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Perspectiva

El Washington Post y el New York Times urgen a suspender los llamados de impugnación contra Trump

El domingo pasado, los diarios estadounidenses New York Times y Washington Post publicaron editoriales simultáneos haciendo un llamado a la precaución en relación con la campaña anti-Trump que ellos mismos han encabezado a través de acusaciones sobre conexiones nefastas entre la campaña electoral del presidente estadounidense y el gobierno ruso.

El editorial del Times, titulado “¿Watergate? Todavía no estamos ahí”, compara la crisis del gobierno de Trump y el escándalo que hizo caer al presidente Richard Nixon hace 43 años para plantear que un juicio político o una dimisión forzada no son aún apropiadas.

Después de atacar reiteradamente a Trump, presentándolo como un títere del presidente ruso, Vladimir Putin, y como una amenaza para la seguridad nacional de EE.UU., incluyendo en un editorial publicado la semana pasada con comparaciones a Watergate, el Times ahora les aconseja a los demócratas proceder con cautela y evitar esta “distracción”. Aconseja, en cambio, aprovechar las investigaciones oficiales sobre la presunta colusión entre la campaña de Trump y Rusia, junto con la continua caída en los índices de aprobación del mandatario, para “recuperar una mayoría el año que viene en al menos una cámara del Congreso”, durante las elecciones legislativas del 2018.

Asimismo, el editorial del Washington Post indica que la campaña contra Trump “tomará tiempo”, mientras que el recién nombrado fiscal especial, Robert Mueller, un exdirector del FBI, y las distintas comisiones del Senado y la Cámara de Representantes puedan investigar la presunta intervención rusa en las elecciones presidenciales del año pasado.

El editorial del Post, bajo el título “Es tiempo de por fin enfocarnos en el país”, les pide a los demócratas que “hablen de algo que no sea un proceso de impugnación en las próximas semanas” y a los republicanos que “enfrenten la tarea a la que hasta ahora han fracasado: gobernar responsablemente”.

El Post fue un tanto más explícito sobre las políticas sociales y de clase que subyacen la campaña sobre las supuestas conexiones entre Trump y Rusia. Exige que se le preste atención a reducir “la incertidumbre de las compañías de seguros, en las que se basa todo el sistema”. En otras palabras, los dos grandes partidos de la burguesía tienen que controlar sus ataques mutuos a fin de continuar imponiendo las medidas corporativistas de austeridad al servicio de la élite financiera.

De esta manera, añade el diario, el Congreso tiene que “aprobar un nuevo presupuesto y elevar el tope de endeudamiento”. Además, está la “reforma fiscal” —las enormes reducciones de impuestos para los ricos y las corporaciones— y asegurarse de que todas estas acciones “no resulten en mayores déficits”. En otras palabras, los recortes impositivos para los ricos tienen que ser aplicados a costa de los programas sociales que van dirigidos a la clase trabajadora.

Por último, el editorial menciona cierta preocupación acerca de la política exterior de Trump hacia Corea del Norte, Siria, Estado Islámico, Irán, Rusia y “otras potencias hostiles”.

Ninguno de los dos periódicos intenta hacer que encaje la intensidad de sus ataques contra la Casa Blanca de, especialmente, las últimas dos semanas con estas declaraciones sobre ser cautos y esperar un momento más oportuno.

La situación actual podría cambiar rápidamente, pero los editoriales del Times y el Post reflejan una repliegue más general de parte de la prensa y la élite política, quienes han puesto parcialmente de lado sus referencias a Watergate y llamados a una destitución inmediata. En los últimos días, algunos congresistas como Adam Schiff, el demócrata de alto rango del Comité de Inteligencia de la Cámara de Representantes, y Elijah Cummings, la demócrata de alto rango del Comité de Supervisión y Reforma del Gobierno de la misma cámara, han señalado que hablar sobre un proceso de impugnación contra el presidente es algo prematuro.

Estos desarrollos subrayan que la oposición a Trump que proviene de la élite política y el Estado no entraña ningún contenido democrático ni progresista. Ni el Partido Demócrata ni la prensa se preocupan por el hecho de que el gobierno esté conformado por un presidente de mentalidad fascista y un gabinete lleno de ejecutivos de corporaciones y generales decididos a librar guerras, desmantelar los programas sociales y llevar a cabo una redistribución histórica de la riqueza a favor de los ricos. Cuando se trata de estas cuestiones, hay mucho más que une a la clase gobernante de lo que la divide.

Entonces, ¿cuáles consideraciones son las que están detrás de este llamado a la precaución en cuanto a destituir a Trump?

En primer lugar, la principal preocupación de sus opositores en la élite gobernante desde su inauguración ha sido obligarlo a cambiar su política exterior. Trump estaba destinado a no calzar con la agenda de las facciones dominantes de las cúpulas militares y de inteligencia con respecto a Siria, la alianza de la OTAN y, sobre todo, la campaña de agresión contra Rusia.

El presidente ya intentó aplacar estas inquietudes a través de un ataque de misiles contra Siria y otro bombardeo la semana pasada contra una milicia pro-Asad, además de la aprobación de un plan oficial del Pentágono que incluye una escalada militar en Siria, Irak y el norte de África.

Hay quienes están preocupados con que una crisis política perpetua en el núcleo del Estado y un proceso de impugnación prolongado amenacen con dañar el prestigio internacional de Estados Unidos y los intereses globales del imperialismo norteamericano.

En segundo lugar, el Post expresa la inquietud de que, a raíz de la crisis de destitución, tenga un tropiezo el programa de recortes fiscales, desregulación y ataques contra los programas sociales de la actual administración. Wall Street ya ha estado especulando sobre estas políticas y hará que las aprueben. Este fue precisamente el mensaje enviado por los mercados bursátiles la semana pasada, cuando realizaron una venta masiva de acciones. El impacto fue inmediato. Ese mismo día se anunció la designación del fiscal general para traer la disputa entre facciones bajo control.

En tercer lugar, existe el temor de que una gran crisis constitucional y fratricida dentro de la clase gobernante pueda dar paso a una intervención independiente de la clase obrera. En el trasfondo de una desafección total hacia los partidos políticos, de ira social y un desprestigio generalizado de todas las instituciones oficiales, tal desestabilización del sistema político tendría implicaciones potencialmente revolucionarias.

El nombramiento de Mueller, quien dirigió el FBI por doce años bajo Bush y Obama, pone al gobierno de Trump efectivamente bajo la administración judicial de las agencias de inteligencia y bajo la constante amenaza de que cualquier paso en falso signifique enfrentar cargos penales. Las referencias a la formación de un régimen vigilante han comenzado a aparecer en la prensa. En una columna de opinión en el Post, Dana Milbank celebra la campaña antirrusa como si fuese una heroica hazaña periodística, reconociendo que fue posible gracias a las revelaciones sistemáticas del aparato militar y de inteligencia. El artículo concluye con la descripción de Mueller como “un regente, por así decirlo, para proteger de futuros abusos”.

Todo esto pone de relieve el carácter absolutamente reaccionario de ambas facciones de la clase gobernante, independientemente de los giros que pueda tomar la crisis en los próximos días y semanas. Demuestra además el callejón sin salida político que constituye subordinar la lucha contra el gobierno de Trump a los demócratas, cuya oposición al presidente es de un carácter totalmente diferente y hostil a los intereses y preocupaciones de los millones de trabajadores, quienes tienen que intervenir con una perspectiva y un programa propios y socialistas.

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