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Perspectiva

La amenaza de Trump de una guerra nuclear con Corea del Norte

Las amenazas del presidente estadounidense, Donald Trump, de atacar “con fuego y furia… en una magnitud que el mundo nunca ha presenciado” a la empobrecida y oprimida nación de Corea del Norte provocaron un terremoto de espanto y ansiedad en todo el mundo.

En la misma semana en que los supervivientes de Hiroshima y Nagasaki marcaron el septuagésimo segundo aniversario de los bombardeos atómicos de EE. UU. que mataron a casi un cuarto de millón de mujeres, hombres, niños y niñas de Japón, el presidente estadounidense interrumpió sus partidos de golf vacacionales para amenazar a Asia con una guerra nuclear, la cual tendría consecuencias incalculables para toda la humanidad.

Un alto asesor de la Casa Blanca intentó sosegar las escalofriantes implicaciones de las declaraciones de Trump, indicándole a la prensa que los comentarios del presidente fueron “no planificados y espontáneos”, mientras que el secretario de Estado, Rex Tillerson, les señaló a los estadounidenses que “duerman bien de noche, no se preocupen por esta retórica de los últimos días”.

No obstante, a pesar de este inconvincente consuelo, el secretario de Defensa de Trump, el exgeneral marine James “Perro Rabioso” Mattis, descrito frecuentemente en la prensa como el único “adulto” del gobierno y una fuerza de moderación, reiteró las amenazas del presidente. El miércoles, demandó a Corea del Norte “dejar de considerar acciones que puedan conllevar al final de su régimen y la destrucción de su pueblo”. El significado es claro: cumplan con las demandas de Washington o prepárense para una aniquilación nuclear.

El mismo día, Trump presumió acerca de la habilidad de EE. UU. de librar una guerra nuclear. “Mi primera orden como presidente fue renovar y modernizar nuestro arsenal nuclear”, declaró. “Es ahora más fuerte que nunca. Ojalá que no tengamos que utilizar esta fuerza, ¡pero nunca habrá un momento en el que no seamos la nación más poderosa en el mundo!”.

La imprudencia de sus amenazas y de su matonismo causa asombro. ¿Qué van a pensar los líderes del gobierno norcoreano cuando la mayor potencia nuclear del mundo los amenaza “con fuego y furia” y con eliminar toda la población del país?

En el trasfondo de estas declaraciones, se encuentra un grupo de batalla estadounidense encabezado por el portaviones USS Carl Vinson frente a las costas coreanas y bombarderos B-1 Lancer realizando expediciones amenazantes cerca de la frontera norcoreana.

La respuesta de Corea del Norte a las amenazas bélicas de EE. UU. ha sido amenazar con bombardear el territorio estadounidense de Guam en el Pacífico, donde hay bases estadounidenses que albergan submarinos nucleares y bombarderos estratégicos. No se puede descartar que esto no sea más que pura retórica de parte de Pyongyang. ¿Qué pasa si los norcoreanos toman por sentado que las amenazas de Washington son reales y que una guerra es inminente? Podrían decidir que, en vez de dejar que las bombas y misiles estadounidenses eliminen sus fuerzas, deberían atacar primero de forma preventiva y demostrarle a EE. UU. que no está sólo inventando.

A pesar de que el World Socialist Web Site no apoya de ninguna manera al régimen hereditario y reaccionario de Corea del Norte ni sus acciones provocativas, estos cálculos no son nada irracionales.

La postura norcoreana responde al enorme peso de su historia. La guerra estadounidense contra Corea hace 65 años mató a tres millones de personas, dos millones en el norte. Según la evaluación de la propia Fuerza Aérea de EE. UU., “Dieciocho de las veintidós ciudades principales de Corea del Norte quedaron por lo menos obliteradas a medias”. El general de la Fuerza Aérea, Curtis LeMay rememoró luego: “Incendiamos prácticamente todas las ciudades de Corea del Norte y del Sur”.

Para los norcoreanos, las amenazas estadounidenses de “fuego y furia” y de exterminar a toda la población son todo menos pura retórica.

Los fundamentos del actual conflicto consisten en las demandas de Washington de que Corea del Norte ponga fin a sus pruebas nucleares y de misiles balísticos y que renuncia a toda su capacidad nuclear. Sin embargo, el gobierno norcoreano de Kim Jong-un sabe muy bien lo que les ha pasado a los regímenes que han capitulado ante estas demandas.

Irak, después de que fuese declarado junto a Corea del Norte parte del “eje del mal” por George W. Bush, abandonó sus programas de armas y aun así fue invadido en el 2003 bajo el falso pretexto de que estaba ocultando “armas de destrucción masiva”. La subsecuente guerra estadounidense cobró alrededor de un millón de vidas iraquíes y terminó con la ejecución de su mandatario, Sadam Huseín. De forma parecida, Muamar Gadafi de Libia aceptó renunciar a su programa de armas después de la invasión de Irak, sólo para que EE. UU. y la OTAN azotaran al país con una guerra en el 2011 que mató a decenas de miles de libios, dejó una sociedad en ruinas y resultó en la ejecución de Gadafi por una multitud.

El programa nuclear norcoreano es lo único que ha prevenido que el país y el gobierno pasen por algo similar.

Las aparentemente desquiciadas amenazas de Trump son una señal que el imperialismo estadounidense ya no está dispuesto a tolerar que el riesgo de una confrontación nuclear se interponga de forma definitiva a sus planes de agresión militar.

El gobierno estadounidense está alistando al público para que lo que seguramente conllevaría a una catastrófica guerra nuclear con consecuencias devastadoras para las condiciones económicas, los derechos democráticos y las propias vidas de los trabajadores en EE. UU. y el resto del planeta. La Casa Blanca, el Pentágono y los distintos centros de pensamientos encargados con elaborar las políticas del imperialismo norteamericano, todos aseguran que Pyongyang ya cruzó el umbral de convertirse en una potencia nuclear, al haber presuntamente desarrollado ojivas nucleares en miniatura y misiles balísticos intercontinentales capaces de transportarlas y golpear ciudades en EE. UU.

No hay por qué creer más en estas afirmaciones que en las mentiras del gobierno de Bush sobre las armas de destrucción masiva iraquíes. Cabe notar que, si bien Washington proclama que las armas nucleares norcoreanas posan una amenaza existencial, éste les ayudó a otros regímenes tan inestables y agresivos desarrollar sus propios arsenales nucleares, como Israel, India y Pakistán.

Los cálculos de la clase gobernante capitalista con respecto a preparar una guerra contra Corea del Norte son destacados de forma aterradora por el último ejemplar de la revista Economist, el cual describe un escenario hipotético en el que EE. UU. logra una rápida victoria. Su estimación del saldo inicial de muertes civiles es de 300 000 personas, con muchas más que perderían sus vidas a causa del envenenamiento por radiación. El artículo concluye con el tuit que Trump publicaría hipotéticamente: “¡El ataque nuclear del malvado Kim estuvo MAL! No tuve otra opción más que lanzar armas nucleares de vuelta. Pero gracias a mis acciones, ¡EE. UU. está seguro otra vez!”.

Por desconcertante que sea este panorama, es, en realidad, un escenario optimista, ya que dicha guerra podría involucrar impactos contra toda la población norcoreana y los diez millones de habitantes en Seúl y los 38 millones que viven en el área metropolitana de Tokio, ni mencionar las decenas de miles de tropas estadounidenses que están posicionadas en Corea del Sur. Más allá, tal ataque estadounidense podría hacer que China intervenga, una de las principales potencias nucleares.

El aumento en el peligro de guerra y las aparentemente delirantes amenazas de una exterminación no son meramente el resultado de la mentalidad criminal y de tendencia fascista de Donald Trump. El gobierno estadounidense en su totalidad ha comenzado a emplear el lenguaje de Adolfo Hitler.

Este es el producto final de la cultura política que se ha venido desarrollando durante los últimos 25 años de guerras de agresión interminables, amenazas y matonismo por parte de una oligarquía capitalista que ha adoptado el militarismo y la agresión militar como medios para contrarrestar el declive de su dominio económico.

Las guerras en el extranjero han sido acompañadas por una brecha social cada vez mayor y ataques incansables contra las condiciones de vida y derechos básicos de la clase obrera en EE.UU. La oposición social sigue aumentando bajo el presidente menos popular en la historia del país. La élite política está dividida y el gobierno de Trump está sumido en una guerra interna. Existe el verdadero riesgo de que la Casa Blanca tome la oportunidad de una guerra contra Corea del Norte para canalizar las tensiones sociales y políticas en el país hacia un “enemigo” en el exterior.

No se puede dudar acerca de las trascendentales consecuencias de tal política. Una guerra que resulte en tantas muertes, incluyendo de miles de soldados estadounidenses, será utilizada como pretexto para imponer una violenta represión política dentro de Estados Unidos.

Los esfuerzos de Google de poner en una lista negra al World Socialist Web Site constituyen una advertencia acerca de los métodos dictatoriales que están siendo preparados en contra de la clase obrera en su totalidad.

El impulso hacia una guerra mundial y nuclear proviene del recrudecimiento de la crisis del capitalismo estadounidense y global, en cuyo centro está la irresoluble contradicción entre la economía globalizada y la división del mundo en Estados nación rivales. Sin embargo, la misma crisis del sistema de lucro crea las condiciones objetivas y la necesidad política de la clase obrera para avanzar su propia solución revolucionaria, mediante la construcción de un movimiento internacional contra la guerra y basado en una perspectiva socialista para poner fin al capitalismo antes de que hunda a la humanidad en el barbarismo.

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