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Perspectiva

Las cuestiones que plantea la Marcha Mundial por la Ciencia

La ciencia y el socialismo

Cientos de miles de científicos y otros profesionales, junto con estudiantes y trabajadores que los apoyan, fueron parte de la Marcha Mundial por la Ciencia del 22 de abril. La demostración generó una respuesta significativa, en gran medida porque es vista como una manera de protestar contra los ataques del gobierno de Trump contra el conocimiento y las investigaciones científicas.

El Partido Socialista por la Igualdad apoya esta protesta. Hacemos un llamado a movilizar a la clase obrera en todo el mundo en oposición a la destrucción del medio ambiente por las gigantescas corporaciones químicas y de energía; a los ataques contra la educación pública que atentan contra el acceso de toda una generación de jóvenes a todos los componentes de la cultura humana; a la subordinación de la ciencia ante los requisitos de lucro impuestos por la clase gobernante y el ejército; y a toda censura y restricción que interfiera con las investigaciones y la docencia.

La convocatoria de la Marcha por la Ciencia se refiere a estos temas, pero contiene importantes limitaciones que se resumen en su declaración que los ataques contra la ciencia “no son una cuestión partidista”. Esta cuestión tiene que entenderse correctamente. La defensa de la ciencia es “apartidista” sólo en el sentido que los demócratas y los republicanos son responsables por los ataques contra la educación pública, el deterioro del ambiente, el crecimiento del militarismo y los intentos para censurar y suprimir investigaciones científicas.

Sin embargo, la defensa de la ciencia es fundamentalmente política, como lo ha sido a lo largo de la historia, remontándose al juicio de la Inquisición católica romana contra Galileo Galilei. Todo gobierno y clase reaccionarios hostigan a los científicos y buscan reprimir y subordinar a la ciencia a sus propios fines. El progreso de la ciencia y la razón siempre ha dependido del progreso de la sociedad y de las relaciones sociales —y esto es una cuestión política—.

El reto hoy es identificar cuál es la fuente de los ataques contra la ciencia, que no se originaron repentinamente en el menguado cerebro de Donald Trump. Él sólo es el representante más tosco y retrógrado de un sistema social que subordina toda actividad humana, incluyendo la ciencia, al afán de lucro privado. Mientras que la ciencia y la tecnología han desarrollado enormemente el poder de la producción social, dicha producción permanece atrapada dentro de formas cada vez más irracionales de propiedad privada capitalista.

Por lo tanto, la defensa de la ciencia es inseparable de la lucha revolucionaria de la fuerza social más progresista, la clase obrera, contra la élite gobernante.

La ciencia y la tecnología han hecho posible eliminar el hambre, curar enfermedades, desterrar la ignorancia y asegurarle un nivel de vida digno a cada persona en el planeta. Pero, bajo el sistema de lucro, toda esta enorme riqueza se encuentra monopolizada por un puñado minúsculo de ricos. Ocho megamillonarios controlan más riqueza que la mitad más pobre de la humanidad, mientras que cientos de millones pasan hambre; millones se mueren de enfermedades prevenibles; y las escuelas, carreteras, sistemas sanitarios y otra infraestructura pública se están desmoronando.

La tecnología moderna, desde los desarrollos revolucionarios en transporte hasta la creación del Internet, ha podido superar las barreras de la interacción humana y hecho posible la integración de toda la humanidad. Procediendo a través de la colaboración global, la ciencia misma es el emprendimiento humano más internacional.

Sin embargo, debido a la división del mundo en Estados nación rivales, la tecnología es utilizada como un instrumento de represión y persecución: el hostigamiento de refugiados e inmigrantes en todo el mundo; la construcción de muros fronterizos contra inmigrantes como en la frontera entre México y EE.UU.; “El Gran Cortafuegos” de China que separa a mil millones de personas del resto del mundo; y el desarrollo de un vasto aparato global de espionaje dirigido por la Agencia de Seguridad Nacional de EE.UU. contra la población mundial.

La máxima amenaza, en manos de los Estados nación rivales y con el imperialismo norteamericano a la cabeza, la ciencia y la tecnología han sido pervertidas y convertidas en armas de destrucción masiva. La manifestación del 22 de abril por la ciencia tuvo lugar con el trasfondo de una amenaza creciente de guerra mundial. El gobierno de Trump, respaldado por la prensa estadounidense y el Partido Demócrata, disparó misiles de crucero contra Siria, lanzó la bomba más grande desde Hiroshima y Nagasaki sobre Afganistán y amenazó a Corea del Norte con un ataque preventivo.

El peligro de un conflicto militar entre potencias nucleares es muy real. Más que nadie, los científicos saben que tal evento significaría la extinción de la civilización, si no de la vida en el planeta.

¿Cuál es el camino a seguir? Aquellos que deseen defender y avanzar el trabajo de la ciencia deben enfrentar una contradicción en su forma de pensar. Estando acostumbrados a emplear el método científico a los procesos de la naturaleza, no lo hacen en relación con el funcionamiento de la sociedad, menos aún de la política.

En parte, esto se debe a la mayor complejidad de la vida social, donde el número de variables, incluyendo a los seres humanos, torna el análisis científico más complicado. Pero, un factor aún más importante, es que esto refleja el dominio ideológico de la élite gobernante corporativa, la cual se opone a cualquier esfuerzo que busque implementar normas racionales a la gestión de un sistema social que les brinda inigualables riquezas y privilegios. Dentro de la academia, el ataque que constituyen el posmodernismo y otras formas de irracionalismo contra la verdad objetiva y la razón tiene como blanco todo conocimiento científico, sobre todo las ciencias de la sociedad y la historia.

Los científicos deben encontrar su camino de regreso a los puntos de vista de predecesores de gran trascendencia como Albert Einstein, allegados al socialismo por representar la forma de utilizar la razón para el desarrollo de la sociedad moderna y el único medio de acabar con la guerra y la dictadura. Esto significa estudiar el marxismo, que basa su política revolucionaria en un análisis de la realidad objetiva y los intereses de clase.

La clase obrera es la fuerza revolucionaria que tiene la capacidad de poner fin al capitalismo y establecer una sociedad socialista basada en la igualdad, la democracia y la propiedad social de la riqueza creada por el trabajo colectivo. La Revolución Rusa, cuyo centenario conmemoramos este año, reivindicó este entendimiento científico en la práctica, con la toma del poder por la clase obrera bajo el liderazgo de un partido marxista.

La clase obrera no puede marchar hacia adelante sin la ciencia. Pero en sí, la ciencia necesita el avance de la clase obrera, que constituirá la base social indispensable para la ciencia. En el análisis final, el progreso de la ciencia y el progreso de la humanidad como un todo dependen del resurgimiento de un nuevo movimiento revolucionario de la clase obrera. El movimiento socialista une bajo su bandera tanto la búsqueda de la verdad científica en todas sus formas como la lucha por la igualdad humana.

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