsky se convirtió rápidamente en el líder de masas más grande de la Revolución. Trotsky urgió y dirigió la unificación de su importante fracción de socialistas internacionalistas (la Mezhrayontsi) con los Bolcheviques para luego codirigir la Revolución de Octubre de 1917 junto a Vladimir Lenin, revolución que derrocó al gobierno provisional burgués y estableció el primer estado obrero de la historia.

Trotsky en Nueva York, 1917 se centra en un período notable en la vida de una de las figuras políticas más importantes de la historia moderna. El lector no puede sino sorprenderse por el hecho que un hombre que vivía en el barrio neoyorquino del Bronx y viajaba en el tren subterráneo de Nueva York, entre enero y marzo de 1917, dirigiría antes del final del año, a millones de trabajadores en la más grande revolución en la historia del mundo.

El autor, Kenneth D. Ackerman, es un abogado de Washington que anteriormente ha escrito varias otras biografías. Entre sus obras anteriores están las biografías de “Boss” Tweed, el vistoso político del siglo XIX del Partido Demócrata de Nueva York y dictador despiadado del club político Tammany Hall; James Garfield, el vigésimo Presidente de los Estados Unidos, que fue abatido por un asesino en 1881; y J. Edgar Hoover, el vicioso jefe anticomunista de la FBI.

Podría parecer extraño que un mismo autor pudiera escribir sobre Tweed y Trotsky, y este crítico confiesa que abrió la más reciente obra de Ackerman con un poco inquietud. Afortunadamente este animado libro es una sorpresa agradable.

Trotsky en Nueva York, 1917 es una obra de historia popular. No proporciona un examen en profundidad de los conceptos de Trotsky o de los conflictos políticos que dividieron la Segunda Internacional tras el estallido de la Primera Guerra Mundial. Pero la historia popular es un género que Ackerman conoce y maneja bien; es un hábil narrador. Descubrió una gran cantidad de material previamente poco conocido y en base a éste, produjo un libro que es atractivo y estimulante.

Por otra parte, la descripción de Trotsky que hace Ackerman no tiene nada en común con la falta de honradez, el resentimiento y la hostilidad que caracterizan la mayoría de los biógrafos académicos del gran revolucionario. Después de leer las obras de los profesores Thatcher, Swain y Service, es reconfortante leer un relato de la vida de Trotsky que nada tiene de falsificaciones maliciosas.

Ackerman mismo no evita por completo ocasionales moralismos de clase media, sobre la falta de respeto de Trotsky hacia la sociedad burguesa y los gobiernos capitalistas; pero, en general oculta esos sentimientos. Mientras que Ackerman no es partidario de la política de Trotsky, sin duda le tiene un profundo respeto por su genio político e integridad personal.

Trotsky en Nueva York, 1917 tiene una especial relevancia en la actualidad, en un momento cuando Estados Unidos y el mundo encaran una vez más el peligro de la guerra mundial; y cuando el centenario de la Revolución Rusa el año que viene, recordará el papel fundamental de este acontecimiento histórico que dió fin a la Primera Guerra Mundial.

En este contexto, el autor proporciona nuevas y valiosas ideas sobre el extraordinario protagonismo de Trotsky en Nueva York en los primeros meses de 1917. Sin dejarse obstaculizar por el hecho de que hablaba poco inglés, Trotsky libró una lucha política en defensa de los principios marxistas que tuvo un impacto duradero en el futuro del movimiento socialista en Estados Unidos, en el mundo, y en el desarrollo político de la clase obrera estadounidense.

En su autobiografía, Mi Vida, Trotsky escribe sólo diez breves páginas de su estadía en Nueva York, incluyendo el siguiente pasaje:

“De las leyendas que se cuentan de mí, la mayoría tiene que ver con mi vida en Nueva York ..., donde me quedé por dos meses; según los periódicos trabajé en un sin número de ocupaciones, cada una más fantástica que la anterior. Si todas las aventuras que los periódicos me atribuyen se juntaran en un libro, sería una biografía mucho más entretenida que la que yo estoy escribiendo aquí.

“Pero tengo que decepcionar a mis lectores estadounidenses. Mi única profesión en Nueva York fue la de socialista revolucionario. Fue antes de la guerra por la “libertad” y la “democracia”, y en aquellos días, la mía era una profesión tan deplorable como la de un contrabandista. Escribí artículos, edité un periódico e hice discursos en reuniones de trabajadores. Estuve hasta el cuello en el trabajo, y por lo tanto en ningún momento me sentí extranjero”.

Gracias al libro de Ackerman sobre las actividades de Trotsky en esa ciudad, nos damos cuenta que el mismo Trotsky subestima en su relato el impacto que tuvo en Nueva York.

Trotsky llegó a Estados Unidos en enero 1917 como exilado político, recientemente deportado de Francia y España por sus escritos y actividades contra la guerra. No mucho antes, había pasado por la amarga experiencia de la Gran Traición llevada a cabo por la socialdemocracia europea el 4 de agosto de 1914, cuando el Partido Socialdemócrata alemán y básicamente todas las otras secciones de la Segunda Internacional se alinearon detrás de sus propias clases dominantes para apoyar la guerra.

Cuando su buque anclaba en Manhattan, el 14 de enero, los círculos socialistas neoyorquinos ya sabían de Trotsky; se lo conocía como líder carismático y popular de la Revolución Rusa de 1905 y como opositor intransigente a la guerra imperialista. Lo recibió una multitud —principalmente exiliados revolucionarios rusos, junto con inmigrantes judíos, rusos, alemanes y polacos. Informaron sobre su llegada los principales periódicos en inglés, ruso, yiddish y alemán.

Ackerman bien describe para a sus lectores el ambiente de la ciudad que lo recibía a Trotsky.

“Nueva York en ese momento era como ningún otro lugar en la tierra”, escribe, evocando la personalidad efervescente de la ciudad, marcada por la aparición de los musicales de Broadway, el vodevil y el jazz, el contorno único de edificios imposiblemente altos, y sus “densos, abultados barrios que olían y sonaban como países extranjeros; éstos también tenían su propia música.” En espantoso contraste estaban “las grandes ciudades europeas —París, Londres y Viena, todas se habían tornado oscuras, cada vez más y más pobladas por viudas, famélicas, y gobernadas por decreto militar”— durante el tercer año de la Primera Guerra Mundial.

Le preocupaba principalmente a Trotsky la actitud del movimiento socialista hacia la guerra y la participación en ésta de Estados Unidos. En 1916, el presidente Woodrow Wilson ganó la elección presidencial de los Estados Unidos en base a la base al eslogan fraudulento “¡nos mantuvo fuera de la guerra!”. En verdad, Estados Unidos se había involucrado fuertemente en la guerra desde el principio, convirtiendo en dólares un sinnúmero de vidas jóvenes mediante contratos lucrativos de armas y otros suministros. La cuestión era: ¿Llevaría Wilson al país a la guerra total para garantizar esos intereses? Y si era así, ¿cómo respondería el movimiento socialista?

Trotsky se entregó de lleno a la campaña antibélica. Con Natalya, su mujer, renovaron sus relaciones políticas y su amistad con varios revolucionarios rusos exiliados, incluyendo Nicolai Bujarin, quien era ya un bolchevique conocido y estrecho colaborador de Lenin. Bujarin insiste en que la pareja visite la Biblioteca Pública de Nueva York en su primera noche en la ciudad.

A partir de entonces, Trotsky frecuenta ese lugar; allí hace un estudio a fondo de la historia económica de los Estados Unidos. Sobre eso escribe en Mi Vida, “las cifras del crecimiento de las exportaciones estadounidenses durante la guerra me asombraron; eran, de hecho, una completa revelación. Y fueron esas mismas cifras las que no sólo predeterminaban la intervención de Estados Unidos en la guerra, sino también el rol decisivo que Estados Unidos jugaría en el mundo después de la guerra”.

Trotsky y Bujarin se convirtieron en compañeros de trabajo en la oficina editorial del diario Novy Mir (Nuevo Mundo). Ese periódico revolucionario internacionalista en idioma ruso era “posiblemente la revista rusa más impactante en el hemisferio occidental, eclipsando fácilmente tres de los diarios rusos de mayor circulación de la ciudad.” Lenin lo leía regularmente.

En las columnas y artículos en Novy Mir, y en sus muchas contribuciones y entrevistas con periódicos en alemán, inglés y yiddish, Trotsky insistía públicamente en la naturaleza imperialista de la guerra y su repudio a todos sus combatientes. En su primera entrevista en Estados Unidos, con el Nueva York Call (el periódico neoyorquino en idioma inglés del Partido Socialista de Estados Unidos), Trotsky acusó al presidente Woodrow Wilson de no tener “ningún interés en frenar el surtidor de ‘inmerecido’ dinero proveniente los ricos contratos de armas en tiempos de guerra”.

Para Trotsky el presidente Wilson era como “un presumido comerciante de clase media que explota a los pobres durante la semana y luego reza en la iglesia los domingos, pidiendo piadosamente la absolución de sus pecados”. En cuanto a Francia y Alemania, Trotsky insistió que continuaban luchando solamente porque temían “la hora del ajuste de cuentas” cuando tuvieran que rendir cuentas a sus ciudadanos por el desperdicio de vidas humanas y de dinero”. Predijo que después de la guerra la “rebelión social eclipsará todo lo que la tierra ha visto”.

Desde el principio Trotsky estuvo en desacuerdo con el liderazgo conservador, complaciente y pacifista del Partido Socialista de Estados Unidos, encabezada por Morris Hillquit, a quien Trotsky describió famosamente como “el líder ideal de algún club de prósperos dentistas”. Hillquit era un rico abogado, ocupado en negociaciones y en la legalidad burguesa. “Se preocupaba más en ganar las elecciones y aplacar la prensa capitalista, que en participar en la lucha de clases”, escribe Ackerman.

Durante la segunda noche de Trotsky en Nueva York, unos veinte miembros y simpatizantes del ala izquierda antibélica de Partido Socialista, se reunieron con él para discutir una estrategia política contra Hillquit. Entre ellos estaban Bujarin, Alexandra Kollontai, como él una revolucionaria rusa, Sen Katayama, de 60 años de edad, fundador del movimiento socialista de Japón, y también Louis Fraina de 25 años de edad, el socialista ítaloamericano, quien se convertiría en uno de los camaradas más íntimos de Trotsky en Nueva York. Haciendo un resumen de largas horas de discusión, Katayama escribiría, “Intentamos organizar el ala izquierda bajo la dirección del camarada Trotsky y la señora Kollontai, que estaba por viajar a Europa a establecer el vínculo entre los movimientos de izquierda europeo y estadounidense.” Los participantes también decidieron fundar una nueva e independiente revista Marxista semanal.

El 3 de febrero de 1917, a tres semanas de esta reunión, el presidente Wilson rompía relaciones diplomáticas con Alemania, aprobando la emisión de “bonos de guerra por un total de casi $ 900 millones (alrededor de $30 mil millones en la actualidad), lo suficiente para financiar el rápido despliegue inicial de tres millones de hombres por orden del presidente”, y detonando junto con los medios de difusión, la mismo clase de “fiebre de guerra” patriótica que Trotsky había visto en Europa. Ackerman describe la ola chovinista que se extendió en Estados Unidos: “Alemán, hablar alemán, inclusive tener un nombre que suene alemán, todos estaban bajo sospecha; y ser pro paz comenzó a sonar aún peor, como cobardía”.

Trotsky “se convirtió en una de las principales voces de Nueva York en contra de entrar en la Primera Guerra Mundial”; hizo discursos ante las “multitudes que llenaban el Brooklyn Lyceum, el Beethoven Hall de Manhattan, el Labor Temple cerca de Union Square y lugares similares.” También escribía artículos y columnas que aparecieron en múltiples periódicos.

El 5 de febrero, Trotsky tuvo su primer encuentro con Morris Hillquit. Se unieron a unos 4.000 en una gran concentración contra la guerra que desbordó el auditorio de Carnegie Hall; oyó al líder del Partido Socialista dar el informe principal, centrado en el tema: “la guerra del rico la lucha el pobre.”

Trotsky escribió en el Novy Mir al día siguiente que estaba impresionado por el hecho que la gran mayoría en ese lugar “pertenecía a la clase obrera revolucionaria”. También aplaudía la resolución aprobada por concentración, repudiando la Guerra Mundial y el papel parasitario de los capitalistas norteamericanos.

Trotsky escribió mordazmente, sin embargo, sobre los compañeros oradores de Hillquit en la tribuna, un grupo heterogéneo de burgueses, pacifistas religiosos, sufragistas, burócratas sindicales y otros, quienes, Trotsky predijo, “cuando escuchen el primer disparo, con mucho gusto se llamarán a sí mismos buenos patriotas y apoyarán la máquina gubernamental de asesinatos en masa”, al igual que sus pares socialpatriotas en Europa.

Y esto, en condiciones en las cuales cientos de obreros militantes ya estaban siendo detenidos en los Estados Unidos y los trabajadores en huelga en una fábrica de Brooklyn encaraban tropas de la armada “persiguiéndolos con la bayoneta calada”. Tales medidas represivas tenían por objeto aprovecharse de la emergencia de la guerra, Ackerman escribe, para “reprimir a los obreros y a la izquierda.”

En su artículo del Novy Mir, Trotsky insistió en que la lucha contra la guerra significa una lucha contra el capitalismo —un “levantamiento organizado contra la sociedad burguesa”, no “paz bajo cualquier circunstancia”. Trotsky llegó a la conclusión que en la manifestación se había resuelto luchar contra la guerra capitalista, y declaró: “vamos a asegurar que se cumpla hasta el final ese compromiso —sin ningún tipo de debilidades, titubeos o dudas!”

Ackerman cita la nota biográfica de un amigo de Hillquit quien “se atrevió a rechazar” el antagonismo de Trotsky hacia el socialpatriotismo. Trotsky aparentemente respondió: “De todas las especies de la fauna política, ninguna es más baja, ninguna más despreciable, ninguna más peligrosa que el socialista que defiende a su país en tiempo de guerra”.

A finales de febrero, en medio de las espeluznantes afirmaciones del gobierno que 100.000 espías alemanes operaban como saboteadores dentro del país, la prensa publica noticias sobre un tal “Telegrama Zimmermann”. Este era un supuesto plan alemán urdido en Berlín, para unirse con México y reconquistar el ex territorio mexicano del suroeste de Estados Unidos. Wilson explotó la indignación pública para fomentar el apoyo pro guerra.

Cuando el editor asociado de Forward ,—el periódico socialista más grande, publicado diariamente en lengua yiddish, con sus 200.000 lectores diarios, se postró ante el asunto Zimmermann, abandonando rápidamente su postura antiguerra y patrióticamente abrazando la guerra de Estados Unidos contra Alemania,—Trotsky, que había escrito regularmente columnas para el periódico desde su llegada a Nueva York, furiosamente confrontó a este editor de alto perfil y, cuando éste confirmó haber aprobado el editorial pro guerra, inmediatamente rompió todas las relaciones. En cinco comentarios políticos posteriores, en las tres semanas siguientes, explicó las razones a sus lectores en el Novy Mir, insistiendo en que el editor de Forward debía ser expulsado del partido.

Ackerman reconoce que el papel más importante de Trotsky fue el de uno de dos representantes del ala izquierda del Partido Socialista contra la guerra en una “comisión especial” de siete hombres, establecida por el Partido Socialista a finales de febrero, para redactar una resolución aclarando su actitud sobre la participación activa de Estados Unidos en la guerra contra Alemania.

Justo antes de la convocatoria del Comité, Hillquit se adelantó, en una entrevista con The New York Times, a las deliberaciones de ese comité. Declaró que "si nuestros ejércitos han de ser reclutados por los alistamientos voluntarios, los socialistas se negarán a enlistarse”, pero “si los ejércitos son formados mediante el servicio militar obligatorio, por supuesto, vamos a tener que servir con los demás ciudadanos. No creo que los Socialistas abogarán por ninguna huelga industrial general para perjudicar al país en sus preparativos de guerra. Y no creo que ocurriá ninguna huelga de ese tipo”.

En respuesta, Trotsky y Louis Fraina —ahora editor de una nueva revista, The Internationalist — insistieron que la resolución del Partido Socialista tenía que incluir cuatro puntos: 1) que el partido denuncie las declaraciones de Hillquit en los medios burgueses de difusión en las cuales prometía lealtad a los Estados Unidos en caso de la guerra y la represión a las luchas de los trabajadores; 2) que el partido, compuesto por internacionalistas, no por patriotas, rechace el concepto de “defensa nacional” como una excusa para la guerra; 3) que el partido se diferencie de los pacifistas que no están dispuestos a luchar por el socialismo; y 4) que en caso de guerra, la partido se comprometa no solamente a expresar su repudio, sino a organizar de “acciones de masas, incluyendo huelgas generales y protestas en las calles destinadas a bloquear físicamente la conscripción, el movimientos de tropas y las industrias de guerra.”

“La tormenta duró dos semanas,” Ackerman observa, entre “Hillquit el pragmático y Trotsky el revolucionario en la cúspide de la historia.” Finalmente, después de varios borradores, cada uno rechazado por Trotsky y Fraina, Hillquit y su mayoría acordaron incorporar los primeros tres puntos, pero no el cuarto. Hillquit se negó a aceptar ilegales actos de las masas para combatir la guerra. Trotsky y Fraina se negaron a ceder; y prepararon un informe minoritario de oposición. Éste llegó a la conclusión: “¡No a la ‘paz civil’” ¡Ninguna tregua con la clase dominante! ¡La guerra no cambia el problema, lo agrava! ¡Guerra contra el capitalismo! ¡Por la lucha de clases!”

Trotsky se había negado a negociar un compromiso y tuvo éxito consiguiendo el apoyo de Fraina. Cuando el partido en Nueva York convocó a sus miembros para la votación, el cuarto punto de la minoría se convirtió en el tema principal de la discordia. Un miembro insistió en que el partido no podría instruir a “nuestros a hombres jóvenes estadounidenses resistir la conscripción forzada al ejército, por el riesgo de que reciban un disparo.” En respuesta, Ackerman dice, “un hombre joven en edad del servicio militar... gritó que era ‘mejor ser sacrificado en defensa de una causa propia por que ser sacrificado por el enemigo en pos de la causa enemiga.’”

La mayoría ganó, pero sólo por un estrecho margen. Aquellos que votaron por la Resolución de la minoría habían definido la actitud de un verdadera tendencia socialista hacia la guerra; que ésta tenía que estar centrada en la lucha unificada de la clase obrera internacional contra el capitalismo —sobre todo, contra el Estado burgués, y repudiando la legalidad burguesa.

Ackerman reconoce que el conflicto de los miembros del Partido Socialista sobre la resolución acerca de la guerra fue un momento histórico en la lucha por el socialismo en los Estados Unidos. Muchos de los que votaron con Trotsky y Fraina se escindirían del Partido Socialista y formarían el núcleo del Partido Comunista de Estados Unidos.

Ackerman destaca otras características fascinantes de la estadía de Trotsky en Nueva York: su encuentro, por ejemplo, con el socialista Eugene Debs quien para entonces ya era legendario. Se unió con él en la tribuna en una enorme manifestación contra la guerra en marzo. Debs dejó claro que estaba del lado de Trotsky contra Hillquit y los socialpatriotas. Esto era importante, ya que el veterano militante socialista representaba sectores importantes de la clase obrera de Estados Unidos, a diferencia de la mayoría de los miembros del Partido Socialista de Nueva York, compuesta en gran parte por los exiliados políticos Europeos y inmigrantes.

“Otro nuevo discípulo”, escribe Ackerman, fue el joven James P. Cannon, del Oeste de Estados Unidos, quien habló en marzo al lado de Hillquit en un gran mitin de 15.000 vigorosos manifestantes en el Madison Square Garden durante la celebración de la victoria de la Revolución de Febrero en Rusia. Diferenciándose del líder del Partido Socialista, Cannon declaró, "¡La casa de los Rockefeller y la casa de Morgan caerán al igual que la casa de Romanoff en Rusia!" Once años más tarde, en 1928, Cannon fundó la primera sección fuera de la Unión Soviética de la Oposición de Izquierda que Trotsky había puesto en marcha en 1923 en repudio a la burocracia estalinista,.

No bién llega la noticia de la Revolución de Febrero Estados Unidos, Trotsky y Natalya resuelven volver a Rusia lo antes posible. En una serie de encendidos discursos, artículos y entrevistas en Nueva York, Trotsky insiste en que la revolución burguesa, que acababa de derribar la autocracia zarista, era sólo el preludio de la revolución socialista, en la que la clase obrera tomaría el poder político. Precisamente ya había anticipado ese proceso en 1905, en su Teoría de la Revolución Permanente, cuyo significado escapa a Ackerman. Apenas la menciona.

A finales de marzo, unos 800 simpatizantes se presentaron despedirse de León Trotsky en la noche antes que él y su familia zarparon rumbo a Rusia vía Halifax. Éste se convertiría en un viaje mucho más azaroso y difícil que Trotsky, o cualquier otra persona, podría haber previsto —uno que la inteligencia Británica, sobre la base de su conocimiento de las actividades políticas de Trotsky en Nueva York— hizo todo lo posible para que no se completara.

Para entonces muchos de los presentes en esa celebración se habían convertido en partidarios políticos. Como escribe Ackerman, aunque “no existe ninguna lista de invitados de la noche ... los seguidores de Trotsky ya representaban una voz distinta en los círculos socialistas.” El revolucionario ruso, señala, había convertido un pequeño grupo opositores de Hillquit “en cientos.”

En su discurso de despedida a los allí reunidos, Trotsky aparentemente habló durante dos horas, en los dos idiomas, Ruso y Alemán, explicando que “cuando la revolución llama, los revolucionarios la siguen.” De acuerdo con las notas de un espía de la policía de Nueva York que estuvo presente en el evento, Trotsky llegó a la conclusión:

“Voy a volver a Rusia para derrocar el gobierno provisional y para detener la guerra con Alemania. Quiero que la gente aquí organice y organice hasta que sean capaces de derrocar el maldito gobierno capitalista podrido de este país”.

Trotsky, en unas pocas semanas, había causado una impresión indeleble en miles de socialistas en Nueva York, que ávidamente siguieron sus actividades en Rusia. Con evidente orgullo, el Bronx News publicó un artículo de primera plana para informar de la victoria de la Revolución de Octubre de 1917 intitulado: “HOMBRE DEL BRONX LIDERA LA REVOLUCIÓN RUSA”.

Es notable relato de Ackerman merece una amplia audiencia, con algunas advertencias apropiadas. La empatía del autor con el “viejo” Nueva York es viva y profunda, como es su fascinación por León Trotsky.

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