Español

Estalla la indignación contra la guerra y la complicidad del gobierno con el terrorismo en manifestación en Barcelona

La marcha oficial convocada el sábado después del atentado terrorista del 17 de agosto en Barcelona se volvió una demostración sin precedentes de hostilidad pública hacia las guerras imperialistas libradas a través de fuerzas intermediarias en Medio Oriente, las cuales engendraron las redes islamistas que ahora llevan a cabo atentados por Europa.

El rey de España, Felipe VI, el presidente del gobierno Mariano Rajoy y otros altos jerarcas fueron recibidos con abucheos, bocinazos y gritos de “Vuestras políticas, nuestros muertos”. Otros en la marcha de 500 000 personas denunciaron la venta de armas de España a países de Medio Oriente como Arabia Saudt, gritando “Felipe, quien quiere la paz no trafica armas” y “Mariano, queremos paz, no ventas de armas”. Mientras el rey y Rajoy marchaban, fueron recibidos repetidamente con pitadas y gritos de “Fuera, fuera”.

El gobierno del conservador Partido Popular (PP) de Rajoy y autoridades regionales en Cataluña habían convocado lo que esperaban que fuera una protesta de derechas, denunciando el terrorismo y exigiendo paz y unidad tras la policía y el Estado. Les salió el tiro por la culata, sin embargo, ya que grandes cantidades de manifestantes denunciaban la guerra y la complicidad oficial con el terrorismo.

Como confesaba el diario conservador por internet El Español, “Las pancartas azules” oficiales y preparadas de antemano “reclamando la paz han quedado eclipsadas por otras que culpaban al jefe del Estado y al jefe del Gobierno de traficar con armas y vinculaban al monarca español con Arabia Saudí, un país acusado de financiar al Estado Islámico”, que perpetró el atentado de Barcelona.

Los manifestantes llevaban imágenes del rey Felipe reunido con el rey saudí Salman bin Abdulaziz, o del antiguo presidente del gobierno José María Aznar reunido con el presidente estadounidense George Bush y el primer ministro británico Tony Blair mientras dirigían la invasión de Irak del 2003.

Los manifestantes también citaban pruebas de que el Estado tenía conocimiento previo sobre los atentados o de que incluso podría ser cómplice en estos, mientras la rivalidad entre Madrid y Barcelona va en aumento antes del referendum sobre la independencia de Cataluña que tendrá lugar el primero de octubre. Un hombre, que declaró a El País que “el Rey no puede venir a una manifestación pacifista y vender armas a Arabia Saudí”, añadió que “el Gobierno español ocultó información sobre los terroristas a los Mossos d’Esquadra”, la policía regional catalana.

El domingo, Rajoy se vio obligado a responder a noticias de prensa sobre su debacle en la marcha. Se negó a responder a las críticas de los manifestantes, pero declaró arrogantemente, “Las afrentas de algunos no las hemos escuchado”, y añadió: “Estuvimos donde teníamos que estar y con los que teníamos que estar, expresando nuestro apoyo a las victimas del terrorismo y nuestra solidaridad con todos los catalanes moderados y sensatos, la inmensa mayoría”. Exigió que Cataluña abandone el referendum independentista previsto para el primero de octubre así como los “planes de ruptura”.

Los jerarcas catalanes, impactados por la efusión del sentimiento antibélico, intentaron minimizarlo. “Pero tampoco lo tenemos que magnificar”, ha dicho Carles Puigdemont, el presidente de la Generalitat o Gobierno de Cataluña, refiriéndose a los abucheos al rey, y añadió, “La gente se ha expresado con libertad, con convivencia y con paz”.

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, que forma parte de los llamados “alcaldes del cambio” y que es respaldada por Podemos, se negó incluso a discutir el creciente sentimiento antibélico. “La ciudadanía ha marcado el camino”, declaró débilmente, aplaudiendo el respaldo de Barcelona a “la paz, convivencia y diversidad”. Agregó: “En una manifestación tan grande hay libertad de expresión y mucha gente sale con sus símbolos y con cuestiones complementarias”.

La declaración de Colau es un encubrimiento de los temas políticos sacados a la luz por el atentado terrorista en su ciudad. Quince personas están muertas y más de 100 heridas en un espantoso atentado en Barcelona —el último en una serie de atentados islamistas desde el 2015 que han matado a cientos de personas y herido a miles por toda Europa, de París a Bruselas, Berlín y Manchester—. Las guerras imperialistas no son una cuestión aparte del terrorismo, sino la fuerza motriz en el surgimiento de atentados terroristas islamistas en Europa, y tienen que ser detenidas para que los atentados cesen.

Washington y las potencias europeas dependieron de milicias islamistas en la guerra del 2011 en Libia y después en la guerra de Siria que ya lleva seis años, trabajando con los jeques petroleros del Golfo Pérsico, como de Arabia Saudí, para bombear miles de millones de dólares hacia las redes terroristas islamistas. Reclutaron a decenas de miles de combatientes en Europa, Medio Oriente, y Asia para realizar incursiones con tiroteos o bombardeos contra regímenes en la mira de las potencias de la OTAN. En el 2012, el Pentágono designó a una de sus milicias indirectas, Al Nusra, como grupo terrorista y afiliado a Al Qaeda, y a pesar de ello siguió recibiendo apoyo de la OTAN.

Los hechos de Barcelona apuntan a conflictos de clases explosivos en desarrollo en España y en toda Europa. Desde el 2015, la clase dirigente viene tolerando continuamente las redes terroristas como una herramienta de política exterior, mientras usa los atentados que cometen estas redes en Europa como un pretexto para empujar medidas de Estado policial —imponiendo un estado de emergencia en Francia, sitiando a Bruselas o desplegando fuerzas armadas en las calles de Reino Unido—, basándose en la mentira de que Europa está llevando a cabo una “guerra contra el terrorismo”. Ahora, sin embargo, esta mentira se está desgastando.

Los trabajadores, enfrentados a un desempleo masivo y oleadas de recortes sociales impuestos por la aristocracia financiera por toda Europa, son profundamente hostiles a las políticas bélicas y antidemocráticas de la élite política. Esta oposición es tanto más significativa y explosiva cuanto más ponga a los trabajadores objetivamente en conflicto con la élite gobernante en su totalidad, incluidas sus facciones nominalmente “de izquierdas”.

Los partidos de la pseudoizquierda como Podemos —que persiguió desarrollar su influencia dentro de los cuerpos armados españoles y reclutó al general Julio Rodríguez Fernández, quien comandara las fuerzas españolas en la guerra de Libia del 2011— están profundamente comprometidos con la guerra. Podemos defend agresivamente la venta de buques de guerra españoles a Arabia Saudí, con el alcalde de Puerto Real, Antonio Romero, diciendo que el comercio de armas era crítico para la creación de empleos.

Al preguntársele sobre los abucheos al rey durante las protestas de Barcelona, el dirigente de Podemos, Pablo Iglesias, guardó silencio acerca de la guerra y refiriéndose a los diferentes símbolos de las personas dijo que era “bonito”.

De manera semejante, el atentado de Barcelona está desenmascarando a los nacionalistas catalanes, que siguen arremetiendo contra Madrid previo al referendum independentista previsto. El viernes, Puigdemont le concedió una entrevista al Financial Times de Londres en la que atacó al gobierno de Rajoy y culpó al PP por impedir a las autoridades catalanes parar los atentados.

Puigdemont dijo, “Les pedimos que no jugaran a la política con la seguridad. Desafortunadamente, el gobierno español tenía otras prioridades”. Puigdemont citó acusaciones potencialmente explosivas de jerarcas catalanes sobre, según el Financial Times, “la decisión de Madrid de bloquear la contratación de nuevos oficiales por la policía catalana este año y de dar largas a concederles acceso a la información de la Europol a las fuerzas locales”.

De momento, nadie ha explicado qué papel desempeño el bloqueo por parte de Madrid al acceso de la policía catalana a bases de datos policiales internacionales en permitir que sucedieran los atentados. A pesar del atentado de Barcelona, Puigdemont afirmó ante toda la evidencia que la policía catalana estaba haciendo un gran trabajo. “La policía catalana, aunque no tenga todas las herramientas que necesita ... y aunque esté mal financiada, ha gestionado la crisis excepcionalmente bien”, le dijo al Financial Times.

Estos comentarios, viniendo después de la marcha de Barcelona, apuntan al carácter político de las fuerzas que buscan establecer un Estado capitalista independiente en Cataluña. Aunque lancen acusaciones explosivas contra Madrid y aunque tengan amargas rivalidades sobre cuestiones de dinero e influencia con la burguesía española, son hostiles a cualquier llamamiento a la oposición de la clase trabajadora a la guerra y son firmes defensores de sus propias fuerzas policiales. Demostrarían ser profundamente hostiles a la clase trabajadora si llegaran al poder.

Loading