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Perspectiva

El gobierno autoritario, nacionalista y militarista de Trump

El Partido Demócrata y los medios de difusión continúan haciendo todo lo posible para normalizar el traspaso de poderes al presidente electo estadounidense, Donald Trump, incluso después de que sus nombramientos iniciales confirmaran el carácter extremo e históricamente sin precedentes de su gobierno.

Trump nombró al senador de Alabama, Jeff Sessions, como fiscal general. Él es conocido desde hace mucho por su oposición a los derechos civiles y su apoyo a formas de espionaje más invasivas, incluso en comparación con las que abogan las agencias de inteligencia. Sessions ha hecho llamados a expandir la militarización policial y ha denunciado agresivamente a los inmigrantes, declarando que “casi nadie de la República Dominicana” viene a Estados Unidos con “una habilidad comprobable que nos beneficie”.

Para director de la CIA, Trump propuso nombrar al diputado Mike Pompeo, otro defensor de los programas de espionaje inconstitucionales. A principios de este año, Pompeo dijo que el informante y antiguo empleado de la Agencia de Seguridad Nacional estadounidense (National Security Agency, NSA), Edward Snowden, debería ser enjuiciado, condenado y ejecutado.

Para el puesto de asesor en Seguridad Nacional, Trump seleccionó al general retirado, Michael Flynn, un fanático militarista islamofóbico que apoya la eliminación de todas las restricciones nominales a la tortura, diciendo que cree en “dejar tantas opciones como sea posible en la mesa hasta el último momento”.

Otros nombramientos seguirán un patrón similar. Al parecer, el candidato principal para convertirse en secretario de Defensa es el general jubilado de la Marina, James Mattis, quien dirigió el ataque brutal contra la ciudad iraquí de Fallujah en el 2004 y declaró notoriamente un año después que “es divertido dispararle a la gente”.

El más significativo de sus nombramientos, sin embargo, ha sido el de Stephen Bannon como “estratega en jefe”. El exdirector de Breitbart News ha sido aclamado por las organizaciones nacionalistas blancas que rodean a la llamada derecha alternativa (Alternative Right, alt-right) y que también han aclamado el nombramiento de Sessions.

Bannon desempeñará el papel central en la elaboración general de la agenda política del nuevo gobierno. En una entrevista publicada el viernes por el Hollywood Reporter, Bannon trazó una política fundamentada en el nacionalismo económico y político, de tendencias fascistas.

“No soy un nacionalista blanco”, dijo Bannon, “soy nacionalista. Soy un nacionalista económico”. Denunció a los “globalistas”—un término utilizado por la derecha alternativa para referirse a quienes no apoyan las restricciones al comercio y a la libre circulación de personas—por haber “eviscerado a la clase obrera estadounidense y creado una clase media en Asia”.

Según Bannon, su objetivo es “construir un movimiento político completamente nuevo” basado en esta política económica nacionalista en combinación con gastos en infraestructura pagados a través de la deuda pública. Además, declaró, “Con tasas de interés negativas en todo el mundo, es la mejor oportunidad para reconstruir todo ... Simplemente, lo vamos a tirar todo contra la pared a ver qué se queda. Será tan emocionante como en los años 30, más grande que la revolución de Reagan, conservadores y populistas en un movimiento a favor del nacionalismo económico”.

Es la primera vez que este tipo de lenguaje se escucha en la cima del poder estadounidense. A pesar del lenguaje populista que utilizan Trump, Bannon y otros intentando aprovechar la hostilidad profunda que existe hacia el Partido Demócrata y hacia la política de identidad de los sectores privilegiados de la clase media alta, el nacionalismo económico representa un programa brutal dentro de la guerra de clases.

En EE.UU., significa la supresión de toda lucha de clases supuestamente en interés de la “nación” y de la “seguridad nacional”. Internacionalmente, significa recurrir a la guerra para desviar las tensiones sociales dentro del suelo nacional y para subordinar a sus competidores principales en Europa y Asia a los intereses de la burguesía estadounidense. El nuevo gobierno será dominado por los mandos militares, de inteligencia y policiales y actuará como un instrumento violento y despiadado de Wall Street y de la aristocracia financiera.

La respuesta del Partido Demócrata ha sido tan significativa como el carácter del gobierno entrante. Con una velocidad extraordinaria—en tan sólo dos semanas—los demócratas se han distanciado de sus advertencias histéricas de que la victoria de Trump ocasionaría una catástrofe nacional. En su lugar, han prometido apoyar al nuevo gobierno y trabajar con este en el desarrollo de políticas claves.

Los nombramientos iniciales para su gabinete coincidieron con la elección de Charles Schumer como líder de la minoría demócrata en el Senado. De todos los demócratas en el Senado, Schumer es quizás el más cercano a Wall Street y el defensor más ferviente de las medidas nacionalistas de guerra comercial, particularmente contra China.

Schumer, por su parte, promovió al senador de Vermont, Bernie Sanders, a la dirección demócrata en el Senado. Durante toda la carrera presidencial, Sanders trabajó para canalizar a la oposición de contenido izquierdista y anticapitalista detrás de Hillary Clinton, la candidata de la guerra y Wall Street. Como lo señaló el World Socialist Web Site, el nacionalismo económico de la campaña de Sanders era muy parecido al de Donald Trump.

Tanto Schumer como Sanders declararon que esperaban que Trump “trabajará con nosotros” en asuntos de “comercio” e “infraestructura”. Sanders dijo que los estadounidenses están “hartos de ver a sus empleos irse a China y a otros países con salarios bajos”.

Los demócratas están buscando una alianza con Trump en relación con las propuestas económicas que actualmente están siendo impulsadas por el estratega en jefe, Bannon.

Las elecciones presidenciales estadounidenses se caracterizan por todo tipo de mentiras, confusión y retórica con la que se llegan a resolver las divisiones y conflictos en cuestiones tácticas entre los gobernantes. De esta manera, la política y trayectoria de la clase dominante se reafirman.

El próximo período traerá inmensas conmociones y trastornos políticos. Las políticas económicas de Trump— financiadas a través de una deuda pública cada vez mayor y combinadas con recortes masivos en los impuestos para los ricos y en el gasto social—alimentarán el caos económico y el conflicto de clases. No podrán resolver las insolubles contradicciones del capitalismo estadounidense y mundial.

Mientras que Trump pudo explotar el descontento social para su campaña electoral y se benefició de la enorme reducción en la participación electoral a favor Clinton en comparación con Obama, el programa de gobierno de Trump no cuenta con el apoyo popular.

La tarea política primordial en la preparación para las luchas que se avecinan es la organización y movilización de la clase obrera como una fuerza política independiente. Esto requiere una romper de forma completa y decisiva con el Partido Demócrata y todas las organizaciones que operan en su órbita. La clase obrera sólo puede avanzar de esta manera una oposición socialista, internacionalista y revolucionaria en contra del nacionalismo económico, autoritarismo y militarismo del gobierno de Trump.

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