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Perspectiva

Detrás de la campaña de guerra de EE.UU. contra Corea del Norte

La prueba norcoreana de un misil de corto alcance el lunes, la última de una serie de ensayos similares, ha provocado otra ronda de reclamos y advertencias de parte de Washington y sus aliados, mientras que Estados Unidos continúa amontonando sus fuerzas militares alrededor de la península coreana. El Cuerpo de Marines de EE.UU. anunció la semana pasada que estará enviando el portaviones USS Nimitz y su grupo de batalla a la región, elevando a tres el número de portaaviones capaces de dirigir su enorme poderío contra Corea del norte.

El presidente Trump respondió a la prueba con un tuit. Corea del Norte mostró una “gran falta de respeto” hacia su vecino China, que “intento con fuerza” convencer a Pyongyang para que cediera a las demandas de EE.UU. de abandonar su programa nuclear y de misiles. Washington ha puesto una enorme presión sobre Beijing, sobre todo con la amenaza de una guerra frente a sus puertas, para que utilice su influencia económica y frene a Pyongyang.

El domingo pasado, en el programa “Face the Nation” de CBS, el secretario de Defensa estadounidense, James Mattis, dejó claro que China tenía un tiempo limitado. Declaró que Corea del Norte representa “una amenaza directa para Estados Unidos” y añadió: “No tenemos que esperar hasta que tengan un misil balístico intercontinental con una ojiva nuclear puesta”. Mattis luego advirtió que cualquier guerra con Corea del Norte sería “catastrófica” e involucraría “probablemente el peor tipo de combate en la vida de la mayoría de las personas”.

La campaña de guerra contra Corea del Norte ha sido acompañada por una incesante campaña mediática para vilipendiar al régimen de Pyongyang y presentar su diminuto arsenal nuclear como una supuesta amenaza. Mattis ha indicado que cualquier intento de Corea Norte para utilizar un arma nuclear incitará una respuesta “eficaz y abrumadora” —es decir, una aniquilación con el enorme arsenal nuclear de Estados Unidos.

Como ha sucedido con los conflictos instigados por EE.UU. en Oriente Medio, las “armas de destrucción masiva” de Corea del Norte y sus violaciones a los derechos humanos se han convertido en pretexto conveniente para preparar una guerra contra un país pequeño, aislado y económicamente atrasado. Sin embargo, el imperialismo estadounidense tiene en mente objetivos económicos y geoestratégicos predatorios. Primordialmente, una guerra para destruir al régimen en Pyongyang tendría como objetivo debilitar y socavar a China, que siempre ha considerado a Corea del Norte como una importante barrera ante EEUU. y sus aliados en el noreste de Asia —Japón y Corea del Sur—.

Asimismo, las recrudecidas tensiones en la península coreana no son sólo un resultado del gobierno de Trump y sus pretensiones militares. Más bien, la actitud agresiva y amenazante de Trump hacia Corea del Norte se debe a la rápida acentuación de rivalidades geopolíticas en Asia y el resto del mundo, a raíz de una desintegración capitalista agravada por la crisis financiera mundial del 2008.

Desde el colapso de la Unión Soviética en 1991, uno de los principales intereses estratégicos de EE.UU. ha sido evitar todo desafío económico o militar de parte de sus rivales y, en particular, prevenir que el continente euroasiática sea dominado uno o varios de sus competidores.

El exasesor de seguridad nacional estadounidense Zbigniew Brzezinski escribió este razonamiento en la revista Foreign Affairs en 1997: “La distribución de poder que se dé en la masa continental de Eurasia tendrá una importancia decisiva para la primacía global de EE.UU. y su legado histórico... En una Eurasia volátil, la tarea inmediata es asegurar que ningún Estado ni combinación de Estados sea capaz de expulsar a EE.UU. o siquiera disminuir su papel decisivo”.

Entre 1950 y 1953, EE.UU. libró una guerra criminal contra China en la península coreana, dejando a millones muertos para garantizarse para dominar el noreste de Asia. La actitud de Washington hacia Pyongyang, con quien nunca ha firmado un tratado de paz, ha sido una de continua hostilidad. Tras el colapso de la Unión Soviética, la estrategia estadounidense ha estado basada en buscar un cambio de régimen e incorporar a Corea del Norte a su esfera de influencia, a costa de China. Estados Unidos no ha cumplido con su parte de los acuerdos firmados en 1994 y 2007 con Corea del Norte, donde promete desnuclearizarse.

El mayor peligro de un ataque estadounidense contra Corea del Norte coincide con una guerra civil dentro del Estado y la élite política estadounidenses sobre cuestiones de política exterior. Las diferencias en disputa son, en realidad, tácticas: como parte de su campaña por dominar Eurasia, ¿debería Estados Unidos enfocarse primero en Rusia o China? La incesante lluvia de acusaciones contra el gobierno de Trump sobre presuntos vínculos con Rusia está siendo impulsada por sectores que se oponen a sus esfuerzos por reorientar la política exterior de EE.UU. contra Beijing, en lugar de Moscú.

La fuerte presión que está ejerciendo Washington sobre Beijing en relación con Corea del Norte es, en parte, una respuesta al cada vez más aparente fracaso del “pivote hacia Asia” del gobierno de Obama, cuyo fin era aislar y encercar militarmente a China. La orientación del presidente filipino, Rodrigo Duterte, de alejarse de Washington y estrechar sus relaciones con Beijing, es sólo el más evidente de otros realineamientos que están teniendo lugar en Asia e internacionalmente que buscan aprovechar las oportunidades económicas que ofrece China.

En Europa, EE.UU. también se enfrenta a importantes desafíos, más explícitamente de parte de Alemania. Después de la reunión del G7 el fin de semana pasado, la canciller alemana, Angela Merkel, declaró: “Nosotros, los europeos, verdaderamente necesitamos tomar nuestro destino en nuestras manos”, en lugar de depender de EE.UU. A principios de este mes, China lanzó formalmente su ambiciosa iniciativa “Un cinturón, una ruta” —el plan para una inversión masiva en carreteras, puertos, ductos, conexiones ferroviarias y enlaces de telecomunicaciones a lo largo de Eurasia, vinculando a China con Europa. Significativamente, Alemania y Reino Unido, los cuales han buscado impulsar sus relaciones económicas con China, enviaron una representación contundente a la reunión en Beijing.

Incapaz de mejorar las ofertas económicas de China, Estados Unidos está preparando su poderío militar para socavar a algún competidor potencial y alterar las relaciones de sus rivales con Beijing. Eta no es la primera vez que esto sucede. En el 2002, el presidente Bush desechó un acuerdo con Corea del Norte para desnuclearizarse y catalogó al país como parte de un “eje del mal”, junto con Irán e Irak. De esta manera, efectivamente saboteó la llamada “Política del Sol” (Sunshine Policy) de Corea del Sur, un plan para transformar a toda la península coreana, con el respaldo de China y las potencias europeas, en una ruta de transporte y oleoductos para unir a Europa con el este de Asia.

Quince años más tarde, los riesgos y la amenaza de una guerra son mucho mayores. Frente a una crisis política y tensiones sociales cada vez más agudas en el país, el gobierno de Trump está recurriendo a políticas más y más imprudentes para tratar de reafirmar la hegemonía de Estados Unidos. Ya sea en la península de Corea u otro punto álgido, como el mar de China Meridional, el imperialismo norteamericano se está viendo obligado a tomar medidas militares que amenazan con precipitar el mundo hacia una guerra catastrófica entre potencias nucleares.

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