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Perspectiva

La desigualdad social y la lucha contra el capitalismo

El economista político francés, Thomas Piketty, quien ha estudiado detalladamente el crecimiento de la desigualdad social, dio una presentación en Sydney, Australia, el domingo, a partir de la cual es sumamente importante resaltar dos puntos específicos.

En primer lugar, basándose en los datos presentados en su libro, El capital en el siglo XXI, publicado en el 2014, y en los resultados de los dos últimos años, Piketty presentó, en una serie de vívidos gráficos y tablas, la inexorable acumulación de la riqueza en los más altos niveles socioeconómicos, mientras que las condiciones de vida de la gran mayoría de la población están estancadas o en retroceso.

En segundo lugar, su presentación reveló la bancarrota política de la perspectiva del mismo Piketty, y de los otros economistas que trabajan en esta área, de que este mal social en constante crecimiento puede ser controlado a través de retoques en las políticas de los gobiernos capitalistas, como impuestos sobre la renta y el capital.

Al contrario, todo análisis objetivo de los resultados obtenidos por Piketty demuestran contundentemente sólo el derrocamiento del sistema capitalista por la clase obrera internacional a través de una revolución socialista puede acabar con la desigualdad social.

Bien reconocen las élites financieras los peligros que acarrean las conclusiones de Piketty. Uno de sus portavoces principales, el londinense Financial Times, buscó atacar el libro con un ensayo de su editor económico, quien dice que son “defectuosos” los datos de Piketty. El periódico también publicó un editorial bajo el título, “Grandes interrogantes pesan sobre la obra de Piketty”.

Estas críticas han sido sepultadas por la plétora de información en el libro, así como por varios otros estudios que han sido publicados desde su publicación. Por ejemplo, hace dos años, se reveló que 85 personas poseían la misma riqueza que la mitad de la población mundial. Este año el número ha caído a tan sólo 62.

Piketty, sin embargo, no favorece derrocar el sistema burgués; todo lo contrario, está se esfuerza en evitar que eso suceda. En su perspectiva política, es adversario de Marx y de lo que él mismo llama la visión “apocalíptica” de Marx de la crisis histórica del sistema capitalista, que encarrila a la revolución socialista.

En su libro, Piketty señala la creciente brecha entre la acumulación de ganancias del capital financiero y el crecimiento de la economía real, indicando que “las consecuencias de los procesos de distribución de la riqueza a largo plazo son potencialmente aterradoras”.

Tras advertirle a las élites gobernantes acerca del crecimiento de los peligros para el orden social y económico actual, aboga por una serie de medidas para contrarrestar estas tendencias, principalmente un impuesto global sobre las ganancias de capital. Esto lograría, según él, “contener el crecimiento ilimitado de la desigualdad global de la riqueza, la cual está aumentando a un ritmo insostenible a largo plazo y debería preocupar incluso a los más fervientes defensores del libre mercado”.

¿Qué ha sucedido en los dos años desde que fueron publicadas estas líneas?

La enorme acumulación de la riqueza en los estratos más altos de la sociedad ha continuado a un ritmo acelerado. Mientras que los bancos centrales impulsan este proceso saturando los mercados financieros con dinero ultra barato, la economía real subyacente está sumida en lo que cada vez más analistas han llamado un “estancamiento secular”, es decir, una situación de bajo crecimiento e inversión, acompañada por una disminución en la productividad, una desaceleración marcada en el comercio mundial, y consecuentemente, una caída en los niveles de vida.

Esto ha provocado una incipiente rebelión desde abajo, la cual ha sido expresada de maneras contradictorias. Por un lado, en Gran Bretaña, ganó la campaña a favor de salir de la Unión Europea o Brexit, mientras que, en Estados Unidos, el autoproclamado “socialista” Bernie Sanders y el candidato republicano Donald Trump han conseguido el apoyo de millones. Por otro lado, se ha manifestado un incremento en la hostilidad hacia las élites políticas y financieras y un crecimiento en la opinión anticapitalista alrededor del mundo. Las tensiones sociales son tan intensas que hoy en día no se realiza ni una reunión del Fondo Monetario Internacional y de otras instituciones económicas globales sin estos problemas en su agenda.

El libro de Piketty ha sido leído ampliamente, pero ningún gobierno del mundo ha llevado a cabo ninguna de las medidas que sugiere para detener el aumento de la desigualdad social. Esto no ha sido debido a la falta de gobiernos nominalmente de “izquierda”. Por ejemplo, el rechazo por parte del gobierno de Syriza a la decisión democrática del pueblo griego en contra de las medidas de austeridad siendo impuestas por los bancos europeos e internacionales confirmó, con base en una experiencia política de trascendencia internacional, que no hay forma de ponerle fin a la dictadura del capital financiero sin el derrocamiento del sistema de lucro en su totalidad.

Cuando un miembro de la audiencia en Sydney lo confrontó con estas experiencias, sobre todo con el hecho de que ningún gobierno del mundo ha contemplado ni remotamente las medidas que propone, la inconsecuencia de la perspectiva reformista de Piketty quedó completamente al descubierto.

Declaró que era “muy triste” que el gobierno francés y el alemán rechazaran las propuestas de la reestructuración de la deuda. También, reconoció que ninguno de los dos candidatos en las elecciones presidenciales de Estados Unidos aprobaría las políticas fiscales que él defiende, pero que “tal vez en otro momento, otro Bernie Sanders, quizás menos blanco y un poco más joven” sea capaz de ganar “y marcar la diferencia”.

Su única perspectiva fue a favor de la “democratización del conocimiento”, la cual espera que ejerza “suficiente presión” para lograr un cambio en la política.

El balance político del Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) rechaza el enfoque de Piketty y de otros futuros reformadores del sistema capitalista. Hace un poco más de veinte años, la Liga de los Trabajadores (Workers League) en EE.UU. y las otras secciones del CICI alrededor del mundo cambiaron sus nombres al Partido Socialista por la Igualdad.

Este nombre fue inspirado por el entendimiento de que el creciente desorden dentro del sistema capitalista, entonces ocultado bajo períodos breves de crecimiento y por las intensas campañas de propaganda sobre la “magia del mercado”, se estaba manifestando en el crecimiento de la desigualdad social, lo cual llegaría a definir nuestra época.

Esta evaluación se basó en el análisis científico de las contradicciones objetivas del sistema capitalista desarrollado por Marx, que Piketty y otros buscan descartar con tanta diligencia.

La conclusión del análisis del CICI fue que el crecimiento de la desigualdad social —una de las formas centrales en las que el sistema capitalista repercute en la vida de la clase obrera, transformando su conciencia y entendimiento— se convertirá en el motor de las luchas políticas y sociales, planteando la necesidad de la revolución socialista como una realidad objetiva, no como una construcción teórica.

Con la generalización de la oposición social y las crisis políticas que están sacudiendo a los gobiernos capitalistas y sus instituciones por todo el mundo—desde el Brexit a las elecciones estadounidenses—no estamos presenciando las ilusiones de Piketty y de otros críticos reformistas del status quo, sino la aparición de un nuevo período de lucha revolucionaria.

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