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Perspectiva

Elecciones estadounidenses exponen la alienación de las masas del sistema bipartidista

Según una encuesta del periódico New York Times y la televisora CBS publicada el jueves 3 de noviembre, el pueblo estadounidense se encuentra profundamente disgustado y alienado de los dos partidos principales de las elecciones del 2016. Por un margen de más de seis a uno, 82 por ciento contra 13 por ciento, los encuestados indicaron que les repugnan ambas campañas, las de Hillary Clinton y Donald Trump.

El Times escribe, “Con más de ocho de cada diez votantes repugnados en vez de emocionados por la campaña electoral, la creciente toxicidad amenaza al eventual vencedor. Una mayoría de los votantes ven de forma desfavorable y como deshonestos a la Sra. Clinton, la candidata demócrata, y al Sr. Trump, el candidato republicano”.

Ambas campañas han sido insultos a la inteligencia de los estadounidenses. Por un lado, Trump busca apelar al enojo, denunciando a su rival como una criminal que debería estar en la cárcel. Clinton y los demócratas, por su parte, retratan a Trump como un predador sexual y un agente de Moscú. En definitiva, ninguno ofrece un programa serio para mejorar la calidad y condiciones de vida de la clase trabajadora, la gran mayoría del pueblo estadounidense.

Estas elecciones demuestran la disfunción de un sistema político sumido en el monopolio de dos partidos corporativos, los cuales defienden con diligencia los intereses de la clase capitalista. La encuesta del Times y CBS verifica con estadísticas la conclusión que el World Socialist Web Site y el Partido Socialista por la Igualdad han sostenido por mucho tiempo: el bipartidismo excluye a las personas del proceso político.

Los ataques personales y el uso y abuso de escándalos son medios por los cuales los candidatos evitan cualquier discusión sobre las cuestiones más urgentes que enfrenta el electorado, dentro de las cuales, se destaca el creciente peligro de una tercera guerra mundial. Algunos ejemplos de acontecimientos de suma importancia ignorados por ambas campañas incluyen:

El viernes pasado, varios periódicos informaron que ahora mueren más niños de 10 a 14 años de edad por suicidio que por accidentes de tránsito. Es difícil pensar en una realidad que demuestre de forma tan devastadora el nefasto panorama que EE.UU. le ofrece a su generación más joven.

Otro informe, publicado por el periódico británico, The Guardian, reporta que la expectativa de vida en el condado de McDowell, en West Virginia—una vez el corazón de la explotación minera de carbón—disminuyó al nivel de Etiopía. En el 2008, el condado, cuya población es casi completamente blanca, votó a favor de Barack Obama. Al contrario, en el 2016, el 91,5 por ciento de los votantes primarios republicanos votaron por Trump, un voto de indignación y desesperación.

Cada uno de los candidatos busca canalizar las tensiones sociales en Estados Unidos en sentidos reaccionarios.

La candidata el statu quo, Clinton, representa la coyuntura entre Wall Street, los mandos militares y de inteligencia y la egocéntrica y autosatisfecha clase media alta dominada por la política de identidad. Si fuese honesta, diría que su programa es desviar la cada vez más profunda crisis social dentro del país hacia el exterior a través de una escalada militar en Oriente Medio y, en última instancia, contra las potencias nucleares de Rusia y China.

Trump busca dirigir las tensiones sociales a lo largo de líneas nacionalistas extremas, apelando a las fuerzas racistas y de tendencia fascista en la sociedad. A pesar de que presume oponerse a las intervenciones militares en Oriente Medio, al mismo tiempo, Trump glorifica al ejército estadounidense y promete desatar su violencia en contra de cualquier país que se oponga a las exigencias de su gobierno. Su promesa de “Volver a hacer grande a América” es tan sólo una traducción del llamado de Hitler, “Alles de Deutschland Über” (Alemania sobre todo).

El hecho de que estas sean las únicas alternativas en las elecciones es el resultado de las décadas de decadencia del sistema político estadounidense. Después de las protestas masivas de las décadas de 1960 y 1970 contra la guerra de Vietnam y por los derechos civiles, ambos partidos viraron bruscamente a la derecha.

El Partido Demócrata abandonó su previo compromiso a mejorar las condiciones económicas de la clase trabajadora y comenzó a moldearse en el partido de Wall Street y de la política de identidad, dirigiéndose hacia las capas más privilegiadas de afroamericanos, mujeres, gays, y otras minorías. El Comité de Liderazgo Demócrata, bajo su presidente, el gobernador de Arkansas, Bill Clinton, se convirtió en el vehículo de esta transformación. Hillary Clinton constituye el punto de culminación de este traslado hacia la derecha, representando el consenso de las distintas partes de la clase gobernante.

Por otra parte, el Partido Republicano incorporó a previos defensores del sistema de segregación racial de Jim Crow. Se convirtió en el partido dominante en el sur del país y conservó sus lazos tradicionales con el gran capital y el ejército. En 1980, Ronald Reagan dio inicio a su campaña presidencial en el pueblo de Filadelfia, Mississippi, donde, 16 años atrás, tres trabajadores de derechos civiles fueron asesinados. Reagan terminó defendiendo el llamado sureño del Jim Crow a los “derechos de los estados”. El respaldo del Ku Klux Klan y de la “derecha alternativa” del nacionalismo blanco a Trump no son ninguna clase de aberración, sino la conclusión lógica de un largo proceso que ha sentado las bases para la aparición de un partido fascista en Estados Unidos.

En 1939, Trotsky escribió, “Reacción significa la supresión mecánica de las contradicciones sociales” (“Los intelectuales que ya no son radicales y la reacción mundial”). En Estados Unidos, el principal mecanismo para suprimir estas contradicciones han sido los sindicatos. A partir de fines de la década de 1970 y especialmente después de romper la huelga de los controladores de tráfico aéreo de PATCO en 1981, la central sindical AFL-CIO ha debilitado y surpimido huelgas sistemáticamente con el fin de recortar salarios, cerrar fábricas y subordinar a los trabajadores ante los dos partidos capitalistas de derecha, todo al servicio de la patronal.

Sin embargo, estos ataques reaccionarios tienen su límite. Hoy en día, la burocracia sindical está tan desacreditada como la burocracia estalinista en la Unión Soviética alrededor de su colapso en 1989-1991. En los últimos años, varias huelgas y votos de base en contra de los contratos negociados por los sindicatos han demostrado el resurgimiento de la lucha de clases en EE.UU. y la necesidad de continuar la lucha contra los sindicatos, el Gobierno y la patronal. Conforme se agudiza la lucha de clases, los trabajadores alrededor del país van a tener que desarrollar nuevas formas de organización, no sólo para luchar en sus lugares de trabajo, pero para hacerlo en un plano de política nacional e internacional.

Esta última encuesta del Times y CBS confirma el principal desarrollo dentro de las elecciones presidenciales: el creciente abismo que existe entre el pueblo estadounidense y el sistema bipartidista. Mientras que la clase trabajadora se traslada hacia la izquierda, ambos partidos principales continúan tambaleándose hacia la derecha.

La expresión más explícita de dicha radicalización política de la clase trabajadora fue el apoyo de masas al senador de Vermont, Bernie Sanders. Proclamándose un enemigo de los multimillonarios y un socialista, Sanders recibió 13 millones de votos, incluyendo a la mayoría de los votantes jóvenes de las primarias. Al final, Sanders terminó respaldando a Clinton, exponiendo abiertamente el fraude de su supuesta oposición al sistema político.

La clase trabajadora tiene que sacar sus propias conclusiones. Es imposible luchar contra la clase capitalista a través del sistema bipartidista que controla. La clase trabajadora necesita su propio partido para defender sus intereses de clase. Esto requiere romper, no sólo con el Partido Demócrata, sino con todas las organizaciones y tendencias políticas que defienden y encubren a este partido.

El Partido Socialista por la Igualdad participó en la campaña electoral del 2016 con base en esta perspectiva. Nuestros candidatos, Jerry White para presidente y Niles Niemuth para el vice presidente, compartieron la verdad con la clase trabajadora, confiando en que los eventos que se avecinan van a comprobar la corrección de nuestro análisis y programa socialista. Luchamos por una dirección política revolucionaria y obrera, la cual va a ser fundamental para las luchas a las que va a ingresar la clase trabajadora después de las elecciones del 8 de noviembre.

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