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Perspectiva

La devastadora inundación en Houston: un crimen social de la oligarquía estadounidense

El mundo mira con incredulidad como Houston, Texas, la cuarta mayor ciudad de Estados Unidos, se encuentra bajo el agua. La cifra de nueve fallecidos se espera que siga aumentando. Miles siguen atrapados, esperando un rescate. Decenas de miles han tenido que buscar refugio en alojamientos de emergencia. Lo peor de la lluvia perece que todavía está por venir.

Las inundaciones catastróficas que se extienden por Houston y gran parte del sureste del estado de Texas, alcanzando a ciudades tan lejos como Dallas y Austin y amenazando nuevamente a Nueva Orleans, Luisiana. Se están organizando evacuaciones rápidas en ciudades por toda la región, incluyendo vecindarios que no habían sido afectados en Houston, donde los residentes se han visto obligados a dejar sus hogares, mientras que las autoridades liberan agua de embalses llenos y precarios.

Doce años después de que el huracán Katrina destrozara Nueva Orleans, otra área metropolitana incluso más grande y concentrada se ha convertido en una escena de sufrimiento indescriptible. Los incontables episodios de solidaridad humana entre las víctimas, en su gran mayoría de clase trabajadora y de todas las razas, se diferencian contundentemente de la plena indiferencia e incompetencia del gobierno y las instituciones políticas establecidas.

Como sucedió con Katrina, el huracán Harvey ha destapado la fea realidad de la sociedad estadounidense. Han salido a la luz del día los colosales niveles de desigualdad social, la pobreza generalizada y la criminalidad de la burguesía. Detrás de los irreflexivos comentarios de la prensa, generalmente favorables hacia la Casa Blanca, el derechista gobernador republicano de Texas y los insinceros discursos de los otros políticos, se puede detectar el gran nerviosismo y temor que esta muestra de la inviabilidad del capitalismo estadounidense provoque una erupción de indignación social.

Sin embargo, las autoridades tampoco pueden esconder su autocomplacencia e indiferencia. En una desagradable muestra de ello, en una rueda de prensa el lunes, el presidente Donald Trump ensalzó la respuesta oficial, diciendo que fue “increíble” y una demostración de “cooperación y amor”, al mismo tiempo que trivializó los acontecimientos hablando de “una familia estadounidense” que “sufre junta y sobrelleva todo junta”.

Recitando sus declaraciones preparadas como si estuviese leyendo las páginas amarillas, Trump no presentó ninguna propuesta para aliviar el sufrimiento de las víctimas ni para recaudar los recursos necesarios para reconstruir sus vidas. Evitó responder sobre su propuesta de recortar cientos de millones de dólares de la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias (FEMA, por sus siglas en ingés), incluyendo un fuerte desfinanciamiento del programa federal de seguros para inundaciones.

El jerarca de FEMA, William “Brock” Long buscó darse a sí mismo y al gobierno una amnistía por no llevar a cabo sus deberes, manifestando que, “Esto no se podía predecir. No era posible ni soñar sobre tales pronósticos”.

El diario Wall Street Journal tomó agua del mismo pozo. En su editorial el lunes, escribió, “La inmunidad de los seres humanos ante la furia de la naturaleza es una ilusión que cultivamos hasta que nos vemos obligados nuevamente a confrontarla. Se nos olvida el daño que pueden causar las tormentas y los terremotos”.

Dicha evasión de responsabilidad ante el desastre en marcha fue acompañada por alabanzas hacia la enorme acumulación de riqueza entre los sectores más pudientes, declarando que, “Las sociedades complejas pueden hacer frente a los daños de mejor manera si tiene una reserva de riqueza acumulada”, en “fuentes privadas”. Según el principal portavoz de Wall Street, la respuesta a la tragedia en Texas se encuentra en… ¡enriquecer aún más a la oligarquía financiera!

Declaraciones como estas, de que estas catástrofes, como la inundación en Texas, son “desastres naturales” que ocurren inevitablemente y que nada se puede hacer para prevenirlos, contenerlos ni manejarlos, son mentiras en pro de sus intereses.

Houston es la urbe que más se inunda de todo el país. Tanto los oficiales federales como los estatales y locales recibieron advertencias varias veces de expertos climatológicos y otros científicos, quienes insistieron en que los permisos a desarrolladores y especuladores de bienes raíces para pavimentar sobre humedales, además de la terca negativa del gobierno a construir defensas contra inundaciones apropiadas, eran una receta para un desastre sin precedentes. Ignoraron las advertencias.

Este es el siglo XXI, no la era medieval, y EUA es el país más rico del mundo. Hace cuatrocientos años, los holandeses aprendieron a construir ciudades bajo el nivel del mar. El mismo EUA es hogar de algunas de las instituciones de investigación e ingeniería más avanzadas del mundo. Sin embargo, supuestamente nadie pudo anticipar ni hacer planes para la eventual inundación de una de las urbes más grandes del país y que está situada sobre el Golfo de México.

¿Qué se ha logrado en la prevención de desastres por huracanes en los doce años desde Katrina? ¡Nada! O, para ser más precisos, menos que nada. El huracán Katrina fue aprovechado como una oportunidad para convertir a Nueva Orleans en un paraíso de libre mercado y privatizaciones para las empresas más grandes, con el plan de reproducir este modelo alrededor del país. El ejemplo más claro de dicho saqueo fue el desmantelamiento del sistema de educación pública para reemplazarlo con escuelas chárter con fines de lucro.

Las catástrofes como la inundación en Texas son crímenes sociales perpetrados por una aristocracia financiera que se ha dedicado el último medio siglo a saquear el país y descuidar su infraestructura social, al mismo tiempo que acumula cantidades inimaginables de riqueza personal. De acuerdo con la prensa corporativa y la élite política —tanto los demócratas como los republicanos—, no hay dinero para construir defensas contra inundaciones, para reconstruir puentes, caminos, acueductos y alcantarillados, para modernizar y expandir el transporte público ni para ofrecer escuelas y hogares dignos para toda la población.

No obstante, hay billones de dólares escondidos en las cuentas bancarias y los portafolios de acciones de los ricos y superricos. Más allá, se desperdician cientos de miles de millones dólares cada año en los instrumentos de guerra.

El país va tropezando de un desastre prevenible a otro: Katrina en el 2005, el derrame de petróleo de BP en el 2010, la supertormenta Sandy en el 2012 y ahora Harvey. En medio ha habido incontables inundaciones, tornados, incendios y otros acontecimientos causándoles estragos a las familias de clase obrera y pobres, abandonadas a su propia suerte mientras que la élite gobernante se ahoga con sus propios excesos.

Al igual que en la era feudal, cuando el desarrollo futuro de la sociedad exigía la expropiación de la aristocracia terrateniente, la sociedad de hoy necesita tomar sus propios recursos de las manos de la aristocracia financiera y corporativa. Los bárbaros de la modernidad, quienes acaparan toda la riqueza de la sociedad e insisten en que no se puede hacer nada para atender la pobreza, la enfermedad, la guerra ni la represión, tienen que seguir el mismo destino de todas las clases gobernantes que se han convertido en un obstáculo para el progreso social.

La cuestión hoy no es si la sociedad puede costear las inversiones sociales para prevenir o minimizar el impacto de eventos como el huracán Mitch. Lo que la sociedad no puede costear es a sus ricos.

La tarea de quitar del camino histórico hacia el progreso a este monstruoso obstáculo sólo la puede cumplir la clase obrera, unida a través de razas, nacionalidades y antecedentes étnicos, en Estados Unidos y en todo el mundo. Los parásitos capitalistas deben ser expropiados de su riqueza para satisfacer las necesidades sociales y su dominio de los medios de producción tiene que ser destruido para el desarrollo racional, planificado y humano de la vida social y económica, con base en el control socialista y democrático de la industria, las finanzas y los recursos naturales del planeta.

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