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Perspectiva

La debacle del UAW en la planta Nissan en Mississippi

En la última debacle del sindicato Trabajadores Automotrices Unidos (UAW; United Auto Workers), los trabajadores de la fábrica Nissan en Canton, Mississippi, rechazaron 63 por ciento a 37 por ciento al UAW como su agente negociador. Este voto se suma a una serie de derrotas similares que ha sufrido el UAW, el cual no ha logrado ser reconocido en ninguna de las principales fábricas de automóviles en la región Sur del país, incluyendo en la planta Volkswagen en Chattanooga, Tennessee, en 1998 y nuevamente en el 2001.

Después de estar al tanto de la colaboración del UAW y las corporaciones automotrices, cerrando plantas, eliminando puestos de trabajo y dándoles concesiones en salarios y beneficios, los trabajadores han sacado conclusiones definitivas. No son sólo los trabajadores no sindicalizados los que desprecian al UAW, sino también la mayoría de los que forman parte de éste. Los obreros en Nissan no vieron por qué entregarle dos horas y media de sus salarios cada mes a una burocracia corrupta y derechista que se aprovecha de ellos mientras pretende representarlos.

Siendo incapaces de apelar del todo a la unidad de la clase obrera, el UAW, junto con el senador Bernie Sanders, varios otros políticos demócratas, el clero afroamericano, celebridades de Hollywood, entre otros simpatizantes han proyectado la votación en Mississippi en términos raciales, indicando que una victoria del UAW ayudaría a avanzar los “derechos civiles” de la mayoría afroamericana de la fuerza laboral.

Los obreros no estuvieron de acuerdo con este argumento y por buenas razones. EL UAW no es conocido por emprender luchas serias. El sindicato ha dedicado más de la última mitad de sus años activo suprimiendo huelgas y trabajando para aumentar las ganancias y competitividad de las gigantes empresas de automóviles con sede en EE. UU. Más allá, le ha dado su apoyo al capitalismo estadounidense por años bajo la perspectiva corporativista de “alianzas” entre la patronal y los trabajadores. Las camisetas que distribuyó UAW en Mississippi resumían esto, con el eslogan “Pro-Nissan, prosindicato”.

El UAW ha buscado convencer a la compañía que puede hacer mayores ganancias con sus servicios que sin ellos. Antes del voto en el 2014 en la planta Volkswagen (VW) en Chattanooga, el UAW firmo un “acuerdo de neutralidad” que le asegura a VW poder “mantener y donde sea mejorar sus ventajas en costos y competitivas” ante sus competidores. En práctica, esto se traduce en recortes salariales a los trabajadores de VW.

La gerencia de VW terminó respaldando al UAW, pero el resultado fue en contra del sindicato. Nissan no vio la necesidad de pagarle a un mediador para explotar a la fuerza laboral en la empresa.

Siguiendo la votación en la Nissan, el presidente del UAW, Dennis Williams, culpó al gobernador republicano, Phil Bryant, y a otros políticos. Dijo que “realizaron una viciosa campaña contra su propia población laboral compuesta por tácticas atemorizantes intensas, desinformación e intimidación”.

Eso es pura charlatanería para beneficio propio. El UAW no perdió el voto por alguna campaña de agitación antisindical sino por su podrido y proempresarial historial. Es un hecho que los militantes socialistas y de izquierda que construyeron el UAW y el Congreso de Organizaciones Industriales (CIO; Congress of Industrial Organizations) en los años treinta tuvieron que organizarse de forma clandestina ante el constante y violento hostigamiento de matones y espías de las compañías.

La construcción del UAW se llevó a cabo mediante batallas de clase enormes, como la huelga de Toledo, Ohio, contra Electric Auto-Lite y las sentadas en Flint, Michigan, contra General Motors, entonces la mayor corporación del mundo. Los obreros desafiaron a la Guardia Nacional, la policía, y los jueces, quienes emitían órdenes apenas la empresa se los pidiera. Entre 1937 y 1938, el UAW creció de 35 000 a 350 000 miembros, coincidiendo con una oleada de huelgas industriales de masas, principalmente dirigidas por trabajadores inspirados por el triunfo de la clase obrera rusa en la Revolución de Octubre de 1917.

Las décadas de degeneración del UAW y su metamorfosis en un instrumento directo de la patronal tuvieron sus raíces en la caza de brujas y depuración antisocialistas tras la Segunda Guerra Mundial. Con base en esto, el UAW y los otros sindicatos nuevos se consolidaron como organizaciones procapitalistas y proimperialistas, aliadas con el Partido Demócrata y opuestas a cualquier organización políticamente independiente de la clase obrera.

En 1947, el presidente del UAW, Walter Reuther, expulsó a más de cien miembros de su personal y obligó al resto firmar juramentos anticomunistas, un momento encapsulado por el comentario de un opositor: “No deberían llamarlo macartismo, sino reutherismo”.

El dominio estadounidense de la economía global y su política de compromisos relativos de clase vivieron sus últimos días a finales de los setenta. Ante un desafío cada vez mayor de sus rivales en Asia y Europa, la clase gobernante estadounidense implementó una política de guerra de clases. Inició este proceso bajo el gobierno demócrata de Jimmy Carter, aumentando el desempleo deliberadamente al subir las tasas de interés y presidir el rescate de Chrysler en 1980, el cual involucró numerosos cierres de plantas y recortes salariales. El entonces presidente republicano, Ronald Reagan, amplió esta política a través de toda una década de ofensivas antisindicales respaldadas por su gobierno, comenzando en 1981 con el despido de 11 000 controladores de tránsito aéreo en huelga.

Tanto el UAW como los otros sindicatos, atados al nacionalismo y la defensa del capitalismo, carecían de una respuesta progresista a la globalización. Los capitalistas se aprovecharon de esto para trasladar su producción a otras regiones del mundo donde podrían explotar una mano de obrera más barata. Con el fin de mejorar la competitividad de los gigantes automotrices basados en Detroit, el UAW abandonó toda resistencia a la ofensiva del Estado y las corporaciones, adoptó como doctrina oficial el corporativismo en 1983 y fomentó una obscena campaña nacionalista para culpar a los trabajadores japoneses y de otros países, no a la patronal, por el asalto contra los trabajadores estadounidenses.

A cambio convertirse así en un socio activo en la implementación de los dictados de la gerencia, los ejecutivos le canalizaron miles de millones de dólares al UAW en forma de programas de “entrenamiento” y otros esquemas obrero-patronales controlados por la burocracia sindical. Esto significó una fuente de dinero independiente de la cada vez más pequeña base de miembros que pagaban cuotas. Para poder esquivar las prohibiciones legales contra la existencia de sindicatos comprados por las empresas, promulgadas a partir de la década de los treinta, el Congreso tuvo que implementar la Ley de Cooperación Obrero-Patronal de 1978 ( Labor Management Cooperation Act ).

Cabe notar el escándalo de corrupción del exvicepresidente del UAW, General Holiefield, en relación con la derrota del UAW en Mississippi. Entre el 2009 y el 2014, según fiscales federales, Holifield recibió más de $1,2 millones en sobornos cuando negoció una serie de contratos entreguistas con la compañía. Los pagos se hicieron a través del Centro de Entrenamiento Nacional UAW-Chrysler.

Esta no es una cuestión de un solo “actor malvado”, como insistió el presidente del UAW la semana pasada, sino de la esencia de las relaciones entre los sindicatos, las corporaciones y el gobierno.

Las mismas organizaciones de clase media y de pseudoizquierda que no querían tener nada que ver con los sindicatos en los años sesenta y setenta, cuando todavía contaban con la lealtad de decenas de millones de obreros, se convirtieron en sus más ávidos defensores cuando se transformaron en una fuerza policial industrial. Hoy día, todas estas organizaciones que se reivindican fraudulentamente de “izquierda”, como la Organización Socialista Internacional (ISO; International Socialist Organization) y los Socialistas Democráticos de América (DSA; Democratic Socialists of America), insisten en que los trabajadores tienen que subordinarse a la autoridad de los distintos sindicatos derechistas y antiobreros.

La lucha contra la dictadura corporativa en las fábricas y los saqueos de los salarios, las prestaciones en salud y las pensiones no se realizará ni podrá realizarse a través de los sindicatos; al contrario, sólo es posible hacerlo mediante una batalla de los trabajadores por liberarse de su control. El Partido Socialista por la Igualdad llama a formar comités de fábricas, elegidos democráticamente por los trabajadores, controlados por sus bases y basados en el irreconciliable conflicto entre los intereses de la clase obrera y los de sus explotadores capitalistas y representantes políticos.

Las décadas de una traición tras otra del UAW demuestran que es imposible construir un movimiento obrero con base en el nacionalismo y el anticomunismo. Precisa tener una nueva estrategia para encarar las luchas de masas que vienen en camino, contra de la desigualdad, los salarios indignantes y la guerra. Esta constará de romper con los principales partidos políticos de EE. UU. y la construcción de un movimiento político de las masas obreras que luche por la unificación internacional de todos los trabajadores y la reorganización política de la vida económica en aras de satisfacer las necesidades de los trabajadores, no el afán de lucro de los súper ricos.

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