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La política antisocialista de los Socialistas Democráticos de América

Los Socialistas Democráticos de América (DSA; Democratic Socialists of America) celebró su convención nacional la semana pasada en Chicago. Pese a su retórica populista y de “izquierda” en algunos de sus discursos, talleres, mesas redondas y resoluciones, el DSA es una organización procapitalista, de tradición anticomunista y vigorosamente opuesta a la independencia política de la clase obrera.

El encuentro tuvo lugar en un momento en el que los distintos grupos que reivindican ser de “izquierda” y que operan dentro o en la órbita del Partido Demócrata tantean cómo lidiar con el rechazo de los trabajadores y la juventud hacia este partido de las grandes empresas—un disgusto evidenciado por la debacle demócrata en las elecciones del 2016—.

Esta radicalización política y la expansión de las opiniones anticapitalistas se vieron inicialmente reflejadas en el apoyo de masas hacia Bernie Sanders, el senador autodenominado “socialista”, en las primarias demócratas. Proclamándose el líder de una “revolución política”, Sanders buscó encauzar la oposición social detrás de los demócratas y su eventual postulante presidencial, Hillary Clinton.

A lo largo de las primarias, la campaña de Clinton fue proguerra e indiferente a las cuestiones de pobreza y desigualdad social que predominaron en el sentir popular. Siendo ampliamente detestada por la clase obrera como una personificación del corrupto statu quo político, su candidatura produjo una caída dramática en la participación de votantes que tradicionalmente votan por los demócratas y un giro a favor de Trump, quien se presentó como la alternativa a la élite política, entre los votantes de bajos ingresos que votaron por Obama en el 2008 y 2012 en las regiones económicamente devastadas de los estados industriales. Varios estudios recientes muestran que los sentimientos antibélicos en estas regiones y la hostilidad hacia la agitación antirrusa de Clinton también fueron un factor determinante en la victoria de Trump.

Dicho aislamiento del Partido Demócrata se ha profundizado desde la votación, con los líderes demócratas oponiéndose al gobierno de Trump por su renuencia a no continuar la política de confrontación contra Rusia iniciada bajo Obama, no por su feroz ofensiva contra los inmigrantes, los derechos democráticos y los programas sociales, ni por su nombramiento de fascistas y multimillonarios de Wall Street a algunos de los puestos más altos de la Casa Blanca y su gabinete. Según una encuesta de Gallup publicada en mayo, el índice de aprobación de los demócratas ha caído incluso más rápido que el de los republicanos.

No hay nada que inquiete más a la pseudoizquierda que el descrédito del Partido Demócrata, el cual trae consigo el espectro de una ruptura de la clase obrera con la política burguesa y la formación de un nuevo movimiento obrero y socialista. Algunas organizaciones y publicaciones como la Organización Internacional Socialista (ISO; International Socialist Organization) y la revista Jacobin han estado discutiendo crear algún tipo de reagrupamiento político, sea dentro del mismo Partido Demócrata o nominalmente fuera de éste, para apuntalar y relegitimar la credibilidad política de dicho partido y de la política capitalista en general. Con este fin en mente, continúan promoviendo a Sanders, quien sigue declarando estar a la cabeza de una “revolución política” para reformar al Partido Demócrata.

Entre estas reaccionarias agrupaciones, el DSA es una estrella en ascenso, percibida como una organización que podría protagonizar la realización de estos planes. Por ende, la ISO invitó por primera vez a Jacobin, afiliada con el DSA, a ser coanfitriona de su conferencia anual este verano. El editor en jefe de la revista y vicepresidente de DSA, Bhaskar Sunkara, fue uno de los principales ponentes.

Alternativa Socialista (SA; Socialist Alternative), que operó abiertamente como una facción de la campaña de Sanders el año pasado, se ha postrado ante el DSA. Le ha llamado a formar un nuevo “frente amplio” en el que SA se pueda liquidar a sí mismo. Justifican esta línea política con el argumento de que el DSA se ha distanciado de sus inicios anticomunistas y socialdemócratas tras las manifestaciones de Ocupa Wall Street del 2011 y el ingreso a la organización de Sunkara y sus acólitos.

De hecho, pocas organizaciones de pseudoizquierda, tal vez con la excepción de SA, están tan integradas y funcionan de forma tan abierta como una facción del Partido Demócrata. La dirección del DSA incluye a varios luminarios del Partido Demócrata, como a burócratas sindicales como Dolores Huerta (quien apoyó a Clinton en las primarias demócratas) y celebridades intelectuales como el académico Cornel West y la escritora feminista y excolaboradora de la CIA, Gloria Steinem. El DSA respaldó a Hillary Clinton en la elección general, buscando maquillar esto con el llamado a formar “un movimiento político” para vencer a Trump en estados claves. Tras la votación, respaldó a la legisladora de Minnesota, Keith Ellison, como presidenta del Comité Nacional Demócrata.

Siendo miembro de la Internacional Socialista, el DSA está afiliado a organizaciones como el Partido Laborista británico, el Partido Socialista francés y el Partido Socialdemócrata alemán, que en su conjunto han llevado a cabo ataques brutales contra la clase obrera y participado en guerras neocoloniales en Oriente Medio y África estando en el poder.

El DSA no se puede separar de su historia. La organización predecesora del DSA, el Comité Organizador Socialista Democrática (DSOC; Democratic Socialist Organizing Committee) surgió a raíz de una división del Partido Socialista ( Socialist Party of America) en 1972. Dicha organización expulsó en 1919 a quienes apoyaron la Revolución Rusa.

Los fundadores de DSOC, siendo Michael Harrington el principal, habían sido parte del Partido Socialista por al menos una década antes de 1972, dentro de la tendencia dirigida por Max Shachtman, quien se separó del movimiento trotskista en 1940. Los shachtmanistas se doblegaron ante la presión de la opinión pública burguesa cuando se firmó el Pacto entre Stalin y Hitler y se rehusaron a defender a la Unión Soviética. Para 1950, este grupo estaba defendiendo al imperialismo norteamericano en la Guerra de Corea y, para 1961, Shachtman estaba apoyando públicamente la invasión estadounidense de Bahía de Cochinos en Cuba. Este es el linaje anticomunista de Harrington.

Al llegar 1972, Shachtman ya había congregado los restos del casi moribundo Partido Socialista. Harrington criticó a su mentor desde la izquierda, asociándose principalmente con el ala liberal de la burocracia sindical, característicamente anticomunista, dirigida por Walter Reuther del sindicato de trabajadores automotrices UAW (United Auto Workers).

Desde sus inicios, la orientación del DSOC, en las palabras del DSA, era hacia “construir una coalición fuerte entre sindicalistas progresistas, activistas feministas y de derechos civiles, y liberales de izquierda de la ‘nueva política’ que pertenece al ala de McGovern de los demócratas”. Su incorporación en 1982 de la generación de manifestantes estudiantiles de los años sesenta para formar el DSA fue un reflejo de su traslado hacia la derecha y abandono de sus pretensos radicales, ya que esto hizo más atractivos los cimientos anticomunistas del DSA para estos sectores.

El rechazo de la organización a cualquier política basada en principios es tal que no tiene un programa o una plataforma que, siquiera nominalmente, oriente sus actividades políticas. Con ver el “documento estratégico nacional” del DSA, publicado en junio y nuevamente antes de la convención de la semana pasada, se puede distinguir la orientación anticomunista y nacionalista de esta organización de clase media.

El título por sí solo es significativo: “Crece la resistencia: Una estrategia socialista en la era de la revolución política”. Su uso del término “revolución política” refleja el apoyo del DSA a Bernie Sanders y a la ilusión de que el Partido Demócrata se puede convertir en un “partido del pueblo” por medio de presión popular. Si queda alguna duda sobre esto, el anuncio de este documento en la página web del DSA viene con una foto de un mitin de Sanders. Su promoción de dicho término utilizado por Sanders evidencia, ante todo, que se oponen a una revolución social y a una transformación social auténtica que lleve a la clase obrera al poder. En cambio, al igual que Sanders, buscan “purificar” el capitalismo.

La democracia radical contra el socialismo

La declaración del DSA está repleta de muestras de política de identidad. Uno de los subtítulos exhorta, “La formación de coaliciones multirraciales e intencionalmente interseccionales”. En varios puntos, el DSA se regaña a sí mismo por estar “dominado por activistas blancos”.

Promueve la reaccionaria explicación que la victoria de Trump en el Colegio Electoral sucedió por el racismo de la clase obrera. Indica que “los llamados al racismo y al miedo continuarán teniendo tracción entre votantes blancos afectados por la inseguridad económica y social —particularmente los hombres, quienes se enfrentan a la erosión de su preeminencia tradicional de género gracias a las victorias del movimiento feminista—”.

Desde un punto de vista teórico, el aspecto más importante del documento del DSA es que rechaza la teoría marxista del Estado como un instrumento de dominio de clase y lo substituye con la noción nebulosa y supraclasista del socialismo que denomina “democracia radical”.

“El DSA cree que la lucha por el socialismo democrático es la misma que la lucha por la democracia radical, que entendemos como la libertad de todas las personas a determinar, al mayor grado posible, todos los aspectos de sus vidas”, declaran. “Nuestra visión no incorpora nada menos que la democratización de todos los ámbitos de la vida, con el económico siendo tan importante como otros. Esto significa simplemente que la democracia iría más allá de la elección de funcionarios políticos e incluiría la gestión democrática de todas las empresas por parte de los trabajadores dentro de ellas y de las comunidades en las que operan”.

Su “democracia radical” también involucraría cambios en cómo se eligen los miembros al Congreso, la abolición del Senado y el establecimiento de ambiguas “instituciones locales participativas”.

El DSA utiliza el término “democracia” como una abstracción supraclasista o que obvia las clases sociales. Su llamado a una “democracia industrial” no explica precisamente quién participaría en esta “democracia” y en calidad de qué, ni mucho menos quién controlaría los medios de producción. De hecho, la concepción del DSA de una “democracia radical” no va más allá de la introducción de consejos directivos compuestos por los sindicatos y la gerencia, cooperativas nominalmente propiedad de los trabajadores y otras iniciativas que lo que buscan es amarrar a los trabajadores de pies y manos a la patronal.

Desde que el socialismo científico fue elaborado por primera vez por Marx y Engels, los socialistas han explicado que el Estado es un instrumento de dominio de clase. Esto es igual de cierto para los gobiernos democráticos como los autoritarios. De hecho, los socialistas han entendido que el Estado democrático burgués es la forma de gobierno que se acopla mejor a los requisitos de la dictadura de clase de la burguesía; esto explica porque, como una regla general histórica, los países capitalistas más viejos y establecidos desarrollaron uno u otro sistema parlamentario.

Sin embargo, si la clase gobernante en todas las viejas democracias capitalistas está recurriendo a métodos autoritarios cada vez más explícitos, es por la enorme concentración de la riqueza, la cual es incompatible con formas democráticas de gobierno. El dominio burgués es cada vez menos compatible con las reformas sociales del pasado, lo que significa que la crisis del capitalismo está alcanzando dimensiones revolucionarias. Como lo explicó Lenin, una situación revolucionaria no sólo necesita que las masas no puedan continuar viviendo como lo han hecho, sino que la clase gobernante no pueda seguir gobernando como antes.

El carácter de clase del Estado, incluyendo al más “democrático”, explica por qué es que, desde los tiempos de Marx, los socialistas han insistido en que la clase obrera no puede “capturar” la maquinaria estatal existente mediante elecciones, sino que deben destruirla y reemplazarla con un Estado propio basado en la dictadura del proletariado, entendiendo dictadura en el sentido marxista como el dominio político de una clase en particular. Encarnando la antítesis de la propiedad privada por su posición en los medios de producción, la clase obrera toma el poder a través de las formas de gobierno más auténticamente democráticas. Por primera vez, las masas populares participarán activamente en el manejo de la vida social, mientras que las políticas económicas serán determinadas por las necesidades sociales y no el lucro privado.

El DSA indica explícitamente que su visión de una “sociedad socialista democrática” no asimila la eliminación de los antagonismos de clases. “Siempre se debe recordar que, como toda otra forma de sociedad, una sociedad socialista democrática no puede generar una harmonía social total”, dice su documento. “Dicha sociedad siempre tendrá que navegar entre las reivindicaciones contrapuestas de los distintos grupos y necesitará instituciones políticas democráticas para arbitrar y mediar tales conflictos. En otras palabras, el socialismo democrático no será la utopía que los socialistas de antes se imaginaban”.

En vez de la llamada “utopía” de poner fin a la explotación de clases a través de un movimiento revolucionario liderado por un partido marxista, el DSA promueve su reaccionaria utopía del “socialismo democrático” que piensan instituir por medio del Partido Demócrata y reformas capitalistas. “La naturaleza de nuestro activismo electoral varía dependiendo de las condiciones locales y políticas”, señala el DSA. “Sin embargo, incluirá el respaldo a candidatos progresistas y socialistas que estén en campaña, usualmente en las primarias demócratas o a demócratas en las elecciones generales, pero también apoyando a independientes socialistas y otras campañas de terceros partidos fuera del Partido Demócrata (énfasis añadido)”.

En otras palabras, el DSA respaldará a candidatos del Partido Demócrata o de satélites de éste, como el Partido Verde.

La política anticomunista del DSA

Su eslogan de “democracia radical” es congruente con el anticomunismo que forma la piedra angular de la política del DSA. La justificación del DSA para oponerse a la Revolución Rusa es que destruyó la “democracia” cuando derrocó al Gobierno Provisional, el cual había encarcelado y asesinado a revolucionarios y continuado la participación de Rusia en la carnicería de la Primera Guerra Mundial.

El DSA equipara la Revolución de Octubre, la revolución democrática más genuina en la historia, en la que las masas mismas tomaron el control de sus destinos, con el totalitarismo y los crímenes de Stalin, cuya burocracia usurpó el poder y destruyó la democracia obrera en la Unión Soviética. Con el fin de lograr su tarea contrarrevolucionaria, Stalin asesinó a toda la generación de bolcheviques que dirigió la revolución, concentrando todo el peso de su aparato policial en León Trotsky y sus partidarios, quienes representaban la oposición consciente, marxista e internacionalista al régimen de Stalin.

La hostilidad del DSA a la Revolución Rusa y a la concepción marxista de que las luchas de clases de la clase obrera culminarán inevitablemente en la dictadura del proletariado es una cuestión tanto práctico-política como teorética. Ésta se encuentra en el centro de su oposición a la lucha por una política socialista en la clase obrera y de su carácter como una organización contrarrevolucionaria.

La socialdemocracia, de la cual forma parte el DSA, ha reivindicado y defendido la dictadura capitalista sobre la clase obrera por más de un siglo. Esta postura echó raíces cuando todos los principales partidos socialdemócratas apoyaron a sus respectivas burguesías nacionales en la primera guerra imperialista mundial que comenzó en 1914. Desde que la socialdemocracia alemana suprimió la Revolución Alemana de 1918 y asesinó a los líderes marxistas Karl Liebknecht y Rosa Luxemburgo, los partidos socialdemócratas que han llegado al poder no han dudado en emplear la violencia estatal para aplastar los levantamientos de la clase obrera y rescatar una y otra vez a la clase capitalista. Si se le diera la oportunidad al DSA, no dudarían tampoco en hacer lo mismo en EE. UU.

Hace dos meses, Bhaskar Sunkara, expresó la hostilidad del DSA al legado de la Revolución Rusa en una columna de opinión del New York Times, en la que afirmó que Lenin, apenas regresó a Rusia en abril de 1917, “puso en marcha los eventos que llevarían a los gulags de Stalin”. Según Sunkara, para convertir el socialismo en la “democracia radical” era necesario volver a los “días iniciales de la Segunda Internacional”.

A diferencia del colapso de la Segunda Internacional a principios de la Primera Guerra Mundial, cuando dejó de ser una organización socialista, la referencia a los “días iniciales” no puede maquillar el hecho de que Sunkara está promoviendo precisamente esos aspectos que conllevaron a que traicionara el socialismo, como que su agenda política estuviese dominada por campañas reformistas, en vez de las contribuciones positivas de la socialdemocracia al desarrollo y promoción del marxismo, un legado que fue retomado y avanzado después de 1914 por Lenin, Trotsky y los bolcheviques, y puesto en práctica en le Revolución de Octubre.

Cabe notar que el artículo de Sunkara fue aplaudido por el ISO en su sitio web Socialist Worker .

El apoyo del DSA a un Estado imperialista “democrático” concuerda con el completo silencio en su declaración estratégica acerca del imperialismo norteamericano y el peligro de guerra. No es que el DSA sea indiferente a esta cuestión, sino que acepta y se identifica con las guerras criminales que libra el imperialismo estadounidense.

Su sitio web tiene solo dos declaraciones este año sobre política exterior. A pesar de que pretenden ser críticas de la política estadounidense en Oriente Medio, dejan claro que el DSA de hecho apoya la guerra estadounidense de cambio de régimen en Siria, la cual ha cobrado cientos de miles de vidas y desplazado a millones. En su declaración de abril, el DSA condena formalmente el ataque con misiles de crucero de Trump sobre una base aérea siria, pero inmediatamente lo condiciona: “Desde la primavera del 2011, el DSA también ha apoyado el levantamiento democrático y de masas en Siria contra el brutal régimen de Asad”.

El documento acepta acríticamente la ostensible justificación del ataque —expuesta por el periodista Seymour Hersh como una mentira—, de que el gobierno sirio empleó armas químicas contra civiles. (Un artículo publicado en Jacobin ataca el artículo de Hersh). El DSA intenta maquillar su postura proimperialista con el absurdo argumento de que EE. UU. se ha alineado “efectivamente” con el gobierno de Asad y el ejército ruso. No han intentado reconciliar la obvia contradicción entre el supuesto apoyo de EE. UU. al régimen de Asad y el bombardeo de una base aérea siria.

La declaración luego responsabiliza en primer lugar a Rusia e Irán por la guerra civil siria, llamando a Washington a “llevar a cabo la diplomacia necesaria para presionar a Rusia, Irán y Hezbollah para que dejen de enviarle ayuda militar a la dictadura de Asad, al igual que EE. UU. y los Estados del Golfo dejen de financiar a los combatientes internos de Siria”. Este consejo para el Departamento de Estado es una clara señal dirigida a la burguesía estadounidense de que apoyan el empuje belicista del imperialismo estadounidense y la cada vez más agresiva campaña contra Rusia que amenaza con desencadenar una guerra nuclear.

El DSA argumenta que las potencias imperialistas “democráticas” de Europa Occidental son más progresistas que los gobiernos obreros que estableció la Revolución de Octubre. Según ellos, los regímenes reformistas de la posguerra en Europa y EE. UU. —no la construcción del primer Estado obrero en la historia— “constituyen la cúspide del poder de la clase obrera” y un “avance significativo hacia una transición democrática socialista”.

Su tributo nostálgico a los Estados del bienestar de la posguerra pone de manifiesto el carácter delirante y utópico de esta perspectiva en su totalidad. Fomenta la ilusión que los programas reformistas de aquel periodo pueden ser traídos de vuelta bajo condiciones en las que, cuarenta años después, la burguesía alrededor del mundo y particularmente en EE. UU. ha escarbado y escarbado todas las concesiones sociales que ganaron los trabajadores en más de un siglo de lucha.

Es imposible volver a esas condiciones porque la fuerza detrás de la actual contrarrevolución social no es la política errada “neoliberal”, como lo hace creer el DSA, sino la crisis objetiva del sistema capitalista. Lo que lamenta el DSA son los largos años de declive del capitalismo estadounidense, cuyo aplastante dominio permitió la temporal reestabilización del capitalismo global tras la Segunda Guerra Mundial y la habilidad de la burguesía en los países avanzados de implementar reformas modestas y practicar una política de compromiso relativo entre clases.

Esta ceguera ante las raíces objetivas de dicho declive histórico y la falta de un análisis objetivo sobre la crisis del capitalismo estadounidense y global caracterizan tanto al DSA como a la pseudoizquierda en general.

La promoción de la era de la posguerra como un modelo demuestra precisamente a lo que se refiere el DSA cuando menciona, al principio de su documento, ciertas oportunidades “que cambian las reglas del juego” para “izquierdistas y progresistas”. No se refiere al giro hacia la izquierda de la clase obrera ni al alineamiento de sus experiencias con la perspectiva de la revolución social. Al contrario, partiendo del descrédito de las instituciones tradicionales del sistema existente, el DSA percibe que su propia organización y toda la pseudoizquierda podrán desempeñar un papel más prominente y activo en desorientar y suprimir la oposición social, mediante la ocupación de puestos políticos estatales. Como sucedió con Syriza en Grecia, cuya llegada al poder fue celebrada por el DSA como un ejemplo del resurgimiento de la “izquierda”, el DSA prevé que la pseudoizquierda estadounidense va a ser convocada para realizar traiciones históricas.

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