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Perspectiva

El capitalismo y la epidemia de adicciones en EE.UU.

Según un informe publicado el viernes por los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC; Centers for Disease Control and Prevention), el número de muertes en Estados Unidos por sobredosis de heroína se cuadruplicó de 3.036 en el 2010 a 13.000 en el 2015. La incidencia de sobredosis para todos los fármacos se ha duplicado desde 1999.

La epidemia de drogas afecta todas las edades, géneros y razas. La tasa de sobredosis para las edades de 55 a 64 años se ha multiplicado casi cinco veces, mientras que la tasa más alta fue para el grupo etario de 45 a 54 años.

Los estadounidenses blancos tuvieron la mayor tasa de muertes por sobredosis de cualquier etnicidad, más que el doble que la tasa combinada entre los negros y latinos. La mortalidad para blancos, que era menor que la de los negros en 1999, se ha triplicado desde entonces.

¿Qué está detrás de este trágico y fuerte aumento en sobredosis?

La epidemia de drogas se ha concentrado en lo que fueron regiones mineras de carbón, tales como Kentucky, West Virginia y Tennessee, junto con los estados de Michigan, Ohio, Indiana y Pensilvania del cinturón industrial. Estas regiones han sido las más afectadas del país por las décadas de desindustrialización, despidos masivos y recortes salariales desde los años setenta hasta el día de hoy.

Tasas de mortalidad por sobredosis ajustadas por edad en cada estado de EE.UU., 2015. Tasa nacional: 16,3 por 100.000. En orden: Estadísticamente más alto, estadísticamente igual, y estadísticamente más bajo.

Las ciudades y los pueblos industriales y mineros en estos estados han sido convertidos en territorios abandonados, llenos de fábricas herrumbradas donde trabajaban miles de personas. Lugares como Pontiac, Michigan; Akron, Ohio; y Huntington, West Virginia, los trabajos con salarios decentes son escasos, mientras que han sido cerradas docenas de escuelas y de centros comunitarios.

La severa angustia social alrededor del país se expresa de manera concentrada en el cinturón industrial. En el 2015, por primera vez en 23 años, la esperanza de vida sufrió una caída, principalmente a raíz del aumento en la mortalidad de los estadounidenses blancos.

El mes pasado, una encuesta realizada por la organización Young Invincibles encontró que los mileniales en el país ganan 20 por ciento menos de lo que ganaban sus padres a esa edad, a pesar de tener una mayor escolaridad. Por otra parte, la proporción de ocupantes que son dueños de sus viviendas ha llegado a su punto más bajo desde 1965, con cifras récord de jóvenes que no pueden costear irse de las casas de sus padres.

Al otro extremo, las personas mayores han sufrido un aumento dramático en sus deudas, mientras que las deudas de la población en general también han incrementado.

Existe una sensación palpable de que la sociedad estadounidense va marcha atrás. La epidemia de sobredosis refleja el hecho de que millones de personas no ven ninguna posibilidad de una vida gratificante y con seguridad económica.

Las condiciones de vida de los trabajadores, tras décadas de ingresos estancados o en declive, forman un violento contraste con la fenomenal afluencia de la burguesía, cuyo patrimonio se ha más que duplicado desde el 2009, propulsado por un alza histórica en la Bolsa.

Tasas de mortalidad por sobredosis por 100.000 habitantes en EE.UU. En orden: Blancos no hispanos, negros no hispanos, e hispanos.

En busca de ganancias fáciles y baratas pero al costo social que sea, los proveedores de atención médica, dominados por la industria farmacéutica, las gigantes aseguradoras y las cadenas de hospitales, han recurrido a prescribir analgésicos opiáceos de más. En consecuencia, más de un tercio de los estadounidenses utiliza analgésicos que necesitan una receta médica, pero en muchos casos se obtienen ilegalmente. Éste es un porcentaje mayor al de los que fuman tabaco o lo consumen de otras maneras.

Junto con las bases económicas de la crisis social, también ha tenido su efecto la decadencia intelectual y cultural a raíz de un cuarto de siglo de guerras interminables y reacción política. La guerra, la xenofobia, el chauvinismo, el culto al dinero y al poder, todos caracterizan a la clase gobernante, sus partidos políticos y las cúpulas mediáticas y del entretenimiento. Estos son los síntomas de un sistema económico y político que se resquebraja bajo el peso de sus contradicciones internas.

Entre el punto de partida del informe del CDC en 1999 y hoy, ha habido varias erupciones sociales contra las políticas bélicas y reaccionarias de los gobiernos demócratas y republicanas por igual. Hace catorce años, el mes de febrero vivió las protestas antibélicas más grandes en la historia de Estados Unidos y el mundo en un gran número de ciudades en relación con la inminente guerra estadounidense en Irak. Este movimiento fue suprimido al ser encauzado detrás del Partido Demócrata y su candidato presidencial, John Kerry.

Cuatro años más tarde, millones de trabajadores y jóvenes fueron a las urnas para expresar su odio por las políticas de guerra y austeridad del gobierno de Bush y votar por un candidato que les prometía “esperanza” y “cambio”, Barack Obama. Esta esperanza se fue convirtiendo en desilusión e ira hacia la administración demócrata conforme ésta continuaba e intensificaba las políticas belicistas y derechistas de Bush conllevando a un mayor crecimiento en la desigualdad social.

En las elecciones del 2016, prevaleció esta hostilidad de las masas populares hacia la élite política y ambos partidos corporativos. Esto tomó una forma de izquierda con el apoyo inmenso entre trabajadores y especialmente jóvenes a Bernie Sanders, quien obtuvo trece millones de votos en las primarias presidenciales del Partido Demócrata al presentarse como socialista y un opositor de la “clase de multimillonarios”. Sanders utilizó cínicamente sus pretensiones anticapitalistas para contener y desviar la oposición social detrás de la campaña de Hillary Clinton, quien encarna la adaptación a la CIA y a Wall Street de los demócratas y su rechazo total a las reformas sociales.

Esto le permitió a alguien como Donald Trump, quien personifica a la oligarquía financiera, explotar el enorme descontento social con una plataforma derechista, seudopopulista y chauvinista.

El impasse político causado por la subordinación de la clase obrera al Partido Demócrata y al sistema bipartidista en general, que ha sido fomentada por los sindicatos, han alimentado las frustraciones y desesperanza que conllevan a actos antisociales, como los asesinatos en masa y la drogadicción.

Sin embargo, la clase obrera y la juventud han encontrado otra apertura de lucha en las enormes protestas desde la inauguración de Trump. La Marcha de las Mujeres un día después de la investidura de Trump fue la protesta más grande a nivel internacional desde las manifestaciones de febrero del 2003 contra la Guerra de Irak. Además, las protestas contra los ataques de Trump hacia los inmigrantes y los derechos democráticos han continuado desde entonces.

Nuevamente, se busca disipar y desviar la oposición social detrás del Partido Demócrata, cuya preocupación central es crear las condiciones para una guerra contra Rusia. La urgente lección que debe ser tomada es la necesidad de rechazar todos estos esfuerzos y romper decididamente con el Partido Demócrata y todos los partidos y políticos de la clase capitalista.

La crisis social en el país que se expresa en la epidemia de adicciones sólo puede ser superada a partir de la movilización de la clase obrera en Estados Unidos e internacionalmente contra el sistema capitalista—la fuente de la pobreza, la desigualdad y la guerra.

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