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Perspectiva

Día Internacional del Trabajador del 2017: Lecciones históricas y la lucha por el socialismo

Este discurso fue pronunciado por David North, presidente del Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site, para dar inicio al acto en línea del Día Internacional del Trabajador del 2017, realizado el 30 de abril.

En nombre del Comité Internacional de la Cuarta Internacional y el Consejo Editorial Internacional del World Socialist Web Site, les extendemos nuestros saludos revolucionarios a nuestros miembros, lectores y seguidores en todo el mundo. Por cuarto año consecutivo, el Comité Internacional de la Cuarta Internacional celebra este histórico día de solidaridad de la clase obrera internacional a través de un mitin en línea. El primero de estos actos fue en el 2014, en vísperas del centenario del inicio de la Primera Guerra Mundial en agosto de 1914 y del septuagésimo aniversario del estallido de la Segunda Guerra Mundial en septiembre de 1939.

El Día Internacional del Trabajador de este año coincide con un aniversario propicio: el centenario de la Revolución Rusa de 1917. Hace cien años, se celebró esta jornada en toda Rusia sólo ocho semanas después del derrocamiento de la dinastía Romanov. El generalizado desprecio hacia la guerra fue un factor importante en la revolución de febrero, pero la burguesía rusa no tenía ninguna intención de dejar la guerra sin lograr conquistar los territorios que llevaron al Zar a unirse al conflicto en primer lugar. Para la celebración del Día del Trabajador en mayo de 1917, Nicholas II ya había sido derrocado. Sin embargo, la élite imperialista rusa aún no estaba satisfecha, por lo que el Gobierno Provisional burgués decidió continuar la participación de Rusia en la guerra.

Los líderes reformistas del Sóviet de Diputados de Obreros y Soldados —los mencheviques y los socialrevolucionarios— apoyaron al Gobierno Provisional y se negaron a demandar el fin inmediato de la guerra. Se aprovecharon del derrocamiento del Zar para retratar la guerra imperialista como una guerra por la democracia. Ante los ojos de la burguesía, continuar las hostilidades era algo necesario, y no sólo para controlar Constantinopla. Pretendían utilizarla para desorientar a las masas y mantenerlas subordinadas al Estado capitalista. “Una guerra para expulsar al enemigo —escribió Trotsky— fue así convertida en una guerra para extinguir la revolución”.

Sólo un partido se opuso a la guerra, el Partido Bolchevique, a pesar de que llegó a adoptar su intransigente postura contra la guerra hasta después de que Lenin regresase a Rusia del exilio a principios de abril de 1917. Lenin tuvo que librar una batalla política férrea por tres semanas dentro del Partido Bolchevique para que dejara de apoyar al Gobierno Provisional y se reorientara hacia el derrocamiento revolucionario del Estado capitalista y la transferencia del poder a los sóviets.

En retrospectiva histórica, es común restarle importancia a la intensidad de las luchas políticas que tuvo que llevar a cabo Lenin en momentos cuando parecía que el resultado era inevitable, como para cambiar la política del Partido Bolchevique. El contexto de esta lucha debe quedar claro. La posición “defensista” de muchos dirigentes del partido, aquellos que apoyaban la continuación de la guerra bajo la bandera de la democracia que recién podían desplegar, era en gran medida una adaptación a los confundidos sentimientos de patriotismo de las masas en los primeros días y semanas de la revolución.

Una sección de la dirigencia bolchevique insistía que renunciar “al defensismo revolucionario” aislaría al partido de la clase obrera. Advirtieron que se convertirían en un simple “grupo de propagandistas”. Lenin rechazó enfáticamente este argumento de la siguiente forma:

¿No será más decoroso también para los internacionalistas saber oponerse en un momento como éste a la embriaguez “masiva” que “querer seguir” con las masas, es decir, contagiarse de la epidemia general? ¿Es que no hemos visto en todos los países beligerantes europeos cómo se justificaban los chauvinistas con el deseo de “seguir” con las masas? ¿No es obligatorio, acaso, saber estar en minoría durante cierto tiempo frente a la embriaguez “masiva”? ¿No es precisamente el trabajo de los propagandistas en el momento actual el punto central para liberar la línea proletaria de la embriaguez defensista y pequeñoburgues “masiva”? Cabalmente, la unión de las masas, proletarias y no proletarias, sin importar las diferencias de clase en el seno de las masas, ha sido una de las premisas de la epidemia defensista. No creemos que esté bien hablar con desprecio de un “grupo de propagandistas” de la línea proletaria.

¡Qué diferente era la postura política basada en principios de Lenin de la de los oportunistas! Tanto en ese momento como ahora, estos últimos han intentado justificar sus traiciones alegando que son adaptaciones necesarias al nivel de conciencia que predomina en las masas.

Tras ser reorientados por Lenin, los bolcheviques combatieron dicha “intoxicación” chauvinista. Pero incluso para el Día del Trabajador, persistían los ánimos militaristas. Un artículo publicado en el New York Times, tan soez en ese entonces como ahora, sobre las demostraciones del primero de mayo en Petrogrado llevaba el título “Las multitudes rusas abuchean a Lenin”. El periodista del Times señaló con satisfacción: “Los discursos pronunciados por los seguidores del agitador radical socialista Lenin fueron recibidos con gritos de ‘¡Basta! Cierre la boca’”.

Otro artículo le aseguraba a sus lectores estadounidenses que prácticamente todos los dirigentes socialistas rusos apoyaban la guerra y concluyó: “Los manifiestos siendo publicados piden explícitamente que Lenin comparta la misma suerte que Rasputín”. No obstante, en seis meses y con el apoyo de la clase obrera, los bolcheviques derrocarían al Gobierno Provisional, y la Revolución de Octubre marcaría el comienzo del fin de la Primera Guerra Mundial.

Dar un repaso de las lecciones políticas de 1917 es una tarea apropiada para hoy, pero no sólo por ser el centenario de la Revolución Rusa. La lucha contra la marcha imperialista hacia la guerra es la punta de lanza de la lucha revolucionaria contra el capitalismo, y el peligro de una conflagración nuclear nunca ha sido mayor.

En los tres mítines en línea anteriores para este día, el Comité Internacional ha recalcado la urgencia de prestar atención al aumento desmedido de las tensiones geopolíticas e interimperialistas. Hemos advertido que, ante la falta de un movimiento obrero de masas contra la guerra basado en una perspectiva socialista e internacional, las minorías gobernantes condenarán a toda la humanidad a una catástrofe.

Incluso entre los partidarios del Comité Internacional, sin mencionar a los miles de lectores del World Socialist Web Site, dichas advertencias fueron vistas como exageradas y alarmistas. Sin embargo, en vista de los acontecimientos de los últimos meses, ¿siguen pareciendo exageradas las advertencias del Comité Internacional?

Los expertos más experimentados en geopolítica imperialista se han visto obligados a reconocer la posibilidad de una guerra catastrófica. En la edición actual de Foreign Affairs, la principal publicación de la élite de la política exterior de EE.UU., aparece una serie de ensayos llamada “¿Presentes en la destrucción?”. El tono general lo marca el ensayo de G. John Ikenberry, un especialista líder en política exterior, quien examina las medidas imprudentes del gobierno de Trump. “A través de épocas antiguas y modernas, los distintos órdenes políticos de los grandes poderes han sido construidos y destruidos, pero generalmente se acaban por asesinatos, no suicidios”. ¿Y qué forma tendría tal suicidio? El segundo ensayo de la serie en Foreign Affairs lleva el título “Una visión de Trump en guerra”, escrito por Philip Gordon, investigador superior del centro de pensamiento estadounidense Council on Foreign Relations. Su artículo describe varios escenarios geopolíticos que podrían salirse fuera de control y llevar a una guerra contra Irán o Corea del Norte, Rusia o China.

La revista académica Comparative Strategy publicó un artículo a fines del 2016 titulado “Reconceptualizando los riesgos nucleares: Trayendo de vuelta el uso deliberado nuclear”. Los autores —ambos profesores de la Universidad de Georgetown en Washington, DC— argumentan que la idea generalizada de que una guerra nuclear sería el resultado de un error de cálculo político o un accidente es errónea. La principal amenaza que podría desencadenar tal conflicto, advierten, es la voluntad cada vez mayor de los líderes políticos a considerar el uso de armas nucleares “como herramientas políticas”. Los autores definen el uso deliberado nuclear “como la detonación intencional de una o varias armas nucleares contra un objetivo enemigo, o participar en un proceso de amenazas y escaladas nucleares intencionales cuyo resultado final es la detonación nuclear contra un adversario”.

El ensayo especifica cinco estrategias militares bien conocidas que pueden llegar a provocar el uso deliberado de armas nucleares: 1) El uso de armas nucleares contra un oponente no poseedor, en el que “un Estado con capacidades nucleares pueda sentirse tentado a utilizar armas nucleares para intentar poner fin al conflicto”; 2) Un primer ataque espléndido, cuyo propósito “es destruir todas las armas nucleares de un adversario en una sola campaña, imposibilitándole tomar represalias”; 3) Utilizarlas o perderlas, una estrategia para una confrontación entre dos Estados nucleares en la que uno de ellos decide lanzar un ataque nuclear antes de que su propio arsenal sea destruido; 4) Brinksmanship, cuando se emprende una escalada deliberada de amenazas de guerra con la esperanza de que el adversario se repliegue. Dicha estrategia se efectúa bajo el entendimiento de que podría desencadenar una guerra; y 5) Una g uerra nuclear limitada, una estrategia basada en el concepto de que, una vez iniciada, tal guerra pueda ser contenida sin llevar a un intercambio termonuclear a gran escala e ilimitado.

¿Quiénes son los maniacos que idearon esta estrategia? Considerar cualquiera de estos caminos es, por sí solo, un síntoma de locura. El uso de armas nucleares tendría consecuencias incalculables. Pero, ¿disuadirá esto a las clases gobernantes de recurrir a la guerra? Toda la historia del siglo XX, además de los primeros 17 años del siglo actual, demuestra que no se puede confiar en ello. La estrategia política de la clase obrera tiene que basarse en la realidad, no en falsas esperanzas. Hace apenas dos semanas, EE.UU. empleó un explosivo aéreo de artillería masiva de diez toneladas en Afganistán.

Esta fue la bomba más grande que ha sido utilizada por EE.UU. desde el lanzamiento de las dos bombas nucleares en Hiroshima y Nagasaki en agosto de 1945, hace casi 72 años. Uno podría haberse imaginado que tal evento dominase las noticias por varias semanas. Pero recibió apenas una cobertura superficial y desapareció rápido de las noticias.

Hace apenas tres días, Donald Trump indicó: “existe la posibilidad de un gran, gran conflicto con Corea del Norte, absolutamente”. Esto lo dijo de manera casual, como si estuviese hablando sobre jugar golf el próximo fin de semana. La prensa simplemente reportó las declaraciones de Trump sin exigirle una explicación exacta sobre qué quería decir, cuál sería el resultado de una guerra, cuántos morirían, saldrían heridos, mutilados ni cuáles serían las consecuencias ecológicas.

¿A qué se debe esta respuesta tan flemática de los medios de comunicación ante una declaración hecha por el presidente de EE.UU. que, “absolutamente”, hay un peligro real de un “gran, gran conflicto” —es decir, una guerra nuclear— con Corea del Norte? Es una aceptación ciega e incondicional de la lógica del imperialismo. Tanto la prensa como el resto de la superestructura política del Estado capitalista —y estoy hablando de todas las potencias capitalistas, no sólo de Estados Unidos— se están preparando para la guerra detrás de todas sus mentiras y silencios.

Mientras que las élites dirigentes se alistan para ella, la clase obrera debe movilizarse para prevenirla. El fundamento esencial para luchar contra la guerra es comprender sus causas de raíz. Como explicó Lenin en 1917, la guerra es el producto del desarrollo del capital mundial “y de sus miles de millones de hilos y vínculos”, y es imposible detenerla, dijo, “sin derribar el poder del capital y sin que el poder del Estado pase a manos de otra clase, del proletariado”.

Por lo tanto, la batalla contra la guerra misma suscita, con máxima nitidez, la cuestión política fundamental de esta época histórica: la resolución de la crisis de dirección revolucionaria. Nunca ha sido tan inmensa la contradicción entre el estado tan avanzado de la crisis del capitalismo y la conciencia subjetiva de la clase obrera. Pero, es precisamente esta contradicción la que le dará un impulso enorme y rápido a su conciencia política.

Mientras el capitalismo se acerca al abismo, también crea las condiciones para la radicalización política de la clase obrera —de miles de millones de seres humanos, en todo el mundo. Está claro que la conciencia social va a la zaga del ser social, pero eso no significa que la clase obrera no perciba ya la bancarrota del sistema social existente y que no tiene nada que ofrecerles a las masas —mucho menos que todo, la esperanza de un futuro mejor. La idea del progreso se ha venido desapareciendo del pensamiento burgués. ¿Adónde se escuchan aún predicciones de que las condiciones de vida en el planeta serán mejores en veinte años? Si se tomara una encuesta global sobre qué parece más probable en los próximos cincuenta años: la eliminación de la pobreza o la destrucción del planeta a través de un desastre militar o ecológico, ¿hay alguna duda sobre lo que la inmensa mayoría respondería?

Sí, la clase obrera sufre de una crisis de liderazgo político. Pero es una crisis que puede resolverse porque la clase obrera es una fuerza revolucionaria que entraña la posibilidad objetiva de la reconstrucción socialista de la sociedad.

Ésta es la base sobre la cual lucha el Comité Internacional por realizar la tarea histórica planteada por Trotsky cuando fundó la Cuarta Internacional en 1938 como Partido Mundial de la Revolución Socialista.

No subestimamos la inmensidad de los desafíos que enfrenta el Comité Internacional en la construcción de un partido mundial. Pero, ningún otro partido se encomendará a esta tarea. Ninguna otra organización en el mundo puede declarar con gravedad que representa los intereses de la clase obrera o que avanza un programa revolucionario.

El término “pseudoizquierda” no es una exageración que empleamos por motivos faccionales. Al contrario, define con precisión las organizaciones de las capas afluentes de la clase media que no tienen nada que ver con el marxismo, el trotskismo o la lucha revolucionaria por el socialismo. El Comité Internacional no sigue a charlatanes nacionalistas como Iglesias, Mélenchon, Tsipras y Sanders. Las organizaciones políticas encabezadas por o aliadas con tales personajes están, para tomar prestada una frase de Trotsky, “podridas de un lado a otro”.

Sin caer en la inmodestia, el Comité Internacional y sus secciones tienen todo el derecho de mirar hacia el futuro, desde este centenario de la Revolución Rusa, con confianza. La influencia del World Socialist Web Site, la voz del Comité Internacional, está creciendo rápidamente. Conforme se sumen más lectores, también lo hará el tamaño de nuestras organizaciones. Y estamos convencidos de que la radicalización de la clase obrera a nivel mundial conllevará a la creación de nuevas secciones del Comité Internacional. Esperamos que nuestros oyentes alrededor del mundo estén entre aquellos que tomen esta iniciativa vital y funden nuevas secciones en los países donde viven.

Hace cien años, al regresar a Petrogrado, Lenin escribió, “Nosotros queremos transformar el mundo”, y eso fue precisamente lo que los bolcheviques lograron. Este es el objetivo de la Cuarta Internacional, la reconstrucción del mundo sobre una base socialista —un mundo sin pobreza, explotación, opresión política ni guerra—. Hacemos un llamado a todos los que están presenciando ese acto, en todas partes del mundo, a unirse a esta lucha.

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