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El peligro de guerra nuclear en Corea del Norte y el regreso del imperialismo alemán

Las amenazas del presidente Donald Trump de destruir a Corea del Norte han llevado al mundo más cerca de una guerra atómica que la crisis de los misiles cubanos hace 55 años. Pero a diferencia de entonces, el presidente que se sienta ahora en la Casa Blanca no persigue tener bajo control a los generales impetuosos, sino que se la pasa alimentando el conflicto día tras día.

Los políticos europeos y los medios, especialmente en Alemania y Francia, han respondido a la intensificación del conflicto principalmente con llamamientos al control, distanciándose en igual medida tanto de su aliado nominal en Washington como del régimen de Pyongyang.

Por ejemplo, el Ministro de Exteriores alemán Sigmar Gabriel acusó al presidente estadounidense de usar las mismas consignas y responder a las amenazas norcoreanas con la misma retórica agresiva que el líder norcoreano. Eso “lo preocupó y lo puso temeroso”, dijo Gabriel, “como en la Primera Guerra Mundial, estamos caminando como sonámbulos hacia una guerra, pero en este caso, una guerra que se librará con armas nucleares”.

Las declaraciones oficiales de Berlín apenas difieren de las de Beijing, que de la misma manera exige a ambos bandos que se moderen y se controlen. Sería ingenuo ver esto solamente como una expresión de preocupación por las consecuencias devastadoras de una guerra nuclear. Por ejemplo, la OTAN también expresó su preocupación por la “retórica incendiaria y amenazante”, y luego instó solo a Corea del Norte a “abstenerse de más provocaciones y renunciar a sus programas nucleares y de misiles balísticos de un modo comprobable, completo e irreversible”, como dijo un portavoz de la alianza militar.

La presentación del conflicto por parte de los medios alemanes como que está siendo alimentado solo por Trump, mientras que políticos estadounidenses “sensatos” y “adultos” como el Secretario de Estado Rex Tillerson llaman a la moderación, no se puede sostener si se examina de cerca. Por ejemplo, el Secretario de Defensa James Mattis, quien a menudo se cuenta entre los “adultos”, ha amenazado a Corea del Norte con la “destrucción de su pueblo”. Incluso periódicos como el New York Times y el Washington Post, próximos a los demócratas, barajan un ataque preventivo contra Corea del Norte como una opción legítima.

Hay que explicar el distanciamiento del gobierno alemán respecto a Washington por el hecho de que ve a los Estados Unidos cada vez más como su rival imperialista más importante y considera un conflicto abierto con su anterior aliado como inevitable a largo plazo. Esto se aplica no solo a Europa y sus regiones circundantes, sino también —y sobre todo— al Asia Oriental, cuya importancia para la economía global y por lo tanto también para Alemania ha crecido masivamente a lo largo de los últimos 25 años.

Berlín se toma las amenazas de guerra de Estados Unidos a Corea del Norte y la presión sobre china que ello lleva aparejado como un ataque a los intereses económicos y geopolíticos alemanes. Esto queda clarísimo si se estudian las principales publicaciones de los centros de estudios de política exterior relevantes.

Incluso antes de las últimas elecciones al Bundestag (elecciones federales) hace cuatro años, la Fundación para la Ciencia y las Políticas alemana (SWP) publicó el artículo “Nuevo poder. Nueva responsabilidad.”. Más de 50 representantes del gobierno, los medios, las universidades, centros de estudios y todos los partidos con representación en el Bundestag participaron en preparar un cambio de rumbo para la política exterior de Alemania. Tras las elecciones, el nuevo gobierno puso entonces en práctica el regreso propuesto a un militarismo alemán y a una política de Alemania como gran potencia.

Ahora, la Sociedad de Política Exterior alemana (DGAP) ha presentado un expediente de 40 páginas intitulado “Los desafíos en política exterior para el siguiente gobierno federal”, que expandirá este curso en dimensiones enteramente nuevas. Doce contribuciones tratan sobre todas las regiones importantes del mundo, analizan las “fuerzas, debilidades, oportunidades y riesgos” de la política exterior alemana y desarrollan estrategias para la acción.

La introducción, redactada por Daniela Schwarzer, la directora, y Christian Mölling, el director de investigación de la DGAP, empieza con las palabras: “El nuevo gobierno federal tendrá que tomar decisiones importantes sobre el marco nacional y europeo para el otoño de 2017”.

En lo que sigue, los dos autores no dejan dudas de que ven a los Estados Unidos como el “desafío” más importante para la política exterior alemana. Se refieren a su anterior socio internacional como un “factor de riesgo político y económico”, que pone en peligro las “estructuras regulatorias basadas en reglas” de las que Alemania depende “en términos de política de seguridad así como también cuestiones financieras y económicas”.

“Probablemente el cambio más importante en la posición estratégica general de Alemania en 2017 es la política de los Estados Unidos bajo el presidente Donald Trump”, escriben. Desde la asunción del mando de Trump, “los Estados Unidos han pasado a ser un factor decisivo de incertidumbre”. El presidente de EEUU sin dudas socavó el “consenso de los valores occidentales-liberales”. Bajo Trump, los EEUU “ya no representan un Estado que quiere seguir desarrollando y defender el orden mundial lilberal”.

Por todo el mundo, se ve la política estadounidense como una amenaza a los intereses alemanes. “Está el peligro de que EEUU deje el orden [mundial] basado en las instituciones y el derecho internacional, y use su poder para ventajas a corto plazo”, escriben Schwarzer y Mölling. “El socavamiento de la unidad interna de la UE, tal como el cierre de filas de Trump con países como Polonia, Hungría o el Reino Unido contra el amplio consenso europeo, también se ha vuelto un riesgo”.

La DGAP advierte asimismo contra el “fortalecimiento del proteccionismo”, la “desestabilización del sistema de comercio mundial”, el “peligro de una intensificación en la relación entre China y EEUU” y “más desestabilización en la zona del golfo” a causa de las políticas estadounidenses.

El expediente de la DGAP retrata a China como la lid principal de los antagonismos germano-americanos. Bajo el titular “Seguridad e Independencia Económica: Alemania entre EEUU y China”, Josef Braml y Henning Riecke aducen que en el conflicto entre EEUU y China, Alemania se decanta por los aliados tradicionales de Estados Unidos. Para que Alemania, “como una nación comerciante con muchísimos lazos económicos con ambos Estados y otros actores en la región Asia-Pacífico”, defienda sus intereses, tendría que hacer de “corredor de bolsa honesto” e intentar “reducir las tensiones”.

Braml y Riecke muestran cómo los intereses de los negocios alemanes y los estadounidenses entran en conflicto en la región en varios ámbitos. Advierten, por ejemplo, de que Trump podría capitalizar el papel de Estados Unidos como potencia protectora en relación con Japón, Corea del Sur y otros aliados forzándolos a hacer concesiones en política comercial y monetaria en detrimento de Alemania. También en política monetaria, donde el dólar tendrá que compartir su papel dirigente con el euro y el yuan chino en el futuro previsible, ven un conflicto ardiente.

Del proyecto económico internacional más importante de China, la iniciativa del camino de la seda “Un cinturón, un camino” escriben que “se la percibe en Washington como un contrapeso económico y político al orden político y económico dominado por los EEUU”, mientras que empresas internacionales, es decir alemanas y europeas, están interesadas en los planes de infraestructura global de China. Por ejemplo, “el Deutsche Bank y el Banco de Desarrollo de China planean financiar conjuntamente proyectos de la iniciativa del Camino de la Seda de alrededor de tres mil millones de euros durante los próximos cinco años”.

Evaluaciones similares pueden encontrarse en publicaciones de la SWP. Por ejemplo, una contribución que apareció en el último número de la revista International Politics de la SWP, bajo el título “Alegato para una nueva política exterior alemana en tiempos inciertos”, advierte contra cualquier “juicio erróneo de que la crisis transatlántica habría empezado con Trump y terminaría con su partida”. De hecho, el problema ya había empezado bajo el presidente Obama.

También, “los supuestos moderados” del equipo de Trump habían hecho “suya la ruptura radical con 70 años de política postbélica estadounidense”, escribe el autor del artículo, el periodista del Times Jörg Lau. En una contribución para el Wall Street Journal, el consejero de seguridad nacional de Trump, el general H. R. McMaster, y el consultor de negocios Gary Cohn, elogiaron la “claridad” del presidente, que el mundo “no es una comunidad global, sino una arena donde naciones, ONGs y negocios luchan por la ventaja... En vez de negar esta regla elemental de las relaciones internacionales, la acogemos calurosamente”.

Según Lau, este texto es “un documento impactante” para el gobierno alemán. Era un asunto de “conflicto de principios” más que “las usuales diferencias entre Willy Brandt y Richard Nixon, Helmut Schmidt y Jimmy Carter, Gerhard Schröder y George W. Bush”. Esto era “otra cosa”. Atañía a las “cuestiones fundamentales del orden mundial”.

La respuesta de la SWP y la DGAP a este “conflicto fundamental” no es ambigua: proponen el regreso a las tradiciones de gran potencia y militares de Alemania, la que dos veces perpetró el desastre al mundo. Bajo la pretensión de defender los “valores occidentales” y las “estructuras del orden basadas en reglas” contra Trump, están promoviendo la dominación alemana sobre Europa, la formación de nuevos bloques de poder internacional, y un rearme militar masivo.

Solo los titulares del expediente de la DGAP son sintomáticos: “Las tareas del liderazgo de Alemania en Europa”; “Usar ya el margen de acción en los Balcanes Occidentales”; “Un compromiso permanente: Ucrania” y “Compartiendo la carga en la OTAN: el liderazgo alemán permanece en la exigencia”. Otras contribuciones tratan acerca de los intereses alemanes en el Medio Oriente y el Norte de África, Turquía, Irán y Arabia Saudita.

Lau defiende que las elecciones al Bundestag sean una campaña masiva por el rearme militar. Advierte contra un “contra-curso reflexivo al presidente estadounidense” para el desarme y escribe, “En vez de hacer de las elecciones al Bundestag un referendum sobre un rearme presuntamente peligroso, la población debería ser iluminada sobre la nueva lógica de la seguridad alemana: no a causa de Trump, sino a pesar de él, no porque él esté al mando, sino porque queremos oponernos a su política irracional, debemos gastar mucho más en defensa”. Según Lau, es una cuestión de la “firmeza de Alemania en un Occidente que se está viniendo abajo”.

Estas declaraciones dejan claro que el peligro de guerra en Corea del Norte, aunque se calmara temporalmente, es solo el preludio para más conflictos, que desembocarían inevitablemente en una Tercera Guerra Mundial si no los para un movimiento de masas de la clase trabajadora. Igual que a principios del siglo pasado, conflictos de interés entre potencias imperialistas se han vuelto tan agudos que ya no se pueden resolver por medios pacíficos.

Todos los partidos representados en el Bundestag apoyan la vuelta de Alemania al militarismo. En particular, el partido La Izquierda (Die Linke) está acusando al gobierno de no oponerse a Washington de manera suficientemente agresiva.

El Partido de la Igualdad Socialista (SGP) es el único partido que lucha en la campaña electoral para unir a la clase trabajadora mundial basado en un programa socialista dirigido contra la guerra y contra el capitalismo.

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