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Veterana de programa de tortura es nombrada directora adjunta de la CIA

El 2 de febrero, la Agencia Central de Inteligencia (CIA) anunció que su nueva directora adjunta sería Gina Haspel, una veterana de la CIA de 32 años que operó una de las primeras prisiones secretas en que se torturaron a sospechosos de Al Qaeda luego de los ataque terroristas del 11 de septiembre en Estados Unidos.

En un comunicado oficial, el recién confirmado director de la CIA, Mike Pompeo, aclamó a Haspel como una “patriota devota” y una “líder reconocida con la asombrosa habilidad de lograr las cosas.” El gobierno de Trump destacó que Haspel fuese la primera directora adjunta mujer de la agencia de espionaje.

Entre las cosas que ha “logrado” Haspel está la tortura de Abu Zubaydah y Adb el-Rahim al-Nashiri en una prisión clandestina en Tailandia el 2002. Se secuestró a Zubaydah y al-Nashiri dentro del programa de “entrega extraordinaria” de Washington durante los meses posteriores a los ataques del 9/11. Tras ser trasladados al extranjero, los detenidos fueron sometidos a torturas medievales, entre ellas el “submarino”. Zubaydah fue sometido a esa técnica en 83 ocasiones diferentes en el período de un mes, antes que los torturadores de la CIA concluyera que no tenía información alguna que entregar.

Dentro del currículo de Haspel también está la orden del 2005 de destruir las grabaciones de las interrogaciones en la prisión tailandesa, cuyo nombre en clave era “Cat’s Eye,” y en otras prisiones clandestinas. La orden fue emitida por su entonces jefe, Jose Rodriguez, el director de los servicios clandestinos de la CIA. Fue Haspel quien la ejecutó.

Esta evidencia fue destruida después de que la CIA obstruyera las peticiones de la comisión oficial del 11 de septiembre durante más de un año. Esta comisión fue formada el 2003 con el supuesto propósito de llegar al fondo del complot terrorista y la respuesta del estado. El hecho de que las grabaciones habían sido destruidas no se supo hasta después. El 2008, los codirectores de la comisión, el demócrata Lee Hamilton y el republicano Thomas Kean, se sintieron obligados a catalogar de “obstrucción” el rol de la CIA.

En este tiempo, Haspel trabajaba encubiertamente para la CIA, pero su identidad era bien conocida en los círculos oficiales. Para el 2013, Haspel era la directora interina del servicio clandestino. Sin embargo, el director de la CIA de entonces, John Brennan, la transfirió de ese cargo. Es muy posible que este cambio haya ocurrido porque en las altas esferas del gobierno se consideraba que los antecedentes de tortura de Haspel la comprometían.

Esto cambió con el gobierno de Trump. El nuevo presidente, que casi se regocijaba al afirmar que “la tortura funciona,” nombró al congresista Pompeo de Kansas, otro partidario del “submarino”, como director de la CIA. En su audiencia de confirmación ante el Senado, Pompeo suavizó su postura respecto a la “interrogación mejorada” y Trump dijo que se “deferirá” ante el General en retiro James P. Mattis, el nuevo secretario de defensa, quien ha rechazado públicamente el “submarino” y otras técnicas de tortura.

Esto podría cambiar de un momento a otro. El que Trump nominara a Pompeo, más la selección de Haspel, señalan que la tortura sigue en el tapete. También es importante una orden ejecutiva preparada en los últimos días que plantea reabrir algunas prisiones clandestinas. Esa orden fue modificada tras recibir oposición en el Congreso y, aparentemente, discusiones dentro del gabinete de Trump.

La promoción de Haspel es una muestra más del carácter inaudito del gobierno instalado en Washington. Sus políticas yacen sobre los cimientos construidos por gobiernos anteriores, pero las está llevando a un nivel cualitativamente más reaccionario y peligroso. George W. Bush, por ejemplo, llego a defender la tortura en público, pero nunca la celebró tan abiertamente como Trump. En el caso de Obama, se repudió públicamente la tortura mientras se insistía que el país debía “mirar hacia adelante, no hacia atrás,” un eufemismo para el blindaje que se prestó a los torturadores y sus superiores en el gobierno de Bush, bajo el entendimiento de que podrían volver a ser necesarios.

Los demócratas más importantes han dado tibias muestras de preocupación sobre la selección de Haspel para el cargo en la CIA. La escasa sinceridad de sus declaraciones se concentra en la preocupación sobre la imagen del imperialismo estadounidense y el daño que el comportamiento de Trump, que consideran excesivamente descarado, podría ocasionar a sus intereses. Sin embargo, esta preocupación no impidió que la demócrata californiana Dianne Feinstein, la principal demócrata en el Comité Judicial del Senado y ex presidenta del Comité de Inteligencia, o que Charles Schumer, el nuevo líder de la minoría en el Senado, se unieran a una docena de otros demócratas que votaron para confirmar la nominación de Pompeo al principal cargo de la CIA.

El gobierno de Trump presentó varios testimonios respaldando a Haspel. Entre los que han alabado su servicio y acogieron su nombramiento están James Clapper, el director de inteligencia nacional de Obama, y Michael Morell, que en dos ocasiones fue director interino de la CIA y uno de los críticos más virulentos de Trump y partidarios más entusiastas de Hillary Clinton en la campaña presidencial del 2016.

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