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Perspectiva

Estudio sobre los ingresos de los jóvenes enfatiza el declive en estándares de vida en Estados Unidos

Un estudio publicado la semana pasada por un equipo de economistas de Stanford, Harvard y la Universidad de California en Berkeley concluyó que la probabilidad de que los jóvenes estadounidenses ganen más que sus padres ha declinado drásticamente desde 1970 hasta el presente. En 1970, 92 por ciento de los jóvenes ganaban más de lo que sus padres a una edad similar. Sin embargo, este porcentaje se desplomó a solo 51 por ciento en el 2014.

Las cifras para los hombres son aún peores. En el 2014, sólo un 41 por ciento de los hombres de 30 años de edad ganaron más que sus padres a una edad similar. Los investigadores también descubrieron que el Medio Oeste tiene la probabilidad más baja de que los jóvenes ganen más que sus padres, dado que es la región donde décadas de desindustrialización han tenido el impacto social más devastador.

Los economistas concluyeron que incluso un crecimiento económico acelerado haría poco para revertir esta trayectoria descendente debido al inmenso y continuo crecimiento de la desigualdad social.

Los autores del estudio caracterizan sus hallazgos como un duro veredicto sobre el poder del llamado “sueño americano.” En realidad, sus propios hallazgos se unen a una pila de índices sociales que demuestran que el promulgado, pero en gran parte mítico, "sueño americano” se ha convertido en una pesadilla. En la medida en que este término, siempre promovido para fomentar ilusiones en el capitalismo estadounidense, correspondía a la realidad social estaba relacionado con la idea de que cada nueva generación tendría un mejor nivel de vida que la anterior.

La semana pasada, los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) anunciaron que en el 2015 la expectativa de vida general en los EE.UU disminuyó por primera vez en más de dos décadas. Este declive refleja un aumento en las tasas de mortalidad de varias enfermedades, lesiones accidentales, tasas de suicidio más altas y un aumento en la mortalidad infantil.

A principios de este año, un grupo de investigadores en Harvard reportó que entre los hombres estadounidenses hay una brecha de 15 años en la expectativa de vida del uno por ciento más rico y el uno por ciento más pobre. Otro índice de la crisis social es un reporte del CDC que concluyó que en el 2015 las muertes por sobredosis de heroína sobrepasaron las muertes causadas por los homicidios con armas de fuego. Mientras tanto, anualmente las muertes causadas por sobredosis de opioides se cuadruplicaron entre 1999 y el 2015.

El estudio sobre los ingresos notó que la caída más grande en el porcentaje de adultos jóvenes que ganaban más que sus padres ocurrió entre 1970 (92%) y 1992 (58%). Este porcentaje se estabilizó por alrededor de una década y comenzó a caer de nuevo a partir del 2002.

Hay una correlación directa entre esta trayectoria descendiente y la decadencia del capitalismo estadounidense. En la década de los setenta la descomposición del boom económico post-guerra y la erosión del dominio de la industria estadounidense lograron salir a la luz en la forma del colapso del sistema monetario Bretton Woods en 1971 y la creciente participación de los mercados mundiales –incluido EE.UU.- siendo conquistado por potencias rivales como Alemania y Japón.

Al final de esta década, la clase dirigente estadounidense comenzó un cambio significativo en su política de clase, en el cual concluyó el compromiso de clases del periodo de posguerra y lanzó una ofensiva contra la clase obrera dirigida a corromper su resistencia militante y revertir sus ganancias sociales acumuladas. Una oleada de cierres de plantas y despidos masivos que comenzaron bajo el gobierno demócrata de Carter fue intensificadas bajo Reagan. Con el apoyo de las traiciones y colusiones de los sindicatos, Reagan se aprovechó del crecimiento del desempleo junto con la destrucción de los sindicatos y la reducción de salarios para deteriorar el nivel de vida de la clase obrera.

Esta ofensiva ha continuado desde entonces bajo gobiernos tanto demócratas como republicanos. El ritmo de declive en el nivel de vida de la clase obrera se frenó un poco en los años noventa. En este periodo, Clinton presidió sobre una tendencia económica ascendente basada en la eliminación de prácticamente todas las restricciones sobre la especulación financiera y el parasitismo. La burbuja dot.com que implosionó en el 2000 como consecuencia impulsó otra ola masiva de despidos y recortes salariales bajo los gobiernos de Bush y Obama. Esta ofensiva se intensificó en respuesta a la crisis financiera de Wall Street en el 2008.

Esta es la catástrofe social, arraigada en la decadencia del capitalismo estadounidense, que subyace la crisis política de ambos partidos corporativos en las elecciones del 2016 y la victoria de Trump, quien personifica la decadencia económica, política y moral de la clase dirigente estadounidense.

La elección fue dominada por el crecimiento de la ira popular y el disgusto con ambos partidos, así como con el status quo político y económico. El amplio apoyo popular, particularmente entre los jóvenes y los trabajadores, para la campaña de Bernie Sanders, un demócrata que se presentó como un oponente "socialista" de la "clase multimillonaria" y la desigualdad social, reflejó las etapas iniciales de un movimiento de la clase obrera hacia la izquierda. Sanders hizo todo en su poder para canalizar esta oposición por detrás del Partido Demócrata, lo que culminó en su apoyo a Hillary Clinton y su campaña.

La campaña de Clinton, la más derechista en la historia contemporánea del Partido Demócrata, se centró en fomentar escándalos contra Trump y hacer llamados bélicos contra Rusia. Fue apoyada ampliamente por Wall Street y la CIA, presentándose como la continuadora de la supuesta "recuperación" económica de Obama. Utilizó la política racial y de género para representar el apoyo de la "clase obrera blanca" hacia Trump como evidencia de racismo y de sexismo, desviando, de esta forma, la atención hacia el crecimiento continuo de la desigualdad social y el empobrecimiento de amplios sectores de trabajadores.

En unas elecciones en las que los dos candidatos compitieron por la distinción de ser los candidatos presidenciales más despreciados de la historia de Estados Unidos, y la mayoría de los votantes fue aquella que no vio ninguna razón para votar, Trump recibió por parte de los demócratas y Sanders el camino libre para explotar las quejas económicas de los trabajadores e individuos de clase media cuyo nivel de vida fue devastado por las políticas de ambas partidos.

Tanto el gobierno de Obama como la campaña electoral de Clinton son el resultado de casi cinco décadas, comenzando a finales de la década de los sesenta, durante los cuales el Partido Demócrata repudió cualquier conexión con las políticas de reforma social y se ha movido cada vez más hacia la derecha.

Muy pronto los trabajadores, incluidos los que votaron por Trump, se darán cuenta de que les tomaron el pelo y se enfrentarán a su gobierno, el enemigo más feroz de la clase obrera. Su gabinete de reaccionarios multimillonarios y generales belicosos ya deja claro que su gobierno será el más derechista y anti-obrero en la historia estadounidense.

Las políticas de contra-revolución social y guerra de Trump no harán nada para resolver la crisis subyacente del capitalismo estadounidense y mundial: sólo exacerbarán la crisis social. La clase obrera se enfrentará a enormes choques en los próximos meses y se movilizará para luchar contra un gobierno que prepara un nivel de represión estatal sin precedentes para defender a la élite corporativa-financiera.

Los intereses y necesidades de la clase obrera no pueden encontrar expresión dentro del sistema político actual. La defensa de los derechos democráticos y sociales debe asumir la forma consciente de un movimiento político socialista de la clase obrera contra el sistema capitalista.

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