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Perspectiva

Sanders apoya el nacionalismo económico de Trump

Dos días después de que millones marcharan en Estados Unidos y alrededor del mundo en oposición a las políticas antidemocráticas y militaristas del programa nacionalista “EE.UU. ante todo” (America First) de Donald Trump —una demonstración contra una inauguración presidencial estadounidense sin precedentes por su inmensidad y carácter internacional— el senador del estado de Vermont, Bernie Sanders, se solidarizó con el nuevo presidente y su tóxico nacionalismo económico.

El lunes pasado, Trump firmó una orden ejecutiva para retirar a EE.UU. del Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica (TPP; Trans-Pacific Partnership) conformado por 12 naciones. Al mismo tiempo, Trump reiteró su intención de renegociar el Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN) con México y Canadá.

Tras declarar que estas acciones van a ser “geniales para el trabajador estadounidense”, Trump reafirmó que los cierres de fábricas y recortes salariales en EE.UU. son la culpa de este “comercio injusto” que beneficia a los trabajadores de otros países—no el capitalismo y el implacable afán de lucro de las corporaciones.

Sanders no tardó en felicitar a Trump, diciendo: “Por los últimos 30 años, hemos tenido una serie de acuerdos comerciales, incluyendo el TLCAN y relaciones comerciales normales y permanentes con China, entre otros, que nos han costado millones de empleos con salarios decentes y que han generado una 'carrera hasta el fondo', bajándole los salarios a los trabajadores estadounidenses”.

Sanders continuó: “Si el presidente Trump habla en serio acerca de una nueva política para ayudar a los trabajadores estadounidenses, entonces estaría encantado de trabajar con él”.

Tan sólo tres días después de que Trump entregase su discurso de investidura, el cual podría resumirse con la consigna Nazi, “EE.UU. uber Alles”, Sanders está respaldando los esfuerzos del demagógico multimillonario presidente para pintarse como un aliado de los trabajadores estadounidenses. En su diatriba, Trump arremetió contra los políticos que “han hecho a otros países ricos”, mientras que “la riqueza de nuestra clase media ha sido arrancada de sus hogares y luego redistribuida por todo el mundo”. De ahora en adelante, insistió, “la piedra angular de nuestra política será la lealtad total a los Estados Unidos de América”.

El mito de una nación unida sin clases sociales, cuyos intereses son mutuamente antagónicos, se ha empleado históricamente para suprimir la lucha de la clase obrera, asociándola con “sus propios” capitalistas bajo una bandera nacional. Hoy, como en el pasado, los llamados a la unidad nacional y el fomento de la xenofobia son antecedentes a la guerra y la dictadura.

Las críticas de Trump a estos acuerdos comerciales corporativistas no tienen nada que ver con la promoción de los intereses de los trabajadores estadounidenses. Al contrario, son una trampa para crear enemistad entre los obreros en EE.UU. y sus hermanos y aliados naturales— los trabajadores en México, China y en todo el mundo. El capitalismo globalizado ha soldado objetivamente a los trabajadores de todo el mundo en un proceso común de producción, donde son explotados por las mismas corporaciones transnacionales y bancos. No puede haber ninguna defensa exitosa de empleos, salarios ni derechos democráticos en ningún país si no se hace con base en una estrategia para unir a los trabajadores de todos los países contra el capitalismo.

El gabinete de Trump, compuesto por multimillonarios, ultrareaccionarios y exgenerales militares, expone en carne y hueso la realidad contrarrevolucionaria detrás de sus pretensiones populistas. Inequívocamente, Sanders le está dando credibilidad a un gobierno que es explícito en sus intenciones de destruir todas las victorias sociales del siglo pasado, incluyendo las regulaciones de salud ocupacional, las leyes ambientales, la Seguridad Social y los seguros médicos de Medicare y Medicaid.

Sanders también votó a favor de los nombramientos de Trump para los secretarios de Defensa y de Seguridad Nacional. Al frente del Pentágono, el exgeneral de la Marina, James “Perro Rabioso” Mattis, es un criminal de guerra que dirigió la ofensiva militar en Faluya, Irak. Por su parte, el general jubilado John Kelly, quien supervisó la infame prisión en Guantánamo, estará a cargo del Departamento de Seguridad Nacional, con el cual detendrá y deportará a millones de inmigrantes.

En julio del año pasado, cuando Sanders se retiró de las primarias del Partido Demócrata y respaldó la candidatura de Hillary Clinton, dijo que nada podría ser más terrible que la elección de Donald Trump. Haciéndose pasar por el líder de una “revolución política” contra “la clase multimillonaria”, les dijo a los millones de trabajadores y jóvenes que habían votado por él que no tenían ninguna otra opción más que votar por la candidata favorita de Wall Street ya que la elección de Trump sería una catástrofe impensable.

Al darle su apoyo a Clinton, Sanders le regaló a Trump una cancha abierta para presentarse como el único candidato opuesto a la clase política o al establishment. De esta manera, explotó el amplio enojo social hacia el crecimiento de la desigualdad social bajo los gobiernos de ambos partidos corporativistas, un proceso que se aceleró exponencialmente con Obama.

La capitulación de Bernie Sanders fue el resultado lógico de su orientación política oportunista y nacionalista. El carácter de su programa nunca fue de izquierda, ni mucho menos socialista. Por décadas, ejerció el papel de una válvula de escape al servicio del Partido Demócrata, el partido de Wall Street y del aparato militar y de inteligencia.

Por su oposición y temor a un movimiento obrero auténtico, Sanders se alió con la burocracia sindical, la cual utiliza el nacionalismo económico para suprimir la lucha de clases y para justificar su complicidad en los ataques del gobierno y las corporaciones contra los puestos de trabajo y niveles de vida de los trabajadores. La respuesta de los sindicatos a la elección de Trump fue personificada por el presidente del sindicato Trabajadores Siderúrgicos Unidos (USW; United Steelworkers), Leo Gerard, quien celebró la decisión de rechazar el TPP declarando el inicio de “una agenda prometida, favorable a los trabajadores y al crecimiento de los ingresos y que prioriza revitalizar el sector manufacturero”. Luego, agregó que los sindicatos “estamos deseosos de trabajar con la actual administración”.

Tras la derrota de Clinton, tanto Sanders como los dirigentes sindicales y los demócratas “progresistas” como Elizabeth Warren retiraron sus predicciones apocalípticas y comenzaron a acomodarse con el gobierno de Trump.

La trayectoria política de Sanders es una lección sobre la naturaleza de las políticas de la “izquierda” de la clase media en EE.UU., cuyo oportunismo político la hace incapaz de pensar fuera de las estructuras de la política burguesa. Cualquier gota de principios políticos que tengan, la abandonan por la primera oportunidad de una “coalición”. La única regla inquebrantable que sostienen es su oposición absoluta a la lucha marxista por la independencia política de la clase obrera y por la consciencia de los trabajadores de su papel como líderes en la transformación revolucionaria de la sociedad.

Las protestas de masas en Estados Unidos y alrededor del mundo son una expresión de las preocupaciones que atraviesan las fronteras sobre la desigualdad social y el peligro del fascismo y la guerra. Coinciden además con el resurgimiento de la lucha de clases en EE.UU., Europa, Asia y todo el mundo, que continuará intensificándose en la medida en que los gobiernos capitalistas intenten descargar todo el peso de la crisis económica global, más el costo de la remilitarización para la guerra, sobre la clase obrera.

Para transformar esta oposición social en un movimiento político consciente, no sólo contra Trump, sino también contra el sistema capitalista que lo produjo, la clase obrera necesita romper decisivamente con todas las distintas formas de oportunismo político.

El camino a seguir para la clase obrera no radica en los intentos fútiles de empujar al Partido Demócrata hacia la izquierda ni de crear algún tipo de “izquierda” nacionalista. Es necesario rechazar el nacionalismo y el chauvinismo en cualquiera de sus formas y construir un movimiento obrero que sea totalmente independiente de y hostil hacia toda la política y partidos de la clase capitalista y que esté basado en un programa internacionalista y socialista.

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