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Perspectiva

EE. UU. Despilfarra miles de millones en nuevo portaaviones

En otro gran despilfarro de recursos públicos, Estados Unidos encargó la construcción del USS Gerald Ford, el onceavo superportaaviones del país, con una factura de $13 000 millones.

El precio combinado de la nave con sus aviones navales F-35 será de $30 000 millones, que equivale a la estimación de las Naciones Unidas del costo anual para acabar con el hambre mundial.

Sin duda, muchos de los ejecutivos contratistas de defensa que llegaron a la ceremonia de “bautizo” oficial del portaaviones tuvieron sus jets privados y membresías de exclusivos clubes campestres pagados con esta monstruosidad cuyo costo final fue de $3 000 millones por encima del presupuesto designado. ¿Cuántos políticos consiguieron puestos con salarios de siete cifras en el sector privado por haber impulsado el proyecto? Nadie nunca lo sabrá.

Gerald Ford es sólo parte de una importante expansión de la Marina estadounidense, que ya estaba en marcha desde antes de que Trump anunciase sus planes de aumentar el gasto militar $54 000 millones cada año y ampliar el tamaño de la Marina con 75 nuevos buques. Los planes militares de EE. UU. para la próxima década no sólo incluyen un nuevo conjunto de portaaviones, sino toda una nueva clase de submarinos capaces de transportar misiles balísticos, destructores, aviones de caza, bombarderos de larga distancia y misiles nucleares.

Esta expansión del gasto militar, bajo Obama y Trump, ha sido recibido por los varios medios de comunicación con una entusiasta aprobación o un silencio total.

Cuando el portaaviones esté en funcionamiento en unos tres o cuatro años, ya será obsoleto. Cuando Reino Unido comisionó su último portaaviones, el HMS Queen Elizabeth, el centro de pensamiento Royal United Services Institute observó que la gran nave ya era prácticamente indefensa ante la actual generación de misiles de crucero antibuques que tienen Rusia, China y otros países.

“Misiles cuyo costo es (mucho) menor al medio millón de libras por unidad podrían por lo menos desactivar un portaaviones británico que cuesta más de 3 000 millones de libras”, indica.

Comentando el informe, el Ministerio de Defensa ruso bromeó que el portaaviones británico era “simplemente un gran y conveniente blanco naval”. El mismo epíteto podría aplicarse a Gerald Ford. Esta bañera de acero, que hospedará a unos 4300 marinos, aviadores y oficiales, podría ser hundida en minutos con sólo acercarse a 650 km de la costa de Kaliningrado, Siria o incluso China.

Sin embargo, Estados Unidos tiene once de estos dinosaurios, junto con ocho portahelicópteros que son tan grandes como los portaaviones de otros países. Con el cinco por ciento de la población mundial, Estados Unidos posee tres cuartas partes del tonelaje de portadores de todo el mundo.

En la ceremonia del contrato el sábado, el presidente estadounidense, Donald Trump, pronunció un discurso huracanado, delirante, lleno de amenazas desconcertantes, en el que retrató a un EE. UU. armado hasta los dientes. Llamó la nave un “mensaje al mundo” y manifestó que el “poder de EE. UU. es insuperable y estamos volviéndonos cada día más grandes, mejores y fuertes”.

“Nuestros enemigos temblarán de temor porque todo el mundo sabrá que EE. UU. se acerca”, declaró. Los enemigos de los que está hablando (uno asume que no son islamistas armados con Kalashnikovs) nunca fue especificado.

Trump luego añadió, “Este barco también asegura que, si viene una batalla, siempre terminará del mismo modo: vamos a ganar, ganar, ganar. Nunca perderemos. Vamos a ganar”.

En una clara violación del principio del poder civil sobre el militar, instó a los marines y oficiales militares presentes que le exijan al gobierno aumentar el gasto militar.

El ex especulador inmobiliario resumió: “Cuando se trata de un combate, no queremos una lucha justa. Queremos todo lo contrario. Exigimos victoria y tendremos una victoria total”.

El discurso de Trump demuestra la influencia de sus asesores de tendencia fascista, Stephen Bannon y Stephen Miller, al no invocar la “democracia” ni el principio de “defensa propia”, con los que el imperialismo estadounidense ha adornado sus operaciones tradicionalmente. Todo lo queda es coacción, amenazas y fuerza militar al desnudo.

A pesar de que existen diferencias significativas entre Trump y los mandos militares y de inteligencia de EE. UU., la creencia del presidente de que la violencia es una solución para problemas históricos encuentra su eco en el pensamiento que predomina en los círculos de decisión estadounidenses, los cuales buscan mantener el dominio global de EE. UU. a través de la expansión del poder militar.

El USS Gerald Ford es la encarnación física de la idea de que la decadencia histórica a largo plazo del capitalismo estadounidense puede ser compensada con más armas, buques, guerras y muertos.

El proclamado “Siglo Americano” ha estado caracterizado por la aplastante superioridad del poderío aéreo estadounidense. A pesar de que EE. UU. ha estado en guerra continuamente desde 1991, ningún soldado estadounidense ha sido atacado por un avión de combate enemigo en más de seis décadas.

Y, sin embargo, conforme EE.UU. se aproxima a un conflicto profundo con Rusia, China e incluso sus aliados europeos, se está volviendo vez más claro que sus avanzados sistemas de armas, incluyendo portaaviones y aviones furtivos como el F-22, F-35 y B-2, sufrirían sustanciales pérdidas en una eventual guerra con Rusia, China e incluso potencias más pequeñas y regionales como Irán.

En reconocimiento de esta realidad, el general estadounidense Mark A. Milley señaló que las fuerzas armadas tienen que prepararse para conflictos en los que “los niveles de violencia... serían inmensos, como los que el mundo no ha visto desde la Segunda Guerra Mundial”.

A pesar del altísimo gasto en armas de EE. UU. y el impresionante alcance de sus operaciones militares alrededor del mundo, es cada vez más innegable que su período de hegemonía militar, económica y geopolítica está llegando a su fin.

Esta fue la conclusión de un estudio publicado por la Escuela de Guerra del Ejército estadounidense el mes pasado, el cual afirma que la hegemonía política de EE.UU. “no se está sólo deteriorando”, sino que está “colapsando”.

El informe llega a indicar que el orden “que apareció por primera vez después de la Segunda Guerra Mundial” fue “transformado a un sistema unipolar tras el colapso de la Unión Soviética”. Luego, continúa: “El período de 17 años después de la Guerra Fría... fue un momento único en el que el poder de EE.UU. era esencialmente indiscutible”, pero “nos hemos ido acercando a otra era”.

Con el auge de otras potencias “revisionistas” como China y Rusia, EE. UU.se ha debilitado tanto que “ya no puede —como en el pasado— obtener una consistente y sostenida superioridad militar local a una distancia de combate”.

A lo largo de esta línea de argumento, el historiador Alfred W. McCoy presentó la siguiente evaluación en un libro que saldrá pronto: “Todos los datos económicos, educativos y tecnológicos indican que, el poder global de EE. UU. está sumido en tendencias negativas que seguramente se juntarán rápidamente para el 2020 y que alcanzarán una masa crítica a no más tardar en el 2030. El Siglo Americano, proclamado así triunfalmente a inicios de la Segunda Guerra Mundial, podría ya estar socavado y desvaneciéndose para el 2025 y, a excepción de las acusaciones, podría haberse terminado para el 2030”.

En cierta forma, el declive relativo de EE.UU. es la menor de las preocupaciones de los militares estadounidenses. El informe de la Escuela de Guerra del Ejército señala que, más allá del colapso del orden mundial controlado por EE.UU., “Todos los Estados y las estructuras tradicionales de autoridad política están bajo una presión cada vez mayor”.

“Estas fracturas del orden global de la Guerra Fría están siendo acompañadas por un desgaste interno en el tejido político, social y económico de prácticamente todos los Estados”, añade.

Citando un documento anterior, advierte sobre “el creciente abismo entre gobiernos y ciudadanos sobre el derecho fundamental de gobernar”. Luego, agrega: “Hoy día, todos los Estados están experimentando una estrepitosa pérdida de autoridad, influencia, alcance y atracción”, conforme las poblaciones son influenciadas por “innumerables fuentes de alineaciones políticas o lealtades”.

El informe concluye que actualmente todos los Estados, “están en conflicto unos contra otros por intereses rivales mientras que están parados sobre arenas movedizas—bajo la amenaza” no sólo de otras naciones, sino “del orden social frágil e intranquilo sobre en el que están apoyados”. Estas arenas movedizas son una metáfora para el aumento de la oposición popular a la guerra, la desigualdad social y el capitalismo mismo.

Frente a crisis nacionales e internacionales, EE. UU. ha armado una ofensiva en todas partes y al mismo tiempo, sea contra Rusia, China, Irán y ahora incluso sus aliados de la OTAN. El mismo fin de semana en el que Trump puso en marcha la construcción del portaaviones, la Cámara de Representantes aprobó un proyecto de ley que impondría sanciones a empresas europeas que mantengan relaciones económicas con Rusia, una medida que, según un cable filtrado de la Unión Europea, provocaría represalias “en días”.

Todo esto constituye una advertencia para la clase obrera: al estar enfrentando un estancamiento económico, un declive geopolítico y una crisis de legitimidad en el país, la élite gobernante estadounidense ve la guerra, sin importar que tan sangrienta y desastrosa sea, como la única solución para sus problemas. Sólo la construcción de un nuevo movimiento contra la guerra internacionalista y socialista podría prevenir la erupción de otra gran guerra mundial, esta vez instigada por EE. UU.

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