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Golpe palaciego en Arabia Saudí

El rey Salam de Arabia Saudí de 82 años de edad ha emitido una serie de decretos proclamando a su hijo favorito, Mohammed bin Salman de 31 años de edad, como su sucesor inmediato. Suplanta así al sobrino de Salman, el jefe de la seguridad interna y vice primer ministro, el príncipe heredero Mohammed bin Nayef.

Salman también consolidó la base del poder de Mohammed, nombrando a Abdulaziz bin Saud bin Nayef, de 34 años, que es muy cercano al nuevo príncipe heredero, para encabezar el ministerio del interior de millones, responsable de oprimir y de intimidar al pueblo saudí en nombre de la "lucha contra el terrorismo".

El nuevo príncipe heredero, hasta ahora segundo en la línea sucesoria, ya controla las carteras de defensa y de economía, y dirige la junta más alta de Aramco, la compañía petrolífera más grande del mundo. Este nombramiento lo hace rey en todo menos en el nombre, presidiendo sobre una casa real de más de 7000 príncipes y desgarrada por las luchas faccionales internas.

Para su ascenso al trono buscó el apoyo revirtiendo recortes a los salarios de funcionarios implementados en septiembre pasado y otorgando unas vacaciones de una semana adicional, anunciados para marcar el final de Ramadán. De acuerdo con el Economist, esto añadirá otros 13 mil millones de dólares estadounidenses al déficit presupuestario, proyectado en 86 mil millones de dólares estadounidenses o el 12 por ciento del PIB de este año.

También orquestó una serie de pasos para aislar a bin Nayef y fortalecer su propia posición, incluyendo el nombramiento de su hermano menor, el príncipe Khalid, como embajador en Washington para fortalecer sus relaciones con la administración de Trump.

Las relaciones con la Casa Blanca del ex presidente Barack Obama se hicieron cada vez más tensas después de que Washington no continuara con su amenaza de atacar Siria en 2013 y alcanzara un acuerdo nuclear con el Irán gobernado por los chiíes y al que Riyad se opuso vehementemente.

Mohammed bin Salman también nombró a un primo y aliado como vice gobernador de la Provincia Oriental, rica en petróleo, cuyo gobernador es el hermano de Mohammed bin Nayef, Saud bin Nayef.

El que Salman esté destronando por segunda vez a un príncipe heredero (jubiló al príncipe Muqrin en abril de 2015) desde su ascenso al trono en enero de 2015 refleja la situación cada vez más turbulenta en la que se halla la Casa de Saud, el mayor productor de petróleo del mundo y un aliado crucial de los Estados Unidos.

El golpe palaciego es un intento desesperado para resolver los conflictos militares, políticos y económicos que vienen de décadas de guerras llevadas a cabo por Estados Unidos en la región a expensas de las masas saudíes. Augura un gobierno cada vez más autocrático, dificultades económicas y una intensificación de las guerras regionales de las que los pasos hostiles en curso por parte de Arabia Saudí contra Catar e Irán son la indicación más dramática.

La crisis económica que tiene cogido al país ha sido exasperada por la guerra asesina pero mayormente infructuosa instigada por Mohammed bin Salman contra los hutíes rebeldes y su aliado, el ex presidente Ali Abdullah Saleh de Yemen, que todavía controla la capital y la mayor parte del norte del país. La guerra ha llevado a 4773 civiles muertos confirmados y 8272 heridos, a hambruna masiva y cólera, con un niño muriendo cada diez minutos y siete millones de personas en riesgo agudo de hambruna en lo que las Naciones Unidas han llamado el peor desastre humanitario desde 1945.

La guerra ha servido para desestabilizar las relaciones de Riyad con sus aliados tradicionales. Pakistán ha rechazado las exigencias repetidas de enviar tropas para luchar contra los hutíes, mientras que Omán ha permanecido al margen y Egipto brindó asistencia meramente simbólica.

Riyad también vertió deceneas de miles de millones de dólares en armar a las milicias islamistas reaccionarias, designadas como "rebeldes" en la guerra apoyada por los Estados Unidos para derrocar el régimen sirio del presidente Bashar al-Assady aislar a Irán, que es el principal apoyo de Siria en el Medio Oriente. La guerra de seis años ha matado a casi medio millón de personas. Cuatro millones de personas han huido del país mientras más de 6,3 millones son desplazados internos.

Los saudíes han estimulado las tensiones sectarias entre suníes y chiíes por toda la región y se oponen al apoyo de Irán a los rivales políticos de Riyad en el Líbano, Bahrain e Irak.

Mohammed bin Salman, como ministro de defensa, ha adoptado una actitud particularmente belicosa hacia Irán, enmarcando las tensiones con Teherán en términos sectarios, afirmando que el objetivo de Irán es "controlar el mundo islámico" y difundir su doctrina chií, y juró llevar "la batalla" a Irán.

Envalentonado por la primera visita del presidente Donald Trump al extranjero el mes pasado en Riyad, precipitó una crisis en el Consejo de Cooperación del Golfo intentando aislar a Catar, acusándolo de apoyar al ISIS, la Hermandad Musulmana e Irán.

Su propósito era presionar a Catar para llevar a este país a la posición de los saudíes contra Irán y sus otras políticas depredadoras, incluyendo el apoyo generoso al régimen militar egipcio. Organizó un bloqueo económico, que equivale a una declaración de guerra, incomodando al establishment de la defensa en Washington, que mantiene una base militar estadounidense crucial en Catar, y desestabilizando más la región. Turquía ha venido a socorrer a Catar, como lo ha hecho Irán, mientras que Pakistán, Omán y Kuwait permanecen neutrales.

Irán ha acusado a los Estados Unidos y a Arabia Saudí de estar detrás de los atentados terroristas del ISIS en Teherán hace dos semanas que mataron a por lo menos doce personas e hirieron a docenas más cuando hombres armados y terroristas suicidas atacaron el parlamento y el mausoleo del Ayatolá Jomeini, el fundador de la República Islámica.

Las tensiones sociales son explosivas. La caída de los precios del petróleo, del que depende Arabia Saudí para el 70 por ciento de sus ingresos, ha llevado a recortes drásticos en el gasto público, la imposición de un impuesto al valor añadido y la venta propuesta del 5 por ciento de Aramco para financiar un programa de diversificación económica.

Ante un déficit presupuestario masivo, el desplome de sus reservas internacionales y un crecimiento de menos de un 1 por ciento, el más bajo en casi cuatro años, Mohammed ha aparcado la política del reino de décadas de duración de comprar la calma política con un contrato social que ha ofrecido cierta seguridad —mediante precios bajos de los servicios públicos, subsidios sociales y empleos en el sector público— a la población saudí, y alentó una ola de nacionalismo saudí basado en el sunismo.

Fue él quien, en septiembre pasado, recortó las prestaciones para vivienda, vacaciones y por enfermedad y rebajó en un tercio los sueldos de algunos empleados públicos.

Las facturas de los servicios subieron mientras los subsidios bajaban, aumentando los niveles de pobreza al tiempo que tiraba la casa por la ventana al pagar 500 mil millones de dólares estadounidenses por un yate.

Este mes, el gobierno intensificó las restricciones a los trabajadores extranjeros, que constituyen cerca de 12 millones de la población del país de 33 millones, en un intento de reducir el desempleo entre los ciudadanos saudíes, reservando empleos en el pequeño comercio para los saudíes. Se espera que un millón se vayan en las próximas semanas.

Se cree ampliamente que la tasa oficial de desempleo del 12,1 por ciento es una subapreciación. Otras estimaciones sugieren que está en el 27-29 por ciento, subiendo al 33 por ciento entre los jóvenes en edades comprendidas entre los 20 y los 24 años de edad y el 38 por ciento para la gente que tiene de 24 a 29 años, en un país en el que dos tercios de la población tienen menos de 30. Se espera que unos 1,9 millones de un total de 20 millones de ciudadanos saudíes entre en el mercado laboral en la próxima década.

Mientras la enorme riqueza petrolera de Arabia Saudí es propiedad de la familia real que vive en la opulencia, al menos 20 por ciento de los saudíes sufre pobreza "devastadora" o "severa", y solo en Riyad entre 2 y 4 millones de personas viven en la pobreza.

La minoría chií de Arabia Saudí en la Provincia Oriental, rica en petróleo, sufre de una pobreza demoledora después de décadas de negligencia económica y marginalización política. Sus pueblos y ciudades, tales como Qatif, al-Hasa y particularmente al-Awamiya, ciudad natal del clérigo chií ejecutado, Sheik Nimr Baqih al Nimr, carece de las infraestructuras que tiene su contraparte suní.

A los trabajadores inmigrantes, principalmente del subcontinente indio y del sureste de Asia, que suman cerca de 12 millones, les va peor aún, con salarios bajos y dificultades financieras, agravadas por un sistema de patrocinio explotador.

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