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Perspectiva

Las amenazas nacionalistas de Trump y la respuesta de la burguesía europea

Menos de dos semanas después de la investidura de Donald Trump como presidente de Estados Unidos, la autoridad política que ejercía el gobierno norteamericano en Europa ha quedado destrozada. El resultado electoral en EE.UU. ha desencadenado una crisis política sin precedentes en Europa, mientras aún se expanden internacionalmente las protestas contra el veto de Trump a musulmanes y refugiados y se profundizan los conflictos entre Washington y la Unión Europea en cuestiones comerciales y militares.

El nuevo presidente de EE.UU. es muy impopular en Europa. Una encuesta de FranceInfo encontró que Trump tiene índices de desaprobación de 83 por ciento en Alemania, 81 por ciento en Francia, 80 por ciento en España, 75 por ciento en Gran Bretaña y 59 por ciento en Italia. La población europea siente simpatía hacia las protestas en EE.UU. y otros países contra Trump, cuyas medidas contra musulmanes e inmigrantes son despreciadas de forma extensa. Sus políticas son vistas por lo que son: un hostigamiento a los sectores más indefensos de la población con base en el fomento del nacionalismo y el racismo.

Mientras que esta oposición social contra Trump expresa hostilidad hacia el chauvinismo y la guerra, la clase gobernante europea está preparando sus fuerzas armadas y policiales para un conflicto con Washington.

Emergen contradicciones rápidamente. En noviembre, Barack Obama viajó a Europa para tranquilizar a las élites políticas sobre la elección de Trump, insistiendo en que Trump siente “un compromiso con la OTAN y la Alianza transatlántica”. Apenas dos meses después, los conflictos que surgieron a partir de la elección de Trump han menoscabado las relaciones entre el capitalismo estadounidense y el europeo prevalentes desde la Segunda Guerra Mundial.

En sí, el triunfo electoral de Trump no causó este desmoronamiento. Más bien, sirvió de catalizador. Su actitud hacia la OTAN, llamándola obsoleta, está arraigada en las tensiones entre aliados de la OTAN que han surgido de la agresiva campaña del imperialismo estadounidense para contrarrestar las décadas de declive de su posición económica, particularmente en relación con Alemania, a través del uso de su poderío militar. Desde su elección, Trump le exigió a Alemania comprar más automóviles estadounidenses, la amenazó con imponer un arancel del 35 por ciento a los coches alemanes, aclamó la salida de Gran Bretaña de la Unión Europea o Brexit como un modelo para resquebrajar el resto de la UE y nombró a funcionarios hostiles hacia el euro.

El asesor comercial de Trump, Peter Navarro, ha denunciado la divisa del euro, ya que, según él, le permite a Alemania “explotar a los otros países de la UE y a Estados Unidos también con un 'marco alemán implícito' sumamente devaluado”. El embajador estadounidense ante la UE, Ted Malloch, dijo que el euro “podría colapsar en el próximo año, año y medio”. Malloch demás especuló que con la elección este año de partidos neofascistas en Holanda, Francia y, posiblemente, Alemania podría terminarse de destruir la UE.

Las declaraciones de hostilidad hacia las bases institucionales del capitalismo europeo son discordes al pasado. Como respuesta, las élites gobernantes se inclinan cada vez más hacia una reorientación dramática en las relaciones exteriores europeas. Der Spiegel, el equivalente alemán de la revista estadounidense Time, propone una “ruptura radical” en la alianza con EE.UU. y en vez “mejorar las relaciones con China”. “Un nuevo eje entre Berlín y Beijing podría reemplazar, al menos parcialmente, al viejo orden transatlántico”.

En vísperas de la cumbre de la UE en Malta el martes pasado, el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk, publicó una carta en la que clasifica a EE.UU. —junto con Rusia, China y el terrorismo islamista— como amenazas externas. Advierte además que la situación es “más peligrosa ahora que en ningún otro momento desde la firma de los Tratados de Roma”, que establecieron la Comunidad Económica Europea en 1957.

Tusk manifestó la necesidad de “medidas extraordinarias y asertivas” para “aprovechar el cambio de estrategia comercial por parte de EE.UU. con intensificar las conversaciones con socios interesados”. Otras propuestas del presidente del Consejo Europeo incluyen “un reforzamiento definitivo de las fronteras exteriores de la UE; una mayor cooperación en la lucha contra el terrorismo, la protección del orden y la paz dentro de la zona sin fronteras; un aumento en el gasto en defensa; y un fortalecimiento de la política exterior de la UE...”.

Se tiene que luchar contra los planes de la burguesía europea de explotar la hostilidad hacia Trump para justificar una mayor agresividad en sus políticas militares y policiales. Tusk tiene intenciones de militarizar aun más al mismo bloque imperialista que colaboró con EE.UU. en las guerras en Libia y Siria. Mientras sus funcionarios lamentan el sufrimiento de los refugiados, la UE ha implementado políticas que le han costado la vida a miles de refugiados que se han ahogado intentando cruzar el Mediterráneo.

Tusk habla cínicamente sobre “restaurar” el bienestar socioeconómico en la UE porque esta entidad ya es odiada por la clase obrera, debido a sus dictados de austeridad que, desde la quiebra financiera del 2008, han reducido los niveles de vida en toda Europa y provocado olas de protestas. Pero, si se desvían más fondos para las fuerzas armadas, las medidas de austeridad sólo se seguirán intensificando.

Propuestas como las de Tusk, por una UE dominada por Alemania para confrontar a Washington, simplemente desencadenarán más conflictos, malquistando a los trabajadores europeos con sus hermanos y hermanas de clase en EE.UU. y en la misma Europa.

A pesar de su discurso militarista, la UE está al borde de la desintegración. Con Gran Bretaña a punto de salirse en medio de una escalada de tensiones entre Londres y Berlín, la prensa europea se ha llenado de discusiones sobre reducir a la UE o a la zona del euro a un “núcleo” de países europeos con una política exterior unificada. Estas propuestas incluyen planes para expulsar a los países del este y sur del continente que se han visto devastados por las medidas de austeridad de la UE, incluyendo a Italia y Grecia, y castigándolos con devaluaciones de choque por parte de los mercados financieros.

Un siglo después de la Primera Guerra Mundial, la cuenta regresiva hasta la próxima guerra ha comenzado. Ésta surge de las contradicciones inherentes al capitalismo—una entre la economía globalmente integrada y la división del mundo en Estados nacionales antagónicos y la otra entre el carácter socializado de la producción y la acumulación de las ganancias del capital en manos privadas.

Las contradicciones económicas y sociales que formaron la base de la erupción de la guerra en 1914 también subyacieron la erupción de las revoluciones sociales de 1917 en Rusia. Las experiencias monumentales del siglo XX deben guiar a la clase obrera en su respuesta ante la crisis actual. Antes de que las clases gobernantes de EE.UU. y Europa hundan a la humanidad en otra catástrofe bélica, la clase obrera tiene que desarrollar una estrategia para luchar globalmente unida por el socialismo.

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