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Los sindicatos estadounidenses elogian a Trump y su nacionalismo de “EE.UU. ante todo”

No pasó mucho tiempo para que los ejecutivos que dirigen los sindicatos en Estados Unidos le ofrecieran su apoyo y leales servicios al presidente electo, Donald Trump. Mientras que millones de trabajadores y jóvenes están asqueados y furiosos por la elección del multimillonario ultraderechista, la Federación Americana del Trabajo y Congreso de Organizaciones Industriales (AFL-CIO; American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations) y la Unión de Trabajadores Automotrices, (UAW; United Automobile Workers) publicaron declaraciones el 10 de noviembre, tan sólo un día después de que se dieran a conocer los resultados de la elección, donde elogian a Trump, su nacionalismo económico y sus políticas comerciales proteccionistas.

El presidente de la AFL-CIO, Richard Trumka, declaró servilmente: “El Presidente electo hizo promesas en esta campaña — sobre el comercio, la restauración de la manufactura, la reactivación de nuestras comunidades. Trabajaremos para hacer realidad muchas de esas promesas. Si está dispuesto a trabajar con nosotros, en acuerdo con nuestros valores, estamos listos para trabajar con él”.

En una rueda de prensa, el presidente de la UAW, Dennis Williams, hizo eco de estas declaraciones, agregando que le gustaría reunirse con Trump lo antes posible para discutir asuntos comerciales. Williams dijo que tiene en mente “una gran oportunidad” para “encontrar puntos de encuentro” con Trump, incluyendo la imposición de un arancel del 35 por ciento para los fabricantes de automóviles que importan vehículos de México.

“Estamos de acuerdo en que el TLC debe ser renegociado o acabado”, dijo Williams, refiriéndose al Tratado de Libre Comercio de América del Norte. “Estoy preparado para sentarme y hablar con él sobre comercio ... Creo que su posición sobre comercio es correcta”.

Williams buscó evitar la cuestión de por qué es que la UAW, que ha sido un apoyo fundamental para el Partido Demócrata, le sería leal a un presidente republicano. “No veo a un presidente republicano tradicional. Veo a alguien que hizo un gran compromiso con los trabajadores acerca de ser justo y de ser parte del sueño americano, de reconstruir a la clase media estadounidense, y crear oportunidades. Veremos qué hace”.

Decir que Trump está dispuesto a hacer lo que sea para beneficiar a los trabajadores es un fraude. Su compromiso es hacia una política derechista de recortes impositivos para las empresas, desregulación y reducción de salarios. Sus aliados más cercanos incluyen al multimillonario Wilbur Ross, quien fue un protagonista en la destrucción de las pensiones y los empleos de miles de trabajadores siderúrgicos, automotrices y mineros de carbón, comprando y revendiendo a industrias enteras. Otro es Carl Icahn, un saqueador corporativo que les hizo lo mismo a los trabajadores de las líneas aéreas y a los trabajadores de los casinos de Trump. Después de la celebración del triunfo electoral de Trump, se fue directo a invertir mil millones de dólares en acciones que se estaban desplomando, sólo para luego ver cómo se volvían a disparar de vuelta.

Estas políticas antiobreras, sin embargo, son totalmente compatibles con el papel que desempeñan los sindicatos al imponerles recortes a los trabajadores mientras pretenden representarlos.

Los bloques sindicales AFL-CIO y Change to Win (Cambiar para ganar) y sus sindicatos afiliados gastaron un récord de 150 millones de dólares en intentar elegir a Hillary Clinton, la candidata favorecida de Wall Street. Al igual que los líderes de otras organizaciones alineadas con el Partido Demócrata, Trumka había denunciado a Trump como un “fraude”, diciendo que reduciría los salarios, recortaría los impuestos corporativos y destruiría a los sindicatos. Sin embargo, la realidad es que el impacto que tuvo el estancamiento salarial y el deterioro en los niveles de vida de los trabajadores que fueron avanzados por estos sindicatos, condujeron al fracaso de la campaña para “sacar-el-voto” por Hillary Clinton.

Los sindicatos han tenido una alianza política con el Partido Demócrata por mucho tiempo. Durante los últimos ocho años, bajo el gobierno de Obama, han encabezado los ataques contra los trabajadores automovilísticos y la clase obrera en su conjunto. En el 2009, la reestructuración de la industria automotriz de Obama se basó en obligar a los trabajadores a aceptar recortes a sus salarios y beneficios, además de la destrucción de decenas de miles de empleos.

En comparación con el 2012, el Partido Demócrata perdió una cantidad importante de votos—incluyendo a trabajadores negros, blancos e inmigrantes. Además, una sección de los trabajadores industriales en los antiguos bastiones demócratas de Michigan, Pensilvania, Wisconsin y Iowa votaron por Trump, quien se presentó como el candidato en contra de la clase política.

Los sindicatos han trabajado con los demócratas porque, generalmente, los demócratas han favorecido el uso de los sindicatos como una fuerza para vigilar a la clase trabajadora, garantizándole a los ejecutivos sindicales una parte de las ganancias. Sin embargo, ahora, con la elección de Trump, estos mismos ejecutivos están tratando de acomodarse con el futuro régimen republicanos para defender sus intereses.

Al mismo tiempo, existe una afinidad natural entre el aparato sindical y el protofascista de Trump, ya que ambos han utilizado por años un discurso virulento de nacionalismo económico y chauvinismo contra asiáticos y mexicanos. Con su hostilidad hacia la conciencia de clase y el socialismo y su promoción del corporativismo y de la cooperación entre los trabajadores, el gobierno y la patronal para “el interés nacional”, la burocracia sindical es un caldo de cultivo para un futuro movimiento fascista.

Esto tiene raíces objetivas que van más allá de la corrupción de algún u otro burócrata sindical. En la década de 1980, la UAW y los otros sindicatos —que, al igual que los sindicatos alrededor del mundo, se basan en un programa nacionalista y procapitalista —no tuvieron una respuesta progresiva ante la globalización de la producción y el declive histórico de la industria estadounidense en su posición relativa. En cambio, aislaron huelgas, colaboraron con la patronal para recortar empleos y salarios, y se integraron plenamente en la estructura ejecutiva de las corporaciones.

En la convención constitucional de 1983 de la UAW, que autorizaba la destrucción de decenas de miles de puestos de trabajo, la burocracia sindical adoptó oficialmente la doctrina del corporativismo. Esta niega que los trabajadores tienen intereses que son diferentes y hostiles a los de la clase capitalista. En ese entonces, la Liga de los Trabajadores (Workers League), la precursora del Partido Socialista por la Igualdad, señaló que las propuestas de la UAW de adoptar una “política industrial nacional” y de integrar a la clase obrera junto al capital en organizaciones reconocidas por el Estado eran concepciones virtualmente idénticas a las del programa fascista italiano de Mussolini.

Para socavar la conciencia de clase de los trabajadores militantes, la UAW y los otros sindicatos promovieron intransigentemente la mentira de que había que culpar a los trabajadores en el exterior, no al capitalismo, por la destrucción de sus puestos de trabajo. Por lo tanto, la única forma de responder era sacrificando sus beneficios laborales, los cuales fueron ganados por generaciones de luchas obreras, con el fin de hacer a las compañías estadounidenses más “competitivas”, es decir, rentables. La xenofobia contra los japoneses de la UAW fue tal en las décadas de 1980 y 1990 que provocó el asesinato de Vincent Chin, un estadounidense de origen chino de 27 años de edad y criado en Detroit, quien fue vapuleado hasta la muerte por un capataz de la compañía Chrysler y su hijo que había sido despedido.

El apoyo de los sindicatos a los planes de Trump sólo provocarían a los rivales económicos de EE.UU. a implementar políticas de guerra comercial, lo cual desencadenaría el colapso de la economía estadounidense y la mundial e inevitablemente una guerra mundial, de forma similar a las décadas de 1930 y 1940.

Los ejecutivos sindicales también le están ofreciendo a Trump sus servicios como una fuerza policiva sobre los trabajadores a cambio de un papel prominente en los proyectos de infraestructura y planes nacionales para coaccionar más a los trabajadores para la producir para la guerra. Williams enfatizó que la UAW apoya el plan de infraestructura de Trump y dijo que instaría al presidente electo a establecer programas de entrenamiento para aprendices industriales similares a los de Alemania.

El régimen de Trump estará dominado tanto por crisis internas como externas y será incapaz de resolver los problemas profundamente arraigados del capitalismo estadounidense. También enfrentará la oposición social de las masas obreras. Millones pronto se darán cuenta de que el nuevo presidente, un charlatán multimillonario, no tiene la capacidad, ni mucho menos la intención, de mejorar las condiciones de nadie excepto las de la clase gobernante a la que pertenece.

El acogimiento de la UAW y los otros sindicatos a Trump sólo los desacreditará más ante la clase obrera en general y ante la oposición de base a sus políticas corporativistas. Como parte de su lucha contra la clase gobernante y en defensa de sus empleos, salarios y derechos sociales básicos, la clase obrera confronta en los sindicatos a un amargo enemigo.

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