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Perspectiva

El director del FBI: “No existe la privacidad absoluta en EE.UU”.

Las filtraciones de WikiLeaks y la amenaza de la CIA para los derechos demócraticos

En una conferencia sobre ciberseguridad en la universidad Boston College el miércoles pasado, el director del FBI, James Comey, comentó que “no hay tal cosa como privacidad absoluta en Estados Unidos”. Todas las actividades en las que participan los estadounidenses, incluyendo conversaciones con sus cónyuges, abogados o clérigos, están dentro del “alcance jurídico”. Comey luego manifestó, “Bajo las circunstancias apropiadas, un juez podría obligar a cualquiera de nosotros a testificar en corte sobre esas mismas comunicaciones privadas”.

A pesar de que lo pudo haber hecho, el director del FBI no añadió que para el aparato militar y de inteligencia de EE.UU. una orden judicial es completamente irrelevante. El gobierno estadounidense tiene métodos mucho más expeditos que una orden judicial para darse cuenta de qué hablan y piensan sus ciudadanos. Sus armas cibernéticas incluyen una gran amalgama de herramientas sofisticadas cuya existencia fue hecha pública el martes pasado por WikiLeaks, como parte de una gran filtración de datos que expuso que la CIA busca convertir millones de dispositivos electrónicos como celulares, televisiones inteligentes y computadoras de automóviles en armas de espionaje.

Los políticos demócratas y republicanos y la prensa si acaso bostezaron ante la declaración del director del FBI de que no hay ningún derecho a la privacidad. Esto está en consonancia con su reacción a los documentos de WikiLeaks, la cual fue de indiferencia ante la amenaza para los derechos democráticos que representa el expuesto arsenal de ciberespionaje de la CIA.

Para los medios de comunicación, quien dispute dicha amenaza del aparato de seguridad nacional es un agente de Rusia. El Washington Post dejó en claro esta postura en su editorial principal del jueves, bajo el título “WikiLeaks les hace un gran favor a los enemigos de Estados Unidos”.

El editorial comienza con una defensa plena y directa de la CIA, declarando, “La primera observación sobre el archivo de herramientas cibernéticas que fue robado de la CIA y difundido por WikiLeaks es que no son instrumentos de vigilancia masiva, sino medios para espiar ciertos teléfonos, ordenadores y televisores en particular. No hay pruebas de que hayan sido utilizados contra estadounidenses o de manera inadecuada...”.

El editorial continúa, “Se deduce que el objetivo de los métodos cibernéticos y que los principales beneficiarios de su publicación serán los terroristas del Estado Islámico, los fabricadores de bombas en Corea del Norte, los espías iraníes, chinos y rusos y otros adversarios de Estados Unidos”. El Post luego describe a WikiLeaks como una herramienta de Rusia y denuncia a los “fanáticos de la privacidad” que, “en efecto, abogan por el desarme unilateral de Estados Unidos en el ciberespacio”.

Tan descarada apología de la CIA suscita la pregunta, ¿por qué es que el Washington Post no anuncia abiertamente que es un instrumento de propaganda para el gobierno estadounidense y que se dedica a defender política e ideológicamente a los aparatos de inteligencia militar? El editorial no exhibe ni una pizca de independencia o crítica. El diario acepta llanamente lo que dice la CIA sobre la “prohibición legal” que tienen sus agentes de espiar a estadounidenses. Luego, el Post ataca a WikiLeaks por actuar como verdaderos periodistas, recolectando información sobre las malas conductas del gobierno y haciéndola pública.

Este es el comportamiento actual de un periódico que hace 46 años publicó junto con el New York Times los Papeles del Pentágono frente a las vehementes objeciones sobre “seguridad nacional” del gobierno de Nixon, la CIA y los líderes militares de la época. Hoy día, sólo es de esperar que, si alguien les llevara el equivalente de los papeles del Pentágono al Washington Post o al New York Times, los editores llamarían inmediatamente al FBI para que lo arresten.

La línea argumentativa del Post ha sido reproducida de innumerables formas en otros periódicos y programas televisivos. El exdirector de la CIA y la Agencia de Seguridad Nacional, Michael Hayden, ha aparecido en casi todos los noticieros para entregar la perspectiva oficial del gobierno. Ninguno de los medios de difusión puso en cuestión esta línea ni entrevistó a nadie que apoye a WikiLeaks y sus revelaciones sobre los crímenes de la CIA.

Esta relación entre la prensa y el aparato de inteligencia militar fue descrita concretamente en un informe publicado en el sitio web del New York Times a principios de la semana pasada y escrito por David Sanger, quien ha funcionado como la principal ventana para lo que la CIA y el Pentágono quieran hacer público.

Sanger escribió acerca de cómo él y otro reportero del Times, William Broad, prepararon un artículo que apareció en la primera plana del domingo pasado con el título “Trump hereda una guerra cibernética secreta contra los misiles norcoreanos”. En ese artículo, sugieren que el ejército estadounidense ha desarrollado métodos para hacer fallar los lanzamientos de misiles del país asiático. Su mensaje principal es que las contramedidas del gobierno son insuficientes y que debe tomar acciones más drásticas para contrarrestar la supuesta amenaza de un ataque nuclear norcoreano en contra de blancos estadounidenses.

En un párrafo pasmoso, Sanger describe “la parte sensible de estas investigaciones: decirle al gobierno lo que teníamos, conseguir algún comentario oficial (y no lo ha habido) y evaluar si alguna de nuestras revelaciones podría afectar alguna operación en curso”. Más adelante, explica, “En las últimas semanas del mandato de Obama, fuimos a las oficinas del director de inteligencia nacional” donde era “importante escuchar cualquier inquietud que pudiesen tener acerca de los detalles que estábamos planeando publicar para ser considerados con nuestros editores”.

Puesto en inglés simple, el artículo “exclusivo” de primera plana del New York Times no fue nada más que un comunicado de prensa del aparato de inteligencia militar, cuyos propósitos fueron infundir temor sobre las capacidades nucleares norcoreanas entre los lectores de clase media alta del Times y marcar el tono para la cobertura del tema en general. Más allá, el objetivo político era moldear la opinión pública en apoyo de un ataque militar preventivo contra Corea del Norte, un empobrecido país del tamaño del estado de Mississippi.

La respuesta de la prensa ante las revelaciones de WikiLeaks dio a notar fundamentalmente que toda la conciencia democrática de cada una de las instituciones de la clase gobernante estadounidense se ha desvanecido. Cualquier repaso serio de lo que amenaza a la democracia estadounidense colocaría a la CIA en primer lugar: la Gestapo de EE.UU. Incluso el presidente Lyndon Johnson la describió como “la maldita compañía de asesinatos” (Murder Incorporated) debido a sus sanguinarios métodos en América Latina y el Caribe.

No hay mayor peligro para los derechos democráticos del pueblo estadounidense como lo es el aparato de inteligencia militar del gobierno, la última línea de defensa para una élite gobernante condenada por la historia y golpeada por la crisis.

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