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Perspectiva

El ataque de EE.UU. contra Siria: El preludio de una guerra más amplia

Durante el día después del ataque ilegal y no provocado de EE.UU. contra un campo aéreo sirio, ha quedado claro que este evento es sólo el preludio de una escalada militar mucho más amplia que podría llevar a un enfrentamiento directo con la potencia nuclear de Rusia.

El viernes pasado, la prensa y la élite política celebraron la acción de Trump y pidieron que fuese expandida. La excandidata presidencial demócrata, Hillary Clinton, declaró, “Es esencial que el mundo haga más para disuadir a Assad de cometer más atrocidades sanguinarias”. El día antes del ataque, Clinton llamó a bombardear campos de las fuerzas aéreas sirias y reiteró su apoyo a la creación de una zona de exclusión aérea, la cual resultaría, según varios de los principales generales estadounidenses, en una guerra con Rusia.

La líder demócrata de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, elogió el bombardeo y le pidió al Congreso autorizar el uso de fuerza militar a fin de darle una mayor legitimidad a acciones futuras. Los senadores republicanos, John McCain y Lindsey Graham, emitieron una declaración donde le solicitan al presidente Trump otra escalada en la guerra en Siria. Trump debe “sacar a las fuerzas aéreas de Assad... completamente fuera del conflicto”, escribieron, y exigieron la creación de “zonas seguras” en Siria, lo que implicaría el despliegue de un número importante de tropas al terreno de combate.

La actitud delirante y belicista que ha tomado la prensa fue expresada por el comentador de MSNBC, Brian Williams, quien citó de forma absurda la letra de una canción de Leonard Cohen: “Me guía la belleza de nuestras armas”. Estaba tan encantado con la “belleza” de los misiles Tomahawk lanzados sobre Siria que repitió esa palabra tres veces. Fareed Zakaria de CNN proclamó que, con haber llevado a cabo el bombardeo, “Trump se convirtió en el presidente de Estados Unidos”.

Todas estas declaraciones fueron hechas en el marco de una aceptación universal en la prensa de la mentira abierta que los ataques estadounidenses fueron una represalia contra el gobierno sirio por haber utilizado, con el apoyo de Rusia, armas químicas el martes pasado contra la aldea siria de Khan Sheikhoun. Al mismo tiempo, han ignorado que el gobierno sirio declaró no ser responsable y que las fuerzas “rebeldes” respaldadas por EE.UU. han realizado ataques químicos en el pasado y culpado al gobierno.

Además, la flagrante ilegalidad del ataque estadounidense contra Siria ha sido puesta de lado como algo fuera del caso. En una sesión extraordinaria el viernes del Consejo de Seguridad de la ONU, el embajador de Siria ante el organismo denunció el bombardeo como un “flagrante acto de agresión” que infringe “la Carta de las Naciones Unidas, así como todas las otras normas y leyes internacionales”.

La embajadora estadounidense ante las Naciones Unidas, Nikki Haley, le respondió diciendo explícitamente que, “Cuando la comunidad internacional falla consistentemente en su deber de actuar colectivamente, a veces los Estados se sienten obligados a tomar sus propias medidas”. En otras palabras, Estados Unidos se está consagrando a sí mismo el derecho para emprender una agresiva guerra contra el país que quiera, sea cual sea el pretexto.

Esta línea fue reiterada en los medios de comunicación. El columnista del New York Times, Nicholas Kristof, uno de los principales propagandistas de las guerras “humanitarias”, escribió: “Los bombardeos del presidente Trump sobre Siria fueron de una legalidad incierta... Pero, ante todo, fue lo correcto”.

Para entender los motivos reales detrás de los ataques contra Siria, es necesario situarlos en un contexto histórico más amplio.

Estados Unidos ha estado constantemente en guerra por más de un cuarto de siglo. En cada conflicto, el gobierno ha alegado estar interviniendo para evitar alguna catástrofe inminente o derrocar a un dictador.

En 1991, invadió al país rico en petróleo de Irak, nominalmente para detener las atrocidades que el ejército iraquí tenía planeadas contra la población de Kuwait. Luego, vino el bombardeo de Yugoslavia en 1999, nominalmente para evitar la limpieza étnica deliberada por el presidente Slobodan Milosevic.

En el 2001, el gobierno de Bush invadió Afganistán, basándose en el falso pretexto que los talibanes estaban auspiciando a los terroristas del atentado del 11 de septiembre. Después, la segunda invasión de Iraq fue justificada con la falsa acusación que el presidente iraquí, Saddam Hussein, tenía “armas de destrucción masiva”.

Bajo el mandato de Obama, EE.UU. bombardeó Libia e hizo que sus fuerzas indirectas islamistas en el país asesinaran al presidente Muamar al Gadafi, todo después de clamar que sus tropas estaban planeando una inminente masacre en la ciudad de Bengasi.

En todos estos casos, fueron empleados pretextos humanitarios para llevar a cabo operaciones de cambio de régimen en pos de los intereses geoestratégicos mundiales de EE.UU. Estas guerras han costado más de un millón de vidas y destruido sociedades enteras. Buscando revertir el declive histórico del capitalismo estadounidense, la clase gobernante ha bombardeado o invadido a un país tras otro en conflictos regionales que se están convirtiendo rápidamente en una guerra contra sus rivales más grandes, incluyendo China y Rusia.

Ahora, una vez más, esperan que el pueblo estadounidense crea que están a punto de iniciar otra guerra para salvar, en las palabras de Donald Trump, “a bebés hermosos”.

En relación con Siria, la horrorosa sangría y la crisis de refugiados son el producto de cinco años de una guerra civil impulsada por la CIA para derrocar al gobierno de Bashar al Asad, un aliado de Irán y Rusia. En el 2013, un ataque químico fue atribuido falsamente al gobierno sirio para exigir ataques aéreos contra el régimen. La administración de Obama terminó echándose atrás debido a la amplia oposición popular y la inesperada derrota en el Parlamento británico de una resolución que hubiese autorizado una intervención militar en Siria.

Sin embargo, las secciones dominantes de la cúpula política y militar de EE.UU., consideran que el subsecuente acuerdo entre Obama y Putin fue un revés terrible que manchó su imagen y que tiene que ser revertido.

En los meses desde que Trump quedó electo y fue investido, los demócratas lo acusaron de ser un “candidato siberiano” y un “títere ruso” precisamente para forzarlo a adoptar una política más agresiva en Siria y contra Rusia, en consonancia con las demandas de la CIA y el Pentágono.

La resolución parcial de esta férrea disputa dentro de la clase dominante sobre política exterior no significa que EE.UU. vaya a desistir en sus intervenciones militares en la región priorizada por Trump, Asia. NBC News reportó en un reportaje destacado que, “El Consejo de Seguridad Nacional le presentó al presidente Trump opciones para responder al programa nuclear de Corea del Norte — incluyendo el despliegue de armas nucleares estadounidenses a Corea del Sur o el asesinato de su dictador, Kim Jong-un”. Tales acciones podrían detonar rápidamente una guerra en la región de Asia Pacífico.

Quizás, lo más llamativo de todo es la indiferencia de la élite política y la prensa a la opinión pública. La propaganda es tan descarada y tan repetitiva que queda claro que efectivamente están siguiendo un guion. Mientras tanto, amplios sectores de la población dan por sentado que el gobierno les está vendiendo mentiras.

Pero, a través de las operaciones del Partido Demócrata y las organizaciones a su alrededor, toda oposición a la guerra ha sido desmovilizada políticamente. Existe un abismo importante entre el nivel de conciencia de las amplias masas de la población y el extremo peligro que entraña la situación mundial. Esto tiene que ser revertido a través del desarrollo sistemático y urgente de un movimiento político de las masas obreras en oposición a la guerra imperialista y a su causa final, el sistema capitalista.

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