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Perspectiva

De monstruo a presidente electo: los demócratas se postran ante Trump

Tan solo un día después de la elección de Donald Trump, los líderes demócratas se movieron a una velocidad extraordinaria para declarar su apoyo al presidente electo.

El 10 de noviembre, el presidente Barack Obama invitó a Trump a la Casa Blanca para una amistosa reunión de 90 minutos. Posteriormente declaró que su "prioridad número uno en los próximos dos meses es tratar de facilitar una transición que asegure que nuestro presidente electo tenga éxito.” Hablando de Trump, añadió: “Quiero enfatizarle, señor presidente electo, que ahora haremos todo lo posible para ayudarle a tener éxito—porque si usted tiene éxito, el país tiene éxito.”

La declaración de Obama se encuentra en marcado contraste con sus propios comentarios hace unos días. En ese entonces, afirmó que Trump "sólo se preocupa por sí mismo" y "no sabe los hechos básicos que necesitaría saber" para ser presidente. Obama añadió que Trump “ha pasado 70 años en esta tierra sin mostrar ningún respeto por la gente trabajadora".

Pero eso fue antes del debacle de los demócratas el día de las elecciones. Ahora, declara que su prioridad número uno es asegurar que Trump sea "exitoso.”

Las declaraciones de Obama siguen los comentarios de Hillary Clinton el 9 de noviembre deseando que "[Trump] sea un presidente exitoso para todos los estadounidenses.” El senador Bernie Sanders, el supuesto socialista, emitió su propia declaración desvergonzada, diciendo: "En la medida en la que Trump sea serio en la busca de políticas que mejoren la vida a las familias trabajadoras de este país, yo y otros progresistas estamos preparados para trabajar con él."

Con tales declaraciones, los demócratas en efecto abandonan cualquier pretensión de actuar como un partido de oposición hacia un Presidente Trump y un Congreso controlado por los republicanos.

Los líderes demócratas proclaman su apoyo hacia un individuo en una elección que claramente marca un punto de inflexión en la política estadounidense. El gobierno que entra en poder es uno de extrema derecha con características fascistas. Hay informes de que Trump quiere designar a Stephen Bannon como su jefe de personal; él es el jefe de Breitbart News, un medio de difusión ultra-derechista y fascista. Entre sus principales asesores se encuentran personajes reaccionarios como el ex alcalde de Nueva York, Rudolf Giuliani, y el gobernador de Nueva Jersey, Chris Christie.

En sus ansias de darle a la transición del poder un aura de normalidad, los demócratas y los medios de difusión han mantenido un silencio meditado sobre ciertos elementos bastante llamativos de la elección.

Nadie señala que un factor principal en la elección de Trump fue una disminución significativa en la participación electoral. A pesar del habla en los medios sobre una "oleada" de votantes blancos de clase obrera detrás de Trump, en realidad el candidato republicano recibió un millón de votos menos que Mitt Romney cuando Obama lo derrotó en el 2012. Clinton ganó 6 millones de votos menos que Obama ganó en su reelección, cuando el presidente saliente obtuvo significativamente menos votos de los que recibió en el 2008. También prácticamente se ignora el hecho extraordinario de que Trump ni siquiera logró ganar el voto popular. Clinton tuvo un porcentaje más alto de la votación nacional, pero perdió en el Colegio Electoral, el cual implica un reparto complejo y antidemocrático basado en victorias en estados individuales. Trump asumirá el cargo sin poder asegurar la pluralidad, y mucho menos la mayoría, del voto general.

En toda la historia de 240 años de los Estados Unidos, solo han habido cinco elecciones en las que el presidente entrante no ganó el voto popular. Cuando esto ocurrió en 1876, el republicano, Rutherford B. Hayes, se convirtió en presidente aunque tuvo menos votos que el demócrata, Samuel J. Tilden. El conflicto político sobre el resultado fue tan intenso que los republicanos fueron capaces de mantener la Casa Blanca sólo después de acceder al fin definitivo de la Reconstrucción después de la Guerra Civil al retirar las tropas federales del Sur.

Después de una votación por partes en 1888, cuando Grover Cleveland perdió ante Benjamin Harrison, el ganador del voto electoral fue también el ganador del voto popular durante los próximos 112 años. En el siglo veintiuno, esta anomalía ha ocurrido dos veces—primero en el 2000 y de nuevo en el 2016. En el primer caso, la elección de George W. Bush como presidente requirió la intervención de la Corte Suprema para detener el recuento de votos en Florida.

Si Trump hubiera estado en la posición de Clinton, se hubiera tomado su tiempo antes de conceder. Su discurso de concesión, cuando y si hubiera llegado, hubiera dejado claro que ganó el voto popular y que la “Corrupta Hillary" no podía afirmar un mandato.

El mensaje de los medios hubiera enfatizado la necesidad de que Clinton fuera conciliadora y que reconociera que la mayoría de los votantes habían elegido a Trump. Uno puede fácilmente imaginar a CNN anunciando las "últimas noticias" de que Clinton había retirado la nominación de la elección de Obama para la Corte Suprema e invitado a que los republicanos nombraran el reemplazo del fallecido Antonin Scalia.

Pero los demócratas han hecho todo lo contrario.

¿Qué hay detrás de este cambio de actitud universal? El presidente Obama dijo tal vez más de lo que pretendía cuando declaró que "tenemos que recordar que en realidad somos un equipo. Se trata de un juego intramural," es decir, una prueba entre jugadores del mismo colegio.

Los EE.UU realmente no tiene un sistema político de oposición. Las divisiones entre los demócratas y los republicanos, y entre Clinton y Trump, son de carácter totalmente táctico. Todos defienden los mismos intereses básicos: los de la aristocracia corporativa y financiera que controla el sistema político.

En este marco, los demócratas son siempre el partido más complaciente y conciliador, ya que sus referencias retóricas a la defensa de los intereses de los trabajadores—incluido por sujetos como Bernie Sanders—son completamente vacuos e insinceros. En relación a Trump y los peligros que plantea, hay un elemento de completa complacencia que surge del hecho de que el peligro no es para los demócratas ni para las fuerzas sociales privilegiadas por las que hablan, sino para la clase obrera.

La preocupación principal de los demócratas es contener la ira popular. Sus movimientos para cerrar filas en torno a Trump son ante todo una respuesta al peligro que ven por el surgimiento de la oposición popular que amenaza no sólo al gobierno entrante, sino que al propio sistema capitalista.

Incluso mientras Obama, Clinton, Sanders y compañía se postran ante Trump y le prometen su lealtad, miles de jóvenes y trabajadores preparan manifestaciones por todo el país contra el presidente electo. Estas protestas son sólo un preludio pálido y políticamente dispar de las luchas masivas de la clase obrera que están por venir.

Lo que es crítico es que se saquen las lecciones de las elecciones del 2016 y se rechacen todos los intentos de mantener la oposición a la guerra y la austeridad que están encadenadas al cadáver político del Partido Demócrata. La tarea no es "retomar" al Partido Demócrata o empujarlo hacia la izquierda—el resultado inevitable de esa perspectiva falsa ya se ha demostrado en el resultado reaccionario de la campaña de Sanders—sino romper con ambos partidos de las grandes empresas y toda forma de política capitalista y construir un movimiento socialista e internacionalista independiente de la clase obrera.

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