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Perspectiva

¿Están amañadas las elecciones presidenciales en Estados Unidos?

Durante días, la prensa se saturó con los comentarios de Donald Trump, el candidato presidencial del Partido Republicano. Éste teme que la elección presidencial vaya a estar "amañada" a favor de su rival, Hillary Clinton.

La campaña de Trump es cada vez más racista y fascista; ataca a la prensa por acusarlo de abuso sexual y hace denuncias de fraude electoral en barrios donde viven principalmente minorías étnicas. Trump también les pide a sus partidarios vigilar las urnas, cosa que podría provocar violencia durante la jornada electoral.

Trump acostumbra mezclar verdades a medias con mentiras completas. No cabe duda de que los medios burgueses de difusión favorecen a Clinton; pero, al mismo tiempo, Trump pretende hacer uso de esas acusaciones ahora para en el futuro declarar que la votación fue un fraude. Con el grito de guerra de una "elección robada", Trump proyecta construir un movimiento extraparlamentario de extrema derecha luego del balotaje del 8 de noviembre.

Esta realidad, sin embargo, no le presta ninguna credibilidad a las respuestas pretenciosas e hipócritas del Partido Demócrata y de los grupos políticos en general. Es absurda la indignación de éstos a la sugerencia que de que el sistema electoral estadounidense pueda tener imperfecciones.

Los comentarios de Trump resuenan más allá de la minoría de sus partidarios que les atrae su agitación racista; más bien, sus denuncias son congruentes con la experiencia de amplios sectores de la población entorno a la supuesta democracia estadounidense. Cabe recordar que el país ya vivió una elección robada en el año 2000; cuando la Corte Suprema detuvo un recuento de votos en el estado de Florida y le concedió la victoria a George W. Bush, después de haber perdido éste el voto total contra Al Gore, candidato del Partido Demócrata.

Cuatro años después, George W. Bush fue reelecto a los votos del disputado estado de Ohio, donde hubo muchas denuncias de supresión de votos.

Comparado con los estándares de los otros países desarrollados, el sistema electoral estadounidense es uno de los menos democráticos. Este sistema institucionaliza el bipartidismo; escuda el monopolio político de dos partidos políticos de derecha que se han comprometido a defender los intereses de la aristocracia financiera, en un país inmensamente vasto y diverso de 320 millones de personas.

Las leyes electorales y de acceso a las urnas son extremadamente restrictivas, en parte por su requisito de tener que recolectar decenas de miles de firmas para ser reconocido como partido o candidato; cosa que hace casi imposible que partidos y candidatos independientes puedan montar una campaña efectiva.

Este duopolio político se ve reforzado por la falta de restricciones en las contribuciones electorales por parte de las grandes empresas, lo que ha llegado a corromper todo el aparato electoral con una desfachatez que no tiene igual en todos los otros países desarrollados. Se estima que la actual campaña electoral, incluyendo a todos los candidatos presidenciales y legislativos, va a costar más de $7,3 mil millones, una cifra récord. Para alcanzar un alto cargo político en Estados Unidos, se necesita el aporte de algún megamillonario, o serlo uno mismo.

La prensa burguesa también cumple un papel antidemocrático al privar a partidos alternativos de publicidad. En esta elección, Gary Johnson del Partido Libertario y Jill Stein del Partido Verde, quienes respectivamente están recibiendo alrededor de un 7 por ciento y 3 por ciento de votos según las encuestas, son excluidos de los debates presidenciales televisados, ni hablar de Jerry White, el candidato presidencial del Partido Socialista por la Igualdad.

El sistema político se ha vuelto obsoleto porque no se discute ninguna de las preocupaciones principales de la mayoría de la población. El hecho que apenas la mitad del electorado vote es en sí una crítica severa al sistema electoral de Estados Unidos.

Decenas de millones de personas han aceptado que ni sus graves necesidades ni sus votos inciden en las políticas del gobierno. Su amarga experiencia bajo el mandato de Obama, quien llegó al poder en una ola de odio popular hacia Bush por sus guerras y ataques a las condiciones sociales de la clase obrera, ha profundizado este distanciamiento. Con sus slogans de "esperanza" y "cambio", combinados con el origen étnico de ese candidato, muchos creyeron erróneamente que Obama representaba un cambio progresivo; todo lo contrario, éste continuó y expandió la política bélica y de explotación corporativa de su predecesor.

Tras décadas de decadencia económica y de reacción política, bajo ambos partidos, las elecciones actuales expresan el grado de descomposición y descrédito del sistema bipartidista. Este ciclo electoral, en el que millones votaron por un candidato, Bernie Sanders, que falsamente dijo ser socialista y enemigo de Wall Street ahora ofrece la "elección" entre un cuasi fascista multimillonario y una títere de Wall Street y de los mandos militares y de inteligencia.

Los extractos filtrados de los discursos de Hillary Clinton a Goldman Sachs, publicados por WikiLeaks, muestran la relación que realmente existe entre los políticos y Wall Street; aquellos son siervos comprados por los oligarcas financieros que dirigen el país.

El fraude central en estas elecciones es la tremenda distancia que separa la retórica populista de los candidatos y las políticas que pretenden implementar. El verdadero proyecto, independientemente de quien gane en noviembre, es guerra, austeridad y represión.

¿Están amañadas las elecciones? Por supuesto que sí —para que el resultado sea aceptable para la clase gobernante. El sistema político en su totalidad está amañado y es antidemocrático fundamentalmente porque el capitalismo es un sistema de explotación de clase, cuyo poder político está en manos de una oligarquía corporativa y financiera”.

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