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El último día de la opresión y el primer día de lo mismo: La política y la economía de la nueva izquierda latinoamericana

La evaluación de la “marea rosa” por parte de la pseudoizquierda: Una receta para mayores traiciones

El período de dominio de los gobiernos nacionalistas-populistas de América Latina, conocido como la “marea rosa”, ha llegado a su fin.

Ahora, el auge de partidos de derecha tradicionales como en las elecciones argentinas del 2015 y la destitución el año pasado de la expresidenta brasileña, Dilma Rousseff, representa un punto de inflexión histórico, con profundas implicaciones geopolíticas. Casi veinte años después de la elección de Hugo Chávez en 1998, la cual marcó el inicio de un supuesto giro a la izquierda en América Latina, la región es todavía la más desigual del mundo. El destino político que entrañaba la marea rosa se ve reflejado hoy en Venezuela, donde un asediado Nicolás Maduro está luchando por prolongar el control chavista a través de la represión contra una derecha que está resurgiendo y motines de trabajadores y jóvenes pobres y malnutridos.

Todo un despliegue de publicaciones y grupos políticos que se autoproclaman socialistas alrededor del mundo, muchos de los cuales inicialmente apoyaban a los gobiernos de la marea rosa, han tomado este fin de período para reflexionar.

El último día de la opresión y el primer día de lo mismo

Un libro reciente en particular ha sido aclamado de forma amplia en esta capa, El último día de la opresión y el primer día de lo mismo: La política y la economía de la nueva izquierda latinoamericana.

El libro es una aglomeración de las peores corrientes del radicalismo pequeñoburgués latinoamericano. El autor propone la construcción de movimientos populistas fuera de cualquier clase definida, basados en una utopía romántica y regionalista y un rechazo del materialismo filosófico y del papel revolucionario de la clase obrera.

Webber es una académico canadiense que enseña en la Universidad Queen Mary de Londres. Además, es un colaborador diligente de la Organización Socialista Internacional (ISO; International Socialist Organization) y su revista International Socialist Review. Tuvo su educación política como miembro del Nuevo Grupo Socialista (New Socialist Group) de Canadá.

Su nuevo libro fue publicado por Haymarket Press de la ISO y presentado como el tema de una mesa redonda en la Conferencia Materialismo Histórico celebrada el 22 de abril en la Ciudad de Nueva York. Un artículo que escribió Webber como una muestra previa a su libro (“La evaluación de la marea rosa”) fue publicado por la revista Jacobin el 11 de abril y nuevamente por la revista pablista International Viewpoint. Durante las últimas semanas, ha dado charlas en la Universidad de California en Berkeley, Harvard y Johns Hopkins, y su libro ha sido elogiado por varios académicos.

Vale la pena estudiarlo pero como un texto sobre lo que no es el socialismo.

El populismo contra el socialismo

La academia y la “izquierda” de la clase media alta recibieron su libro de forma calurosa ya que adopta un punto de vista antisocialista, avanza un método de análisis que rechaza la división de la sociedad en clases definidas científicamente por su relación con los medios de producción.

A pesar de que se defina a sí mismo como marxista, sus categorías de análisis social no tienen nada que ver con el marxismo. Existen “al menos tres fuerzas sociales”, dice. Están compuestas por “las clases populares urbanas y rurales y los grupos oprimidos”, que describe como la fuerza progresiva, además de la “las clases gobernantes nacionales” y el “imperialismo”.

Las “clases populares” no se definen de acuerdo a si sus miembros están obligados o no a vender su fuerza de trabajo para sobrevivir, sino a su género, raza y sexualidad, que Webber llama “tipos de opresiones sociales”. Mientras que considera que las clases sociales son un factor que determina el grado de opresión, los miembros de las clases medias y altas pueden unirse a las filas de la fuerza “popular” progresiva dependiendo del color de su piel, orientación sexual y género.

Webber rechaza que las clases económicas tengan un papel preferente en determinar la pertenencia a las “clases populares”. En cambio, indica que las distintas formas de identidad personal “no son simples epifenómenos [es decir, subproductos] de la estructura de clases, ni tampoco son reducibles a la explotación de clase”.

Él ataca explícitamente a aquellos que afirman que las clases sociales son la principal línea divisoria de la sociedad, citando al profesor de la Universidad de York y colaborador de Jacobin, David McNally:

“Demasiado a menudo, los críticos marxistas del particularismo al centro de la política de identidad personal han moldeado sus perspectivas sobre la unidad de la clase obrera en la misma forma que la unificación que caracteriza al capital. Como consequencia, ofrecen un concepto abstraído de la clase que es indiferente a las diversas formas de experiencia en la sociedad capitalista —y por lo tanto uno cuyo compra experiencial es mínima”.

Según Webber, affirmar que una clase social determinada tiene un contenido progresista (es decir, la clase obrera), sería tan erróneo como decir que líderes como Hugo Chávez o Evo Morales pueden efectuar un cambio revolucionario.

Haciendo referencia al profesor de la Universidad Drexel, George Ciccariello-Maher, Webber plantea la pregunta: “¿Qué llega a reemplazar al Gran Hombre como sujeto de la historia? ¿Es la clase obrera...? Para Ciccariello-Maher, una alternativa analítica de clase le parece tan reduccionista como el individualismo metodológico, aunque en un registro diferente: ‘O, es el propio concepto de un sujeto histórico —un portador único de la historia futura, ya sea un individuo o una clase— demasiado unitario y homogeneizante para explicar con precisión la dinámica venezolana contemporánea”.

Sin importar la cantidad de lenguaje académico que utilice, la total falta de seriedad de este argumento es imposible de encubrir, extrayendo las conclusiones más reaccionarias posibles de la época de la marea rosa y el chavismo. Webber y Ciccariello-Maher equiparan la afirmación de que personas como Chávez y Morales pueden alterar las relaciones sociales por su propia cuenta con el concepto marxista de que la clase obrera es la fuerza social revolucionaria. Al contrario, los marxistas entienden que la clase obrera es un fuerza social revolucionaria por su posición en el capitalismo como una clase explotada que vende su fuerza de trabajo y produce ganancias para una pequeña clase de capitalistas como parte de un sistema complejo e interconectado de producción socializada.

Rechazando que la clase obrera es una fuerza social progresista, Webber propone el establecimiento de un movimiento amplio, anticlasista y populista que sería dirigido por secciones de la clase media alta de América Latina.

El objetivo de tal partido sería subordinar los intereses de las amplias masas de obreros y campesinos a las demandas de esta capa social privilegiada por una distribución de riqueza más beneficiosa dentro del diez por ciento más rico de la sociedad. Syriza y Podemos son su modelo. Estos partidos burgueses en Grecia y España respectivamente, basados en la defensa de los intereses materiales de la clase media alta, han impuesto medidas de austeridad en nombre de los bancos europeos.

Como cobertura ideológica para su propuesta de crear partidos populistas, antisocialistas y antiobreros, Webber recicla una serie de personajes ideológicos que han sido utilizados una y otra vez por los renegados del marxismo en América Latina a través del siglo XX.

El idealismo romántico contra el materialismo

Jeffrey Webber no es el primer académico asociado con el radicalismo pequeñoburgués latinoamericano que sostiene que el socialismo científico es demasiado “determinista” porque entiende que la conciencia social es un producto del ser social enraizado en las relaciones objetivas de clases con el modo de producción capitalista.

Webber insta a la izquierda a no “volver al reduccionismo económico crudo o determinismo” y escribe que “las contradicciones de la acumulación capitalista” no deben ser “entendidas como leyes económicas que operan por separado” de la política.

“Lo que es necesario”, escribe en referencia al académico vinculado con los zapatistas, John Holloway, “es una conceptualización adecuada ‘de la relación entre lo económico y lo político como formas discretas de expresión de las relaciones sociales bajo el capitalismo’; con la ‘especificidad de lo político y el desarrollo de políticas firmemente [fundamentadas] en un análisis de la producción capitalista’”. Añade que “las acciones del Estado no son la expresión mecanicista de una ley económica del capital”.

Webber está empleando un argumento refutado hace 126 años por el marxista ruso, Georgi Plejánov en su ensayo “La concepción materialista de la historia”. Al retratar a la sociedad como el resultado de una serie de “factores” abstractos interrelacionados (es decir, “lo político”, “el Estado” y “lo económico”), Webber “desmiembra la actividad del hombre social y convierte sus distintos aspectos y manifestaciones en fuerzas separadas”.

Plejánov se opuso a los predecesores de Webber del siglo XIX, quienes habían creado un hombre de paja, calificando a los marxistas de “deterministas económicos”. Estos “factores”, explicó Plejánov, se encuentran menos separados de las relaciones sociales y la economía mundial de lo que pueda parecer:

“Los métodos mediante los cuales satisface el hombre social sus necesidades y, en gran medida, las necesidades en sí están determinadas por la naturaleza de los instrumentos con los que somete a la naturaleza de una forma u otra; en otras palabras, están determinados por el estado de sus fuerzas productivas. Cada cambio considerable en el estado de estas fuerzas se ve reflejado en las relaciones sociales del hombre y, por lo tanto, en sus relaciones económicas, como parte de estas relaciones sociales”.

Webber rechaza el socialismo científico y opta por “un romanticismo revolucionario” basado en la “dialéctica utópica-revolucionaria entre el pasado precapitalista y el futuro socialista” (p.106). Esta teoría anarquista y antimarxista está asociada con las obras del excomunista peruano, José Carlos Mariátegui.

Citando la obra del académico pablista francobrasileño, Michael Löwy, “Lo romántico y la crítica marxista de la civilización moderna”, Webber expresa el carácter anticientífico e irracionalista del utopismo romántico latinoamericano: “La trayectoria del marxismo después de la muerte de Marx, según Löwy, ha sido dominado por un determinismo productivista, economicista y evolucionista, un marxismo ‘modernista’ que ‘asumió el control de un lado de la herencia marxista y desarrolló un culto acrítico del progreso técnico, el industrialismo, el maquinismo, el fordismo y el taylorismo’. El estalinismo, con su productivismo enajenado y su obsesión con la industria pesada es la triste caricatura de este tipo de ‘corriente fría’ en el marxismo (para parafrasear a Ernst Bloch)”.

Estos argumentos no son nuevos. Hoy día, uno de los principales obstáculos en el desarrollo de un movimiento socialista revolucionario en América Latina hoy es el daño a la conciencia social que ha resultado tras decenios de control del utopismo “romántico” de la pequeña burguesía “romántica” utopía encarnada en referencia de Webber para Löwy.

El período después de la Segunda Guerra Mundial ha producido muchos movimientos “revolucionarios” cuyo carácter subyacente antiobrero y nacionalista les llevó a adoptar variaciones del idealismo radical. Las diferentes tendencias de guerrillaismo, anarquismo, sindicalismo y del frentepopulismo defendieron su rechazo al papel revolucionario de la clase obrera alegando que el marxismo ortodoxo, en palabras de Löwy, es un “culto acrítico del progreso técnico” es demasiado “rígido” para el carácter “romántico” de la población latinoamericana.

Arraigado en la noción pseudocientífica que la población de América Latina tiene una “naturaleza humana” diferente a la del resto del mundo, este argumento idealista está indisolublemente ligado a la política del nacionalismo. El idealismo utópico pretende desarrollar un mito nacional como cobertura ideológica para subordinar los intereses de la clase obrera a los de la burguesía nacional, a menudo en forma de idealizar a un héroe nacional como José Martí para Castro, Simón Bolívar para Chávez, Emiliano Zapata para los Zapatistas, Túpac Amaru en Perú, Farabundo Martí para el FMLN, Sandino para el FSLN, entre otros.

El desarrollo de una dirección revolucionaria marxista auténtica en la clase obrera de América Latina exige una lucha infatigable contra el tipo de marco ideológico nacionalista e idealista de Jeffrey Webber y sus predecesores. La reconstrucción de un movimiento revolucionario en América Latina debe tomar como punto de partida la lucha por aunar a la clase obrera en América del Norte, Sur y Central —ya incorporada en el mismo proceso de producción transnacional— en una lucha común para poner fin al capitalismo.

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