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Perspectiva

Marchando hacia una guerra más amplia en Oriente Medio

Detrás de la amarga guerra política en Washington y de las interminables acusaciones histéricas sobre una interferencia rusa en las elecciones con la supuesta connivencia de Donald Trump, se están librando guerras muy reales en Oriente Medio que amenazan con desencadenar una conflagración regional e incluso global con implicaciones fatales para los pueblos no sólo de la región, sino de todo el planeta.

Estos dos campos de batalla no están de ninguna manera desconectados. Los grupos de poder en Estados Unidos están profundamente divididos en política exterior y, de forma más fundamental, en su estrategia de guerra. Detrás de la histeria antirrusa, la oposición a Trump de parte del Partido Demócrata y capas significativas de los republicanos está determinada a impedirle que debilite la escalada en marcha de agresión estadounidense contra Moscú, y en particular la campaña de cambio de régimen en Siria.

El gobierno de Trump y la camarilla de oficiales militares activos y retirados que efectivamente pilotean su política exterior y militar han explicado de forma cada vez más clara una política dirigida a planear la guerra con Irán en preparación para una confrontación con China. Esta es la agenda oculta del viaje de Trump a Israel y Arabia Saudí el mes pasado, los dos principales enemigos regionales de Teherán.

El objetivo declarado de la administración de forjar una alianza antiiraní, similar a la OTAN, con los emiratos suníes petroleros del Consejo de Cooperación del Golfo se ha convertido en un estado de guerra de facto impuesto por Arabia Saudita, los Emiratos Árabes Unidos y Egipto contra Qatar, que ha sido objeto de un bloqueo económico total. La monarquía saudí, el principal patrocinador ideológico y financiero del extremismo islamista, ha descrito absurdamente y con el consentimiento de Trump que su ataque contra Qatar es una cruzada contra el terrorismo. La verdadera cuestión, en cambio, son los lazos de Qatar con Teherán y su renuencia a unirse a la campaña antiiraní.

Turquía, por su parte, ha apoyado al régimen de Qatar, enviando alimentos y tomando medidas para establecer una base militar en la pequeña península rica en gas de Qatar. Ankara ya se había distanciado de Arabia Saudita y sus aliados por su oposición al golpe militar que derrocó al expresidente egipcio, Mohamed Morsi, en el 2013. Estas tensiones se han exacerbado a raíz de las acusaciones de que los Emiratos Árabes Unidos canalizaron miles de millones de dólares a Turquía para apoyar el abortado golpe de Estado en julio del 2016 contra el presidente turco, Recep Tayyip Erdoğan.

En medio de este espiral de conflictos regionales, hay un elemento de aparente incoherencia en la política del gobierno de Trump. Qatar alberga la base aérea de al-Udeid, que es estratégicamente vital, además de 10 000 tropas estadounidenses. La base está siendo utilizada para llevar a cabo ataques aéreos sobre Irak, Siria y Afganistán, todo en nombre de la campaña contra el terrorismo y Estado Islámico de Irak y Siria (EI) en particular.

Las fuerzas iraquíes, respaldadas por una campaña asesina de bombardeos estadounidenses, están cerca de conquistar Mosul, una ciudad una vez grande transformada en escombros, mientras que las fuerzas indirectas de Washington kurdas están avanzando bajo una cobertura aérea igual de devastadora hacia la ciudad siria de Raqa. Con estas ofensivas, EI está siendo expulsado de sus últimas dos fortalezas principales.

Estas aparentes victorias, sin embargo, no significan el final de la última guerra estadounidense en Oriente Medio, sino más bien su escalada y peligrosa transformación e intensificación.

En un informe que se podría caracterizar con exactitud como “directamente de la fuente”, el New York Times publicó un artículo durante el fin de semana titulado “Más allá de Raqa, una batalla aún más grande para derrotar a EI y controlar Siria se avecina”. Desde el comienzo de la guerra de cambio de régimen orquestada por la CIA hace seis años, la autora Anne Barnard ha servido como un fiel canal para la CIA y el Pentágono y como una agitadora a favor de los “rebeldes” vinculados con Al Qaeda, empleados en el intento para derrocar el gobierno del presidente Bashar al Asad.

El artículo de Barnard indica que el Pentágono y la CIA ven la cruzada contra EI como un espectáculo secundario, un pretexto útil para perseguir los intereses imperialistas estadounidenses en Siria y en toda la región. La batalla contra la milicia islamista, en sí un producto de la sucesión de guerras estadounidenses desde Irak a Libia y Siria, está siendo eclipsada, según indica el artículo, por un conflicto en el sureste de Siria “con una importancia geopolítica y un riesgo mucho mayores”.

Barnard se refiere a esta confrontación militar que se viene desarrollando como la “versión del siglo XXI del Gran Juego”, una referencia histórica a la prolongada rivalidad entre el imperialismo británico y el imperio ruso por dominar Asia Central. Precisamente, tales objetivos depredadores están involucrados en Siria, donde Washington intenta derrocar el régimen de Asad y reemplazarlo por un gobierno títere, a su vez como medio para aislar y preparar una guerra contra Irán, al cual considera como un rival en la luchar por una hegemonía sobre los países ricos en fuentes de energía y las regiones estratégicamente vitales del Golfo Pérsico y Asia Central.

El enfoque de esta nueva etapa en la guerra de Siria que ha matado a cientos de miles y convertido a millones en refugiados es en un puesto avanzado en el desierto dirigido por comandos de las fuerzas especiales estadounidenses y británicas en Al Tanf, el cruce fronterizo al sureste de Siria con Irak que controla la carretera principal entre Damasco y Bagdad.

El Pentágono está utilizando la base para entrenar a los llamados rebeldes, ostensiblemente para luchar contra EI, pero en realidad terminan luchando contra el régimen sirio. Declaró unilateralmente una “zona de desconflicto” con un radio de 55 kilómetros alrededor de la base, y ha utilizado esto como pretexto para lanzar tres ataques aéreos separados —el último fue el 8 de Junio— contra las milicias alineadas con el gobierno de Damasco. También, recientemente derribó lo que afirmaba ser un dron armado operado por las fuerzas prorrégimen.

Mientras tanto, al norte, en el asedio respaldado por EE.UU. de la ciudad controlada por EI de Raqa, las fuerzas terrestres indirectas de Washington y predominantemente kurdas le han dejado deliberadamente una ruta de escape a las milicias de EI hacia el sur para que sus combatientes puedan unirse al ataque contra la mitad de Deir ez Zor controlada por el gobierno, una ciudad de 200 000 habitantes en el este de Siria.

En lo que constituye un golpe para la estrategia militar en curso de EE.UU., las fuerzas prorrégimen han logrado tomar el territorio al este hasta la frontera con Irak, entre la base estadounidense en Al Tanf y la ciudad fronteriza controlada por EI de Al Bukamal sobre el río Éufrates. El Pentágono había afirmado que su objetivo era preparar a los “rebeldes” que está entrenando para quitarle la ciudad a EI. Esto serviría para consolidar el dominio estadounidense sobre la zona fronteriza, abriendo camino río arriba sobre el Éufrates y, en última instancia, llevando a la repartición de Siria en preparación para una guerra total por el cambio de régimen.

El avance sirio ha interrumpido los intentos estadounidenses de cortar las rutas de suministro que unen a Siria con Irak y, más al este, con Irán. Las milicias chiítas iraquíes, respaldadas por Irán, se han desplazado hacia la frontera siria.

Según aclara el artículo del New York Times, este es un asunto de importancia estratégica para los objetivos imperialistas de EE.UU. “... Lo que realmente está en juego son cuestiones aún mayores. ¿Restablecerá el gobierno sirio el control del país hasta sus fronteras orientales? ¿Seguirá siendo el desierto de la frontera sirio-iraquí, una tierra de nadie vulnerable para el control de milicias? Si no, ¿quién dominará ese territorio —fuerzas alineadas con Irán, Rusia o Estados Unidos?”.

Uno nunca sospecharía que lo que se describe es un país soberano. La operación estadounidense en Siria e Irak está emergiendo claramente como el eje de una nueva colonización imperialista de Oriente Medio después de un cuarto de siglo de guerras estadounidenses que han asolado gran parte de la región y han dejado en ruinas al destartalado sistema raquítico de Estados nación impuesto por las antiguas potencias coloniales. Al igual que ocurrió con las anteriores colonizaciones, los antagonismos que resultan abren paso a una guerra mundial.

“Con todas estas fuerzas encaminadas a una colisión, varias escaladas recientes han elevado los temores sobre una confrontación directa entre EE.UU. e Irán, o incluso Rusia”, señala el Times .

La lógica de la intervención estadounidense en Siria apunta hacia una intensificación marcada del uso de la fuerza militar para recuperarse tras las derrotas tácticas que el Pentágono ha sufrido en la frontera entre Irak y Siria. Que tal ofensiva pueda provocar un enfrentamiento militar directo con “Irán, o incluso Rusia” no sería algo inoportuno para las capas dominantes de la élite gobernante de EE.UU., las cuales ven la guerra como un instrumento esencial para retroceder el declive prolongado de la hegemonía global del capitalismo estadounidense.

Pero, para las masas de trabajadores en Oriente Medio, Estados Unidos y todo el planeta, estos acontecimientos constituyen una amenaza mortal. Esta amenaza sólo puede ser respondida mediante la construcción de un movimiento de masas para luchar contra la guerra que una a la clase obrera internacional con base en una lucha para poner fin al imperialismo y reorganizar la sociedad sobre una base socialista.

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