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Setenta y Cinco años desde la Conferencia de Wannsee

El viernes 20 de enero 2017 fue el setenta y cinco aniversario de la infame Conferencia de Wannsee. Quince representantes del gobierno nazi se reunieron en una villa suburbana en Berlín para preparar la implementación de la “solución final a la cuestión judía” (Endlösung der Judenfrage).

Reinhard Heydrich, el director de la Oficina Central del Imperio (Reichssicherheitshaupt, RSHA) organizó la reunión. Participaron representantes de la oficina de relaciones externas del gobierno general polaco (Auswärtiges Amt), la cancillería imperial (Reichskanzlei), la Oficina de Raza y Asentamiento, y varios líderes de la SS (Escuadra de Defensa, Schutzstaffel).

La Villa Wannsee en un suburbio of Berlín. Es ahora un museo conmemorativo, © A. Savin, Wikimedia Commons

Con la Conferencia de Wannsee comienza el proyecto del estado imperial, de las fuerzas armadas y de las grandes empresas con el fin de exterminar a los judíos europeos. El propósito de la conferencia fue asentar los cimientos para implementar el plan y coordinar todas las agencias claves del estado alemán en este esfuerzo criminal. Aunque nunca se encontró ningún parte firmado por Adolf Hitler, no cabe duda de que él autorizó la “solución final” y la conferencia misma, al igual que todos los pasos de persecución y masacre de los judíos de Europa.

En Julio 1941, el mariscal imperial Hermann Göring, oficialmente nombra a Reihard Heydrich director de la “solución de la cuestión judía”. Luego de una preparación de varios meses bajo la dirección de Heydrich y su asistente, Adolf Eichmann —quien en el otoño de 1941 supervisaba los primeros intentos de usar gases como método de asesinato en masa— los conferenciantes en la villa Wannsee acordaron, en una reunión de noventa minutos, que “remover” los judíos del lebensraum germánico requeriría el exterminio de éstos. Gran parte de la discusión fue sobre quiénes eran o no judíos, para incluirlos o excluirlos de la matanza. Elemento central fue la decisión de ejecutar tanto a los judíos de Europa Oriental, a quienes los nazis consideraban inferiores, como a los de Alemania y a los que los que según los nazis eran de mezclados genéticamente (Mischlinge).

El protocolo de la conferencia declara como objetivo “barrer a Europa de este a oeste”, para “evacuar” (léase exterminar) a los judíos. Se perdonaría temporalmente la vida de los que estuvieran en “condición de trabajar”, con el fin de explotarlos en beneficio del proyecto bélico alemán. Al final “recibirían su merecido” —más adelante Adolf Eichmann haría suya esa frase. La conferencia estimaba una masacre con once millones de víctimas.

Encargada del proyecto y de la organización y de este genocidio era la Oficina de Seguridad de Heydrich. Establecida en 1939 para combatir “los enemigos internos y externos” del régimen, la RSHA incluía la SS, el Servicio de Seguridad, SD, y la policía de seguridad, SIPO. Estaba compuesta de intelectuales nazis, mucho de ellos médicos y abogados.

Reinhard Heydrich, figura central del holocausto, © Bundesarchiv, Bild 146-1969-054-16

La Conferencia de Wannsee, programada originalmente para el 9 de diciembre 1941 ocurre en medio de una tremenda crisis del régimen nazi. Pocas semanas antes, Alemania nazi le había declarado la guerra a Estados Unidos, país que, como bien sabían las élites de poder nazis, tenía una economía más fuerte y un ejército más potente. En la guerra contra la Unión Soviética, las fuerzas armadas del imperio alemán (la Wehrmacht) estaban empantanadas entre Moscú y Leningrado, encarando creciente resistencia del Ejército Rojo y de la población rusa.

El imperio nazi confrontaba una guerra “de dos frentes” en medio de una creciente crisis económica y alimenticia. Importantes sectores de las fuerzas armadas estaban considerando la posibilidad de la derrota. Dada estas condiciones, la conducción nazi decidió que era necesario, luego de un corto intervalo, llevar a cabo la hecatombe de los judíos europeos —el compromiso de Hitler de principios de 1939.

Lo que llevaría el nombre de Holocausto no comienza con la Conferencia de Wannsee. Los derechos civiles de los judíos alemanes habían sido progresivamente eliminados. Los nazis los habían perseguido desde que tomaron el poder en 1933. En octubre 1938, ocurre la primera gran deportación de judíos de la Alemania nazi, de diecisiete mil ciudadanos polacos, hombres, mujeres, niños. Después de la invasión de Polonia en septiembre 1939, se construyeron guetos por toda Europa Oriental, hacinando a judíos polacos bajo terribles circunstancias. A fines de 1939, en Polonia, el “grupo de fajina Woyrsch” (Einsatzgruppe Woyrsch) masacra a miles de judíos; al mismo tiempo la Wehrmacht conduce otras masacres. Las autoridades de ocupación, antes de inaugurar las cámaras de gas, organizan hambrunas que matan de hambre a cientos de miles de judíos polacos. Las medidas antijudías se transforman en un genocidio total luego de la invasión de la Unión Soviética el 22 de junio 1941. En los meses siguientes, se extermina con metralla una gran parte de la población judía soviética en la región que hoy en día es Ucrania, Belarus, y los Países Bálticos, convirtiendo a partes de esas regiones en verdaderos cementerios. Ocurren en Ucrania las infames masacres de Kamenets-Podolsk (27 y 28 de agosto 1941, con unos veinticuatro mil muertes) y de Babi Yar (29 y 30 de septiembre 1941, con más de treinta y tres mil muertos).

Sin embargo, es solo después de la Conferencia de Wannsee que comienza la matanza en cámaras de gas de millones de judíos en campos de exterminio. Más de la mitad de los seis millones de judíos masacrados durante la Segunda Guerra Mundial, perecen entre marzo 1942 y marzo 1943. Dos de los tres millones de judíos polacos fueron ejecutados en 1942, casi todos en las cámaras de gas de Auschwitz, Treblinka, Chelmno, Sobibór y Bełżec. Perecieron cientos de miles de judíos griegos, franceses, yugoslavos, eslovacos, y bohemios. En el verano de 1944 murieron en sólo pocas semanas cuatrocientos mil judíos de Budapest, una de las últimas comunidades judías de Europa, en las cámaras de gas de Auschwitz.

Monumento en memoria del campo de exterminio de Treblinka, al noreste de Varsovia; en sus cámaras de gas murieron más de un millón de judíos entre el verano de 1942 y el verano de 1943.

Muy pocos de los que participaron en la Conferencia de Wannsee fueron obligados a sentarse en el banquillo, casi ninguno de ellos por haber participado en el Holocausto. Reinhard Heydrich fue asesinado en 1942, otro murió en la guerra, dos más se suicidaron; otros dos murieron a poco de acabar la guerra. Eberhard Schöngarth, y Josef Bühler, líderes de la SS, fueron condenados a muerte e ejecutados por cometer otros crímenes. Adolf Eichmann fue enjuiciado y condenado a muerte en Israel en 1961-1962, luego de haber pasado años en el exilio en Argentina.

El representante de la Oficina de Raza y Asentamiento en la Conferencia de Wannsee, Otto Hofmann, fue condenado en Nuremberg a 25 años de prisión. Se lo perdona en 1954. Wilhelm Stuckart, líder de la SS y uno de los autores de las leyes antisemitas de Nuremberg, recibió una condena de menos de cuatro años en prisión, sentencia que nunca cumplió. Las autoridades germanas eventualmente lo tildaron de simple “seguidor” del régimen nazi. Derechista acérrimo, Stuckart se transforma en un exitoso político en Alemania Occidental, carrera que acaba al morir él. Participaron otros en la Conferencia de Wannsee que, al igual que otros importantes criminales de guerra nazi, nunca pasaron ni un día en prisión.

Décadas desde el fin de la Segunda Guerra Mundial; se han escrito miles de libros sobre los diferentes aspectos del Holocausto y de la Alemania Nazi, cuyo salvajismo sigue planteando más y más interrogantes. Sigue sin respuesta la pregunta ¿cómo fue posible todo esto? Hoy en día se alumbra una pregunta aun más preocupante: ¿Luego de todos esos horrores, cómo pueden las mismas fuerzas que cargan con la responsabilidad histórica de todos esos crímenes levantar sus cabezas una vez más en Europa y el mundo?

En la región báltica las Waffen SS de Letonia y Estonia que cargan con la culpa histórica de haber jugado un papel clave en la matanza del noventa por ciento de la población judía de esa zona, ahora son glorificadas por la clase de poder. En Lituania se nombran calles y construyen monumentos a colaboradores nazis. El golpe de estado de Ucrania, coreografiado por las potencias occidentales, trajo al poder al partido Svoboda de extrema derecha continuando la trayectoria de los colaboradores nazi que han sido integrados en la vida política. Han sido prohibidos todos los símbolos teniendo que ver con el comunismo y con la lucha del Ejército Rojo contra el fascismo.

En Polonia, que los nazis transformaron en un centro del Holocausto, el actual gobierno derechista del partido Ley y Justicia (Prawo i Sprawiedliwośćcv, PiS) azuza corrientes antisemitas y el revisionismo histórico; al mismo tiempo integra en el gobierno a sus fuerzas paramilitares.

Más preocupante es que en Alemania actual personajes universitarios coordinan proyectos de falsificación histórica para lavarle la cara al salvajismo del imperialismo germánico del siglo XX. Simétricamente la burguesía alemana quiere otra vez convertir a Alemania una potencia mundial. Personalidades políticas de todos los partidos burgueses, inclusive el mal llamado “Partido de Izquierda” (Linkspartei) apoyan la enorme expansión de las fuerzas armadas y la creación de un estado policial, como medidas derechistas antiinmigrantes.

La cuestión de los crímenes del régimen nazi está mancornada a la cuestión del renacimiento de medidas y partidos de derecha. No es posible comprender la aparición de gobiernos fascistas en el periodo entre las dos guerras mundiales sin tener en cuenta la reacción de la burguesía a la crisis existencial que encaraba y la amenaza que, para ésta, representó el establecimiento del primer estado obrero en la historia mundial, como resultado de la Revolución Rusa de 1917.

Es un hecho histórico que un régimen cuyo objetivo era la destrucción del marxismo como fuerza política fue responsable de los peores crímenes en la historia de la humanidad. Hitler así lo admite en un discurso ante un grupo selecto de la élite empresarial y política de Hamburgo en 1926; declara que la destrucción del marxismo, antes que nada en Alemania, era una “representación del destino” alemán, la precondición de su renacimiento y la reconstrucción de un imperio (Reich). Añade que “en base a ese reconocimiento, se establece este movimiento que yo intento agrandar y llevar al poder (emporzubringen). Su misión es bien definida: la destrucción y aniquilación del marxismo”.

La ideología antisemita y racista nazi viene a ser una manifestación particularmente fanática de reacción ideológica contra el crecimiento del movimiento socialista obrero. En el curso de la historia, el antisemitismo siempre ha estado estrechamente vinculado con corrientes reaccionarias, primero en la Revolución Francesa y después en las revoluciones rusas de 1905 y 1917. La guerra civil rusa de 1917-22 produjo algunos de los más bárbaros pogromos antisemitas, a manos del ejército blanco y de nacionalistas polacos y de Ucrania, que se oponían al estado obrero.

Al lanzar los nazis la guerra contra la URSS en 1941 que aceleraron las masacres antisemitas en Europa Oriental, éstos se pudieron basar en las mismas corrientes nacionalistas que habían combatido, apenas veinte años antes, contra la Rusia Bolchevique. Nuevamente el cimiento ideológico para movilizar esas fuerzas fue ese cuco de siempre, “el bolchevique judío”.

Por lo tanto no es accidental que alguien como Jörg Beberowski, de la Universidad Humbolt de Berlín, que dirige la campaña de minimizar los crímenes de la Alemania nazi, comenzó su carrera universitaria falsificando la historia y repudiando a la Revolución de Octubre. Pasarían pocos años entre sus ataques al gobierno bolchevique, acusándolo de ser una mafia criminal, a la minimización de los crímenes del Wehrmacht contra la Unión Soviética, diciendo que habían sido sólo una respuesta a la violencia del Ejército Rojo. En 2014, Baberowski escribe un artículo donde declara sin pelos en la lengua que Hitler “no había sido cruel” y que la historia justificaba a Ernst Nolte, historiador revisionista, que en el mismo artículo declaraba que los judíos cargaban con la culpa del Holocausto.

Si el ascenso de la extrema derecha europea después de la Primera Guerra Mundial fue una reacción al movimiento de la clase obrera a través de Europa y a la toma del poder en Rusia; es con un propósito preventivo que en la actualidad la burguesía deliberadamente azuce a la extrema derecha con su paralela tergiversación de la historia. Ante la crisis más seria del capitalismo mundial desde los 1930, con sus niveles histórico de desigualdad social, la burguesía anticipa grandes luchas revolucionarias de la clase obrera a través del mundo. Su intención es sobreponerse a su histórica crisis con guerras, fascismos, y dictaduras.

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